Es muy importante destacar, que si bien es cierto que la secta de la masonería representa por sus acciones un gravísimo peligro espiritual, cuyas consecuencias se vierten en todos los campos de la vida del hombre, no es menos cierto, y sí es más importante precisar que el Triunfo de la Virgen María es algo que no puede ser evitado, pues a la Siempre Virgen María le es otorgado el triunfo sobre la serpiente como se lee en Gén.3, 15 ss.
Es la Virgen María quien aplasta la cabeza del demonio, y el triunfo está dado también en consecuencia a quienes constituyen “el calcañal de la Virgen: su descendencia”.
Esta descendencia de María se inicia con el Hijo de Dios, con Jesucristo, a Él le ha sido dado todo poder, en el Cielo y en la Tierra, a su vez Jesús da este poder para vencer a sus enemigos, les da poder para atar y desatar, lo que aten en la tierra quedará atado en el Cielo y lo que aquí desaten quedará desatado en el Cielo.
Se trata de un poder enorme, de un poder y fuerza espiritual ejercida en Su Nombre ante el cual toda rodilla se dobla, en el Cielo, en la Tierra y en los abismos.
En esta lucha entre el bien y el mal, la triunfadora es la Virgen, quien es Reina y Madre de la Iglesia. En Su Corazón Inmaculado encontramos siempre segura protección, de ahí la importancia de consagrarnos al Corazón Inmaculado de María y al Sagrado Corazón de Jesús.
Es la fuerza del Divino Amor que triunfa siempre sobre las fuerzas del mal. Por el Divino Amor somos preservados; por el Divino Amor somos movidos al arrepentimiento y a la conversión; por el Divino Amor somos salvados; por el Divino Amor Dios Padre envió a Su Hijo Único para mostrarnos ese camino que nos lleva hacia Él.
En el libro del Apocalipsis, Cap. 12, 1ss encontramos nuevamente definida esa batalla entre la Virgen y la serpiente o dragón; es decir, el Apóstol Juan nos recuerda esa batalla espiritual que hemos de enfrentar, pero seguros y confiados en que somos los vencedores, con Ella y con Jesús.
¡Cuántas batallas ha ganado el Señor contra el demonio, su iglesia y el mal!¡De cuántas cosas nos ha librado Jesús por Su Amor Misericordioso! No nos ha dejado a la deriva, su Divino Amor le movía a enviarnos al segundo Defensor, al Paráclito, para que nos acompañe y esté inspirándonos y moviéndonos hasta el fin del mundo. Esa fue Su Promesa, y la cumplió desde el Pentecostés, cuya fuerza y poder llenó de Gracia, Sabiduría, fuerza, valor y de muchos carismas a sus Apóstoles, capacitándolos para cumplir la misión que Cristo depositó en ellos.
Por el Divino Amor, el Espíritu Santo ha venido soplando sobre su Iglesia, formada por Jerarquía, ministros o clérigos y los fieles, y aún sobre los hombres de Buena Voluntad pese a que muchos todavía no conozcan el Evangelio.
Desde entonces el "otro Defensor", es decir, el Espíritu Santo sigue obrando sus maravillas, llena de Gracia a su Iglesia, le inspira para hacer frente a los problemas que desafían la seguridad y armonía de la vida humana, inspira al Vicario de Cristo aquí en la tierra para que conduzca a Su Iglesia y sigue derramando su poder, dones y carismas de muy distintas maneras y dimensiones entre sus hijos los hombres.
Estos poderes están en cada sacerdote desde el momento de su Consagración y es la misma fuerza de Cristo que se cumple y aún más, se extiende sobre cada uno de sus fieles.
Se cumple la Palabra de Dios en Marcos 16,16: 1 “Vayan por todo el, mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará. El que se resista a creer se condenará. Y estas señales acompañarán a los que crean: En mi Nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, con sus manos tomarán serpientes, y si beben algún veneno no les hará ningún daño. Pondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán”.
