sábado, 8 de junio de 2024

8 DE JUNIO: SAN MEDARDO, OBISPO DE NOYÓN


8 de Junio: San Medardo, Obispo de Noyón

(✞ 545)

Uno de los más ilustres prelados de la Iglesia de Francia en el siglo VI, fue el caritativo Obispo San Medardo, el cual nació en Salentiaco, posesión muy rica de sus padres, que estaba en la región de Noyón.

Desde sus tiernos años fue tan amador de los pobres que les daba su misma comida y vestido, y un día hasta les dio el caballo de que tenía mucha necesidad.

Riñeron unos labradores sobre el linde y término de unas tierras que tenían y convinieron en ajustarlo con las armas y las vidas; pero cuando Medardo lo supo, fue con ellos, y viendo una piedra, puso el pie sobre ella, y dijo:

- Esta piedra es el mojón y término de esta porfía.

Y quitando el pie, vieron todos que había quedado estampado en la piedra, con cuya maravilla quedaron en paz.

Lo entregaron después sus padres al Obispo de Vermandois, para que con su doctrina, Medardo adelantase en letras y virtud; y habiendo sido ordenado para decir la misa acrecentó su fervor; afligía su carne con abstinencias, dejando de comer para dar a los hambrientos, sanaba endemoniados, y curaba todas las enfermedades, por lo cual cuando a él venían, hacían al pie la letra lo que él les decía y aconsejaba, como si se lo dijera un ángel del cielo.

Murió el obispo de Vermandois, y luego se oyó la voz común que aclamaba como Obispo a Medardo, y aunque el santo rehusó mucho aquella dignidad, al fin, vencido por los ruegos y lágrimas de todo el pueblo, tuvo que aceptarla.

Habiendo después fallecido el obispo de Tournay, eligieron también al mismo santo, y el rey pidió al pontífice que uniese las dos Iglesias para que el siervo de Dios las gobernase, y así se hizo, aunque por causa de las irrupciones de los vándalos tuvo que trasladar el santo la sede a Noyón.

Eran los de Tournay muy bárbaros e indómitos, de malas costumbres y obstinados en sus pecados e idolatrías; más al fin pudo tanto el santísimo Obispo con sus suaves y dulces razones, que a todos los bautizó e hizo buenos cristianos.

Y después de haber ganado para Jesucristo innumerables almas, con su predicación y con los grandes milagros que hacía, a los quince años de su gobierno descansó en la paz del Señor.

Los que estaban presentes vieron muchas luminarias del cielo delante del santo cuerpo, que duraron por espacio de dos horas.

Y cuando condujeron el sagrado cadáver a Soissóns, el mismo rey con otros caballeros lo llevaron en andas sobre sus hombros y el rey le hizo labrar un magnífico sepulcro, el cual fue muy célebre y glorioso por los señalados prodigios que obró el Señor allí por medio de su santo.

Reflexión:

Tal es la honra que merece la santidad aún acá en la tierra. Los pueblos y los reyes la veneran, y con universal aplauso la ensalzan sobre todas las demás grandezas del mundo. No se conceden semejantes obsequios a la opulencia, a la sabiduría, a las dignidades y placeres mundanos; porque todos entienden que estas cosas pueden hallarse hasta en un hombre malvado y digno de todo vituperio. Solo la virtud hace al hombre verdaderamente grande. Pues, ¿por qué no hemos de amarla y codiciarla y preferirla a todas las demás cosas? ¿No es ella, como dice el Sabio, incomparablemente más estimable que el oro y las piedras preciosas? ¿No es el mayor tesoro que podemos hallar sobre la tierra, y el único caudal que podemos llevarnos a la eternidad, y el único bien que nos honra en esta vida y que nos hará dignos de eterna gloria?

Oración:

Concédenos, Señor, que la venerable festividad del bienaventurado Medardo, tu confesor y pontífice, aumente en nosotros el espíritu de la devoción y el deseo de la salvación eterna. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.


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