viernes, 10 de mayo de 2024

LA ENVIDIA: SU DESCRIPCIÓN Y SUS FRUTOS

¡Sin el rostro amarillento, horrible, estúpido y venenoso de la envidia, cuán bella sería la vida! 


XI

LA ENVIDIA - SU DESCRIPCIÓN Y SUS FRUTOS

“Depuesta toda malicia y todo engaño, y los fingimientos y envidias...” (S. Ped. I, 2,1)

En un viejo fogón campestre estaba escrito: “Si el odio y la envidia quemasen como fuego, la leña no estaría tan cara como ahora”. Si, hay mucha envidia y malevolencia en el mundo: envidia entre hermanos (debido casi siempre a las herencias), envidia entre vecinos, entre negociantes, entre los del mismo oficio, entre doctos e indoctos, entre las clases sociales, entre pueblos y naciones.

¡Sin el rostro amarillento, horrible, estúpido y venenoso de la envidia, cuán bella sería la vida! 

1. La envidia tiene rostro horrible, doblemente horrible: cara triste, cara alegre.

a) El envidioso se entristece cuando al prójimo le va bien. Se irrita con la felicidad del vecino, con la prosperidad del ganado, del negocio, de la vida; descontento siempre con su suerte, permanece taciturno y avinagrado. La envidia devora al hombre; es “carcoma de sus huesos”, como dice la Sagrada Escritura- (Prov. 14: 30). “La envidia y la ira abrevian los días” (Eclesiástico 30: 26). Cuando Dios aceptó el sacrificio de Abel y rechazó el de Caín, éste se irritó tanto que su semblante se tornó abatido y triste (Gen. 4: 5). Un pintor que vivió en tiempos del Papa Juan XXII, representó a la envidia en figura de una mujer sórdida, arrugada, rodeada de serpientes que le devoraban el corazón, con una lente de aumento a través de la cual miraba. Con esto quería significar que el envidioso considera el bien ajeno siempre mayor y mejor que el suyo propio, y en lo íntimo de su corazón, jamás descansa, irritado con la felicidad ajena.

b) El envidioso a veces se alegra, cuando al prójimo le va mal. No es, claro está, verdadera alegría, sino un maligno placer. Así se regocijan los niños envidiosos en la escuela, cuando ven castigar a su compañero. Así también se alegra mucha gente cuando sucede al prójimo alguna desgracia en el ganado, en el campo, en la familia, en el negocio, donde quiera que sea. 

2. La envidia es un necio camarada.

Loco, insensato, contraproducente, sin aportar ventaja alguna, sin alterar en absoluto la situación; todo queda como está. La envidia es amnesia como la avaricia. En cuestiones de amor, sin embargo, es donde la envidia anda más necia... Llámese entonces celos. Abraham de Santa Clara los describe, mofándose, en su “Catálogo de locos”. Dicen los maestros e intérpretes de la escritura en general que Job, modelo y ejemplo de paciencia, tuvo todas las molestias posibles... Sin embargo, hubo una que no padeció jamás: los celos, la peor de todas las enfermedades; donde quiera que consiga arraigarse fuertemente, ataca enseguida el cerebro y hace del hombre un loco perdido... Los celos son el veneno del matrimonio. ¿Qué más? Un ladrón de la paz. ¿Qué más? Una fuente de discordia. ¿Qué más? Tormento del corazón. ¿Qué más? Tirano de la conciencia. ¿Qué más? Nube de la inteligencia. ¿Qué más? Un demonio familiar... Para un tal loco toda apariencia es sospechosa, cada movimiento de la mujer es fingido. Cada saludo le parece una mortificación; cada paso un golpe; cada sonrisa un desafío; cada mirada una provocación. De buen grado querría hablar, y no puede; querría sonreír, y no debe; querría cumplimentar, y no se atreve; desearía agradecer, y no tiene confianza. 

Los celos se albergan también, como es natural, en las esposas. Tampoco faltan entre personas solteras. 

3. La envidia produce malos frutos.

En primer lugar hacia la persona envidiosa, egoísta y mezquina. Se nota esto particularmente en el campo, entre labriegos y extraños, sobre todo, cuando se introducen mejoras de utilidad general. El pueblo, con su experiencia de vida, se mofa de ese egoísmo, como lo prueba esta antigua leyenda: Una mujer de Suabia poseía dos horcas: una interior, para los ciudadanos, y otra exterior, para los criminales extranjeros. Cuando predominaron éstos, el tribunal se vio forzado a pedir al Prefecto licencia para utilizar la horca de los ciudadanos. La petición fue unánimemente denegada: “La horca no pertenece a cualquier vagabundo”, contestaron. (Weigert, A lo largo de la aldea).

