Cuando un autodenominado Estado democrático crea contra personas -cuya voces le incomodan- campañas de difamación sistemática y estigmatización social, es hora de empezar a hacer preguntas.
- "¿En qué dictadura podrías decir lo que dices?"- Argumento típico que se escucha repetido como el loro como una refutación dirigida a quienes denuncian riesgos para la democracia y cualquier deriva autoritaria.
En primer lugar, la dictadura no es más que la centralización de poderes en un solo sujeto político (no importa si es una persona, como en el imaginario colectivo, o un grupo organizado, una élite, un aparato, etc.) y su definición es independiente de cualquier deriva autoritaria, que generalmente sigue a su afirmación.
A nuestros loros les sorprenderá saber que los dictadores del pasado han sido a menudo acogidos en casa como salvadores, porque casualmente el guión típico es precisamente el de un estado de emergencia que, para ser atendido, requiere la suspensión de las prácticas normales de gobierno, centralización de poderes y suspensión de la ley.
Una dictadura puede gozar, y generalmente lo hace, de un alto grado de consenso, porque generalmente reemplaza un vacío de autoridad o competencia.
La deriva autoritaria, en cambio, se da cuando es evidente que el estado de emergencia ha desaparecido, y quienes han asumido el poder no pretenden restaurarlo, sino normalizar y hacer permanente la crisis.
Lo que define a la dictadura no es la cantidad de libertad que se deja a los ciudadanos, sino el método de gobierno y la forma en que se adquiere el poder. Dicho esto, hay muchas formas de silenciar a una población y nuestros loros parecen no darse cuenta.
Censura: aunque esto ya sucede, incluso si el derecho se transfiere a los titulares privados de las redes sociales, y el poder público no se ensucia las manos, se considera un método demasiado tosco y a menudo contraproducente, revela la opresión y genera mártires. Cuando no está acorralado, el poder prefiere no recurrir a ella.
El método más sutil y eficaz es no forzar el silencio, sino deslegitimar la voz que incomoda. Cuando un autodenominado Estado democrático, que debería proteger a la oposición o las minorías ideológicas, crea contra estas personas campañas de difamación sistemática y estigmatización social, es hora de empezar a hacer preguntas.
Weltanschauung Italia
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