lunes, 3 de abril de 2023

PREFIERO EL PARAÍSO

No necesito más. No quiero más nada. Solo arrodillarme ante el sagrario y esperar el momento en que me llame a su presencia y traspase la puerta que me aparta de Él.

Por Pedro L. Llera


Siempre he sido un tanto misántropo. Tal vez por haber sido hijo único y haber crecido solo, nunca fui muy sociable. Más bien he sido huraño toda mi vida. Me atrae la soledad.

Siempre he aborrecido las injusticias. Siempre detesté el mal, la hipocresía, la falsedad, la violencia injustificada. Y siempre me sentí viviendo en una sociedad hostil, falsa, violenta y mentirosa. Desde pequeño he aprendido a despreciar la mentira y la traición.

El Señor nunca me dejó de su mano y me enseñó alguna que otra cosa. Me enseñó que hemos sido creado por Dios y para Dios: ¡Hemos sido creados para ser felices! Aprendí que Dios es Caridad, es Bondad, es Belleza, es Verdad. Dios es la felicidad plena a la que todos aspiramos; la felicidad que añoramos en este valle de lágrimas; la felicidad a la que estamos destinados.

Sé que estamos de paso en este mundo. Nuestra Patria verdadera es el Cielo. Hacia el Cielo caminamos en esta vida, con la esperanza de alcanzar algún día la dicha eterna. Pero el Demonio trabaja día y noche para desviarnos del camino y procurar nuestra perdición. Por eso conviene tener claras las cosas, no vaya a ser que en Maligno nos engañe y nos haga creer que lo malo es bueno y que lo bueno es malo.

Todo lo que nos lleve a Dios es bueno. Y lo que nos aleja de Él, es el pecado. La Belleza, la Bondad, la Verdad y el Amor son atributos de Dios, de Nuestro Señor Jesucristo. Así que un mundo donde prevalezca la bondad, la belleza, la verdad y el amor será un mundo conforme a Dios. Si cumplimos los Mandamientos de la Ley de Dios, con la ayuda de la gracia (si no, es imposible), seremos dignos hijos de Dios y de María Santísima. Dios es cuanto siempre hemos deseado; es nuestra esperanza, nuestra felicidad.

La belleza, el bien y la verdad están en la humildad de aceptar la voluntad de Dios: no en la soberbia de pretender que Dios te cumpla todos tus deseos y tus caprichos. Porque la voluntad de Dios siempre es justicia y caridad. Dios no te pedirá nada malo. Dios no miente ni engaña.

Dios te pide que seas fiel siempre: en tu vida pública y en tu vida privada. De hecho esa distinción es perversa. No se puede ser piadoso en la vida privada y estar a favor del divorcio o del aborto o de cualquier ley que vaya contra Dios en tu vida pública. Quien así se comporta es una mentiroso, un fariseo, un sepulcro blanqueado que no oculta sino podredumbre y corrupción, aunque luzca pulcro en el exterior. Estos que apuestan por el mal menor, que buscan en consenso entre el bien y el mal tratando de negociar un término medio que no existe, representan lo peor: son los tibios que Dios vomita por su boca.

Hay que ser coherente y hay que ser fiel a Cristo hasta la cruz, por la gracia de Dios. Por caridad tenemos que ser fieles a la Verdad. No podemos ocultarla, porque Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida. No hay salvación fuera de Cristo y de su Iglesia.

¿Soy tal vez un fanático intolerante? Yo solo quiero amar a todos y creo que todos merecen la oportunidad de salvarse. Para eso vino al mundo Nuestro Señor Jesucristo. Para eso murió en la cruz.

Amo más a Dios que a mi propia vida. Cristo es el Señor. Él es el Rey del Universo, el Todopoderoso. Arrodillémonos ante el Altísimo. Adoremos al Santísimo, real y sustancialmente presente en la Santa Hostia.

Os han dicho que el mundo es mejor si Dios no existiera. Que seríais más felices sin Dios. Que lo bueno es el placer, el sexo, la pornografía, el lujo, el dinero, la fama; que lo que hay que hacer es disfrutar de la vida. Y que Dios es el aguafiestas que lo prohíbe todo. Os han engañado y os habéis dejado engañar. Y ahora sois esclavos del pecado y reos de muerte. Vivís en la mentira, en el deshonor, en la lujuria, en el orgullo y en la soberbia. Os creéis dueños de vosotros mismo, autónomos, libres para pecar cuanto queráis y os habéis convertido en peleles patéticos de vuestras propias pasiones, fantonches ridículos, esclavos de vuestros pecados.

