sábado, 30 de enero de 2021

PANDEMIA DE LEYES: LA TORMENTA PERFECTA (PARTE II)

¿Por qué establecer leyes que conviertan una pandemia en una larga serie de enfermedades contenidas de otro modo? ¿Y por qué una idea tan peligrosa reúne el apoyo de una parte importante de la población? 

Esto ocurre debido a que una civilización que dice ser fiel al método y los resultados de la ciencia, elige ignorar los daños científicamente medibles (como los síndromes de "encierro") y medidos (como la dudosa utilidad del "encierro") de su conducta, y al hacer esto, pretende actuar según los "dictados" de una ciencia que dice, impone y prescribe.

Desafortunadamente, no es posible dar una única respuesta a estas preguntas, porque la contradicción actual amplifica y lleva a un nivel hasta ahora nunca antes visto, una larga serie de condiciones que ya habían actuado sobre el ejercicio y sobre la representación de la vida social. Es nueva en intensidad, pero no en premisas y formas. Por lo tanto, su crítica debería estructurarse en el contexto de una crítica más amplia de las contradicciones y paradojas modernas en su primer desarrollo secular y luego, cada vez más rápido de las últimas décadas. Es una crítica que sólo podemos abordar de forma desordenada y antológica, ofreciendo ideas de análisis que convergen desde distintos niveles para adivinar las raíces lejanas del fenómeno examinando sus frutos.

En el artículo de anterior, me concentré en la fidelidad casi religiosa hacia un autoholocausto por lo demás absurdo con el que la civilización contemporánea parece querer propiciar su propia resurrección sacudiéndose las decepciones, los temores y los problemas no resueltos de un modelo espiritualmente agotado y materialmente insostenible. 

El "gran reinicio" promovido por el Foro Económico Mundial alude precisamente a este deseo de palingénesis, así como a las muchas profecías de un "mundo post-Covid" que nos dicen que "nada será como antes"


La voluntad de destruir traiciona la frustración de una era que se ve a sí misma como un perdedor en el camino de su propio progreso y, por lo tanto, sueña con patear la mesa y comenzar de nuevo.

Este anhelo de demolición es la tentación de un pensamiento neognóstico propio de épocas decadentes y destinado a fijar el horizonte escatológico en una religión científica, es decir, humana. El objetivo de exaltar a la humanidad y sus productos, de ese "nuevo humanismo" que hoy preside desde las logias hasta los altares, lleva al reconocimiento de los defectos humanos, de su corruptibilidad física y moral y, por lo tanto, al disgusto de su imperfecta sensualidad. 

En la retórica de salud actual ese asco se traduce fielmente en el terror de ver cuerpos que se amontonan, sus alientos sucios y mortales y sus manos que deben ser lavadas con gel alcohólico, adiestradas y corregidas con extraños saludos que prohíben el contacto. El "distanciamiento social" es un distanciamiento del hombre de sí mismo y de su propio cadáver mortal para aspirar a ser un alma que ya no es un cuerpo vivo que respira, sino una inteligencia muerta y por lo tanto, inmortal como una máquina "pensante" y sus intangibles flujos de datos que, por tanto, deben sustituir relaciones, lugares y experiencias físicas, reproduciéndolos en la geometría estéril de lo "digital".

Volviendo la mirada al aspecto económico, no es necesario ir más allá de la teoría marxista para ver en esta destrucción la culminación esperada de una crisis de sobreproducción y sus "parches" catalizadores: la apertura de los mercados de mercancías, el capital del trabajo que puso la competencia en baja (deflación) al frenar la demanda y por ende, el crecimiento, y la inyección de capital financiero destinado a no ser reembolsado debido a la desaceleración de la economía real a la que ellos mismos contribuyeron drenando intereses y exigiendo "condicionalidades" del gobierno para garantizar préstamos. Los cierres, los fracasos e incluso los disturbios del "encierro" imitan los efectos de una guerra al crear los escombros sobre los que el carrusel capitalista planea reiniciar con la reconstrucción: verde o negra, digital o analógica, inteligente o tonto, creo que a nadie le importa. Hasta la próxima crisis.

Políticamente, existe la creencia generalizada de que esta última emergencia es también un método de gobernanza para justificar una mayor verticalización de las relaciones sociales actuando, en nombre del peligro. Por un lado, sobre las normas constitucionales que promueven el desarrollo humano de la población, y por el otro lado, exprimiendo la participación de la ciudadanía con la doble arma de la represión y la indigencia. 
Este aspecto no necesita ser demostrado, habiendo encontrado ya confirmación en la serie cada vez más densa de "emergencias" que marcan la historia de los últimos años, cada una de las cuales ha contribuido a dar cuerpo a los edificios socialdemócratas arrebatando el bienestar material, la libertad, la soberanía, las protecciones legales y laborales. Los "remedios" propuestos siempre tienden a los mismos resultados de controlar, forzar y despedir a la población a cambio de una "seguridad" quimérica ávida de nuevos sacrificios.

