Juan XXIII, que sucedió en 1958 al papa Pío XII, no entendía el lenguaje de Monseñor Lefebvre. Trasladó al arzobispo de Dakar al humilde obispado de Tulle, en Francia (1962), una diócesis en apuros cuyo seminario acababa de clausurarse.
Obispo de Tulle
Enseguida el nuevo obispo rebosó de proyectos: reagrupó a sus sacerdotes aislados y menesterosos, los convirtió en institutores de pequeñas escuelas católicas, construyó un nuevo colegio de chicos, y volvió a abrir su seminario: «Nada se ha perdido del todo», dijo. En Tulle, sus colaboradores lo consideraban como un «excelente obispo práctico, muy cercano a sus sacerdotes».
Pero seis meses más tarde, Monseñor Lefebvre fue elegido Superior general de la congregación del Espíritu Santo, justo cuando se abrió el Concilio Vaticano II.
Padre conciliar
Presidente de la Conferencia episcopal del Oeste africano, había sido nombrado con este título, en 1960, miembro de la Comisión central preparatoria del Concilio Vaticano II.
Durante la penúltima sesión preparatoria, en junio de 1962, asistió con estupor al grave altercado que enfrentaba al cardenal Ottaviani, representante de la doctrina romana, con el cardenal Bea, figura del ala liberal e innovadora.
El 11 de octubre se abrió finalmente el 21º Concilio ecuménico de la Iglesia católica. Los liberales se movieron enseguida para tomar el control de las comisiones de trabajo y provocar el rechazo de los esquemas preparatorios.
Juan XXIII les dejó las manos libres, y esta situación dramática alertó a Monseñor Lefebvre. Intervino públicamente varias veces, y denunció la inspiración liberal y los errores modernizantes contenidos en los nuevos esquemas.
Presidente del Coetus Internationalis Patrum
Pero su acción fue más que todo, práctica. Secundado por dos obispos brasileños combativos, Antonio de Castro Mayer y Geraldo de Proênça Sigaud, y ayudado por el cardenal Arcadio Larraona, Prefecto de la Congregación de ritos, estableció un secretariado con dos sacerdotes. Con la colaboración de teólogos amigos, y valiéndose de medios improvisados, informó a los Padres conciliares de lo que se estaba tramando, al mismo tiempo que organizó el contrataque. Lograron así bloquear cuatro veces el esquema sobre la libertad religiosa, al que Monseñor Lefebvre consideraba como el más falso y nocivo.
A partir de la segunda sesión, en 1963, se formó un grupo de unos 250 Padres, el Coetus Internationalis Patrum (Grupo Internacional de Padres), cuya presidencia asumió.
«Hablo como pienso»
Monseñor Lefebvre se convirtió rápidamente en la pesadilla de los Padres liberales. Cuando el papa Pablo VI, que sucedió a Juan XXIII, sugirió en 1965 nombrar al antiguo obispo de Tulle como miembro de una comisión ad hoc de cuatro Padres para resolver el problema del esquema de la libertad religiosa, un viento de pánico sopló entre los cardenales liberales, que suplicaron al papa que no haga nada. «Fui el único eliminado», diría Monseñor Lefebvre con una sonrisa; «mis intervenciones en el Concilio sobre este punto y mi pertenencia al Coetus los espantaba».
Durante una reunión en Roma, los demás obispos espiritanos le reprocharon sus intervenciones «tan contrarias a la orientación del episcopado francés», y hechas en su condición de Superior general de la congregación del Espíritu Santo. Les contestó: «A nadie le obligo a pensar como yo, pero yo no puedo dejar de hablar como pienso».
Balance del Concilio
Con la distancia de los años, Marcel Lefebvre haría un balance del Concilio:
«Como lo dijo el cardenal Suenens, Vaticano II fue la Revolución francesa en la Iglesia. A decir verdad, con los textos preparatorios, el Concilio se disponía a ser una lumbrera para la Iglesia, que habría disipado de forma duradera los errores difundidos en su seno. En lugar de esto, asistimos en él a la revolución en la Iglesia, a la unión adulterina de la Iglesia con las ideas liberales».
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