martes, 31 de mayo de 2016
DÍA NACIONAL DE LUCHA CONTRA LA HOMOFOBIA
La comisión de educación de la cámara baja podría despachar esta tarde el proyecto que instituiría al 17 de Mayo como “Día Nacional de Lucha Contra la Discriminación por Orientación Sexual o Identidad de Género" y lo incluiría en el calendario escolar. De obtener el visto bueno de educación quedaría listo para llegar al recinto y convertirse en ley.
El expediente de la autoría de la senadora Sigrid Kunath (FpV, E.Ríos) tuvo un trámite exprés en la cámara alta (pasó por una única comisión y fue aprobado sobre tablas en la polémica sesión del 25 de noviembre de 2015). En Diputados ya sorteó un par de comisiones y sólo le resta pasar por educación, que lo trataría esta tarde.
El activismo homosexual celebra dos fechas el “Día del Orgullo Gay” y el 17 de mayo “Día Internacional de Lucha contra la Homofobia” o “Día Nacional de Lucha Contra la Discriminación por Orientación Sexual o Identidad de Género", como intentan llamarlo en Argentina.
El pasado 17 de mayo hubo escuelas que exhibieron las imágenes de una campaña LGBT creada en Venezuela y difundida a través de la redes sociales para “sensibilizar por medio del arte“. De sancionarse la ley, campañas similares podrían replicarse en el futuro en todos los colegios del país.
NOTIVIDA
lunes, 30 de mayo de 2016
EL SUICIDIO MASIVO DE LA SECTA DE JONESTOWN, UN MISTERIO AUN SIN RESOLVER
En un remoto lugar de la Guyana, en América del Sur, el pastor evangélico Jim Jones pronunció las últimas palabras que oyeron cientos de personas: «Acabemos con esto ya. Acabemos con esta agonía». Ese 18 de noviembre de 1978 perdieron la vida 918 personas en un evento que los periódicos calificaron del mayor suicidio colectivo en la historia, y que protagonizó una secta con antigua sede en California. Hoy, sigue abierto el misterio sobre el desenlace de una comunidad que había nacido como una utopía socialista y había degenerado en algo aterrador. Así lo relata César Cervera en el diario español ABC.
En 1955, el pastor Jim Jones creó una secta denominada el Templo del Pueblo, cuya mayor parte de seguidores eran de raza negra. De afiliación comunista, el reverendo Jones adquirió cierta notoriedad por su lucha contra el racismo y la defensa por los derechos de los homosexuales (incluso Harvey Milk, activista y político homosexual, simpatizaba con el movimiento). De hecho, Jim Jones y su esposa Madeleine adoptaron a seis niños de diversas razas, para fundar así su «familia del arcoíris» y criarlos de forma comunal.
En medio de la psicosis nuclear que produjo la Guerra Fría, Jones trasladó su comunidad desde California a Sudamérica. En la remota Guyana fundó Jonestown (Pueblo Jones), una granja de 140 hectáreas que pretendía sobrevivir a la guerra nuclear y a los peligros de unos EE.UU. –decía– cada vez más desbocados y próximos a su final. Su cóctel doctrinal, que mezclaba pasajes de la Biblia, textos de Marx y el credo evangélico pentecostal, atrajo a una comunidad de cerca de 1.000 personas a Sudamérica.
El Templo del Pueblo y los maltratos
Al estilo de las comunas hippies características de los años 70, los seguidores de Jones cultivaban su propia comida, criaban ganado, fabricaban toda clase de productos y educaban entre todos a sus hijos. Esto es, una utopía socialista regida con mano de hierro por Jones. «Jonestown es un lugar dedicado a vivir por el socialismo, por la equidad económica y racial. Estamos viviendo de una forma común increíble», se escucha en una grabación que fue recuperada por el FBI. Lo que al principio era simplemente un estilo de dirección demasiado autoritario fue mutando hacia abusos y maltratos.
Desde las siete de la mañana hasta las seis de la tarde, los miembros de la secta trabajaban sin descanso, niños incluidos, bajo temperatura cercanas a los 38 °C. Según los testimonios de ex integrantes de la secta, las comidas consistían en nada más que arroz y legumbres, de inferior calidad a los alimentos que recibía Jones y su familia próxima.
En caso de desobedecer las órdenes, Jones encerraba a los indisciplinados en una caja de madera minúscula. Según los testimonios más crudos, las palizas eran frecuentes, así como el uso de un «hoyo de tortura» donde Jones tiraba a los niños desobedientes en mitad de la noche. Asustaba a los niños haciéndoles creer que había un monstruo en el fondo del pozo y, en caso de que fueron ya mayores para creer en cuentos de miedo, los amarraba desnudos para electrocutarles los genitales.
Como es evidente, para salir de Jonestown no bastaba con pedirlo en recepción. Los que intentaban escapar eran drogados, mientras que guardias armados patrullaban el pueblo día y noche para asegurarse de que las órdenes de Jones se cumplieran. A raíz de los testimonios cada vez más inquietantes, la CIA investigó la forma de acabar con este «paraíso socialista».
El asesinato de un congresista de EE.UU.
En 1978, el congresista del Estado de California Leo Ryan y una comitiva que incluía a varios periodistas, familiares de miembros de la secta y un desertor de la comunidad, visitaron Jonestown. Originalmente, el líder de la secta les acogió con cordialidad y preparó un recibimiento musical para sus huéspedes. Tras varios días de visita cada vez más tensa, donde el congresista sufrió un atentado con arma blanca, Ryan invitó a todo aquel que quisiera abandonar la comunidad a regresar con él en su avioneta.
Varios miembros del Templo del Pueblo aceptaron aparentemente la invitación y se reunieron con la comitiva del congresista. No obstante, durante la reunión los miembros de la secta sacaron armas de fuego y dispararon contra Ryan y los demás. Ese 17 de noviembre destrozaron el avión y asesinaron al congresista, a tres periodistas e hiriendo a nueve personas. Después de acribillar el cuerpo del congresista y dejarle irreconocible, los fanáticos regresaron a la comunidad: era la hora de alcanzar un nuevo nivel de horror.
El suicidio colectivo era una idea recurrente en el Templo del Pueblo. Desde hacía varios meses, Jim Jones organizaba una vez cada dos semanas «pruebas de lealtad», donde simulaba suicidios masivos, que incluían la ingesta de falsas pociones de veneno. Jones las llamaba «noches blancas». Aquellos que vacilaban en tomarse el líquido eran obligados a beberlo bajo la amenaza de que, si no cumplían con la orden, se les dispararía. «Durante estas noches blancas, Jones le daba a los miembros de Jonestown cuatro opciones: huir a la Unión Soviética, cometer un "suicidio revolucionario", quedarse en Jonestown para luchar contra los invasores o huir hacia la selva», reveló el mencionado informe del FBI.
