Por el barrendero del Sacro Palacio
Murió Hebe de Bonafini, la activista de izquierda que, financiada con decenas de millones de dólares por el progresismo internacional y criollo, se ocupó de hacer un daño enorme a Argentina. Como era de esperarse, se conoció el saludo que el papa Francisco le mandó por medio de Mons. “Tucho” Fernández, Arzobispo de La Plata, su ordinario diocesano.
La relación entre la histórica presidente de las Madres de Plaza de Mayo y Jorge Mario Bergoglio fue cambiante. Generalmente, distantes y por momentos enfrentados, como cuando las “Madres” ocuparon la catedral de Buenos Aires, se transformó en franca amistad desde la elevación al papado. Circula una frase atribuida a Francisco en esos momentos de gloria: “A Hebe se le perdona todo”. Y los motivos serían porque todo debe perdonársele a una madre cuyos dos hijos fueron desaparecidos en razón de sus activismo terrorista durante los años ’70. Hay que decir que son muchos los que afirman, luego de diligentes investigaciones, que estas dos personas se exiliaron, viven en España y cobraron las millonarias cifras con las que el Estado argentino indemnizó sus muertes.
Sin embargo, no se nota esta misma actitud de compasión por el drama de los desaparecidos por parte del Bergoglio hacia la familia de Emanuela Orlandi, ciudadana vaticana desparecida el 22 de junio de 1983. Desde ese día su familia la busca con desesperación y, hasta la fecha, no se sabe nada de cierto sobre su paradero. Solamente un cúmulo de pistas falsas, encubrimientos y secretos en los que también parece estar de alguna manera implicado el Vaticano. En estos días se ofrece en Netflix una docuserie con el título: Vatican girl, referida a este caso no resuelto.
Todas las líneas de investigación que surgieron en los últimos 39 años sobre el caso Orlandi ofrecen algún tipo de información más o menos fiable, pero todas quedan truncas. Se habló de terrorismo internacional (Lobos grises), crimen organizado (Banda della Magliana), servicios secretos (Stasi, KGB, CIA, SISDE, SISMI) intrigas palaciegas (“maffia vaticana”) y un largo etcétera.
Se tiene la idea de que cada una de estas pistas son partes de un rompecabezas al cual le faltan algunas piezas. Cuando se analizan las que tienen mayores rasgos de veracidad, se nota que falta un ente coordinador a todos esos componentes. Y todo confluye en que ese ente está en alguna parte del poder del Vaticano o relacionado con éste.
En ambientes romanos laicos y curiales desde mitad de los años ’80 hasta el presente se escuchan algunas hipótesis en lo que se refiere a delitos en los que la Santa Sede está de algún modo implicada:
1. El atentado a Juan Pablo II no fue con intención de matarlo sino de advertirlo, para “domesticarlo”. Prueba es que un killer de la categoría de Agca no podía fallar desde esa distancia. Más aún, hubo ese día en la Plaza de San Pedro otros disparos además de los que los que salieron del arma de Agca. El turco jugó el papel de hacerse el loco hasta su liberación. Y hasta hoy no ha dado ninguna declaración coherente que explique su accionar.
2. Emanuela Orlandi fue acosada por un eclesiástico del entorno estrecho de Juan Pablo II. En estos días, esto salió a la luz por el testimonio de una compañera de clases de la joven, pero esa versión circula desde hace décadas en ambientes cercanos a la Curia Romana y al Vicariato de Roma.
3. El comandante de la Guardia Suiza asesinado junto a su esposa, Alois Estermann, fue un agente de la Stasi infiltrado allí y murió no por un crimen pasional, sino por asuntos bien diversos. Sobre esto hay hasta libros escritos.
Siempre se supo que la Secretaría de Estado estaba infiltrada por los servicios secretos guiados detrás de la Cortina de Hierro. Basta preguntarle a cualquier obispo de los países que integraron la Unión Soviética para corroborarlo.
Puede creerse que la tercera parte del Secreto de Fátima fue el atentado al Papa del 13 de mayo de 1981. Pero es evidente que ese relato no cierra por ningún lado. La realidad es evidentemente otra.
Apenas haber sido elegido como Sumo Pontífice, Francisco celebró la Santa Misa en la parroquia Santa Ana, la parroquia del Vaticano. Allí asistieron los familiares de Emauela Orlandi. La señora Maria, madre de Emanuela, aún hoy vive en la Ciudad del Vaticano y Sant'Anna dei Palafrenieri es su parroquia, y era la parroquia de Emanuela. Cuando se acercaron los Orlandi a saludar al papa, éste fue informado por la custodia sobre quiénes eran. Y Francisco dijo a la madre y al hermano de la joven desaparecida: "Emanuela è in cielo".
Sobre esta frase cabe aclarar que probablemente el recién elegido papa la haya dicho para sacarse de encima a la señora Maria, asegurándole de un modo piadoso que su hija está muerta (la hipótesis más probable). Sin embargo, esas palabras pronunciadas por un jefe de estado pueden tener consecuencias legales y de parte de un papa consecuencias teológicas.
Fue esa la única ocasión en que el Santo Padre habló con los Orlandi. Nunca más los quiso recibir ni referirse al tema. Aceptó un encuentro “casual” con la mamá de Emanuela, pero con la condición de que no estuviera presente Pietro Orlandi, el hermano. Jamás explicó cómo sabe que Emanuela está en el cielo y dónde está su cuerpo en la tierra. Y tampoco para darles una palabra de consuelo siendo que es su obispo diocesano y su jefe de estado.
[El autor de este breve informe conoce los rincones y recovecos del Vaticano y, al leerlo, no podemos sino observar la diferencia de la actitud pontificia entre los caso Orlandi y Bonafini. Hebe es madre de dos desaparecidos tan desaparecidos como Emanuela. Pareciera que para Francisco hay algunos desaparecidos más desaparecidos que otros, o bien, que hay desaparecidos que reditúan políticamente y otros que embrollan.
Viene bien recordar aquí la “semántica del discurso bergogliano” de la que nos hablaba hace algunos años Ludovicus, uno de cuyos principios dice: “Despreciarás a tu prójimo y amarás (o mejor, adularás) a tu lejónimo”].
Wanderer
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