¿Qué debe hacer el fiel que no tiene la intención de tomar la Comunión en la mano?
por Aurelio Porfiri
En los últimos dos años hemos tenido la oportunidad de reflexionar sobre la Eucaristía de una forma muy particular, dadas las restricciones puestas para intentar frenar el contagio. En última instancia, esto condujo a una acentuación de la práctica de distribuir la Comunión en la mano, una práctica ya ampliamente promovida durante décadas y también alentada por varios liturgistas y prelados.
Podría recordar cómo el difunto padre Enrico Zoffoli en los últimos años del siglo pasado escribió libros en contra de esta práctica, mostrando que Juan Pablo II no distribuyó la Comunión en la mano durante las celebraciones papales. Sin embargo, no se puede negar que aceptó que este uso se difundiera en la Iglesia, a pesar de sus reticencias personales como recuerda el padre Zoffoli.
Por la debida reverencia hacia la Eucaristía, no es bueno fomentar la práctica de la Comunión en las manos de los fieles, porque esta práctica señala una falta de reverencia hacia la Hostia consagrada. Sólo las manos consagradas deben poder tocar las sagradas especies eucarísticas.
El escritor Corrado Gnerre aborda así las diversas objeciones utilizadas para justificar la práctica de la Comunión en la mano de los fieles: “¿Realmente la Eucaristía se recibía en la mano en los primeros tiempos de la Iglesia? Ciertamente hay varios testimonios que dicen esto. Pero también es cierto que también hay testimonios que atestiguan la costumbre de dar la Comunión directamente en la boca; y que la forma de darla en la mano se debió a legados ligados a los tiempos de las persecuciones. También hay que decir que en la antigüedad estaba muy extendida la distribución de la Comunión utilizando pan fermentado y no pan ázimo, lo que evidentemente no facilitaba la pérdida de fragmentos. Dijimos: hay ciertos testimonios que atestiguan que desde un principio existió también la costumbre de poner las sagradas especies en los labios de los comulgantes y también la prohibición a los laicos de tocar la Eucaristía con las manos. Sólo en caso de necesidad y en tiempos de persecución, nos asegura San Basilio, por ejemplo, se podía apartar de esta norma y por lo tanto también se permitía a los laicos recibir la Comunión con sus propias manos. Sixto I, papa del 115 al 125, prohibió a los laicos tocar los vasos sagrados, por lo que es fundado suponer que les prohibió tocar las Sagradas Especies Eucarísticas. San Eustaquio, papa del 275 al 283, para que no tocaran la Eucaristía con las manos, prohibió a los laicos llevar las especies sagradas a los enfermos. El Concilio de Zaragoza, en el año 380, emitió la excomunión contra aquellos que se habían permitido tratar la Santísima Eucaristía como en un tiempo de persecución, un tiempo en el que, como ya hemos dicho, incluso los laicos podrían verse en la necesidad de tocarla con sus propias manos. San Inocencio I, a partir del 404, impuso el rito de la Comunión sólo en la lengua y en el año 416, en la Carta a Decencio, obispo de Gubbio, que le pedía directrices sobre la liturgia romana que pretendía adoptar, respondió afirmando para todos la obligación de respetar la Tradición de la Iglesia en este sentido de Roma, porque desciende del mismo Pedro, el primer Papa, pues el mismo San Inocencio -como decíamos antes- desde el año 404 había impuesto el rito de la Comunión sólo en la lengua. San Gregorio Magno narra que San Agapito, papa del 535 al 536, durante los pocos meses de su pontificado, cuando fue a Constantinopla, curó a un sordomudo cuando 'puso el Cuerpo del Señor en su boca', por lo que la Eucaristía se le dio directamente a la boca. El Concilio de Rouen, hacia el año 650, prohibió al ministro de la Eucaristía colocar las especies sagradas en la mano del comulgante laico: ningún laico o mujer, sino colocarla sólo en los labios. En la misma línea, el Concilio de Constantinopla III (680-681), bajo los papas Agatón y León II, prohibió a los fieles comulgar con sus propias manos y amenazó con la excomunión a quien tuviera la temeridad de hacerlo. El Sínodo de Córdoba del año 839 condenó a la secta de los Casiani por negarse a recibir la Sagrada Comunión directamente en la boca. En Occidente, el gesto de postrarse y arrodillarse ante la recepción del Cuerpo del Señor se observa en ambientes monásticos ya en el siglo VI (por ejemplo en los monasterios de San Colombano). Más tarde, en los siglos X y XI, este gesto se extendió aún más. Cuando Santo Tomás de Aquino expuso en la Summa (III, 9, 82) las razones que prohibían a los laicos tocar las sagradas especies, no hablaba de un rito de reciente invención, sino de una costumbre litúrgica tan antigua como la Iglesia. Por eso el Concilio de Trento (Decreto sobre la Eucaristía, Sesión III) pudo afirmar que no sólo era una costumbre constante en la Iglesia de Dios que los laicos comulgaran de los sacerdotes, mientras los sacerdotes comulgaban ellos mismos, sino que esta costumbre es de origen apostólico”.