La narración de la última emergencia reproduce el mito de la radicalidad (el "gran reinicio", la "nueva normalidad", etc.), de la resistencia al cambio, de infancia, de autoridad, de insuficiencia, de dolor terapéutico, de contrafactual fantástico, de desafío, de culpa, etc. Pero no solo. Así como las políticas económicas de austeridad de ayer invocaron la mera "ley de los números" para denunciar la hambruna monetaria que ellos mismos crearon, las políticas de salud de hoy apelan a las leyes biológicas de una enfermedad infecciosa para imponer una gama de otras enfermedades a mayor escala


Este cortocircuito encuentra una clara aplicación en los titulares de este año, donde el "Covid", y no las políticas lanzadas bajo su nombre, sería el responsable de la crisis económica, laboral y sanitaria que estamos presenciando

Los mensajes que anuncian la llegada de las nuevas vacunas ofrecen una confirmación contraria a la lógica. Si bien quedan dudas por resolver sobre la acción, eficacia, procedimientos opacos y contraindicaciones de estos fármacos una vez administrados en masa, la máquina de promoción ya ha declarado que, con suerte, contribuirán a frenar al menos 'parcialmente' la pandemia viral, pero a cambio ¿sanarán al menos el mal inducido por sus "remedios"?

Si la vacunación es la condición para reabrir actividades económicas y permitir que las personas salgan de casa, viajen y asistan a lugares públicos, entonces está claro que la pandemia contra la que queremos inmunizar es ante todo la de la ley, son los síndromes de "encierro" impuestos por la misma mano que ofrece el antídoto. Así, podemos ver una estrategia del gobierno que crea una condición insoportable para que los gobernados se viertan en la única vía de escape abierta o, en todo caso, agotados por el sufrimiento, lo acepten como inevitable.


***

No cabe duda de que la emergencia actual está produciendo efectos de una gravedad inigualable en la calidad de la vida social. La compresión de los derechos constitucionales y los dispositivos de control impuestos a una ciudadanía encarcelada, regimentada, rastreada como ganado, perseguida cuando sale del cerco, aislada de sus afectos, asustada, sometida a realidades artificiales, trato masivo y pedigrí de salud cumplen con todos los requisitos de un "totalitarismo zootécnico"

Ciertamente esta es una "meta" nunca alcanzada por las elites y es más asombroso que ese mal sea aceptado por una porción cada vez mayor de sujetos. Entonces, ¿cómo es posible que todo esto esté sucediendo ante nuestros ojos y a esta velocidad? 

Creo que eso no se puede responder sin enmarcar el fenómeno en el crescendo histórico del método que lo originó. Las emergencias que se han sucedido a un ritmo cada vez más acelerado en las últimas décadas han acumulado sus residuos irreversibles en la cultura y la normativa, debilitando cada vez más los frenos necesarios para contener los efectos de las siguientes, y por tanto, agotando sus resistencias


Si la población en general aceptó en poco tiempo lo inaceptable anteriormente, se debe prestar especial atención a los ejecutores materiales de esta demolición, a quienes distinguiremos en las filas de la política nacional (en todos los niveles) y funcionarios (en todos los niveles) empleados en los sectores involucrados. 

En el primer caso, es dolorosamente evidente como todas las fuerzas políticas convergen con disciplina en el apoyo a la causa de la pandemia sin diferencias de acción, verbalización e incluso estilo, recitando todos las mismas consignas para imponer, justificar o anunciar las mismas medidas. Incluso una mirada distraída a lo que ocurre en el exterior revela con bastante claridad que la matriz de estas medidas fotocopiadas con diferencias imperceptibles en todos los rincones del mundo no es nacional ni local. Los políticos actúan como títeres de papel, agentes comerciales, camareros que traen un plato que tienen que hacer engullir a la gente.

No es difícil reconocer incluso en esta pantomima, el fruto maduro de un proceso de vaciamiento de la soberanía nacional preparado e invocado desde hace tiempo, por un lado, vinculando los gastos de gobiernos y administraciones, y por lo tanto, también sus decisiones, a las exigencias de préstamos de grandes grupos privados. Por otro lado, transfiriendo cada vez más poderes a organismos continentales y supranacionales

Así, los políticos son productos empaquetados en otros lugares, lo que implica también que no cedan nunca, ni siquiera por error, a la tentación de representar a quienes los votaron.

