jueves, 20 de mayo de 2021

VIDAS DE LOS HERMANOS (CAPITULO III)

Continuamos con la publicación del 3er capítulo del antiguo librito (1928) escrito por el fraile dominico Paulino Álvarez O.P. (1850-1939) en el cual relata la vida de los Hermanos Dominicos.


DE MUCHAS VISIONES QUE SE TUVIERON SOBRE

VARIAS CASAS DE LA ORDEN

I. Cuando los frailes de la Orden de Predicadores aceptaron en Bolonia la iglesia del Bienaventurado San Nicolás, un estudiante bien instruido, pero muy dado a las vanidades del mundo, se convirtió con la división siguiente: Yendo un día al campo, vio levantarse sobre él una tempestad muy grande que le hizo huir despavorido.  Se dirigió a cierta casa, pero la halló cerrada. Pulsó y pidió abrigarse en ella; la dueña de la casa contestó de adentro: “Yo soy la Justicia, esta es mi casa en que habito. Porque tú no eres justo no entrarás”.
Lleno de dolor y miedo, se dirige a otra casa y pide entrada. La dueña contesta: “Yo soy la Verdad, tampoco te recibo, porque la verdad no defiende a quien no la ama”. Vio una tercera y pidió albergue; pero oyó: “Soy la Paz; y no hay paz para los impíos, sino para los hombres de buena voluntad. Mis pensamientos son de paz, no de aflicción; pero te doy un útil consejo. Un poco más allá vive mi hermana, que socorre siempre a los  desventurados. Llégate a ella y cumple lo que te mande”. Hízolo así, tocó a la otra puerta y saliéndole al encuentro la Misericordia (así se llamaba la dueña de casa), le dijo: “Si deseas a salvarte de la tempestad inminente, marcha a San Nicolás, donde viven los frailes Predicadores, y allí encontrarás pábulo de Sagrada Escritura, penitencia, humildad, discreción a María que te iluminará, y a Cristo que te salvará”. Despierta al joven en aquel momento, y recapacitando muy devotamente sobre lo que se le había aconsejado, así lo hizo. Esto lo contó en el aula el Maestro Alejandro, hombre religioso y veraz, explicando aquellas palabras del Salmo: La Misericordia y la Verdad se encontraron, y lo dejó consignado en sus postillas. Fue por largo tiempo profesor de Teología en Bolonia y por último le hicieron Obispo de Inglaterra, de dónde era oriundo.

II. Refirió Fr. Rodulfo, varón bueno y temeroso de Dios (capellán de dicha iglesia de San Nicolás, que cedió a la Orden por el amor que la tenía, y en la cual entró él después), que antes de venir los Hermanos a Bolonia, había en aquella ciudad una mujer despreciada por el mundo, pero en gran manera devota y querida de Dios, la cual, como orase frecuentemente puesta de rodillas y vuelta hacia una viña que ahí había, y es donde hoy están los Hermanos, y los hombres y las mujeres se riesen de ella como de una fatua, les contestaba: “¡Oh infelices! vosotros sí que sois fatuos. Si supieseis qué cosas se han de ver y quiénes han de venir aquí, por cierto no haríais eso, pues por los que aquí han de vivir será el mundo entero iluminado”. Por donde se dejaba entender claramente que aquella mujer santa, inflamada del divino Espíritu, preveía la utilidad de nuestra Orden.

III. Refirió también Fr. Juan de Bolonia que antes de instalarse los frailes Predicadores en aquella ciudad, habían visto los viñadores, luminares y grandes resplandores en el sitio que hoy ocupan los Religiosos.

IV. Atestiguó Fr. Latino que yendo cierto día con su padre, hombre bueno y fiel, por cerca del lugar en que hoy residen los Hermanos, le dijo el padre: “Aquí, hijo mío, se oyen muchas veces cánticos de ángeles, lo cual es pronóstico de grandes sucesos”“-Serían quizás voces de hombres que estuviesen jugando, o de los monjes de San Próculo?”- dijo el niño. “No”, contestó el padre “que son muy distintas las voces de los hombres de las de los ángeles”. Estas palabras jamás se borraron de la memoria del niño.

V. Cuando se trataba de la traslación de la casa de Strasburgo al magnífico punto donde está, (porque el sitio primero, extramuros de la ciudad, no era más que una laguna), tantas y tan grandes dificultades se ofrecían, que la traslación parecía increíble; pero Dios se dignó manifestar a varias personas de honesta vida que su poderosa mano lo vencería todo para consuelo de los suyos. Entre otras, vio en sueños una noble matrona, cubierto de peregrinos el campo, que entonces ni en la esperanza tenía los Hermanos, pero que  ahora tienen de hecho.

VI. A otra le parecía haber una tal multitud de hermosísimos lirios, que cubrían todo aquel campo, y que de una manera repentina se convertirían los lirios en frailes Predicadores, los cuales, levantados los ojos al cielo, alababan con acordes y suavísimas voces al Criador de todas las cosas.

VII. Otra, no durmiendo, sino velando y muriendo, dijo tres cosas que sucedieron como las había predicho. Una de ellas fue que, pasados algunos años, poseerían los frailes Predicadores el lugar más elevado de la ciudad. Llamábase ésta Verudadis, mujer famosa por su honestidad y devoción, viuda de un juez de la misma ciudad.

