Por Tomasso Escandroglio
El 1 de agosto comenzó en Lisboa la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Al día siguiente, entre las diversas iniciativas, se encontraba la primera Rise Up, es decir, tal como lo presentaron los organizadores, “una nueva forma de catequesis”, tan nueva que no se parece en nada a la catequesis. El día 3, hablaron de “Ecología Integral: el cuidado del otro y de toda la creación” (los otros dos Encuentros de 'Rise Up' -nombre que recuerda a una gaseosa azucarada- versaron sobre la “Amistad Social” y la “Misericordia”) .
El sitio web oficial de la JMJ presenta la catequesis a través de un video en el que un joven nos instruye de la siguiente manera: “El tema que tenemos hoy para ustedes es la ecología integral. Este tema parte de ser conscientes de aquello que tenemos en nuestro mundo común y de aquello que queremos dejar para nuestras futuras generaciones. Cuidar de la casa común implica reflexionar sobre las dimensiones humanas y sociales, es decir, la ecología integral es inseparable de la noción del bien común [...] En Laudato si', el papa Francisco nos presenta a San Francisco de Asís como el principal ejemplo de quien vive en maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. Algo a lo que nosotros también deberíamos aspirar [...] Una ecología integral exige que se le dedique algún tiempo para recuperar la armonía serena con la creación. Reflexionar sobre nuestro estilo de vida y nuestras ideas. Contemplar al Creador. Porque todo está conectado. La existencia humana representa los tres pilares fundamentales: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra [...] Apresúrate a cuidar de nuestra casa común”.
En los meses anteriores, jóvenes de todas las diócesis del mundo habían sido invitados a prepararse para discutir este tema a través de una serie de encuentros. En el manual explicativo para la organización de estos encuentros, se explicó que, en relación con el tema ecológico, “este encuentro preparatorio pretende brindar a los jóvenes un tiempo para escucharse entre sí sobre las diversas dimensiones de la ecología integral”. Seguidamente se indicaron estas dimensiones: “contaminación y cambio climático; la cuestión del agua; pérdida de biodiversidad; deterioro de la calidad de vida humana y degradación social; iniquidad planetaria”.
Fieles al mandato de Monseñor Américo Aguiar, encargado de la JMJ de Lisboa, quien ordenó que no se hiciera mención a la evangelización durante la JMJ, aquí los jóvenes hablarán, escucharán y discutirán sobre el “calentamiento global”, el “derretimiento de los glaciares” y los “acondicionadores de aire”. A la desertificación de la fe la han sustituido por la desertificación climático-ambiental; a la contaminación de las almas la han sustituido por la contaminación de ríos, lagos y mares; a la integridad moral la han sustituido por la ecología integral; a la salvación eterna la han sustituido por la “lucha contra el calentamiento global”; a la conversión a Dios la han sustituido por la “conversión ecológica”; a los sacramentos los han sustituido por el reciclado y los coches eléctricos; a la diversidad de carismas, la han sustituido por la biodiversidad; al examen de conciencia lo han sustituido por la autoacusación del “calentamiento global antropogénico”; a las procesiones las han sustituido por marchas ecologistas; a los viernes de abstinencia, los han sustituido por los “viernes por el futuro”; al timor Dei lo han sustituido por la “ecoansiedad”; a la Virgen la han sustituido por Greta Thunberg. Al culto a Dios, lo han sustituido por el culto a la diosa Tierra.
La “Juventud Ambientalista”, vestidos de verde, están por lo tanto, dispuestos a ser “convertidos”, o más bien pervertidos. Porque el ambientalismo tiene tanto que ver con el catolicismo como Al-Qāʿida tiene que ver con la paz mundial. En cambio, la relación correcta entre el creyente y la creación depende de los siguientes aspectos.
Primero: Todo ente natural es en sí mismo bueno porque encuentra su causa primera en Dios. En él, por lo tanto, resplandece cierta perfección del Creador, aunque también la naturaleza haya sufrido las reverberaciones negativas del pecado original (“¡maldita sea la tierra por tu culpa!”: en Génesis 3:17 está la explicación última de inundaciones, tsunamis, incendios, terremotos, tifones, etc.).
Segundo: La bondad de la creación que se nos revela en su belleza e íntima racionalidad provoca o debe provocar un himno de alabanza a Dios. Esto es lo que hizo San Francisco.
Tercero: La creación puede y debe ser utilizada por el hombre para el bien del hombre, es decir, para su santificación, y no debe ser maltratada no porque la mariquita o el glaciar tengan derechos (no pueden tener derechos porque no son personas), sino porque el valor intrínseco de los bienes creados -que son armónicamente desiguales- y el respeto a la dignidad personal implican una conducta acorde con estos dos aspectos. Es decir, si torturo a un gato, no me estoy comportando de forma adecuada al valor del cuadrúpedo y, sobre todo, a mi dignidad personal.
En cambio, el ecologismo, incluso en su salsa católica, asigna “dignidad personal” a los animales, las plantas y las cosas; y así una cuestión objetivamente marginal se convierte necesariamente en central, también para llenar un evidente vacío de contenido en la pastoral de la Iglesia, puesto que el proprium doctrinal católico ha sido prácticamente borrado. Al asignar así a las criaturas no humanas un valor que no tienen, el ecologismo trastoca el orden jerárquico que ve al hombre como superior en dignidad a las demás criaturas corpóreas, empujándolo hacia abajo y acusándolo de explotar el planeta. Una dinámica descaradamente satánica, ya que el diablo sólo puede crear desorden, es decir, invertir en espejo el valor intrínseco de los bienes. El becerro de oro ha pasado por Lisboa.
Daily Compass
En cambio, el ecologismo, incluso en su salsa católica, asigna “dignidad personal” a los animales, las plantas y las cosas; y así una cuestión objetivamente marginal se convierte necesariamente en central, también para llenar un evidente vacío de contenido en la pastoral de la Iglesia, puesto que el proprium doctrinal católico ha sido prácticamente borrado. Al asignar así a las criaturas no humanas un valor que no tienen, el ecologismo trastoca el orden jerárquico que ve al hombre como superior en dignidad a las demás criaturas corpóreas, empujándolo hacia abajo y acusándolo de explotar el planeta. Una dinámica descaradamente satánica, ya que el diablo sólo puede crear desorden, es decir, invertir en espejo el valor intrínseco de los bienes. El becerro de oro ha pasado por Lisboa.
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