Desde la seriedad pastoral que supera las modas, puede recuperarse y afianzarse la infancia espiritual, el modo auténtico de ser cristiano, que es arruinado por el progresismo.
Por Monseñor Héctor Aguer
En la historia de la espiritualidad se registra un modo de relación con Dios que se conoce como infancia espiritual. La expresión moderna de esa espiritualidad se encuentra en los escritos de Santa Teresa del Niño Jesús. Indagando en la edad patrística, y en el medioevo, pueden hallarse rastros de esa consideración, que presenta al cristiano como un niño en su dimensión espiritual, en su relación con el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo, sobre todo en el ámbito de la Teología Trinitaria. Aún hoy ese aspecto de la cuestión puede formularse así: somos hijos de Dios Padre participando en la filiación divina de Jesús, que se hace posible en la imitación de Cristo, animada por el Espíritu Santo. Pero no es éste el objeto de la presente nota. Me propongo confrontar el auténtico sentido de la infancia espiritual con el infantilismo que despunta en algunas actitudes pastorales, cuya “pastoralidad” es bien discutible.
En general, habría que decir que las propuestas de pastoral de la infancia posconciliares son infecundas e inútiles, si se las compara con la tradición común expresada unívocamente en los sectores más diversos de la sociedad. Aquella tradición pastoral estaba constituida por la predicación, la catequesis, las reuniones masivas, y los campamentos. Se intentaba, con suerte diversa, lograr que los niños perseveraran después de la Primera Comunión. La Acción Católica contaba con una Sección que dirigían las señoras de Acción Católica –la AMAC; la M significa Mujeres-. De este trabajo procedían algunas vocaciones sacerdotales. Junto a la predicación, que revestía un carácter adaptado y popular, se encontraba el trabajo en el Confesonario. Aquel intento de perseverancia tenía un éxito que se prolongaba algunos años, hasta la adolescencia. Era una orientación pastoral bien ubicada, que implicaba una reflexión sensata sobre la naturaleza de la etapa que se encaraba. Esta pastoral no cedía a una especie de infantilismo imitativo.
Actualmente reina la confusión. Cito un ejemplo increíble, un hecho que solo fue posible por la devastación de la liturgia, y la pérdida del sentido del Misterio. Un sacerdote del clero diocesano, de una ciudad de la provincia de Córdoba, celebró la Misa vestido de payaso. Así pensaba hacer “divertido” a los niños el Misterio del Sacrificio eucarístico. En realidad, tomaba a los niños como imbéciles.
La actitud pastoral de algunos episcopados puede ser catalogada como infantilismo. Es curioso que esta actitud desconozca la infancia espiritual como un valor de la espiritualidad cristiana, que puede gozar hoy de plena actualidad. Entonces podemos hablar de orientación infantilista en cuanto se toma a los fieles como inhábiles para ver y asumir las cosas como son. Esa especie de infantilismo pastoral es como la punta de un iceberg: el episcopado que desarrolla infantilmente su actitud pastoral, piensa así porque es así. Está totalmente incapacitado para reconocer la verdad de la situación que vive la Iglesia. Este es el lugar para afirmar que el progresismo suele incurrir en planteos infantiloides. Esta observación no significa que el progresismo sea inocente; su infantilismo es culpable.
La alternativa es la seriedad para hallar los medios adecuados y la coherencia en su desarrollo y aplicación. El fin es el Bien Común pastoral, el cual implica un juicio histórico correcto. Vale decir que es preciso precaverse del desprecio a la Tradición, que es el vicio capital del progresismo. El desprecio de la Tradición puede deberse a la ignorancia, aunque lo más frecuente es la ideología; ésta sigue a las modas, y el Cuerpo episcopal se contagia de la situación secular, y arrastra a la Iglesia, al Cuerpo de los fieles.
La cuestión es, entonces, seriedad o infantilismo, y la seriedad es simplemente adultez para percibir el Bien Común pastoral como el fin de toda la actividad. Cuando falla la percepción de ese fin, toda la actividad se desbarata y resulta fácil incurrir en infantilismos. En este contexto es lógico que se desconozca la auténtica infancia espiritual como el modo de ser cristiano. Así los fieles quedan a merced de las ideologías. Siempre suele haber una ideología dominante, impuesta universalmente como moda.
Digamos, para concluir, que desde la seriedad pastoral que supera las modas, puede recuperarse y afianzarse la infancia espiritual, el modo auténtico de ser cristiano, que es arruinado por el progresismo.
+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata.
Buenos Aires, martes 17 de octubre de 2023.
San Ignacio de Antioquía, obispo y mártir.
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