Por Sophie de Villeneuve
-Un internauta nos pregunta si perdonar es olvidar. ¿Qué piensa usted?
A. N.: No, perdonar no es olvidar. El perdón es un mandamiento. El olvido puede ser una gracia o una enfermedad, no un mandamiento. Enzo Bianchi, prior de la comunidad ecuménica de Bose, en Italia, dice que Dios perdona olvidando, pero que el hombre perdona conservando la memoria. Tal vez Dios pueda olvidar, pero nosotros no somos maestros del olvido. Y debemos perdonar sin olvidar, porque el perdón es un mandamiento.
-¿No es un mandamiento terriblemente difícil de seguir?
A. N.: Sí que es un mandamiento difícil, pero es beneficioso. Jesús dice: “Si no perdonáis, no seréis perdonados”, lo que es bastante curioso y molesto. Porque el que debe perdonar ha sido el que ha sido ofendido. Si encima no es perdonado, ¡es un doble dolor! Hay en esto una paradoja que podemos resolver diciendo que el perdón nos libera de la ofensa que nos ha sido hecha. El perdón es una liberación, que exige un combate difícil.
-¿Podemos perdonar a alguien que no nos pide perdón, que no reconoce la ofensa? Es una cuestión con la que muchos tienen dificultades…
A. N.: De hecho es más difícil. Pero reconozcamos que la primera persona a la que hacemos un bien perdonando es a nosotros mismos. Si la persona que nos ofende nos pide perdón, seguramente es más fácil perdonar; pero si no nos lo pide, ¿qué hacemos con la ofensa? ¿Dejaremos que penetre en nosotros y que difunda su veneno? El combate y el proceso del perdón consisten, al contrario, en sacar la ofensa fuera de nosotros.
-Muchos consideran la exigencia cristiana del perdón como una forma de amabilidad un poco sensiblera, incluso como una forma de cobardía. ¿Por qué se dice que el perdón, en realidad, libera?
A. N.: Hay distintos grados de perdón. Perdonar a alguien que nos ha pisado el pie no es muy difícil. Hablamos más bien del perdón hacia alguien que nos ha herido profundamente, que nos ha traicionado o calumniado. Todos hemos pasado por algo así en alguna ocasión. De manera espontánea y natural reaccionamos con ánimo vengativo, cultivamos un sentimiento de injusticia, nos persuadimos de que somos desgraciados… Se nos invita a superar este sentimiento con el perdón, y no es cosa fácil. No tiene nada que ver con la sensiblería. Nietzsche decía que los cristianos perdonan porque no tienen el valor de vengarse. Pero el perdón no está por debajo de la venganza, sino que está por encima de ella. Perdono porque creo que el perdón trae más vida y esperanza que la venganza. Si no perdono, me quedo prisionero de la ofensa. Respecto a esto, me ha aportado mucho un libro de Desmond Tutu, el arzobispo anglicano de Sudáfrica, que luchó para eliminar el apartheid en su país. Ha escrito Il n'y a pas d'avenir sans pardon (No hay futuro sin perdón), para decir que su país no podrá avanzar si las dos comunidades que lo forman no superan la herida sumamente profunda que la una ha infligido a la otra. Describe un dibujo en el que se ve a dos soldados antes un monumento dedicado a los muertos. El uno le pregunta al otro: “¿Has perdonado a los que te hicieron prisionero?”. El otro responde: “No, nunca”. Y el primero le dice: “Entonces, sigues siendo prisionero”. Si no perdonamos, seguimos siendo prisioneros del que nos ha ofendido.
-Volviendo a la pregunta de nuestro internauta, ¿podemos perdonar sin olvidar? Perdonar y acordarnos, ¿no es algo incompatible?
A. N.: Perdonar es poner la ofensa en el justo lugar. Cuando nos ofenden o cuando atravesamos una prueba, este hecho tiene tendencia a ocupar todo el lugar en nuestra alma. Y tenemos el sentimiento que toda nuestra vida se ha oscurecido debido a la prueba o a la injusticia que se nos ha hecho. Perdonar es poner la ofensa en su justo lugar, alejarla poco a poco para poder decirnos que somos más que la ofensa que nos han hecho. Así superaremos la ofensa. En la práctica, es un combate difícil.
-¿Exige un trabajo espiritual o psicológico?
A. N.: Sí. No basta decir: “Te perdono”, para perdonar de verdad. El perdón, como el duelo, no es un proceso lineal. Puede suceder que, en determinados momentos de vulnerabilidad, la ofensa vuelve a atormentarnos. Es un proceso largo, difícil, y que no nos devuelve a la situación anterior a la ofensa. Tomemos como ejemplo la historia bíblica de Jacob y Esaú. Jacob usurpa el derecho de primogenitura a su hermano, y se va a vivir unos veinte años a otro país. Después sintió nostalgia por su país y decide volver a ver a su hermano. ¿Cómo fue el encuentro? La noche anterior tuvo lugar ese combate enigmático con el ángel; después Jacob fue al encuentro de su hermano y se abrazaron. Esaú le propuso caminar juntos, pero Jacob rehusó: “Mi rebaño correría el riesgo de molestar al tuyo, tú ves hacia la derecha que yo iré hacia la izquierda”. El que nos hayamos reconciliado no implica que tengamos que vivir juntos. Y el hecho de que hayamos perdonado no implica que no debamos protegernos para no ser heridos de nuevo.
-¿Sabemos de verdad si hemos realmente perdonado?
A. N.: Efectivamente, siempre puede haber una recaída. Pero cuando alejamos la ofensa, cuando esta ya no fagocita nuestra existencia, cuando conseguimos amar de nuevo, hacer proyectos, tener relaciones sanas, tal vez no hayamos perdonado de manera absoluta, pero hemos hecho lo que se nos ha pedido, es decir, proseguir nuestro camino a pesar de la herida que hay en nosotros.
-¿Puede haber perdón sin reconciliación?
A. N.: Hay que ser dos para reconciliarse. A veces, uno no está preparado. Lo que debemos hacer es seguir nuestra parte del camino.
Antoine Nouis es pastor de la Iglesia Protestante Unida de Francia
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