Por Don Alfredo Maria Morselli
La ocasión de este escrito me la da el reciente nombramiento de Su Excelencia el Arzobispo Víctor Manuel Fernández como Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Es bien sabido cómo contribuyó a la redacción de la discutida exhortación apostólica Amoris laetitia (1), su nombramiento ha causado consternación en muchos círculos católicos (basta con hacer una búsqueda en la web para encontrar artículos que no solo cuestionan las afirmaciones del nuevo prefecto en el campo de la teología moral, sino también su presunto encubrimiento de sacerdotes implicados escándalos de relaciones sexuales) (2).
Recibí de un amigo, también consternado, una invitación para escuchar una homilía del prelado, pronunciada durante la santa misa que celebró en la Catedral de La Plata, el 5 de marzo de 2023 (3). Y efectivamente pude ver cómo dicha homilía contiene declaraciones demoledoras de la moral natural y católica a partir del minuto 24:43:
Si no aprendemos a mirar al otro de otra manera no cambia nada. Si no aprendo a mirar su belleza más allá de su aspecto, de sus capacidades, de su orientación sexual, de lo que sea. Si no aprendo a mirar más allá de todo, no lo puedo terminar amando como venga, así como es, me guste o no. Así, vale más que nada en esta tierra, cada hermano y cada hermana, vale más que cualquier cosa en esta tierra. Ustedes saben que durante muchos siglos la iglesia fue en otra dirección, sin darse cuenta fue desarrollando toda una filosofía y una moral llena de clasificaciones para clasificar a la gente, para ponerles rótulos, este es así, este es asá... Este puede comulgar, este no puede comulgar, a éste se lo puede perdonar, a éste no… Es terrible que nos haya pasado eso en la Iglesia … ¡Gracias a Dios el papa Francisco nos ayuda a liberarnos de esos esquemas!Estas observaciones se basan en una cierta dialéctica, que ha vuelto a ser objeto de un amplio debate, especialmente desde Amoris laetitia y otras intervenciones del papa Francisco, en las que se contrasta, por un lado, una “evaluación moral caso por caso” con, por otro lado, la “casuística”, despreciada como un conjunto de respuestas preempaquetadas para todos los casos.
Aunque podamos encontrar exageraciones en las viejas colecciones de casos de conciencia -en las que, por cierto, se han esforzado grandes moralistas (por ejemplo, tratando de determinar la hora de la misa dirigiendo si se ha cumplido o no el precepto, la distancia del confesor de modo que un sacerdote que va a celebrar no está en estado de gracia queda exento de la obligación de confesarse antes de la misa, etc.)-, la controversia descansa en realidad sobre un problema mucho más serio: ¿pueden remontarse las acciones humanas a tipos y especies morales?
El problema es grave, porque esta reconducción es una conditio sine qua non para sustentar la existencia de absolutos morales (4), es decir, de acciones que, si se realizan con conocimiento previo y consentimiento deliberado, son siempre pecaminosas. Por eso, me parece útil analizar el alcance de las declaraciones del obispo Fernández.
Una consigna eclesial muy popular sobre todo después de Amoris laetitia, pero exhumando viejos errores previamente condenados por el Magisterio, suena así: “Hoy ya no podemos hablar de actos que son intrínsecamente malos, sino que debemos evaluar cada acción siempre y sólo sobre un caso por caso” (5).
La segunda parte de la afirmación anterior puede parecer intachable, y lo es, siempre que no se la considere contradictoria con la afirmación de los absolutos morales. Un buen confesor, fiel al Catecismo de la Iglesia Católica, no responde ni evalúa al penitente según un férreo esquema lógico “si…entonces”, precisamente porque cada hombre y cada situación es algo irrepetible y único; necesariamente hace una evaluación caso por caso. Pero esto no impide que haya acciones que siempre son pecaminosas, independientemente de las circunstancias (suponiendo que estas acciones se realicen en libertad, es decir, con conocimiento y consentimiento).
Si de alguna manera no se pudieran clasificar los tipos de pecado, es decir, si los actos humanos no pudieran considerarse de una especie moral particular, San Pablo no podría haber escrito: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os engañéis: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los rapaces heredarán el reino de Dios” (6).