La envidia conduce además a innumerables pecados. 

a) Particularmente causa los pecados contra el 5° mandamiento: la falta de caridad, el odio contra el prójimo, la opresión y la persecución del mismo. Induce a la cólera, a la riña, a la disputa, y hasta al homicidio. Lo vemos en Caín. Comenzó por tener envidia a su hermano, Y de esa envidia no reprimida provino el rencor y la cólera contra Abel. Como Caín no dominó esa cólera, antes bien la alimentó en lo íntimo de su corazón, se transformó en odio implacable, y despertó en Caín el horrible deseo de liberarse de su noble hermano, que era el predilecto de Dios. Ese deseo, no contrariado, lo arrastró finalmente al acto horrible del fratricidio. A la envidia, por lo tanto, se debe el primer homicidio que se cometió en la tierra. La envidia y la malevolencia impulsaron también a los escribas y fariseos a quitar la vida a Jesucristo. La envidia y el mal querer los hicieron tan groseros e impíos, que, lejos de compadecerse del Salvador moribundo, todavía lo escarnecían. 

b) La envidia es causa también de muchos pecados contra el séptimo mandamiento: injusticias en los negocios y en el comercio. Como el envidioso no puede ver que prosperen los negocios del prójimo, recurre a todos los medios para perjudicarle. Sabido es que en los círculos socialistas y comunistas, se alimenta a propósito la envidia y concupiscencia, para organizar ataques contra la propiedad y contra todo el orden social. 

c) El envidioso llega también a cometer pecados contra el octavo mandamiento. Por envidia se levantan calumnias contra el prójimo, y se hacen juicios falsos y temerarios. Por envidia se practican la maledicencia, la calumnia y la intriga. La envidia transforma el espíritu humano en verdaderamente satánico. Léese también en el libro de la Sabiduría: “Por la envidia del diablo entró la muerte al mundo. Imitan al diablo los que son de su bando” (2, 24,25).

4. Examen de conciencia

En el examen de conciencia sobre la envidia debemos especialmente reflexionar sobre dos puntos: 

1) ¿Envidié el bien y la felicidad de los demás? 

2) ¿Me alegré de algún mal que le sucedió? ¿Les deseé algún mal?

Debemos hacer examen bien profundo de conciencia sobre estos puntos, a fin de que la raíz venenosa de la envidia no pueda crecer en nosotros. Sobre todo, carísimos, tomad muy en serio el examen de conciencia para hacer una buena confesión pascual. ¡Preparaos bien! Quién raras veces o solo una vez al año se confiesa, debe hacer todavía con mayor cuidado la preparación. Aquel que dice: “¡No tengo nada que confesar!”, es porque no hace como se debe el examen de conciencia. Siempre se almacena mucho polvo y suciedad durante un año. ¡Qué triste sería no hacer una buena y válida confesión, siquiera por Pascua! Hay, no obstante, quienes se limitan solo a las exterioridades, y van a confesarse sin contrición, sin propósito serio de enmendarse y de evitar las ocasiones de pecado; hay otros que llegan al confesionario para decir de prisa alguna bagatela, sin precisar, sin indicar el número de pecados, ni sus circunstancias; y, tras una breve acción de gracias, continúan luego arrastrando consigo su antigua miseria. ¡Qué cosa tan triste! No es así como debéis confesaros, sino con dignidad y seriedad, con contrición y buen propósito, con fe, esperanza y caridad. 

Dios misericordioso quiere, por puro amor, perdonar nuestros pecados. Debéis, por lo tanto, corresponderle con gran amor para con Él y para con el prójimo. El que no ama a Dios y al prójimo, no es en realidad cristiano. No os anime la envidia y la malevolencia, ni la maldad y el odio, sino el amor y la bondad, la concordia y la paz. 

Queréis y debéis recibir el Sacramento del Amor, la santa Comunión. Orad, pues, con la iglesia: “¡Oh Dios, infundidnos el espíritu de vuestro amor para que aquellos que saciasteis con los Sacramentos de Pascua, por vuestra clemencia se hagan un solo corazón y un solo espíritu!”.

H. S.



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