Cianuro con zumo de uva
Jim Jones había perdido la cabeza y estaba dispuesto a llegar hasta el final con tal de no vivir el final de su ciudad. Tras el asesinato del congresista, Jones reunió a toda la comunidad y advirtió el final del sueño socialista: «Hemos obtenido todo lo que hemos querido de este mundo. Hemos tenido una buena vida y hemos sido amados». A continuación, los hombres cercanos al líder repartieron frascos llenos de cianuro, mezclado con zumo de uva, a las más de 900 personas que formaban la comunidad.
Mujeres, hombres y niños bebieron el cianuro potásico, cuyos efectos provocan una muerte especialmente dolorosa. Pero Jones no. El líder aguantó en pie hasta el final increpando a los miembros de su comunidad por morir «sin dignidad», puesto que pocos pudieron contener los gritos de dolor. Él, por si acaso, se quitó la vida con el disparo de una escopeta.
Mientras el ejército americano descubría cientos de cadáveres en la granja, los familiares de los fallecidos asaltaron las viviendas de la secta en distintos lugares en busca de respuestas. Pero lo cierto es que incluso hoy faltan respuestas y resulta un misterio lo que realmente ocurrió en los últimos días de Jonestown. La prensa calificó el suceso como «el mayor suicidio colectivo» de la historia, pero en realidad no está claro cuánto hubo de suicidio y cuánto de asesinato. A través de sus noches blancas, Jones dejó claro que no existía la posibilidad de negarse a tomar el cianuro; eso, sin mencionar que los simulacros habían transmitido la falsa sensación de que la secta solo trataba de probar a sus miembros pero sin dañarlos.
Un año después de la masacre, Michael Prokes, jefe del gabinete de prensa de la secta, se reunió con un grupo de periodistas de todo el país para explicar lo que había ocurrido en Jonestown. Es decir, un intento por blanquear y justificar el horror. No en vano, ante una de las preguntas de los periodistas, Prokes abandonó la sala y se pegó un tiro en el baño. «Los compañeros que se quitaron la vida lo hicieron porque no tenían elección y no querían permanecer en los infestados guetos de Norteamérica», había asegurado poco antes de suicidarse.
FUENTE: ABC
InfoRies
PERO, ¿ESTARÁN ARREPENTIDOS?
Por Jose Luis Milia
Mucho se ha escrito en estos días sobre la visita de la “madre” Bonafini a Su santidad Francisco; en general, todos hacen hincapié en lo que Hebe dijo sobre Jorge Bergoglio, antes y después de haber sido elegido Papa. Que las palabras salidas de la cloaca bonafiniana, tanto las referidas a la persona de Jorge Bergoglio S.J. como a la de Su Santidad Francisco, sigan teniendo vigencia en nuestras diarias invectivas se debe exclusivamente a que evitamos tener en cuenta que puede existir el arrepentimiento en el ofensor y que el perdón es una cualidad del ofendido, y que recibir a putas, malhechores y blasfemos que se sentían abrumados por el pecado fue el camino que Nuestro Señor Jesucristo indicó a sus pastores ya que él fue quien primero lo recorrió. Si bien a nosotros, imperfectos como somos, nos duele esto, es porque estamos lejos de entender que: “…habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.” (Lucas 15:7)
Bien, hasta aquí lo referido a Francisco, Papa y pastor de la grey católica; otra cosa es Francisco, Papa y figura política que para desgracia nuestra y también de él, no nació en Azerbaijan sino en Buenos Aires, más precisamente en el barrio de Flores y del que, hasta en la mínima tarea de lavarse los dientes le hemos endilgado, porque él lo permitió, una connotación política.
No ha tenido, Francisco, en tanto relevante figura de la política nacional, que lo es- no nos hagamos los distraídos diciendo que su lugar solo es el mundo- la mínima consideración hacia sus compatriotas que no sabemos si ha sido usado, si se ha dejado usar o si efectivamente, a partir de sus acciones, podemos suponer que se ha aferrado a una parte de esa Argentina dividida desde hace mucho y que, dado el poder que como persona influyente tiene, ha decidido que profundizar “la grieta” es el camino correcto para que la Argentina tenga un futuro decoroso ya que quizá piense que una parte de los argentinos sobran en esta concepción política.
Personalmente no me interesa si lo recibe a Macri con una sonrisa o a pura “cara e’ culo”; este es un juego de taitas y el presidente ha hecho lo imposible para despegarse de su “infortunada” frase en la que prometía acabar con el curro de los derechos humanos. Sí me interesa saber de que lado de la grieta que está ayudando a extender- a conciencia o sin darse cuenta- el Papa se encuentra. Porque la grieta no solo se refiere a más o menos pobreza, hambre y oportunidades actuales, esta zanja es mucho más antigua y es de ella que vienen nuestros desencuentros. Si bien podríamos suponer que, mirando con suspicacia las acciones de cada uno, el presidente y el Papa quieren expresar su indiferencia frente a esto. Uno, el presidente, se exime de reconocer que él y su familia están vivos o no exiliados, porque cuarenta años atrás unos hombres le plantaron cara a quienes querían una patria socialista. El otro, recibiendo a quienes recibe, parecería que le duele que esa patria socialista solo se haya quedado en una tibia matanza sin haberse concretado en los hechos; pero lo cierto es que a ninguno de los dos parece importarles que hay ancianos que, por haber combatido a la subversión que atacó a la República en los setenta, estos mueren en abandono de persona en los penales federales, ya que parecería que ambos tienen el mismo gesto de mirar al costado frente a esto. También es menester decir que si bien debemos considerar en este año de la misericordia con más justeza el arrepentimiento y el perdón de los hombres, el Papa arrastra el agravante de haber recibido a putas, ladrones, terroristas y funcionarios corruptos que, creemos, ni siquiera se han acercado al camino de la contrición.
EL FUTURO QUE LLEGA
Es querer atar las lenguas a los maldicientes lo mismo que querer poner puertas al campo”
Miguel de Cervantes
Por César Valdeolmillos Alonso
Tratar de frenar los avances tecnológicos, además de ser un despropósito, sería una empresa tan inútil como pretender ponerle puertas al campo o aquietar las mareas del mar.