En definitiva, de este repaso histórico se desprende que la disciplina eclesial siempre ha tenido en cuenta la necesidad de no dejar tocar la Hostia con manos no consagradas. Pero hoy lo que debería haber sido una excepción, o más bien recibir la comunión en la mano, se ha convertido en regla, como nos recuerda el escritor Stefano Fontana: “Las Conferencias Episcopales, como hemos visto, pueden pedir un indulto, es decir, la suspensión de la norma de comulgar en la boca, norma que queda confirmada precisamente por la necesidad de un indulto para remediarla. La excepción es la comunión en la mano y no al revés, como tal vez muchos piensen hoy. Y esto, desde el punto de vista canónico, sigue siendo válido aunque todas las Conferencias Episcopales hubieran pedido un indulto. En Italia esto sucedió con la decisión de la CEI de 19 de julio de 1989. De este breve repaso podemos concluir que la norma sigue siendo la Comunión en la lengua y que la Comunión en la mano es una excepción y lo sigue siendo aunque ahora sea la práctica más extendida. También hay que recordar que la concesión del indulto estaba inicialmente prevista sólo para las Conferencias Episcopales que ya habían introducido la comunión en la mano tras la regla establecida por Pablo VI en 1969, pero luego se extendieron las peticiones de indulto y se concedió a todas las Conferencias Episcopales que lo solicitaron. Está claro que hubo un forzamiento de la norma. Finalmente, también debe recordarse que si un obispo quisiera impedir la Comunión en la mano en su diócesis, en términos de derecho canónico podría hacerlo. Con todo esto, la propuesta de volver a la Comunión en la lengua debe considerarse absolutamente plausible”.
Pero ya que hemos llegado a este punto, ¿qué debe hacer el fiel que no tiene la intención de tomar la Comunión en la mano?
Recordemos que existe la práctica de la Comunión espiritual, Comunión que, aunque no tan eficaz como la sacramental, es igualmente posible cuando existe una imposibilidad material o moral (como en nuestro caso) de recibir la Eucaristía.
El padre Angelo Bellon describe las formas en que se puede dar la comunión espiritual: “La comunión espiritual se puede hacer en cualquier lugar, aunque para disfrutar de frutos más abundantes es necesario tener cierto recogimiento y establecer una verdadera comunión de pensamientos y afectos con el Señor. Es cierto que también se puede hacer en un instante y cuantas veces se quiera, pero en todo caso debe ser verdadera Comunión, es decir la fusión de nuestro yo con el suyo, de nuestros pensamientos y nuestros afectos con los suyos. Debe ser un momento santificador y no un acontecimiento mágico. Un excelente método para tomar la Comunión espiritual es unirla a la escucha de la Palabra del Señor, es decir, en la meditación. Pero en la meditación y sobre todo en la contemplación, la comunión espiritual se realiza sin expresar fórmulas particulares. Lo vives sin pensar en colocar el acto”.
También hay oraciones que pueden ser útiles, como esta de San Alfonso María de Liguori:
Creo, Jesús mío,
que estás real y verdaderamente en el Santísimo Sacramento del Altar.
Te amo sobre todas las cosasy deseo vivamente recibirte en mi alma
Pero no pudiendo ahora recibirte sacramentalmente,
ven al menos espiritualmente a mi corazón.Y como si ya te hubiese recibido,te abrazo y me uno del todo a Ti.No permitas que jamás me separe de Ti.
Hay que pensar en los japoneses que durante siglos han transmitido la fe sin tener sacerdotes, o en los que la conservan en un cautiverio que dura años y años. Nunca antes la misericordia de Dios había compensado la gravedad de los acontecimientos.
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