¿Cómo conciliar entonces, el principio del “caso por caso” con la moralidad objetal y la reafirmación de que hay actos que son siempre pecaminosos? ¿Cuáles son las consecuencias de esta eventual “reconciliación”?
Para tratar de responder a estas preguntas, articularé este artículo de la siguiente manera: primero veremos las similitudes entre un acto humano y la entidad material. Luego veremos cómo la moralidad del acto humano depende radical y esencialmente de la verdad del sujeto que actúa, y sólo accidentalmente de la situación en que un sujeto se encuentra actuando. Finalmente, intentaremos sacar conclusiones, respondiendo así a nuestras preguntas iniciales.
1. Analogías que existen entre un acto humano y la entidad material creada
1.1 La esencia de la entidad
Cuando decimos hoy “el perro y el caballo son los amigos más fieles del hombre” y cuando Plinio el Viejo, hace dos mil años, dijo lo mismo (7), ¿estamos hablando de los mismos animales o de realidades diferentes? Y cuando un niño que está aprendiendo a hablar dice “perrito”, ¿se refiere a lo mismo que describió el antiguo científico? ¿Por qué, después de casi dos mil años, podemos hablar de la misma realidad con el mismo término?
La razón es que el perro tiene una esencia, una naturaleza, que no existe en sí misma, sino que todos los perros individuales participan en ella. Estas esencias, que Platón colocó en el cielo de las formas, están virtualmente presentes en Dios antes de que la entidad creada participe en ellas, de manera análoga a la forma en que una casa preexiste en la mente de un arquitecto, en comparación con la misma casa cuando él completa el trabajo. Dios, que hizo todo “con medida, número y peso”, tiene en Sí mismo el orden y la medida de todas las esencias (8). Y es de acuerdo con esta medida que Dios distribuye el ser en el “acto” (actualidad) creador y sustentador de las entidades. Las cosas son verdad porque son adecuadas.—incluso antes de que existan— al intelecto divino (es decir, reflejan y se asemejan a la idea divina de ellos).
El conocimiento humano es, pues, una participación de estas verdades eternas. El hombre, mientras percibe sólo objetos individuales por medio de los sentidos, capta la esencia de las cosas por abstracción, es decir, separando el objeto percibido de todo lo que es contingente y puede ser o no ser, es decir, separando la entidad creada de materia, movimiento y tiempo. Así, continuando con el ejemplo anterior, cuando un hombre percibe un perro en particular, separa en su intelecto el objeto sensible de todo lo accidental —el tamaño del perro, su color, el tiempo en que vive o ha vivido ese perro— y entiende que está viendo un perro. Incluso un niño que llama torpemente al perro con unas pocas sílabas realiza esta abstracción mental y usa la misma palabra balbuceada para referirse a todos los perros con los que tiene ocasión de encontrarse.
1.2 La esencia de un acto
El hombre es capaz de captar también la esencia de un acto humano. La razón es que la perfecta voluntariedad consiste en querer realizar una determinada acción en cuanto está ordenada a un fin. Hay entidades que se mueven en la medida en que son movidas por otras entidades (cosas inanimadas); entidades que se mueven por sí mismas sin poder considerar ni el fin último ni plantear actos ordenados a ese mismo fin (los animales, que, en cierto modo, son más “actuados” por el instinto que agentes propios); y el hombre, que considera en su mente y delibera una determinada acción en vista del fin último, que es la felicidad.
Este razonamiento práctico no puede realizarse en absoluto si el intelecto no capta la esencia de un acto propuesto, si no abstrae de él lo que permite evaluar si ese acto está o no ordenado a ese fin. El objeto del acto es el acto considerado no en su materialidad sino como ordenado al fin último; sobre la base de este ordenamiento, el acto asume el aspecto o naturaleza de bien (9). Esta asunción de la naturaleza del bien es como una nueva forma añadida al acto puramente material, y así lo especifica realmente y lo hace participar de un género.
