Los perros ferales son perros feroces. La mayoría nunca ha experimentado una caricia humana y evitan cualquier contacto con el hombre. Los perros ferales no son perros callejeros, son depredadores implacables que cazan casi cualquier animal que se les ponga enfrente.
Por Amapola Nava
Este interesante informe nos habla sobre una especie invasora en la Isla Cedros, en Baja California (México), pero es un problema creciente y preocupante en distintos lugares del mundo.
Lo primero que Juan Pablo Gallo notó al llegar a la isla fue que había menos lobos marinos que la última vez que estuvo allí, muchos menos. La colonia se había reducido casi a la mitad si la comparaba con el último censo. Pero esta vez Juan Pablo no estaba allí solo para contar lobos marinos, así que echó un último vistazo a la playa y junto con sus colegas comenzó con la búsqueda.
El grupo de científicos tardó más en bajar de la lancha que en encontrar el primer indicio. El excremento del depredador manchaba la isla y de una de las heces sobresalía el fragmento de una costilla de lobo marino. Tomaron muestras como evidencia y continuaron. Pronto otra señal, el cadáver de una cría. Tenía la piel desgarrada y le habían arrancado el vientre. Al analizar el cuerpo, las marcas de mordidas se hicieron evidentes.
La investigación prosiguió a lo largo de un arroyo seco, donde encontraron echaderos y huellas de lo que parecía ser un carnívoro grande. Pero unos metros más adelante la búsqueda terminó. Los ladridos se escuchaban cada vez más cerca y los científicos no estaban preparados para enfrentarse con un animal que ya había atacado a otros seres humanos.
Perro feral, especie exótica invasora presente en Isla Todos Santos. © Archivo Grupo de Ecología y Conservación de Islas (GECI), J. A. Soriano.
Los perros ferales son perros feroces. La mayoría nunca ha experimentado una caricia humana y todos evitan cualquier contacto con el hombre. Los perros ferales no son perros callejeros, no esperan fuera de los restaurantes a que el comensal piadoso les aviente un trozo de pan y no rondan los basureros en búsqueda de alimento. Los perros ferales son depredadores implacables, que cazan casi cualquier especie que se les ponga enfrente. Y, aunque prefieren presas pequeñas, que no superen los 50 kilogramos, han matado al enorme kudú, un antílope africano que llega a rebasar los 200 kilogramos de masa corporal.
Estos animales son descendientes directos de otro tremendo depredador, son una subespecie del lobo gris, Canis lupus. Pero, contrario a lo que podría pensarse, pertenecen a la misma especie que el perro que descansa plácidamente en el sillón de una familia en la ciudad o del que cuida el ganado en una zona rural. Biológicamente, los perros ferales son perros domésticos, Canis lupus familiaris, que se han aislado de la influencia humana y han adoptado un comportamiento salvaje.
La parte norte de Isla Cedros es un territorio sinuoso y despoblado, los habitantes de la isla lo llaman la sierra, y con razón, pues a menos de cinco kilómetros de la costa se levantan picos de mil metros de altura. Fue en esa zona donde los dos pescadores se accidentaron.
El mayor tenía alrededor de 45 años y una barba que le llegaba hasta el pecho, se la había dejado crecer durante la larga temporada de pesca. El otro era un “chavalo jovenzón”. Sacaban langosta como cualquier otro día, pero de un momento a otro, la lancha, las trampas, todo se les volteó y tuvieron que varar de emergencia junto a un acantilado.
Sin forma de comunicarse o transportarse no les quedaba más que atravesar casi nueve horas de sierra y costa para llegar al primer poblado, así que comenzaron la marcha. No imaginaban que además tendrían que enfrentarse a una jauría de perros ferales.
Eran alrededor de 10, todos amenazantes, y no dejaban de acechar a los dos hombres. Si no hacían algo no llegarían nunca al pueblo.
“Sabes qué, me les voy a enfrentar, los voy a corretear a ver si así, con la barba y todo, se asustan. Si corren, nos vamos”, le dijo el mayor de los pescadores al chaval.
“Así fue como la libraron, al final regresaron caminando hasta el pueblo”, cuenta Jorge Amador Alameda, al recordar el incidente. Jorge es el actual presidente de la sociedad cooperativa Pescadores Nacionales de Abulón, S.C. de R.L., la organización de pescadores que lleva ya 74 años pescando y 100 años llevando víveres, gasolina y útiles a Isla Cedros, Baja California, la isla mexicana más grande del Pacífico.