Sin embargo, la humanidad, jamás se ha visto inmersa en un proceso de revolución tecnológica y social tan vertiginoso, profundo y decisivo cómo el que estamos protagonizando. Un proceso, que al igual que los anteriormente producidos, determinará nuestro futuro. Un futuro que no está en un horizonte más o menos lejano, no. Es un futuro que está ahí mismo, llamando ya a nuestra puerta; un futuro que con seguridad van a vivir nuestros hijos, y en alguna medida, nosotros mismos. Un futuro que puede ser algo más que inquietante, salvo que aparezcan grandes hombres que aporten soluciones imaginativas e inteligentes para paliar las consecuencias que del mismo habrán de derivarse. Y desde luego, esos hombres no parecen ser los indigentes intelectuales que actualmente pretenden “okupar” el poder.
Hace ya muchos años que el trabajo manual y rutinario viene siendo sustituido por máquinas cada vez más “inteligentes”, con lo que en dichas actividades se refiere, están conduciendo al ser humano a la mera irrelevancia.
Sin embargo, la humanidad, jamás se ha visto inmersa en un proceso de revolución tecnológica y social tan vertiginoso, profundo y decisivo cómo el que estamos protagonizando. Un proceso, que al igual que los anteriormente producidos, determinará nuestro futuro. Un futuro que no está en un horizonte más o menos lejano, no. Es un futuro que está ahí mismo, llamando ya a nuestra puerta; un futuro que con seguridad van a vivir nuestros hijos, y en alguna medida, nosotros mismos. Un futuro que puede ser algo más que inquietante, salvo que aparezcan grandes hombres que aporten soluciones imaginativas e inteligentes para paliar las consecuencias que del mismo habrán de derivarse. Y desde luego, esos hombres no parecen ser los indigentes intelectuales que actualmente pretenden “okupar” el poder.
Hace ya muchos años que el trabajo manual y rutinario viene siendo sustituido por máquinas cada vez más “inteligentes”, con lo que en dichas actividades se refiere, están conduciendo al ser humano a la mera irrelevancia.
¿Cuántos millones de braceros y peones quedaron sin ocupación por causa de la maquinaria agrícola que los sustituyeron? ¿Quién se acuerda hoy de las operadoras telefónicas, los cobradores de los transportes públicos, de los de la compañía de la luz, del gas o del agua, los taquígrafos o mecanógrafos? ¿Dónde están aquellos operarios que suministraban el combustible para el automóvil? Los dependientes han desaparecido prácticamente de las grandes superficies y supermercados. ¡Sírvase usted mismo! Ahora las cajeras ya están empezando a ser remplazadas por maquinas en las que su trabajo lo hace el propio consumidor.
En el futuro carteros, agentes turísticos, taxistas, auxiliares de vuelo, administrativos de banca, agentes comerciales e intermediarios, tendrán que adaptarse a los nuevos sistemas que vayan surgiendo o desaparecerán del mapa laboral.
Para muchos artículos concretos, el progreso del comercio electrónico es una realidad que se va imponiendo de forma progresiva.
Las sociedades son un cuerpo vivo en permanente transformación, y con ellas, los medios de producción, que siempre se han visto obligados a evolucionar o desaparecer.
Sin embargo, la revolución tecnológica de la que estamos siendo testigos, en el futuro, no se va a limitar a desarrollar trabajos manuales y rutinarios o de baja cualificación, como ha sucedido hasta ahora. Nos encontramos a las puertas de un nuevo proceso de desarrollo científico que transformará por completo los sistemas de producción y el tradicional sistema de relaciones laborales.
La era de las máquinas 2.0 es el germen de un nuevo proceso de dimensiones imprevisibles que se acelerará en un mañana muy próximo y reemplazará a muchos trabajadores calificados, tales como traductores, analistas de datos, gestores, etc.
Las máquinas desarrollan su labor de forma continuada las horas que sean precisas; por el momento no cotizan a la Seguridad Social ni están sujetas a contratos ni convenios colectivos; no precisan de períodos vacacionales por ningún concepto, ni reivindican ascensos ni aumentos de salario.
Es cierto que los nuevos sistemas que van haciendo su presencia crean también puestos de trabajo hasta ahora desconocidos, pero nunca en la proporción de los que van invalidando.
Estos cambios producen siempre fuertes tensiones sociales y económicas, que en el caso de España, se ven agravadas por el bajo índice de natalidad y el aumento de las expectativas de vida. En Román paladino, que cada día serán menos las personas que trabajen y más las que hayan de recibir una prestación por jubilación, incapacidad o cualquier otro motivo, y ello, durante muchos más años. Menos cotizantes, más pensionistas durante más tiempo y con mayores necesidades de atenciones sociales, reclamarán la atención del Estado. A esta realidad, añadámosle otra no menos preocupante. El altísimo nivel de endeudamiento de España, que por primera vez ha superado el 100% de nuestro producto interior bruto, dinero por el que hay que pagar cuantiosos intereses y que al final habrá que devolver.
En el futuro carteros, agentes turísticos, taxistas, auxiliares de vuelo, administrativos de banca, agentes comerciales e intermediarios, tendrán que adaptarse a los nuevos sistemas que vayan surgiendo o desaparecerán del mapa laboral.
Para muchos artículos concretos, el progreso del comercio electrónico es una realidad que se va imponiendo de forma progresiva.
Las sociedades son un cuerpo vivo en permanente transformación, y con ellas, los medios de producción, que siempre se han visto obligados a evolucionar o desaparecer.
Sin embargo, la revolución tecnológica de la que estamos siendo testigos, en el futuro, no se va a limitar a desarrollar trabajos manuales y rutinarios o de baja cualificación, como ha sucedido hasta ahora. Nos encontramos a las puertas de un nuevo proceso de desarrollo científico que transformará por completo los sistemas de producción y el tradicional sistema de relaciones laborales.
La era de las máquinas 2.0 es el germen de un nuevo proceso de dimensiones imprevisibles que se acelerará en un mañana muy próximo y reemplazará a muchos trabajadores calificados, tales como traductores, analistas de datos, gestores, etc.
Las máquinas desarrollan su labor de forma continuada las horas que sean precisas; por el momento no cotizan a la Seguridad Social ni están sujetas a contratos ni convenios colectivos; no precisan de períodos vacacionales por ningún concepto, ni reivindican ascensos ni aumentos de salario.
Es cierto que los nuevos sistemas que van haciendo su presencia crean también puestos de trabajo hasta ahora desconocidos, pero nunca en la proporción de los que van invalidando.