Confiemos en que la Iglesia sabrá promover una Pastoral para la atención del caso que aquí se presenta, para atender las necesidades pastorales, catequéticas y espirituales de todos los fieles.
Parte I
Es la Virgen María quien aplasta la cabeza del demonio, y el triunfo está dado también en consecuencia a quienes constituyen “el calcañal de la Virgen: su descendencia”.
Esta descendencia de María se inicia con el Hijo de Dios, con Jesucristo, a Él le ha sido dado todo poder, en el Cielo y en la Tierra, a su vez Jesús da este poder para vencer a sus enemigos, les da poder para atar y desatar, lo que aten en la tierra quedará atado en el Cielo y lo que aquí desaten quedará desatado en el Cielo.
Se trata de un poder enorme, de un poder y fuerza espiritual ejercida en Su Nombre ante el cual toda rodilla se dobla, en el Cielo, en la Tierra y en los abismos.
En esta lucha entre el bien y el mal, la triunfadora es la Virgen, quien es Reina y Madre de la Iglesia. En Su Corazón Inmaculado encontramos siempre segura protección, de ahí la importancia de consagrarnos al Corazón Inmaculado de María y al Sagrado Corazón de Jesús.
Es la fuerza del Divino Amor que triunfa siempre sobre las fuerzas del mal. Por el Divino Amor somos preservados; por el Divino Amor somos movidos al arrepentimiento y a la conversión; por el Divino Amor somos salvados; por el Divino Amor Dios Padre envió a Su Hijo Único para mostrarnos ese camino que nos lleva hacia Él.
En el libro del Apocalipsis, Cap. 12, 1ss encontramos nuevamente definida esa batalla entre la Virgen y la serpiente o dragón; es decir, el Apóstol Juan nos recuerda esa batalla espiritual que hemos de enfrentar, pero seguros y confiados en que somos los vencedores, con Ella y con Jesús.
¡Cuántas batallas ha ganado el Señor contra el demonio, su iglesia y el mal!¡De cuántas cosas nos ha librado Jesús por Su Amor Misericordioso! No nos ha dejado a la deriva, su Divino Amor le movía a enviarnos al segundo Defensor, al Paráclito, para que nos acompañe y esté inspirándonos y moviéndonos hasta el fin del mundo. Esa fue Su Promesa, y la cumplió desde el Pentecostés, cuya fuerza y poder llenó de Gracia, Sabiduría, fuerza, valor y de muchos carismas a sus Apóstoles, capacitándolos para cumplir la misión que Cristo depositó en ellos.
Por el Divino Amor, el Espíritu Santo ha venido soplando sobre su Iglesia, formada por Jerarquía, ministros o clérigos y los fieles, y aún sobre los hombres de Buena Voluntad pese a que muchos todavía no conozcan el Evangelio.
Desde entonces el "otro Defensor", es decir, el Espíritu Santo sigue obrando sus maravillas, llena de Gracia a su Iglesia, le inspira para hacer frente a los problemas que desafían la seguridad y armonía de la vida humana, inspira al Vicario de Cristo aquí en la tierra para que conduzca a Su Iglesia y sigue derramando su poder, dones y carismas de muy distintas maneras y dimensiones entre sus hijos los hombres.
Estos poderes están en cada sacerdote desde el momento de su Consagración y es la misma fuerza de Cristo que se cumple y aún más, se extiende sobre cada uno de sus fieles.
Se cumple la Palabra de Dios en Marcos 16,16: 1 “Vayan por todo el, mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará. El que se resista a creer se condenará. Y estas señales acompañarán a los que crean: En mi Nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, con sus manos tomarán serpientes, y si beben algún veneno no les hará ningún daño. Pondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán”.
Confiemos en que la Iglesia sabrá promover una Pastoral para la atención del caso que aquí se presenta, para atender las necesidades pastorales, catequéticas y espirituales de todos los fieles.
Parte I
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