Después del ataque, la cooperativa no pudo quedarse de brazos cruzados, y en el verano de 2004, Ramón Castro Amador, quien era secretario del Consejo de Administración de la cooperativa pesquera, pidió ayuda al doctor Juan Pablo Gallo, del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo, A.C. (CIAD), para informar a las autoridades que los perros ferales estaban agrediendo al venado, lobos marinos y a los pobladores.
Juan Pablo no pudo acudir al llamado en 2004, pero en enero de 2005 la cooperativa volvió a pedir su ayuda, y para mayo de ese año los investigadores ya estaban desembarcando en Isla Cedros, a punto de encontrarse con el cadáver destrozado de una cría de lobo marino.
Lo primero que Juan Pablo Gallo notó al llegar a la isla fue que había menos lobos marinos que la última vez que estuvo allí, muchos menos. La colonia se había reducido casi a la mitad si la comparaba con el último censo. Pero esta vez Juan Pablo no estaba allí solo para contar lobos marinos, así que echó un último vistazo a la playa y junto con sus colegas comenzó con la búsqueda.
El grupo de científicos tardó más en bajar de la lancha que en encontrar el primer indicio. El excremento del depredador manchaba la isla y de una de las heces sobresalía el fragmento de una costilla de lobo marino. Tomaron muestras como evidencia y continuaron. Pronto otra señal, el cadáver de una cría. Tenía la piel desgarrada y le habían arrancado el vientre. Al analizar el cuerpo, las marcas de mordidas se hicieron evidentes.
La investigación prosiguió a lo largo de un arroyo seco, donde encontraron echaderos y huellas de lo que parecía ser un carnívoro grande. Pero unos metros más adelante la búsqueda terminó. Los ladridos se escuchaban cada vez más cerca y los científicos no estaban preparados para enfrentarse con un animal que ya había atacado a otros seres humanos.
Cuidado con el perro
Perro feral, especie exótica invasora presente en Isla Todos Santos. © Archivo Grupo de Ecología y Conservación de Islas (GECI), J. A. Soriano.
Los perros ferales son perros feroces. La mayoría nunca ha experimentado una caricia humana y todos evitan cualquier contacto con el hombre. Los perros ferales no son perros callejeros, no esperan fuera de los restaurantes a que el comensal piadoso les aviente un trozo de pan y no rondan los basureros en búsqueda de alimento. Los perros ferales son depredadores implacables, que cazan casi cualquier especie que se les ponga enfrente. Y, aunque prefieren presas pequeñas, que no superen los 50 kilogramos, han matado al enorme kudú, un antílope africano que llega a rebasar los 200 kilogramos de masa corporal.
Estos animales son descendientes directos de otro tremendo depredador, son una subespecie del lobo gris, Canis lupus. Pero, contrario a lo que podría pensarse, pertenecen a la misma especie que el perro que descansa plácidamente en el sillón de una familia en la ciudad o del que cuida el ganado en una zona rural. Biológicamente, los perros ferales son perros domésticos, Canis lupus familiaris, que se han aislado de la influencia humana y han adoptado un comportamiento salvaje.
Los perros de Cedros
La parte norte de Isla Cedros es un territorio sinuoso y despoblado, los habitantes de la isla lo llaman la sierra, y con razón, pues a menos de cinco kilómetros de la costa se levantan picos de mil metros de altura. Fue en esa zona donde los dos pescadores se accidentaron.
El mayor tenía alrededor de 45 años y una barba que le llegaba hasta el pecho, se la había dejado crecer durante la larga temporada de pesca. El otro era un “chavalo jovenzón”. Sacaban langosta como cualquier otro día, pero de un momento a otro, la lancha, las trampas, todo se les volteó y tuvieron que varar de emergencia junto a un acantilado.
Sin forma de comunicarse o transportarse no les quedaba más que atravesar casi nueve horas de sierra y costa para llegar al primer poblado, así que comenzaron la marcha. No imaginaban que además tendrían que enfrentarse a una jauría de perros ferales.
Eran alrededor de 10, todos amenazantes, y no dejaban de acechar a los dos hombres. Si no hacían algo no llegarían nunca al pueblo.
“Sabes qué, me les voy a enfrentar, los voy a corretear a ver si así, con la barba y todo, se asustan. Si corren, nos vamos”, le dijo el mayor de los pescadores al chaval.