Estos cambios producen siempre fuertes tensiones sociales y económicas, que en el caso de España, se ven agravadas por el bajo índice de natalidad y el aumento de las expectativas de vida. En Román paladino, que cada día serán menos las personas que trabajen y más las que hayan de recibir una prestación por jubilación, incapacidad o cualquier otro motivo, y ello, durante muchos más años. Menos cotizantes, más pensionistas durante más tiempo y con mayores necesidades de atenciones sociales, reclamarán la atención del Estado. A esta realidad, añadámosle otra no menos preocupante. El altísimo nivel de endeudamiento de España, que por primera vez ha superado el 100% de nuestro producto interior bruto, dinero por el que hay que pagar cuantiosos intereses y que al final habrá que devolver.
¿De dónde saldrá la dotación para cubrir estas crecientes necesidades? Dado el alto índice impositivo español, a los gobiernos venideros no les quedará mucho margen para seguir subiendo los impuestos.
Ah, pero no debemos preocuparnos, porque en el mapa político español ha aparecido toda una generación de mindundis que han dado con la solución a todos nuestros problemas con la política del cambio. ¡Quítate tú que me pongo yo! Al menos en eso no nos han engañado.
Oiga, ideas sorprendentes no les faltan. Como no hay dinero suficiente para costear todo el cortejo familiar que les acompaña, pues para ahorrar, ya saben: las madres a barrer los colegios y los niños a recoger las colillas de las calles.
Los grandes problemas de una sociedad no se solucionan con la acostumbrada palabrería de los oráculos políticos, tan bonita como efectista, pero más hueca y vacía que una tinaja antes de la vendimia.
Ante situaciones tan perturbadoras como las que se aproximan, solo hombres de estado con gran capacidad de liderazgo serán capaces de afrontarlas y encontrar el equilibrio necesario. Hombres que por el momento, dada la ciénaga nauseabunda en la que está sumida la política española, brillan por su incomparecencia y por ello nos encontramos como nos encontramos.
Necesitamos hombres como Robert Schuman, Konrad Adenauer o Alcide de Gasperi que sepan ver el mañana, porque la diferencia entre un político y un estadista, es que el político es un oportunista miope que solo mira a las próximas elecciones, mientras que el estadista es aquel que sabe ver el futuro de las próximas generaciones.
Ah, pero no debemos preocuparnos, porque en el mapa político español ha aparecido toda una generación de mindundis que han dado con la solución a todos nuestros problemas con la política del cambio. ¡Quítate tú que me pongo yo! Al menos en eso no nos han engañado.
Oiga, ideas sorprendentes no les faltan. Como no hay dinero suficiente para costear todo el cortejo familiar que les acompaña, pues para ahorrar, ya saben: las madres a barrer los colegios y los niños a recoger las colillas de las calles.
Los grandes problemas de una sociedad no se solucionan con la acostumbrada palabrería de los oráculos políticos, tan bonita como efectista, pero más hueca y vacía que una tinaja antes de la vendimia.
Ante situaciones tan perturbadoras como las que se aproximan, solo hombres de estado con gran capacidad de liderazgo serán capaces de afrontarlas y encontrar el equilibrio necesario. Hombres que por el momento, dada la ciénaga nauseabunda en la que está sumida la política española, brillan por su incomparecencia y por ello nos encontramos como nos encontramos.
Necesitamos hombres como Robert Schuman, Konrad Adenauer o Alcide de Gasperi que sepan ver el mañana, porque la diferencia entre un político y un estadista, es que el político es un oportunista miope que solo mira a las próximas elecciones, mientras que el estadista es aquel que sabe ver el futuro de las próximas generaciones.
domingo, 29 de mayo de 2016
CUPO TRANS EN LA MUNICIPALIDAD DE ROSARIO
La ordenanza surgió a partir de las presentaciones realizadas por el “Movimiento Evita” y “Putos Peronistas” de Rosario, que plasmaron las ediles Norma López (FpV) y María Fernanda Gigliani (Iniciativa Popular). A eso se sumó la propuesta de la Asociación civil Vox, que trabajaron María Eugenia Schmuck y Sebastián Chale, ambos de Radicales Progresistas.
La Municipalidad de Rosario deberá incorporar “anualmente a su planta de trabajadores a 5 personas travestis, transexuales y transgénero”. La ordenanza establece la elaboración de un Registro Único de Aspirantes. El Departamento Ejecutivo deberá reglamentar la norma en un plazo de 90 días.
Los concejales del PRO que se abstuvieron remarcaron que la ordenanza producirá discriminaciones injustas ya que “existen otros sectores que también tienen necesidades laborales”.
Se presentaron proyectos similares en las legislaturas provinciales de Mendoza, Córdoba y Santa Fe. La provincia de Buenos Aires sancionó el año pasado la Ley 14.783, que estipula un cupo de personas trans no inferior al 1% en el sector público provincial.
NOTIVIDA
La Municipalidad de Rosario deberá incorporar “anualmente a su planta de trabajadores a 5 personas travestis, transexuales y transgénero”. La ordenanza establece la elaboración de un Registro Único de Aspirantes. El Departamento Ejecutivo deberá reglamentar la norma en un plazo de 90 días.
Los concejales del PRO que se abstuvieron remarcaron que la ordenanza producirá discriminaciones injustas ya que “existen otros sectores que también tienen necesidades laborales”.
Se presentaron proyectos similares en las legislaturas provinciales de Mendoza, Córdoba y Santa Fe. La provincia de Buenos Aires sancionó el año pasado la Ley 14.783, que estipula un cupo de personas trans no inferior al 1% en el sector público provincial.
NOTIVIDA
miércoles, 25 de mayo de 2016
"AMORIS LAETITIA" TIENE UN AUTOR A LA SOMBRA. SE LLAMA VÍCTOR MANUEL FERNÁNDEZ
Impresionantes semejanzas entre los pasajes clave de la exhortación del papa Francisco y dos textos de hace diez años de su principal consejero. Un doble sínodo para una solución que ya estaba escrita
Por Sandro Magister
Son los párrafos clave de la exhortación post-sinodal "Amoris laetitia". Y son también -a propósito- los más ambiguos, como demuestran las múltiples y contrastantes interpretaciones y aplicaciones prácticas que han tenido a continuación.
Son los párrafos del capítulo octavo; de hecho, abren el camino a la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar.
Que el papa quería llegar a esto, es algo que es evidente para todos. Era algo que ya hacía cuando era arzobispo de Buenos Aires.
