miércoles, 1 de mayo de 2024

CASTIGOS Y REMEDIOS DE LA IMPUREZA (III)

¿Quién podrá decir los horribles castigos preparados para los impúdicos en la otra vida? ¡Por un placer de un momento, una eternidad de penas!

Por Mons. Martin Dávila Gandara


CASTIGOS

De tal manera detesta Dios la impureza, que muchas veces, aun en este mundo, la castigó de un modo terrible. La impureza fue causa del Diluvio (Gén. VI, 12); de fuego contra Sodoma y Gomorra. ¿Por qué Dios hizo llover “una lluvia de azufre y fuego”? (Gén. XIX, 24). Responde el Papa Inocencio III: “Una lluvia de azufre sobre los hechos de lujuria, y una lluvia de fuego sobre los ardores libidinosos”.

Y añade, como dice el libro de Sabiduría XI, 17: “Porque a los pecadores les diste de beber sangre humana, en vez de las aguas del perenne río”. ¿Qué causó el aniquilamiento casi completo de la tribu de Benjamín? (Jueces XIX y XX). Un pecado de impureza. ¿Qué causó las desgracias de David? (II Rey. XII, 10, 11). Su adulterio.

Pero, ¿quién podrá decir los horribles castigos preparados para los impúdicos en la otra vida? El infierno, con sus espantosos y eternos tormentos. ¡Por un placer de un momento, una eternidad de penas!

Ha dicho Tertuliano: “Es fácil caer en el pecado impuro; pero ¡cuán difícil es levantarse!”, “¡Cuán raros son—dice San Juan Crisóstomo—los impúdicos verdaderamente convertidos!” ¡Cuántos se confiesan por Pascua, y pocos días después recaen en los mismos pecados de impureza!

Veamos a aquel pecador moribundo; que con lágrimas en los ojos pide sacramentos; pero luego recobra la salud, ¡y vuelve a su vómito, a su ídolo de carne! Ya que “la inmundicia es la madre de la impenitencia”, exclama San Cipriano. ¡Oh!, ¿quién, pues, se librará del infierno? ¿Quién triunfará del pecado abominable?. “Muchas luchas o esfuerzos, y pocas victorias”, dice San Agustín.

Veamos lo que han hecho algunos santos para triunfar sobre el demonio impuro: San Benito, para vencer una tentación, se revolcó en las espinas; San Francisco de Asís, en la nieve; San Bernardo se echó a un estanque helado; San Martiniano se precipitó en el mar antes que permanecer con una joven que la tempestad acababa de arrojar en su isla desierta.

Santa Eusebia y sus compañeras, en el momento en que una tropa de infieles invadía su monasterio, se mutilaron el rostro y se desfiguraron, para excitar en ellos horror en vez pasión brutal. El emperador Balduino, prisionero de los búlgaros, fue tentado por la esposa del rey de ellos, y, antes que consentir, se dejó torturar y matar, muriendo mártir de la castidad.


REMEDIOS

Con la gracia de Dios y la ayuda de generosos esfuerzos se consigue lanzar al demonio de la impureza o evitarlo.

He aquí algunos medios o remedios:

Huir de la ociosidad, que es la madre de todos los vicios: “He aquí cuál fue el crimen de Sodoma: la soberbia y la hartura de pan, y el reposo ocioso” (Ezeq. XVI, 49). “Pues la ociosidad es maestra de muchos vicios” (Ecli. XXXIII, 29). Por un demonio que tiente al laborioso, hay mil que tientan al hombre ocioso.

Huir del vino y de la comodidad: “Y no os embriaguéis con vino, en el cual hay lujuria” (Efes. V, 18). “No mires al vino como rojea. Porque al fin muerde como una serpiente y pica cual basilisco” (Prov. XXIII, 31-32). Es sabido que no es grande la distancia que hay de la embriaguez o de la gula al vicio que combatimos que es la impureza.

Huir de las ocasiones de pecado. Hay que procurar romper las ataduras peligrosas, las amistades sensibles y carnales. Jamás uno solo con una sola. El agua es pura y buena, y nada tan seco como la tierra; si se mezclan, resultará lodo o cieno. Hay que tener también una extrema discreción y reserva respecto a las visitas, y a los convites, ya que, estos son los indicios de la muerte de la virginidad, dice San Jerónimo.

Huir de la mala y peligrosa programación en los teatros, cines, TV, Internet, y de mal uso de las redes sociales y huir también de las malas compañías y de las malas lecturas, ya que dice el libro Eclesiástico, III, 27: “Quien ama el peligro, perecerá en él”. Si se quiere evitar un incendio, acaso ¿No se cuida de acercar al fuego materias inflamables?

Gran vigilancia sobre los sentidos, especialmente sobre la vista y las manos. Son servidores sumamente útiles, pero según la dirección que se les dé, sirven lo mismo para el bien que para el mal, y se suplen mutuamente. Algunas veces, a donde no llegan las manos llegan los ojos, pero hay que tener cuidado no sea que sea para nuestro propio daño.

Por el descuido de la vista fue seducido David, dice San Agustín; con la mujer, está cerca la libido. Hay que procurar evitar, cuanto se pueda toda mirada y todo tocamiento peligrosos: “Había ya hecho pacto con mis ojos -dice Job- de no mirar a doncella alguna” (Job XXXI, 1).

Oración ferviente y continua, decía Salomón: “Llegué a entender que no podría ser continente (casto), si Dios no me lo otorgaba. Acudí al Señor, a quien se lo pedí con fervor” (Sap., VIII, 21). Es necesario, recibir los sacramentos con piedad y frecuencia: ya que son los canales de la gracia y de la vida cristiana.

Y, sobre todo, tengamos una gran devoción a San José, castísimo esposo y a María Santísima: que es garantía de vida y pureza.

Por consiguiente, tenemos que velar sobre nosotros; detestar y huir de los menores pecados de impureza. Si nuestra conciencia nos reprocha por desgracia alguna caída y, más todavía, una triste pasión nos domina, hay que llorar nuestros pecados y convertirnos verdaderamente, hagamos penitencia y esforcémonos cuanto nos sea posible.

Si así lo hacemos Dios nos ayudará, nos perdonará, nos fortalecerá, y nos levantará de la caída, ya que es grande y mucha la benignidad del Señor.

Y si somos aquellos, de los que han sido afortunados en conservar la inocencia, hay que dar gracias al Señor y velar por esta hermosa azucena, para que nada la marchite, sino que se pueda devolver inmaculada a Dios en el día de la muerte. Así como nos dice el Cantar VI, I: “Bajo al jardín a juntar azucenas”. Y S. Mateo V, 8: “Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios”.

Por último. Quiera el buen Dios, que podamos exclamar y nos suceda como dice el Sabio: “¡Oh qué hermosa es la generación de las almas castas en el esplendor de su pureza! Su memoria es inmortal ante Dios y ante los hombres. Y por haber vencido en el combate de los que no se manchan, triunfa coronada para siempre” (Sap., IV, 1-2).


Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.




1 comentario:

  1. Gracias Mons. Martin Davila Gandara por traernos Este importantisimo tema.
    Gracias, con Todo respeto, Jose g Rodriguez.

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