martes, 1 de septiembre de 2020

NO PODEMOS FIARNOS DE LA PRENSA, NI DE LOS POLÍTICOS, NI DE LOS JUECES, NI DE LOS MÉDICOS

En alguna ocasión reivindiqué volver a la normalidad, no resignarnos a la “nueva normalidad”, incluso negarnos a utilizar este eufemismo que significa restricción de libertades, despojo de derechos y monitoreo total de los ciudadanos, es decir, dictadura. 

Por Magdalena del Amo

El mundo ha adoptado el modelo chino, donde las personas son únicamente elementos de colmena, autómatas, máquinas de carne al servicio de la ideología laicista, sin individualidad, sin alma, sin trascendencia, sin Dios. A esto lleva el laicismo, y vamos camino de ello a velocidad de crucero. Por eso quiero rectificar: no hay que volver a la normalidad, sino tender hacia un nuevo paradigma. Lo de antes ha traído la gran mentira global que estamos viviendo, esta amenaza global de reseteo político-social. Sin la corrupción asentada en las instituciones esto no sería posible. Por eso no hay que retomar lo de antes. Este mundo corrupto tiene que caer para que uno nuevo renazca de los gérmenes buenos que quedarán entre los escombros.

Hay que rescatar la espiritualidad y recuperar el concepto de lo sagrado vagamente velado en nuestro subconsciente. Hay que volver a hablar de Dios, cada uno del suyo, no importa cuál sea, pues solo es cuestión de percepción. Es el sentido de trascendencia lo que nos diferencia del resto de los seres vivos.

Los grandes imperios se derrumban por la corrupción de las cúpulas. Nuestra civilización toca a su fin. Hemos llegado a un punto sin retorno; y sin ánimo de ser pesimistas, sino realistas, es fácil ver las señales de decadencia tanto en las instituciones como en el pueblo liso y llano, la llamada masa, que no es sino reflejo de la clase dirigente. Y viceversa. La telebasura no es más que el espejo de lo que somos, de lo que son nuestros “próceres”.

En la actualidad no podemos fiarnos de los políticos, y mucho menos de los partidos, que son sectas en torno al líder, y buscan su cuota de poder para colmar su ambición. Por supuesto, hay escalas, pero, grosso modo, hoy por hoy, no podemos fiarnos de nada de lo que hay, ni siquiera de la oposición que llegó como una esperanza de libertad. Del traicionero partido gobernante para qué hablar, siempre inmerso en luchas internas, en bobadas y en cesiones para agradar a la pandi progre. Se ha ido convirtiendo en una mala imitación socialista con el kit completo de feminismo radical, aborto, eugenesia, memoria histórica y demás ideas la Cultura de la muerte. Y para colmo, en esta mal llamada pandemia, no hay un solo partido político que tenga un buen equipo asesor o que ellos mismos investiguen sobre el origen de la epidemia, quiénes la dirigen, qué pretenden, qué origen tiene el Sars-Cov-2, qué son los asintomáticos, que fallos tienen las pruebas PCR, por qué fallecieron tantos mayores, que daños colaterales causan las vacunas, por qué hay opositores a ellas, por qué tantos, ateniéndonos a los datos, aseguramos que este virus ni es peligroso ni letal. No es difícil ver que se está abusando de la población, que se está infundiendo miedo innecesario, que se está acosando a los niños impidiendo que crezcan mentalmente sanos, que estamos siguiendo directrices de psicópatas que han hablado en repetidas ocasiones de controlar la población con anticonceptivos, aborto y pandemias. ¿Cómo es posible que los políticos opositores no se enteran o no lo cuentan? ¿Son disidencia controlada? ¿Cómo es posible que no se hayan preocupado de estudiar las biografías de los megalómanos psicópatas que están detrás de todo? Deberían leer más sobre la versión no oficial de la Historia. ¿O son de los que aún creen que los españoles hundieron el Maine en la bahía de la Habana o que Oswald asesinó a JFK? Si es así, mejor no hago más preguntas

De los medios de comunicación tampoco podemos fiarnos, porque están financiados por las mismas élites que patentan virus, fabrican vacunas y crean pandemias. Y también, claro está, por los gobiernos respectivos. En el asunto de la epidemia, los medios solo desinforman para tener a la sociedad confundida, obediente, sumisa y atemorizada. Alguien los acusó de hacer terrorismo informativo. Los medios que no pertenecen al clan, también desinforman, quizá por inercia. ¿Por qué se abren los informativos con el número de positivos, de contagiados y de ingresados? No es casualidad. Es porque se está siguiendo una dinámica informativa de guerra; es un parte de guerra para que el ciudadano no baje la guardia, se centre en ello, lo interiorice, aumente su disonancia cognitiva, siga aterrorizado y acepte cualquier medida del papá Estado.