“Así fue como la libraron, al final regresaron caminando hasta el pueblo”, cuenta Jorge Amador Alameda, al recordar el incidente. Jorge es el actual presidente de la sociedad cooperativa Pescadores Nacionales de Abulón, S.C. de R.L., la organización de pescadores que lleva ya 74 años pescando y 100 años llevando víveres, gasolina y útiles a Isla Cedros, Baja California, la isla mexicana más grande del Pacífico.
Después del ataque, la cooperativa no pudo quedarse de brazos cruzados, y en el verano de 2004, Ramón Castro Amador, quien era secretario del Consejo de Administración de la cooperativa pesquera, pidió ayuda al doctor Juan Pablo Gallo, del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo, A.C. (CIAD), para informar a las autoridades que los perros ferales estaban agrediendo al venado, lobos marinos y a los pobladores.
Juan Pablo no pudo acudir al llamado en 2004, pero en enero de 2005 la cooperativa volvió a pedir su ayuda, y para mayo de ese año los investigadores ya estaban desembarcando en Isla Cedros, a punto de encontrarse con el cadáver destrozado de una cría de lobo marino.
Las heces
Excreta con hueso de lobo marino. © Juan Pablo Gallo.
Aquella vez, al escuchar los ladridos, los investigadores tuvieron que huir de Isla Cedros. En ese momento ya no había nada más que pudieran hacer sin arriesgar su vida, pero de vuelta en su laboratorio Juan Pablo tenía otros métodos para obtener más pistas sobre los perros.
Las excretas del depredador podían revelar muchas cosas, una de ellas, su dieta. Juan Pablo lo sabía, y comenzó por separar todos los elementos que el sistema digestivo del perro no es capaz de desintegrar y que salen prácticamente completos en las heces. En su pesquisa obtuvo pelo, plumas y huesos de las presas.
Aprovechando que bajo el microscopio el pelo de cada especie de mamífero es diferente, el investigador pudo identificar en las cinco muestras de heces fecales un elemento en común, restos de Zalophus californianus. No había duda, los perros estaban comiendo lobo marino. Y no solo eso, también se alimentaban de elefante marino y de venado bura, una especie endémica en peligro de extinción.
Nosotros los vimos
“(Aun así) no teníamos forma de saber si el cadáver que encontramos lo habían matado los perros o si solo habían aprovechado para comerse la cría cuando ya estaba muerta. Los perros generalmente buscan carroña o cazan animales pequeños. Aunque si están muy hambreados, tal vez sí se arriesguen a cazar las crías”. Concepción García era parte del grupo de investigadores que llegó a la isla con Juan Pablo Gallo, y la única forma en la que se sentiría segura para contestar esta incógnita era si lograba observar el momento de la depredación. Cosa que no sucedió.
Pero los pescadores de Isla Cedros sí habían visto a los perros acechar y cazar a los lobos marinos. Habían visto al enorme venado bura adentrarse en el mar para huir del acoso de los cánidos y estaban preocupados por el ataque a los pescadores de la sociedad cooperativa.
Cadáver de cría de lobo marino con vientre desgarrado. © Juan Pablo Gallo.
La invasión o el origen de los perros
Cuando Isla Cedros se llamaba Huamalhuá, no tenía perros. Los cochimí la llamaban así, la neblinosa. Y probablemente así, cubierta en niebla, la encontraron los españoles cuando la descubrieron en 1540. Esta fue, quizá, la primera ocasión en que un perro tuvo la oportunidad de pisar la isla.
Ataque de perros ferales a venado cola blanca en área natural protegida. © Archivo Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp).
Pero los perros que hoy se alimentan de roedores, aves, reptiles, lobos marinos, elefantes marinos y del venado bura de Cedros, una especie en peligro de extinción que solo habita en esa isla, más bien son descendientes de las mascotas abandonadas por los pobladores del siglo XXI.
Parece que a los habitantes de Isla Cedros les gustan los perros de mascota, pero también parece que a algunos no les molesta que vaguen libres a ratos, ni tienen problemas con abandonar a sus cachorros, pues una gran cantidad de perros callejeros ronda por los poblados.
A estos perros no les hace falta comida, como Juan Pablo Gallo y sus colaboradores reportaron en un artículo de la revista Natural Areas Journal, la planta procesadora de alimentos suele desechar pulpo, langosta, abulón y pescado que no fue apto para el enlatado, y el festín se sirve en tiraderos a las afueras de los poblados sin supervisión humana.