Ahora bien, como todo acto moralmente valorado tiene una esencia, puede compararse a una sustancia, en cuanto que ésta es el ser que participa de una forma. Y las circunstancias del acto son análogas a los accidentes de una entidad material. Así Santo Tomás explica:
El término “circunstancia” también ha pasado al campo de los actos humanos a partir de las cosas existentes en el espacio. Ahora bien, al hablar de un cuerpo localizado, se llama "entorno" a aquellas cosas que, aunque extrínsecas, sin embargo lo tocan y están localmente cerca de él. Por lo tanto, todas las condiciones que están fuera de la esencia del acto y que, sin embargo, afectan de algún modo al acto humano, se llaman "circunstancias". Pero lo que afecta a una cosa y está fuera de su esencia, es un "accidente" de ella. Por lo tanto, las circunstancias de los actos humanos deben ser consideradas como sus accidentes (10).Entonces, así como la esencia del perro es la misma en todo lugar y en toda época, así, aunque los adulterios individuales existen en el tiempo y en el espacio (se diferencian materialmente), hay una especie de esencia del adulterio: “relaciones sexuales con una persona casada con otra”, una esencia de la que participan todos los adulterios, en todos los tiempos y en todos los lugares.
2. Bondad del acto y verdad del sujeto actuante
En este punto debemos preguntarnos en qué se basa la esencia de un acto, es decir, la dimensión inmutable de aquello que, como acción, pertenece más al ser que al devenir.
Hemos visto que el acto humano es el que se realiza libremente en vista del fin: todo acto humano se realiza en vista de la felicidad, y el fin último mueve la causa eficiente del acto, que es el libre albedrío, pre-movido por Dios y al mismo tiempo sostenido en el ser como no determinado por ninguna entidad finita (por lo tanto, moralmente libre). Pero la acción de una entidad en vista del fin no es en modo alguno indeterminada, ni tiene una potencialidad infinita, sino que siempre está de acuerdo con la forma de la entidad misma; si decimos que la naturaleza es el principio de la operación, toda operación es necesariamente según la naturaleza de la que procede. Por ejemplo, el fuego sólo podrá calentar, porque su naturaleza es ser calor máximo. Y como el hombre actúa libremente en vista del fin , libremente podrá actuar según su naturaleza, que es la de edificar en sí mismo la imagen de Dios libremente y en todos los actos.
Estos conceptos están bien expresados al comienzo de la Prima Secundae de la Summa Theologiae de Santo Tomás :
Lo primero a considerar sobre el tema [la moral] es el fin último de la vida humana, lo segundo serán los medios que permiten al hombre alcanzarlo: porque del fin depende la naturaleza de lo que está ordenado al fin. (Ia-IIae q. 1 pr.)Pero:
Como enseña el Damasceno, se dice que el hombre fue creado a imagen de Dios, en tanto que la imagen representa “un ser dotado de inteligencia, libre albedrío y dominio sobre sus propios actos”. Por lo tanto, después de haber hablado del ejemplar, es decir, de Dios y de lo que se deriva del poder divino conforme a la voluntad divina, resta tratar sobre su imagen, es decir, del hombre, en cuanto éste es principio de sus propias acciones, en virtud del libre albedrío y dominio que tiene sobre sí mismo (ibídem.)A partir de lo dicho, la proposición “El acto me conduce al fin último” equivale a decir: “El acto conviene a mi esencia en cuanto, por medio de tal acto, puedo realizar en mí mismo la imagen de Dios”. Y así podemos decir que el hombre está creado para ser fiel a su cónyuge : esta verdad es esencial y no se puede validar "caso por caso". El hombre está hecho para pensar y decir la verdad y, por lo tanto, nunca se le permite mentir. El hombre está hecho para amar y salvaguardar la vida, y por lo tanto nunca puede matar a un inocente. Y así sucesivamente para todos los absolutos morales.
Conclusión
Recapitulando, todo acto humano tiene una causa eficiente (gracia/promoción física y voluntad humana sustentada en el ser por Dios Creador), una causa material (el acto particular, “ipsa substantia actus absolute”), una causa formal (la forma de la una voluntad de la que procede el acto (11), que hace posible que sea conforme a la naturaleza humana como imagen de Dios), y una causa final (la felicidad).
Lo que fundamenta así la realidad de la esencia moral de un acto es su conformidad con la verdad sobre el hombre y, por lo tanto, su correcta orientación al fin último. Las circunstancias no cambian la sustancia del acto, porque son como los accidentes; a veces una circunstancia parece cambiar el acto, pero, en ese caso, no es propiamente una circunstancia, sino otra especie de acto.