El hombre moderno se cree Dios. Cree que puede crearse a sí mismo. Se cree dueño de sí. Se cree el centro del universo. Se cree todopoderoso. Y no es más que el “excremento del can sarnoso”. El hombre moderno busca la felicidad en el pecado y no encuentra sino desolación, depresión, desesperación, ansiedad, muerte. Quiere salvarse a sí mismo y lo único que consigue es su perdición: “quien quiera salvar su vida, la perderá”. Nunca ha habido más suicidios, más ventas de antidepresivos y ansiolíticos. La gente es desgraciada porque no vive en gracia de Dios, porque no cumple los Mandamientos, porque no conoce a Dios. No ven, no oyen, no entienden. Porque Dios les ha embotado el entendimientos a causa de sus pecados. El pecado nos aparta de Dios: nos aleja de Él. Y apartándonos de Dios, nos aparta de nuestra propia felicidad porque no hay otra felicidad más que Cristo. Pero una cosa es condenar el pecado y otra juzgar o condenar al pecador. Lo primero es una obligación por caridad; lo segundo, un acto de pura soberbia.

¿Pero sabéis qué lenguaje entiende todo el mundo? El lenguaje del amor: una caricia, un abrazo, un beso… Eso lo entiende todo el mundo. Porque todos necesitamos sentirnos amados y todos necesitamos amar. Solo el amor nos salva… El Amor con mayúscula, que es Cristo. Y nosotros tenemos que ser también amor – con minúscula – pero amor a fin de cuentas. Tenemos que aprender a decir “te quiero”, “eres muy importante para mí”, “eres muy importante para Dios”, “eres una bendición de Dios para el mundo y para mí”. A pesar de todos los pecado que hayas cometido; a pesar de todos los defectos que tengas. “Solo tú, eres tú” y por eso te quiero.

Cometamos “delitos de caridad”: nunca de odio. La única norma inquebrantable es el amor. ¿De qué vale acusar, despreciar o condenar? Estoy yo bueno para juzgar o condenar a nadie: pobre de mí.

Por eso, yo he decidido no tener más ideología que Cristo. No me interesa nada sin Dios.

El camino es la humildad, aceptar la voluntad de Dios, amar a todos, ser fiel a la Verdad por caridad para que todos se salven; vivir en gracia de Dios, vivir unido a Dios; soy puro estiércol pero quiero ser “mantillo de su huerto” para dar frutos de amor.

Porque yo te quiero, Señor. Tú sabes que te quiero. Y no quiero nada sin Ti. No quiero nada que me aparte de Ti. No quiero más libertad que la que me lleve a Ti. No quiero ser libre para pecar, sino esclavo de tu Sagrado Corazón para amar. No hay felicidad en el pecado, sino muerte y desolación, aunque te parezca lo contrario; aunque dar rienda suelta a tus pasiones te resulte tan apetecible (como las golosinas que la Reina Blanca ofrece a Edmund en la Crónicas de Narnia). Al final, el pecado te conduce a las mazmorras y te encadena y te maltrata hasta dejarte el corazón helado, hasta dejarte paralizado y muerto.

Solo Cristo nos devuelve a la vida con su aliento y nos libera del mal y nos perdona y nos da vida y nos da todo aquello que siempre hemos deseado, sin que nos falte nada para ser verdaderamente felices. Sólo Cristo tiene palabras de vida eterna. Por eso no me interesa nada que no me hable de Cristo: ni ideologías ni políticas ni filosofías ni nada que me aparte de Cristo o que no me conduzca a Cristo me puede interesar lo más mínimo. Sólo Dios basta. No necesito más. No quiero más nada. Solo arrodillarme ante el sagrario y esperar el momento en que me llame a su presencia y traspase la puerta que me aparta de Él. Si el mundo se vuelve apóstata, me apartaré del mundo. Si os empeñáis en vivir en la mentira, me aferraré a la Verdad, porque solo seré libre si soy fiel a Cristo y en la medida en que viva unido a Él; y si me odiáis por la Verdad, os amaré por la gracia de Dios, que es Caridad y Verdad. Solo seré feliz en la medida en que viva en comunión con mi Señor.

No aspiro a nada. No quiero puestos. No quiero honores. No quiero más que el amor de Dios. No quiero más que a Jesucristo. Todo lo demás lo estimo en nada.

“Quien quiera algo que no sea Cristo,
no sabe lo que quiere;
quien pida algo que no sea Cristo,
no sabe lo que pide;
quien no trabaje por Cristo,
no sabe lo que hace”

San Felipe Neri

No soy santo, pero para Dios nada hay imposible…


Santiago de Gobiendes


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