Pero sin importar la abundancia de alimento, los perros son animales territoriales, y los grupos dominantes excluyen a otros perros del banquete. Poco a poco los desplazados amplían sus territorios a lugares menos poblados, comienzan a cazar y a adentrarse cada vez más en la isla, hasta que pierden completamente el contacto con las personas. Es allí cuando se acelera el proceso de asilvestramiento, los perros se multiplican, sus crías se vuelven ferales y se transforman en una especie invasora.
Los acarreados
Cuando los españoles llegaron al continente americano no llegaron solos. Los conquistadores no estaban dispuestos a abandonar el gusto de un jugoso tocino o de un buen vino, así que se aseguraron de que cada barco que navegaba con rumbo a la Nueva España fuera provisto de animales, plantas y semillas. Los conquistadores tratarían de establecer todo producto esencial de su cultura en el nuevo territorio.
Los perros tampoco llegaron solos a Isla Cedros, llegaron con sus garrapatas, sus virus, sus bacterias y sus parásitos. Por ejemplo, las tenias o solitarias encuentran un buen hábitat en el intestino del perro, al igual que algunas lombrices como Toxocara canis, y si por alguna razón estos parásitos entran al intestino humano, pueden infestarlo sin dificultad; tanto así que las personas comparten alrededor de 60 parásitos con los perros y los gatos.
Pero el peligro no es solo para los humanos, y el contagio fue uno de los temores que surgió en Concepción García y en Juan Pablo Gallo cuando observaron la interacción entre perros y lobos marinos en la isla.
Peligro de contagio
El 25 de abril del año 2000, 50 crías de foca yacían muertas en Zuidwest Island, una región al noreste del mar Caspio. Ese fue el inicio de una epidemia que para el mes de julio, había matado al menos 11 mil focas en los cinco países que rodean el mar Caspio: Rusia, Kazajistán, Irán, Azerbaiyán y Turkmenistán.
Las focas que alcanzaron a ser vistas, enfermas y con vida, sufrían espasmos musculares parecidos a las convulsiones, estaban débiles, estornudaban constantemente y tenían escurrimiento nasal y ocular. Los análisis de laboratorio demostraron que la infección la había causado el virus del distemper canino, el mismo virus que provoca la enfermedad del moquillo en los perros.
Los científicos Thijs Kuiken y Seamus Kennedy, concluyeron en un artículo publicado en 2006, en la revista Veterinary Pathology, que el virus, en conjunto con un invierno inusualmente caliente y con otras bacterias que debilitaron su sistema inmunológico, aumentó la mortalidad de las focas 2.8 veces más que la media, es decir, mató a más de seis mil focas que en otras condiciones estarían vivas.
El distemper canino probablemente había llegado a las focas por contactos ocasionales con perros ferales y lobos de las costas del mar Caspio y, de esa misma forma, podía llegar a contagiar a los elefantes y lobos marinos en Isla Cedros.
Moquillo en México
En 2005, cuando Concepción García Aguilar visitó Isla Cedros, ningún estudio había reportado la presencia del virus en mamíferos marinos de México, pero no por eso podía concluir que el contagio era imposible. Así que la investigadora del Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada (CICESE) no abandonó la idea de indagar si los perros estaban transmitiendo sus patógenos a los lobos o a los elefantes marinos.
Cría de lobo marino. © Dag Peak.
Tres años después de la visita de Concepción a Cedros, al otro lado de la península, en el golfo de California, Nora Rivera Gámez, estudiante de la maestría en veterinaria del Instituto Politécnico Nacional, tomaba con un hisopo muestras de mucosidad de la garganta de 50 crías de lobos marinos. El siguiente año, Nora volvió por más muestras y consiguió la mucosidad de otras 60 crías de lobo marino. Con los fluidos de 110 cachorros, Nora Rivera comenzó la búsqueda de morbillivirus, el grupo de virus al cual pertenece el distemper canino.
El distemper canino, como todos los virus, tiene como componente principal un ácido nucleico, que es una cadena de moléculas que le permite replicarse. Estas cadenas se clasifican en cadenas de ácido desoxirribonucleico, o ADN, y cadenas de ácido ribonucleico, o ARN, y están presentes en el material genético de todos los seres vivos. Así que, aunque el distemper canino fuera un virus de ARN, en las muestras de Nora habría cadenas de ARN de lobo marino y de todas las bacterias, hongos y virus que el animal pudiera tener.