El intento de acabar con cualquier categorización formal de los actos humanos cae dentro de lo que Pascal describió con las palabras “El hombre no es ni ángel ni bestia, y por desgracia, quien quiere actuar como ángel, actúa como bestia” (12). El rechazo de los tipos de actos humanos, es decir, pretender evaluar el acto en su singularidad precisa, conduce inevitablemente a un nominalismo moral, y por lo tanto, a un escepticismo y relativismo radical, donde la evaluación moral depende sustancialmente más de las pasiones (13) que de razón; o en la atribución, a la propia conciencia orgullosamente creadora, de la plena posesión del conocimiento (y determinación arbitraria) del bien y del mal.
Es bien conocido el axioma de la filosofía natural: “De las entidades individuales como tales, no hay conocimiento ni definición” (14) : y así debe ser también de los actos humanos individuales. San Pablo, cuando dice: “No me juzgo ni a mí mismo” (15), nos enseña a evitar la pretensión de evaluar moralmente un acto con la exactitud propia de una demostración matemática; y cuando el mismo Apóstol nos dice que examinemos nuestra conciencia para no ser culpables del Cuerpo y la Sangre del Señor (16), nos invita a captar la esencia de nuestras acciones libres y a compararla con la Ley Divina, con su relación con el fin último, considerando si, habiéndolas realizado, “Cristo se forma” en nosotros por ellas (17).
Esta “santa incertidumbre” sobre uno mismo, acompañada de una certeza moral sobre las clases de actos, es lo que nos permite confiar en Dios acerca de nuestra salvación sin atribuírnosla a nosotros mismos, “para que nadie se gloríe delante de Dios” (1 Cor. 1). :29), “ignorando la justicia de Dios y procurando establecer la suya propia” (Rom. 10:3), pues “en esperanza hemos sido salvos” (Rom. 8:24). Por otro lado, las categorías morales vienen en nuestra ayuda para que la libertad a la que estamos llamados “no se convierta en pretexto para vivir según la carne” (Gal 5,13).
In nomine adulterii
Hay un dicho latino muy conocido que es el resumen extremo de todo nominalismo: “Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus” (La rosa se mantiene fiel a su nombre original, nosotros mantenemos los nombres desnudos) (18). Podemos resumir el nominalismo de la moralidad "caso por caso" extrema en una oración similar: “Stat adulterium pristinum nomine, nomina nuda tenemus” (el adulterio [o la mentira, o el asesinato, etc.] se mantiene fiel a su nombre original; nosotros mantenemos los nombres desnudos). De hecho, esta es la premisa misma de todas las herejías que entierran absolutos morales.
A la oración anterior, comparo con una línea de Romeo y Julieta de William Shakespeare : “¿Qué hay en un nombre? Lo que llamamos rosa, / con cualquier otro nombre olería igual de dulce” (19). Ya sea que le demos a algo el nombre de adulterio o nos neguemos a llamarlo así, siempre olerá a pecado. Y si llamamos “matrimonio” a una unión entre personas del mismo sexo, tal vez incluso bendiciendola en la iglesia, nunca olerá como una rosa, nunca tendrá “la fragancia de Cristo” (2 Corintios 2:15).
Notas finales:
1) Cfr. S. Magister, “'Amoris laetitia' tiene un autor en la sombra. Su nombre es Víctor Manuel Fernández”
2) Por ejemplo cfr. “Campeones del abuso: una vez curas denunciados y protegidos por el Arzobispado de La Plata” (sitio visitado el 7-4-2023).
3) YouTube (5 de marzo de 2023).
4) Así Juan Pablo II afirma: “Se ha llegado, por lo tanto, a negar la existencia, en la revelación divina, de un contenido moral específico y determinado, universalmente válido y permanente: la Palabra de Dios se limitaría a proponer una exhortación, una paréntesis genérica, que entonces sólo la razón autónoma tendría la tarea de llenar con determinaciones normativas verdaderamente 'objetivas', es decir, adaptadas a la situación histórica concreta. Por supuesto, una autonomía así concebida implica también la negación de una competencia doctrinal específica por parte de la Iglesia y su Magisterio sobre determinadas normas morales relativas al llamado “bien humano”: no pertenecerían al contenido propio de la Revelación. y no serían en sí mismos relevantes con respecto a la salvación. Veritatis splendor, 6-8-1993, § 37, bajo énfasis editorial.