VIII. En Lombardía, antes que los Hermanos tuviesen residencia en la ciudad de Cumas, cierta viuda, grande y poderosa señora, pero afiliada a la herejía, hallándose lejos de la ciudad, vio en una visión que del cielo bajaban muy grandes resplandores sobre el punto más eminente de la ciudad, donde estaba situada la iglesia de San Juan Bautista. Tal deleite le causaba aquella visión, que no había quién la moviese del sitio, aún cuando las otras señoras la apuraban. Llegada la mañana siguiente, vino de la ciudad uno de sus criados, y como le preguntase ella qué había ocurrido, contestó que nada de particular, a no ser la entrega que de la iglesia de San Juan Bautista se había hecho a los frailes Predicadores. Estupefacta la señora, comprendió el sentido de aquellos resplandores, y se convirtió a la fe. El hermano que esto contó, fue confesor de ella.

IX. Asimismo otra gran matrona, de la secta de los herejes, un mes antes de llegar a Cumas los Religiosos, tuvo la visión siguiente: Vio que en el sitio donde hoy tienen el claustro los Religiosos, había dos grandes vasos, uno lleno de miel y otro lleno de vino. Vio después que uno de los hombres recién llegados mezclaban en gran cantidad el vino con la miel y la miel con el vino, y enseguida lo propinaban al pueblo. Los que bebían marchaban luego alegres y muy ligeros. El significado de esta visión la convirtió a la fe, pues entendió que los frailes Predicadores propinarían miel y vino, predicando las dulzuras de la divinidad, sacando estas cosas de dos grandes vasos, es a saber: el Nuevo y el Antiguo Testamento; por cuya virtud corren los hombres a la penitencia y se llegan presurosos a Dios, como ella misma lo hizo, arrepintiéndose y abrazando la fe católica.

X. Otra cierta matrona, muy gran sierva de Dios y afecta a la Orden de Predicadores, vio en visión brotar una fuente clarísima y grande en el sitio donde hoy está el claustro de los frailes de Cumas, y que de allí descendía regando toda la ciudad, de suerte que muchos corrían a beber aquella agua. Poco tiempo después fundaron allí los Hermanos, habiendo en aquel lugar mucha devoción y gran concurso de hombres y mujeres, a donde por ese mucho fervor van descalzas las mujeres, aún en tiempo de nieve, a oír la predicación y la misa. Y no es de omitir que muchos de aquellos Hermanos sintieron en sí la mano pesada del Señor, pudiendo decir: “Aquí está la virtud del Señor Dios, la cual es llamada grande”.
Por los efectos de estas revelaciones claramente aparece (si con cuidado se observa) cuántos son los bienes que al mundo trajo esta Orden, iluminando a los gentiles, extirpando las herejías, convirtiendo a pecadores, declarando las Divinas Escrituras, arrancando los vicios y plantando las virtudes. Se ve, por fin, muy claramente, que los frailes Predicadores son luminares del cielo, fuentes del paraíso, que enseñan palabras de vida y propinan, para salud de todo el humano linaje, el agua de la verdadera sabiduría.

XI. Estando a punto de morir un aldeano de Montpeller, vio una hermosísima procesión de Religiosos en una huerta que tenía fuera del pueblo, y a los que con él estaban dijo: “Cuidado, no los echéis fuera, porque no vienen a dañar, si no a favorecer”. Muerto de la aldeano, vinieron nuestros Hermanos e hicieron allí convento, y oyeron contar la visión del moribundo.

XII. Antes de poseer casa nuestros Religiosos en Lisboa, acostumbraban predicar en el sitio donde hoy está hecho el monasterio. Poco antes, unas mujeres que vivían al lado de la iglesia de la Santísima Virgen, situada en el monte, sobre nuestro monasterio, vieron con los ojos corporales una visión admirable; pues hallándose una noche a la luz de la luna (según es costumbre por el verano) ocupadas en hilar, advirtieron que de repente se abría el cielo y bajaba una escala brillantísima de oro y plata hasta tocar en un árbol, junto al cual prediqué yo muchas veces antes que tuviésemos convento. Una extremidad de la escala tocaba el cielo y otra en dicho árbol, que era una higuera. Vieron después bajar tres hombres que lucían vestidos de oro y plata, de los cuales uno parecía subdiácono, y traía en las manos una cruz de raro primor; otro parecía diácono, y traía un turíbulo, y el tercero vestía vestidos sacerdotales. Los tres bajaron al suelo e incensaron todo lugar del monasterio; y hecho esto, por la misma escala volvieron a subir al cielo y retiraron la escala. Mientras esto ocurría, arrodilladas las mujeres, no cesaban de adorar al Señor. Lo contaron ellas mismas a nuestros Hermanos, y los Hermanos me lo contaron a mí; pero yo no quería creerlo, hasta que me llevaron a una de ellas, que era viuda de muy santa vida, y me refirió toda la serie de lo ocurrido. Muy en breve yo, que tenía el oficio de Prior, construí en aquel sitio un monasterio, con facultad del Capítulo general y del provincial, sirviendo en él los Hermanos al Señor noche y día. 

XIII. También contó un vecino honrado de Limoges, que dos veces, en sueños, había visto una brillante procesión de Padres en el mismo lugar donde hoy moran nuestros Hermanos; y esto antes que los Hermanos viniesen. En lo refirió a un familiar suyo que después fue Religioso y Sacerdote de la Orden, y éste me lo dijo a mí.



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