A la estudiante le interesaba encontrar solo el distemper canino, así que seleccionó una parte del virus, una secuencia de ARN que fuera exclusiva del distemper canino y separó todas las cadenas que tuvieran esa secuencia. Una vez separadas, las comparó con las secuencias completas de virus del distemper que otros científicos ya habían detectado y registrado en bases de datos internacionales.
En total, 21 muestras de sangre tenían el virus del moquillo, pero ninguna de las crías había presentado señales de la enfermedad. Nora Rivera concluyó que habría que realizar más estudios para conocer por qué el patógeno no estaba enfermando a los animales, y presentó su tesis en 2010.
Tiempo después, cuando Liliana Suárez Ramírez leyó la tesis de Nora Rivera, pensó que sería interesante saber si los perros de la región portaban el mismo virus que los lobos marinos, pues podrían ser los perros los que les estaban contagiando el patógeno.
Como parte de su tesis de maestría, en 2012 y 2013, Liliana recolectó muestras de sangre de 141 lobos marinos del golfo de California y del Pacífico, y de 10 perros domésticos y una cría de coyote que habitaban en Isla Magdalena, una isla del Pacífico. Al analizar las secuencias de ARN en las muestras, Liliana encontró el virus en la sangre de tres crías de lobo marino de una isla del golfo de California, en uno de los perros domésticos y en la cría de coyote.
El distemper canino, como todos los virus, tiene como componente principal un ácido nucleico, que es una cadena de moléculas que le permite replicarse. Estas cadenas se clasifican en cadenas de ácido desoxirribonucleico, o ADN, y cadenas de ácido ribonucleico, o ARN, y están presentes en el material genético de todos los seres vivos. Así que, aunque el distemper canino fuera un virus de ARN, en las muestras de Nora habría cadenas de ARN de lobo marino y de todas las bacterias, hongos y virus que el animal pudiera tener.
A la estudiante le interesaba encontrar solo el distemper canino, así que seleccionó una parte del virus, una secuencia de ARN que fuera exclusiva del distemper canino y separó todas las cadenas que tuvieran esa secuencia. Una vez separadas, las comparó con las secuencias completas de virus del distemper que otros científicos ya habían detectado y registrado en bases de datos internacionales.
En total, 21 muestras de sangre tenían el virus del moquillo, pero ninguna de las crías había presentado señales de la enfermedad. Nora Rivera concluyó que habría que realizar más estudios para conocer por qué el patógeno no estaba enfermando a los animales, y presentó su tesis en 2010.
Del perro al lobo marino
Tiempo después, cuando Liliana Suárez Ramírez leyó la tesis de Nora Rivera, pensó que sería interesante saber si los perros de la región portaban el mismo virus que los lobos marinos, pues podrían ser los perros los que les estaban contagiando el patógeno.
Como parte de su tesis de maestría, en 2012 y 2013, Liliana recolectó muestras de sangre de 141 lobos marinos del golfo de California y del Pacífico, y de 10 perros domésticos y una cría de coyote que habitaban en Isla Magdalena, una isla del Pacífico. Al analizar las secuencias de ARN en las muestras, Liliana encontró el virus en la sangre de tres crías de lobo marino de una isla del golfo de California, en uno de los perros domésticos y en la cría de coyote.
Perro feral, especie exótica invasora presente en Isla Magdalena. © Archivo GECI, J. A. Soriano.
Para enriquecer el trabajo, Liliana realizó pruebas inmunológicas para detectar si la sangre de los animales contenía anticuerpos para combatir el virus del distemper canino, así sabría si el animal o su madre alguna vez habían adquirido el virus pero no habían caído enfermos, o si enfermaron y lograron sobrevivir. Resultó que tanto del lado del Pacífico como del golfo de California, los lobos marinos y los perros habían tenido contacto con el virus del moquillo, y este patógeno representaba una presión más para los lobos marinos que de por sí ya se enfrentan a la contaminación, a la pérdida de hábitat y en el caso de Isla Cedros, al acoso de los perros.
Justo en noviembre de 2014, cuando Liliana Suárez publicaba los resultados en su tesis de maestría, otra estudiante, Etna Carolina Ziehl Quirós, trabajaba analizando las muestras de sangre de 46 crías de lobo marino que había obtenido en Isla Guadalupe, Reserva de la Biosfera en el Pacífico. Concepción García era la directora de esta tesis.
Etna Carolina Ziehl utilizó pruebas inmunológicas para detectar patógenos en los lobos marinos, y aunque no encontró el virus del distemper canino en Isla Guadalupe, sí detectó anticuerpos para tres variedades de una bacteria llamada Leptospira, una de ellas, la variedad canicola, característica de los perros.