Pero ahora se descubre que algunas formulaciones clave de la "Amoris laetitia" tienen una prehistoria argentina, copiadas tal cual de un par de artículos de los años 2005 y 2006 de Víctor Manuel Fernández, ya entonces -y aún hoy- pensador de referencia del papa Francisco y escritor a la sombra de sus textos principales.
Más abajo se pueden comparar algunos pasajes de "Amoris laetitia" con otros de esos dos artículos de Fernández. La semejanza entre unos y otros es enorme.
Pero antes es mejor enmarcar los hechos.
En esos años Fernández era profesor de teología en la Universidad Católica Argentina de Buenos Aires.
En esa misma universidad se llevó a cabo en 2004 un congreso teológico internacional de profundización de la "Veritatis splendor", la encíclica de Juan Pablo II "sobre algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia", decididamente crítica de la ética "de la situación", la corriente laxista presente entre los jesuitas del siglo XVII y difundida hoy más que nunca en la Iglesia.
Atención. La "Veritatis splendor" no es una encíclica menor. En marzo de 2014, en uno de sus raros y muy meditados escritos como papa emérito, Joseph Ratzinger, al indicar las encíclicas a su juicio "más importantes para la Iglesia" de las catorce publicadas por Juan Pablo II, primero citó cuatro, con pocas líneas para cada una, pero después añadió la quinta, precisamente la "Veritatis splendor", a la que dedicó una página entera, definiéndola "de inmutada actualidad" y concluyendo que "estudiar y asimilar esta encíclica sigue siendo un deber grande e importante".
En la "Veritatis splendor" el papa emérito ve que se devuelve a la moral católica su fundamento metafísico y cristológico, el único capaz de vencer la deriva pragmática de la moral corriente, "en la que ya no existe lo que es verdaderamente mal y lo que es verdaderamente bien, sino sólo lo que desde el punto de vista de la eficacia es mejor o peor".
Pues bien, ese congreso del año 2004 en Buenos Aires, dedicado en particular a la teología de la familia, se movió en la misma dirección trazada después por Ratzinger. Y fue precisamente para reaccionar a ese congreso por lo que Fernández escribió los dos artículos citados, prácticamente en defensa de la ética de la situación.
Esos dos artículos fueron también la causa de que la congregación para la educación católica bloqueara la candidatura de Fernández como rector de la Universidad Católica Argentina, para doblegarse años más tarde, en 2009, al entonces arzobispo de Buenos Aires Jorge Mario Bergoglio, que hizo lo imposible para obtener el nihil obstat con el fin de que se promoviera a su pupilo.
En 2013, apenas elegido papa, Bergoglio le honró nombrándolo obispo con el título de la extinguida sede metropolitana de Tiburnia. Y desterró de la Biblioteca Apostólica Vaticana al principal responsable del suspenso, el teólogo dominico Jean-Louis Bruguès, sin nombrarlo cardenal, como es tradición para todos los Bibliotecarios de la Santa y Romana Iglesia.
A partir de entonces Fernández pasa casi más tiempo en Roma que en Buenos Aires, atareadísimo haciendo de escritor fantasma de su amigo el papa, sin haber aumentado mientras tanto sus credenciales de teólogo, en absoluto brillantes desde el principio.
De hecho, el primer libro que reveló al mundo el genio de Fernández fue: "Sáname con tu boca. El arte de besar", publicado en 1995 en Argentina con esta presentación al lector escrita por el propio autor:
"Te aclaro que este libro no está escrito tanto desde mi propia experiencia, sino desde la vida de la gente que besa. Y en estas páginas quiero sintetizar el sentimiento popular, lo que siente la gente cuando piensa en un beso, lo que experimentan los mortales cuando besan. Para eso charlé largamente con muchas personas que tienen abundante experiencia en el tema, y también con muchos jóvenes que aprenden a besar a su manera. Además consulté muchos libros, y quise mostrar cómo hablan los poetas sobre el beso. Así, tratando de sintetizar la inmensa riqueza de la vida, salieron estas páginas a favor del beso. Espero que te ayuden a besar mejor, que te motiven a liberar lo mejor de tu ser en un beso".
Mientras que en lo que concierne la consideración que Fernández tiene de sí mismo basta una cita de hace un año, extraída de una entrevista suya al Corriere della Sera, en la que se mostró desdeñoso hacia el cardenal Gerhard L. Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y, por consiguiente, examinador previo -pero ignorado desde hace tres años- de los borradores de los textos papales:
"He leído que algunos dicen que la curia romana forma parte esencial de la misión de la Iglesia, o que un prefecto del Vaticano es la brújula segura que impide que la Iglesia caiga en el pensamiento 'light'; o bien que ese prefecto asegura la unidad de la fe y garantiza al pontífice una teología seria. Pero los católicos, leyendo el Evangelio, saben que Cristo ha asegurado una guía y una iluminación especial al papa y al conjunto de los obispos, pero no a un prefecto o a otra estructura. Cuando se oyen decir cosas de este estilo parecería casi que el papa es un representante suyo, o una persona que ha venido a molestar y que debe ser controlada. […] El papa está convencido de que lo que ya ha escrito o dicho no pueda ser castigado como si fuera un error. Por lo tanto, en el futuro todos podrán repetir esas cosas sin miedo a ser sancionados".
Este es, por lo tanto, el personaje que Francisco mantiene cerca de sí como su pensador de referencia, el hombre que ha puesto por escrito extensas partes de la "Evangelii gaudium", el programa del pontificado; de la "Laudato si'", la encíclica sobre el medio ambiente; y, por último, de la "Amoris laetitia", la exhortación post-sinodal sobre la familia.
He aquí, a continuación, los pasajes de la "Amoris laetitia" en los que son evidentes la copia sobre las formulaciones de Fernández de hace diez años.
Es útil leerlos teniendo presente lo que ha dicho recientemente Robert Spaemann, gran filósofo y teólogo con el Fernández no puede ser comparado en absoluto:
Los textos con las correspondientes abreviaciones:
AL – Francisco, Exhortación apostólica “Amoris laetitia”, 19 de marzo de 2016.
Fernández 2005 – V. M. Fernández, “El sentido del carácter sacramental y la necesidad de la confirmación”, en "Teología" 42 n. 86, 2005, pp. 27-42.
Fernández 2006 – V. M. Fernández, "La dimensión trinitaria de la moral. II. Profundización del aspecto ético a la luz de 'Deus caritas est'", en "Teología" 43 n. 89, 2006, pp. 133-163.
