VIII
AYUNO
Una de las prácticas más características de la Cuaresma, tiempo por excelencia de mortificación, es el ayuno. De él trataremos en la presente plática, exponiendo sus ventajas, mostrando la forma en que la Iglesia lo prescribe y afirmando que todos podemos y debemos practicarlo de alguna manera.
1. Ventajas del ayuno. Fácilmente nos dejamos llevar por la gula, y concedemos a nuestro cuerpo mucho más de lo que es necesario para sustentarlo. De ahí se originan infinidad de dolencias e indisposiciones. Lo primero que ordenan los médicos cuando observan cualquier irregularidad en el funcionamiento del organismo, suele ser generalmente la dieta o el ayuno. Recomiendan también el ayuno como el mejor remedio para preservarnos de las enfermedades, porque éstas provienen en gran parte del exceso en los placeres de la mesa, sea en la cantidad, sea en la calidad de los alimentos.
Consideremos, ante todo, las ventajas que del ayuno se derivan para el alma. Nos dice San Pablo que “la carne tiene deseos contrarios a los del espíritu, y el espíritu los tiene contrarios a los de la carne, como que son cosas entre sí opuestas” (Gal. 5: 17). De donde se sigue que, cuanto más procuramos contentar al cuerpo, tanto menos espíritu del Señor hay en nosotros; y al contrario, cuanto más mortificamos el cuerpo, tanto más espíritu de Dios hay en nuestra alma. Ahora bien, la manera más fácil de mortificar nuestro cuerpo es refrenando la gula. Por consiguiente, si nos abstenemos por algún tiempo del alimento material, en compensación de la superabundancia con la que solemos servir a nuestro cuerpo, nos enriquecemos por el mismo hecho del espíritu del Señor. Por medio del ayuno se reprimen las pasiones, el espíritu se eleva con más facilidad a Dios, el corazón se torna contrito y humillado; en una palabra: nos hacemos más semejantes a los ángeles del cielo. Con la práctica del ayuno nos fortificamos también contra los asaltos del demonio. “Para que aprendamos cuán grande bien es el ayuno y qué arma tan poderosa contra el demonio, quiso ayunar Jesucristo, no porque para Él fuese necesario, sino para darnos ejemplo” (San Juan Crisóstomo).
2. El ayuno está prescrito por la Iglesia. Todos debemos esforzarnos para que en nosotros triunfe el Espíritu del Señor sobre la materia. Pues bien: el ayuno es cosa utilísima para conseguirlo. Por eso, todos estamos obligados a ayunar, en la medida necesaria para el bien de nuestra alma. Determinar el modo y el tiempo del ayuno, según la utilidad y conveniencia del pueblo cristiano, es de exclusiva competencia de la Iglesia.
En esta como en todas las demás prescripciones, la Iglesia se nos muestra como madre benigna y sabia, al mismo tiempo. Establece el ayuno para el tiempo en que los hombres deben sentir mayor necesidad de purificarse del pecado y elevar la mente a Dios: La Cuaresma como preparación para la Pascua, el Adviento como preparación para Navidad, y las vigilias de las fiestas principales del año eclesiástico.
En cuanto al modo de ayunar, la Iglesia se contenta con una prescripción que se adapta perfectamente a la salud del cuerpo y del alma, suponiendo naturalmente la buena voluntad del individuo, y la posibilidad física de cumplir la ley del ayuno.
En conformidad con esta prescripción, se permite en los días de ayuno una sola comida abundante y otra más escasa. Si observáramos esta regla todos los días, además de la represión constante de las tentaciones de gula, obtendríamos más salud espiritual y corporal. No exige tanto la Iglesia, pero quiere que, al menos, en los tiempos y días por ella señalados, nos sujetemos a la ley del ayuno, exceptuando sin embargo, a los niños, a los viejos, a los pobres, a los trabajadores, y, en general, a todos aquellos que no pueden ayunar sin exponerse a graves inconvenientes.
3. Todos pueden y deben ayunar de alguna manera. Si no todos pueden cumplir con todo rigor la ley eclesiástica del ayuno, todos pueden y deben de algún modo obedecer a la ley natural que les obliga a la moderación, a la sobriedad y a la templanza. Todos pueden y deben guardar el ayuno del alma, hasta aquellos que por motivos graves no pueden observar el ayuno corporal. “El mérito del ayuno no consiste solo en la abstención del alimento; poco sirve privar al cuerpo de manjares, Si no apartamos al alma del pecado” (San León). Dice el Señor por Isaías: “¿Acaso el ayuno que yo estimo no es más bien el que tú deshagas los injustos contratos, que partas tu pan con el hambriento, y que a los pobres y a los que no tienen hogar los acojas en tu casa, y vistas al que veas desnudo y no desprecies tu propia carne (o a tu prójimo)?” (58, 6-7). Todos pueden y deben ayunar espiritualmente; pero todos deben también imponer al cuerpo algún ayuno. “Si la gula fuese tu único pecado, mortifíquese ésta y es bastante. Pero si pecasen los otros miembros y sentidos ¿por qué razón no han de hacer también penitencia? Ayunen los ojos, absteniéndose de miradas curiosas y peligrosas; ayunen los oídos, privándose de oír conversaciones fútiles y bajas; ayune la lengua, reprimiendo las murmuraciones; ayunen las manos, huyendo de la ociosidad” (San Bernardo).
Continúa...
Tomado del libro “Salió el sembrador” del padre Juan B. Lehmann de la Congregación del Verbo Divino, edición 1944.
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