Esperanza para Cedros
Ya desde hace varios años que Federico Méndez Sánchez sentía que, en el tema de los perros ferales, la asociación civil que dirige tenía “un gran pendiente con Isla Cedros”, y no solo por proteger a los mamíferos marinos, también por proteger a las personas de la isla y al venado bura al cual “estamos a punto de perderlo, está en grave peligro de extinción”.
No es que Grupo de Ecología y Conservación de Islas, A.C. fuera completamente ajena al problema de Cedros; en 2006, junto con la sociedad cooperativa Pescadores Nacionales de Abulón, habían llevado a la isla a veterinarios para realizar una campaña de esterilización en el poblado. Pero después de ese primer esfuerzo, al grupo ya no le fue posible apoyar a los pescadores, que tenían años preocupados por el problema.
Por fortuna, los pescadores no desistieron en sus esfuerzos por conservar la riqueza biológica de la isla y gracias a su iniciativa, en diciembre de 2016, Cedros se convirtió en área natural protegida y la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) asignó personal y presupuesto para proteger el lugar.
Ahora, junto con la Conanp, el Grupo de Ecología y Conservación de Islas ha aceptado el reto de erradicar al perro feral y ayudar a la restauración de la isla. El trabajo ya ha comenzado y en julio de este año se realizó una semana de cultura ambiental para mostrar a los habitantes de la isla la dura situación en la que se encuentra el venado bura, especie de la cual parecen quedar menos de 20 individuos.
El siguiente paso será comenzar con el trabajo técnico en el norte de la isla, en el que diez personas de la asociación civil identificarán a las jaurías de perros, y mediante trampas y caza aérea y terrestre, capturarán a los animales. El grupo, además, realizará un censo exhaustivo de la población de venados bura.
Una fiera de mascota
Las opciones para controlar a un animal salvaje, como los perros del norte de Isla Cedros, son pocas. Dar en adopción a un perro así sería una irresponsabilidad, sería como regalar un perro de pelea que no obedece ni a su dueño. Por otro lado, mantener a un perro feral en un albergue pondría en riesgo al personal del lugar y le daría al animal una vida de encierro. Hay que tomar en cuenta que en las islas, una mordedura grave, una enfermedad como la rabia y cualquier emergencia médica es mucho más difícil de atender.
Además, los perros ferales ponen en peligro todo un ecosistema. Cuando se trata de especies invasoras, se debe pensar en el bienestar de la colectividad más que en el del individuo.
Aun así, el control se hace de manera compasiva. Las erradicaciones buscan reubicar a los animales cuando es posible y, cuando no, siguen los procedimientos de la Norma Oficial Mexicana NOM-033-ZOO-1995, que regula el sacrificio humanitario de los animales domésticos y silvestres. Bajo este concepto se trata de evitar cualquier dolor innecesario y el perro es anestesiado con fármacos que impiden su sufrimiento.
Dueños responsables
“El problema aquí es que muchas veces, cuando los perros domésticos tienen crías, los del pueblo los tiran en el basurero. Entonces los perros agarran para la sierra y de allí es como se ha poblado la sierra”. Jorge Amador sabe que sin la ayuda de los dueños, controlar los perros ferales será un problema irresoluble y lo saben también en el Grupo de Ecología y Conservación de Islas.
En todos lados, el problema de los perros ferales es un problema de tenencia irresponsable, de perros extraviados, perros abandonados o perros a los que se les permite vagar libremente.
Por esto, Federico Méndez y su grupo buscan involucrar a toda la comunidad en la resolución del problema e implementarán estrategias para que los perros de Isla Cedros no terminen de nuevo en la sierra. La esterilización es la medida de prevención por excelencia, pero si es posible, también explorarán la posibilidad de colocarles collares con chips de rastreo a los perros domésticos. De esta manera, los extravíos tendrían solución.
De vuelta a la isla
Sin el acoso constante de los perros es posible que el venado bura se reproduzca de nuevo, también es posible que los lobos y los elefantes marinos regresen a las playas del norte de la isla que hoy evitan y en las que solían resguardar a sus crías.
Pero eso solo el tiempo lo dirá. Por lo pronto, el grupo de conservación de islas espera que no sea necesaria la reproducción del venado en cautiverio, y los miembros de la cooperativa Pescadores Nacionales de Abulón esperan poder volver a mirar el venado entre la niebla.
Agencia Informativa Conacyt
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