Junto a las abreviaciones se indican, cada vez, el número del párrafo en el caso de la “Amoris laetitia” y el número de página en el de los artículos de Fernández.
“AMORIS LAETITIA” 300
(AL: 300)
Se evita el riesgo de que un determinado discernimiento lleve a pensar que la Iglesia sostiene una doble moral.
(Fernández 2006: 160)
No se propone así una doble moral o una “moral de situación”.
“AMORIS LAETITIA” 301
(AL: 301)
Para entender de manera adecuada por qué es posible y necesario un discernimiento especial en algunas situaciones llamadas "irregulares", hay una cuestión que debe ser tenida en cuenta siempre, de manera que nunca se piense que se pretenden disminuir las exigencias del Evangelio. La Iglesia posee una sólida reflexión acerca de los condicionamientos y circunstancias atenuantes. Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular» viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante.
(Fernández 2005: 42)
Contando con los condicionamientos que disminuyen o suprimen la imputabilidad (cf. CCE 1735), existe siempre la posibilidad de que una situación objetiva de pecado coexista con la vida de la gracia santificante.
(AL: 301)
Los límites no tienen que ver solamente con un eventual desconocimiento de la norma. Un sujeto, aun conociendo bien la norma, puede tener una gran dificultad para comprender "los valores inherentes a la norma" [Nota 339] o puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa.
[Nota 339: Juan Pablo II, Exhort. ap. Familiaris consortio (22 noviembre 1981), 33: AAS 74 (1982), 121].
(Fernández 2006: 159)
cuando el sujeto histórico no está en condiciones subjetivas de obrar de otra manera ni de comprender “los valores inherentes a la norma” (cf. FC 33c), o cuando “un compromiso sincero con respecto a una norma determinada puede no llevar inmediatamente a acertar en la observancia de semejante norma” [Nota 45].
[Nota 45: B. Kiely, “La 'Veritatis splendor' y la moralidad personal”, en G. Del Pozo Abejon (ed.), "Comentarios a la 'Veritatis splendor'", Madrid, 1994, p. 737].
(AL: 301)
Como bien expresaron los Padres sinodales, "puede haber factores que limitan la capacidad de decisión". Ya santo Tomás de Aquino reconocía que alguien puede tener la gracia y la caridad, pero no poder ejercitar bien alguna de las virtudes [Nota 341], de manera que aunque posea todas las virtudes morales infusas, no manifiesta con claridad la existencia de alguna de ellas, porque el obrar exterior de esa virtud está dificultado: "Se dice que algunos santos no tienen algunas virtudes, en cuanto experimentan dificultad en sus actos, aunque tengan los hábitos de todas las virtudes" [Nota 342].
[Nota 341: Cfr Summa Theologiae I-II, q. 65, a. 3, ad 2; De malo, q. 2, a. 2].
[Nota 342: Íbid., ad 3].
(Fernández 2006: 156)
Santo Tomás reconocía que alguien puede tener la gracia y la caridad, pero no poder ejercitar bien alguna de las virtudes “propter aliquas dispositiones contrarias” (ST I-II 65, 3, ad 2). Esto no significa que no posea todas las virtudes, sino que no puede manifestar con claridad la existencia de alguna de ellas porque el obrar exterior de esta virtud está dificultado por disposiciones contrarias: “Se dice que algunos santos no tienen algunas virtudes, en cuanto experimentan dificultad en sus actos, aunque tengan los hábitos de todas las virtudes” (íbid., ad 3).
“AMORIS LAETITIA” 302
(AL: 302)
Con respecto a estos condicionamientos, el Catecismo de la Iglesia Católica se expresa de una manera contundente: «La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales» [Nota 343], En otro párrafo se refiere nuevamente a circunstancias que atenúan la responsabilidad moral, y menciona, con gran amplitud, «la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores psíquicos o sociales» [Nota 344]. Por esta razón, un juicio negativo sobre una situación objetiva no implica un juicio sobre la imputabilidad o la culpabilidad de la persona involucrada [Nota 345].
[Nota 343: N. 1735].
[Nota 344: Ibíd., 2352; cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Iura et bona, sobre la eutanasia (5 mayo 1980), II: AAS 72 (1980), 546. Juan Pablo II, criticando la categoría de "opción fundamental», reconocía que «sin duda pueden darse situaciones muy complejas y oscuras bajo el aspecto psicológico, que influyen en la imputabilidad subjetiva del pecador": Exhort. ap. Reconciliatio et paenitentia (2 diciembre 1984), 17: AAS 77 (1985), 223].
[Nota 345: Cf. Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, Declaración sobre la admisibilidad a la sagrada comunión de los divorciados que se han vuelto a casar (24 junio 2000), 2].
(Fernández 2006: 157)
Esto aparece de un modo explícito en el Catecismo de la Iglesia Católica: “La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales” (CCE 1735). El Catecismo menciona también la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, o un estado de angustia (cf. CCE 2352). Aplicando esta convicción, el Pontificio Consejo para los Textos Legislativos expresó que, al referirse a la situación de los divorciados vueltos a casar, sólo está hablando de “pecado grave, entendido objetivamente, porque el (p. 158) ministro de la Comunión no podría juzgar de la imputabilidad subjetiva” [Nota 42].
[Nota 42: Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, Declaración del 24-06-2000, punto 2a].
(Fernández 2005: 42)
Por otra parte, puesto que no podemos juzgar de la situación subjetiva de las personas [Nota 23] y contando con los condicionamientos que disminuyen o suprimen la imputabilidad (cf. CCE 1735), existe siempre la posibilidad de que una situación objetiva de pecado coexista con la vida de la gracia santificante.
[Nota 23: Sobre este punto algunas intervenciones recientes del Magisterio ya no dejan dudas. El Pontificio Consejo para los Textos Legislativos expresó que, al referirse a la situación de los divorciados vueltos a casar, está hablando de “pecado grave, entendido objetivamente, porque el ministro de la Comunión no podría juzgar de la imputabilidad subjetiva”: Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, Declaración del 24/06/2000, punto 2a. Igualmente en una reciente notificación de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se sostiene que para la doctrina católica “existe una valoración perfectamente clara y firme sobre la moralidad objetiva de las relaciones sexuales de personas del mismo sexo”, mientras “el grado de imputabilidad subjetiva que esas relaciones puedan tener en cada caso concreto es una cuestión diversa, que no está aquí en discusión”: Congregación para la Doctrina de la Fe, Notificación sobre algunos escritos del Rvdo. P. Marciano Vidal, 22/02/2001, 2b. Evidentemente, el fundamento de estas afirmaciones está en lo que sostiene el Catecismo de la Iglesia Católica en el punto 1735, citado a continuación en el texto de este artículo].