A continuación, una coacción aún más perversa actúa sobre los ejecutores-funcionarios. Las fuerzas policiales, médicos y demás agentes de seguridad sanitaria, laboral y comunitaria tienen la tarea de inocular físicamente la pandemia legal en la población. Al limitar la observación al sector productivo, las acciones de interdicción y sanción agudizan aún más una crisis en la que las empresas ya estaban pagando por las crecientes restricciones burocráticas y fiscales, contracciones crediticias y la contracción del consumo. Como resultado, el empleo que ya se caracterizaba por bajas tasas de empleo, contratos precarios y salarios insuficientes, especialmente entre los jóvenes, también se ve afectado. En este contexto, los encargados de aplicar las reglas de emergencia se convierten en engranajes de un mecanismo de autoalimentación. 

Por un lado, el odio hacia ellos crece porque son perpetradores "privilegiados" de un daño del que son (momentáneamente) inmunes. Por otro lado, quienes viven con malestar los nuevos deberes y las reglas que los establecen, se encuentran encadenados por su propio "privilegio", es decir, por la normalidad de recibir un salario para realizar un trabajo, que sin embargo se convierte en anómalo en el desierto laboral y salarial circundante: el mismo que crece precisamente en virtud del cumplimiento de esos deberes.

Mientras los diarios enfatizan al máximo el conflicto entre sancionadores y sancionados, los que quieran expresar o ejercitar una crítica deben cuidarse de caer en ese mismo infierno de desempleo, indigencia y precariedad cada vez más instaurado. Hasta hace unos años, las oportunidades de movilidad y empleo garantizadas por un mercado laboral próspero y un hábitat favorable a las pequeñas y medianas empresas invistieron a los trabajadores con un poder de negociación que resultó en fuertes protecciones sindicales y legales y, en márgenes de independencia inconcebibles según los estándares actuales. 

Creo que es también en el marco de esta involución que se debe explicar la progresiva militarización de la función pública y sus empleados, ahora considerados como poseedores de un premio que debe ser merecido con obediencia ciega y una disciplina que no solo es operativa, sino también intelectual.

Hasta el momento la aplicación más extrema de este dispositivo de esclavitud ha golpeado, ciertamente no por casualidad, a la profesión médica, que hoy por primera vez, conoce el riesgo de que sus representantes sean expulsados ​​de la profesión por haber expresado opiniones que no se ajustan a las consignas de un proyecto político. 


* * *

Con esta reseña he intentado mostrar cómo las condiciones actuales, nunca vividas antes, nos hacen "sacar conclusiones" de otros fenómenos que desde hace tiempo erosionaron la presa democrática y constitucional, y ahora convergen para desatar la "tormenta perfecta" que estamos presenciando. La emergencia como sistema de gobierno está actuando, tanto sobre la percepción de la ciudadanía como sobre la infraestructura política, para que produzca sus efectos sin obstáculos y sin que el sistema herido pueda volver a su equilibrio inicial

Como en todos los procesos de demolición, el actual se ha embarcado en el camino de una aceleración que desorienta a sus propios protagonistas. Los anuncios que se suceden en la cima de la política y la información confirman la voluntad de actuar de una manera abiertamente revolucionaria, es decir, sin prestar atención a las restricciones regulatorias y culturales residuales y, sobre todo, a la resistencia de los sujetos


Corremos en desorden hacia la meta y descuidamos el acompañamiento narrativo que ahora se centra en la repetición más que en el empaquetado de mensajes creíbles, coordinados y coherentes. En esta confusión, el público se confunde y cuestiona, señala con el pie, intenta llenar los vacíos en la comunicación oficial y tiende a reducir su cumplimiento con el temor a las sanciones y reproches.

Por tanto, es el momento de despertar. Las situaciones experimentadas despiertan en muchos la tentación de un pensamiento crítico e independiente, con timidez, por primera vez, y a menudo pagando el precio de que los llamen "locos", "negacionistas" y "anti-cuarentena"

Dado que "los higos no se cosechan de los espinos, ni las uvas se cosechan de la zarza" (Lc 6,44), las dificultades actuales ofrecen la oportunidad no sólo de dar testimonio de la propia disidencia afirmando las razones del razonamiento, la dignidad humana y de la ley moral inviolable que nos protegería del cautiverio animal al que nos deslizamos, pero también cuestionando los mitos que durante años, en todos los sectores de la vida común, han producido una sociedad tan disfuncional que sólo puede mantenerse unida con cadenas y chantaje.


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