5) “Kasper: Divorciados vueltos a casar, el papa ha abierto la puerta”
6) 1 Corintios 6:9-10.
7) Plinio el Viejo, Historia naturalis 142 “Ex his quoque animalibus, quae nobiscum degunt, multa sunt cognitu digna, fidelissimumque ante omnia homini canis atque equus”.
8) “Porque Dios crea con sabiduría, la creación tiene un orden: 'Todo lo dispusiste con medida, cálculo y peso'” (Sab 11,20); Catecismo de la Iglesia Católica , § 299.
9) La ratio boni. “Lo que entonces se relaciona casi materialmente con el objeto de la voluntad es lo que se quiere, pero el carácter del objeto se completa con el carácter del bien” (“Illud autem quod se habet materialiter ad objectum voluntatis, est quaecumque res volita: sed ratio objecti completur ex ratione boni”); Santo Tomás de Aquino, Super Sent., lib. 1 d. 48 p. 1 a. 2 co.
10) Iª-IIae q. 7 a. 1 co. En Santo Tomás encontramos la expresión "ipsa substantia actus absolute", para denotar la pura materialidad del acto, que está como el ser a la forma en una sustancia material: sin la consideración moral no se capta la esencia de un acto (y entonces la fornicación y el acto matrimonial serían idénticos): pero una consideración puramente material no capta la sustancia moral, por lo que un acto puede entonces considerarse como perteneciente a un género; Super Sent, lib. 4 d. 16 q. 3 a. 1 qc. 2 ad 2: “Algunos actos por su género son malos y buenos, y por eso del mismo género del acto se puede suponer la circunstancia del acto moral. Lo que, sin embargo, sobre la base de que el acto se encuentra en ese género aunque es de la sustancia del acto desde el punto de vista moral, sin embargo, está fuera de su sustancia de acuerdo con que la misma sustancia del acto se considera absolutamente: por lo que algunos actos se identifican en la especie natural y difieren en la especie moral: como la fornicación y el acto matrimonial” (“Ad secundum dicendum, quod aliqui actus ex suo genere sunt mali vel boni, et ideo ex ipso genere actus potest sumi circumstantia actus moralis. Hoc autem ex quo actus reperitur in tali genere, quamvis sit de substantia ejus inquantum est ex genere moris, tamen est extra substantiam ipsius secundum quod consideratur ipsa substantia actus absolute; unde aliqui actus sunt idem in specie naturae qui differunt in specie moris; sicut fornicatio et actus matrimonialis”).
11) “Forma voluntatis producentis actum” Super Sent., lib. 1 d. 48 p. 1 a. 2 co. Si el acto es bueno, es informado por la caridad.
12) “L'homme n'est ni ange ni bête, et le malheur veut que qui veut faire l'ange fait la bête” Blaise Pascal, Pensées, (557 ed. Sellier, 678 ed. Lafuma, 358 ed. Brunchvicg, 572 Ed. Le Guern). En efecto, sólo el acto moral de cada ángel en el momento del juicio al que fueron sometidos en el momento de su creación es un acto particular evaluable específicamente caso por caso; pero el hombre no es un ángel.
13) Las pasiones no se abstraen, sino que tienen sólo objetos particulares, reaccionando a su propio estímulo necesaria y exclusivamente caso por caso.
14) “Singularium nec est scientia, neque definitio” Les Auctoritates Aristotelis. Les Auctoritates Aristotelis. Un florilège médiéval. Étude historique et édition critique. Ed. J. Hamesse. Philosophes médiévaux, tomo XVII. Publicaciones universitarias de Lovaina: 1974. p. 130.
15) 1 Corintios 4:3.
16) Cf. 1 Corintios 11:27-28.
17) Cfr. Gálatas 4:19.
18) Variación del verso I, 952 del poema hexámetro De contemptu mundi de Bernardo de Cluny (siglo XII).
19) Acto II, escena 2, vv. 47-48.
Catholic World Report
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