Tampoco en los jueces podemos confiar demasiado. Aún quedan algunos con respeto a la toga, pero muchos la tienen contaminada por el denominado derecho alternativo, último extremo del relativismo, y por otras causas, una de las cuales podría ser el chantaje y también el óbolo por el ascenso. Es duro, pero así es. Y qué decir de los fiscales. ¿Cuándo van a investigar de oficio el tema de la pederastia en los centros de menores, o cuándo van a tomar en serio las denuncias de las víctimas de este delito, una de las grandes lacras actuales? 

Hemos llegado a tal grado de decadencia que tampoco podemos fiarnos de los “médicos oficiales” que, desde sus pequeñas sectas bien acomodadas, llamadas Colegios de Médicos, integrados en la Organización Médica Colegial – todos favorables al aborto excepto los objetores de conciencia,—, no sólo no dan un paso al frente para frenar la mentira, sino que se han puesto al servicio del poder y están persiguiendo a los “médicos por la verdad”, que han descubierto la gran farsa de la epidemia y están informando al ciudadano. Ahora han comenzado una caza de brujas en toda regla contra los facultativos que no se adhieran al pensamiento único y se proponen investigar si estos profesionales están vulnerando algún artículo del código deontológico. Ellos sí están actuando contra varios principios de la medicina basada en la evidencia, contra la “declaración de Helsinki” e incluso contra el Juramento Hipocrático, basado en la conservación de la vida.

Por su parte, el Gobierno investiga a los manifestantes y ayudado por su martillo de comunicadores –la izquierda y los tontos útiles de la derecha— desprestigia a los discrepantes del pensamiento único llamándonos descerebrados, irresponsables y contagiadores. Y como no podía ser de otra manera, al más puro estilo de los regímenes totalitarios, las fuerzas del orden ponen multas, en muchos casos ilegales, e intimidan a los ciudadanos. Siento pena al verlos de brazos cruzados y piernas separadas en plan matón, vigilando e identificando a jóvenes y no tan jóvenes con pancartas pidiendo libertad.

La situación que estamos viviendo está quitando muchas caretas y sacando a la luz la verdadera esencia de nuestra sociedad y, más en concreto, de sus poderes fácticos. Una sociedad asentada en los pilares de la corrupción, la maldad y la mentira. Nos hemos acostumbrado a los políticos corruptos, a los jueces prevaricadores, a la prensa al servicio del poder, incluso al sicariato de Estado y a la pederastia de las altas esferas, muy protegida por los poderes oscuros. Nos quedaba la clase médica, a pesar de conocer la gran influencia de la industria farmacéutica sobre ellos. Desgraciadamente, en esta situación de “crisis política”, que no sanitaria, los médicos están demostrando que no están al lado de los ciudadanos, ni al lado de la verdad, salvo honrosas excepciones. ¿Por qué no escuchan a los científicos independientes? ¿De verdad van a permanecer callados ante la vacuna de ARN, una aberración nunca antes vista? Está quedando al descubierto la gran corrupción de la medicina.

Por todas estas razones, una parte de la sociedad no quiere volver a la normalidad de antes. Hay que cambiar las cosas, pero esto no tiene nada que ver con la izquierda, la derecha o el centro. No es cuestión de colores políticos, sino de valores, de crear un sistema basado en la ética atemporal, que no se atiene a tendencias de diseño y leyes ad hoc, sino a virtudes objetivas. Cada uno de nosotros es importante en este proyecto maravilloso. Y a pesar de que todo parece estar en contra, un pequeño núcleo de la sociedad quiere un mundo nuevo y está luchando por él. Lo veo en el día a día y es esperanzador. Recordemos la pequeña semilla del grano de mostaza que germinó y llegó a ser como un árbol donde venían a anidar las aves del cielo. Toda la gente de bien es parte de esa semilla.


Periodista Digital

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