“AMORIS LAETITIA” 305
AL: 305
A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado – que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno – se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia [Nota 351]. El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites.
[Nota 351: En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos…].
(Fernández 2006: 156)
Este dinamismo trinitario que refleja la vida íntima de las divinas Personas, puede realizarse también en una situación objetiva de pecado (p. 157) siempre que, debido al peso de los condicionamientos, no sea subjetivamente culpable.
(Fernández 2006: 159)
una “realización del valor dentro de los límites de las capacidades morales del sujeto” [Nota 46]. Hay entonces “objetivos posibles” para este sujeto condicionado, o “etapas intermedias” [Nota 47] en la realización de un valor, aunque siempre orientadas al pleno cumplimiento de la norma.
[Nota 46: G. Irrazabal, “La ley de la gradualidad como cambio de paradigma”, en "Moralia" 102/103 (2004), p. 173].
[Nota 47: Cf. G. Gatti, “Educación moral”, en AA.VV., "Nuevo Diccionario de Teología moral", Madrid, 1992, p. 514].
(Fernández 2006: 158)
No hay duda que el Magisterio católico ha asumido con claridad que un acto objetivamente malo, como es el caso de una relación prematrimonial, o el uso de un preservativo en una relación sexual, no necesariamente lleva a perder la vida de la gracia santificante, de la cual se origina el dinamismo de la caridad.
(Fernández 2005: 42)
Por otra parte, puesto que no podemos juzgar de la situación subjetiva de las personas y contando con los condicionamientos que disminuyen o suprimen la imputabilidad (cf. CCE 1735), existe siempre la posibilidad de que una situación objetiva de pecado coexista con la vida de la gracia santificante.
(Fernández 2005: 42)
¿No justifica esto la administración del Bautismo y la Confirmación a adultos que estén en una situación objetiva de pecado, de cuya culpabilidad subjetiva no se puede emitir juicio?
Un caso que se ha vuelto a presentar recientemente en el que una moral casuística y de situación contrasta con la "Veritatis splendor" es el de las religiosas que estaban en riesgo de sufrir violencia sexual en el Congo en guerra de los años sesenta.
La leyenda dice que Pablo VI les concedió el uso del preservativo. Pero el papa Francisco la ha dado por cierta en la rueda de prensa de vuelta de su viaje a México, sosteniendo que en ese caso su uso "no era un mal absoluto" pero, como después ha aclarado el padre Federico Lombardi, "un mal menor" y, por lo tanto, aceptable, contradiciendo no sólo la "Humanae vitae" de ese papa, sino también la "Veritatis splendor" de Juan Pablo II, que juzgan la anticoncepción y otros actos como el aborto "intrinsecamente malos" siempre y en cualquier circunstancia, sin excepción alguna.
El Blog de Sandro Magister
Por Sandro Magister
Son los párrafos clave de la exhortación post-sinodal "Amoris laetitia". Y son también -a propósito- los más ambiguos, como demuestran las múltiples y contrastantes interpretaciones y aplicaciones prácticas que han tenido a continuación.
Son los párrafos del capítulo octavo; de hecho, abren el camino a la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar.
Que el papa quería llegar a esto, es algo que es evidente para todos. Era algo que ya hacía cuando era arzobispo de Buenos Aires.
Pero ahora se descubre que algunas formulaciones clave de la "Amoris laetitia" tienen una prehistoria argentina, copiadas tal cual de un par de artículos de los años 2005 y 2006 de Víctor Manuel Fernández, ya entonces -y aún hoy- pensador de referencia del papa Francisco y escritor a la sombra de sus textos principales.
Más abajo se pueden comparar algunos pasajes de "Amoris laetitia" con otros de esos dos artículos de Fernández. La semejanza entre unos y otros es enorme.
Pero antes es mejor enmarcar los hechos.
* * * * * * * *
En esos años Fernández era profesor de teología en la Universidad Católica Argentina de Buenos Aires.
En esa misma universidad se llevó a cabo en 2004 un congreso teológico internacional de profundización de la "Veritatis splendor", la encíclica de Juan Pablo II "sobre algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia", decididamente crítica de la ética "de la situación", la corriente laxista presente entre los jesuitas del siglo XVII y difundida hoy más que nunca en la Iglesia.
Atención. La "Veritatis splendor" no es una encíclica menor. En marzo de 2014, en uno de sus raros y muy meditados escritos como papa emérito, Joseph Ratzinger, al indicar las encíclicas a su juicio "más importantes para la Iglesia" de las catorce publicadas por Juan Pablo II, primero citó cuatro, con pocas líneas para cada una, pero después añadió la quinta, precisamente la "Veritatis splendor", a la que dedicó una página entera, definiéndola "de inmutada actualidad" y concluyendo que "estudiar y asimilar esta encíclica sigue siendo un deber grande e importante".
En la "Veritatis splendor" el papa emérito ve que se devuelve a la moral católica su fundamento metafísico y cristológico, el único capaz de vencer la deriva pragmática de la moral corriente, "en la que ya no existe lo que es verdaderamente mal y lo que es verdaderamente bien, sino sólo lo que desde el punto de vista de la eficacia es mejor o peor".
Pues bien, ese congreso del año 2004 en Buenos Aires, dedicado en particular a la teología de la familia, se movió en la misma dirección trazada después por Ratzinger. Y fue precisamente para reaccionar a ese congreso por lo que Fernández escribió los dos artículos citados, prácticamente en defensa de la ética de la situación.
Esos dos artículos fueron también la causa de que la congregación para la educación católica bloqueara la candidatura de Fernández como rector de la Universidad Católica Argentina, para doblegarse años más tarde, en 2009, al entonces arzobispo de Buenos Aires Jorge Mario Bergoglio, que hizo lo imposible para obtener el nihil obstat con el fin de que se promoviera a su pupilo.
En 2013, apenas elegido papa, Bergoglio le honró nombrándolo obispo con el título de la extinguida sede metropolitana de Tiburnia. Y desterró de la Biblioteca Apostólica Vaticana al principal responsable del suspenso, el teólogo dominico Jean-Louis Bruguès, sin nombrarlo cardenal, como es tradición para todos los Bibliotecarios de la Santa y Romana Iglesia.
A partir de entonces Fernández pasa casi más tiempo en Roma que en Buenos Aires, atareadísimo haciendo de escritor fantasma de su amigo el papa, sin haber aumentado mientras tanto sus credenciales de teólogo, en absoluto brillantes desde el principio.
De hecho, el primer libro que reveló al mundo el genio de Fernández fue: "Sáname con tu boca. El arte de besar", publicado en 1995 en Argentina con esta presentación al lector escrita por el propio autor:
"Te aclaro que este libro no está escrito tanto desde mi propia experiencia, sino desde la vida de la gente que besa. Y en estas páginas quiero sintetizar el sentimiento popular, lo que siente la gente cuando piensa en un beso, lo que experimentan los mortales cuando besan. Para eso charlé largamente con muchas personas que tienen abundante experiencia en el tema, y también con muchos jóvenes que aprenden a besar a su manera. Además consulté muchos libros, y quise mostrar cómo hablan los poetas sobre el beso. Así, tratando de sintetizar la inmensa riqueza de la vida, salieron estas páginas a favor del beso. Espero que te ayuden a besar mejor, que te motiven a liberar lo mejor de tu ser en un beso".
Mientras que en lo que concierne la consideración que Fernández tiene de sí mismo basta una cita de hace un año, extraída de una entrevista suya al Corriere della Sera, en la que se mostró desdeñoso hacia el cardenal Gerhard L. Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y, por consiguiente, examinador previo -pero ignorado desde hace tres años- de los borradores de los textos papales:
"He leído que algunos dicen que la curia romana forma parte esencial de la misión de la Iglesia, o que un prefecto del Vaticano es la brújula segura que impide que la Iglesia caiga en el pensamiento 'light'; o bien que ese prefecto asegura la unidad de la fe y garantiza al pontífice una teología seria. Pero los católicos, leyendo el Evangelio, saben que Cristo ha asegurado una guía y una iluminación especial al papa y al conjunto de los obispos, pero no a un prefecto o a otra estructura. Cuando se oyen decir cosas de este estilo parecería casi que el papa es un representante suyo, o una persona que ha venido a molestar y que debe ser controlada. […] El papa está convencido de que lo que ya ha escrito o dicho no pueda ser castigado como si fuera un error. Por lo tanto, en el futuro todos podrán repetir esas cosas sin miedo a ser sancionados".
Este es, por lo tanto, el personaje que Francisco mantiene cerca de sí como su pensador de referencia, el hombre que ha puesto por escrito extensas partes de la "Evangelii gaudium", el programa del pontificado; de la "Laudato si'", la encíclica sobre el medio ambiente; y, por último, de la "Amoris laetitia", la exhortación post-sinodal sobre la familia.
* * * * * * * *
Es útil leerlos teniendo presente lo que ha dicho recientemente Robert Spaemann, gran filósofo y teólogo con el Fernández no puede ser comparado en absoluto:
"El verdadero problema es una influyente corriente de teología moral, ya presente entre los jesuitas del siglo XVII, que sostiene una mera ética de la situación; ética que Juan Pablo II rechazó, condenándola en su encíclica 'Veritatis splendor'. La 'Amoris Laetitia' rompe también con este documento magisterial".
__________
Comparación entre la "Amoris laetitia" y los dos artículos de Víctor Manuel Fernández de hace diez años
Los textos con las correspondientes abreviaciones:
AL – Francisco, Exhortación apostólica “Amoris laetitia”, 19 de marzo de 2016.
Fernández 2005 – V. M. Fernández, “El sentido del carácter sacramental y la necesidad de la confirmación”, en "Teología" 42 n. 86, 2005, pp. 27-42.
Fernández 2006 – V. M. Fernández, "La dimensión trinitaria de la moral. II. Profundización del aspecto ético a la luz de 'Deus caritas est'", en "Teología" 43 n. 89, 2006, pp. 133-163.
Junto a las abreviaciones se indican, cada vez, el número del párrafo en el caso de la “Amoris laetitia” y el número de página en el de los artículos de Fernández.
“AMORIS LAETITIA” 300
(AL: 300)
Se evita el riesgo de que un determinado discernimiento lleve a pensar que la Iglesia sostiene una doble moral.
(Fernández 2006: 160)
No se propone así una doble moral o una “moral de situación”.
“AMORIS LAETITIA” 301
(AL: 301)
Para entender de manera adecuada por qué es posible y necesario un discernimiento especial en algunas situaciones llamadas "irregulares", hay una cuestión que debe ser tenida en cuenta siempre, de manera que nunca se piense que se pretenden disminuir las exigencias del Evangelio. La Iglesia posee una sólida reflexión acerca de los condicionamientos y circunstancias atenuantes. Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular» viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante.
(Fernández 2005: 42)
Contando con los condicionamientos que disminuyen o suprimen la imputabilidad (cf. CCE 1735), existe siempre la posibilidad de que una situación objetiva de pecado coexista con la vida de la gracia santificante.
(AL: 301)
Los límites no tienen que ver solamente con un eventual desconocimiento de la norma. Un sujeto, aun conociendo bien la norma, puede tener una gran dificultad para comprender "los valores inherentes a la norma" [Nota 339] o puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa.
[Nota 339: Juan Pablo II, Exhort. ap. Familiaris consortio (22 noviembre 1981), 33: AAS 74 (1982), 121].
(Fernández 2006: 159)
cuando el sujeto histórico no está en condiciones subjetivas de obrar de otra manera ni de comprender “los valores inherentes a la norma” (cf. FC 33c), o cuando “un compromiso sincero con respecto a una norma determinada puede no llevar inmediatamente a acertar en la observancia de semejante norma” [Nota 45].
[Nota 45: B. Kiely, “La 'Veritatis splendor' y la moralidad personal”, en G. Del Pozo Abejon (ed.), "Comentarios a la 'Veritatis splendor'", Madrid, 1994, p. 737].
(AL: 301)
Como bien expresaron los Padres sinodales, "puede haber factores que limitan la capacidad de decisión". Ya santo Tomás de Aquino reconocía que alguien puede tener la gracia y la caridad, pero no poder ejercitar bien alguna de las virtudes [Nota 341], de manera que aunque posea todas las virtudes morales infusas, no manifiesta con claridad la existencia de alguna de ellas, porque el obrar exterior de esa virtud está dificultado: "Se dice que algunos santos no tienen algunas virtudes, en cuanto experimentan dificultad en sus actos, aunque tengan los hábitos de todas las virtudes" [Nota 342].
[Nota 341: Cfr Summa Theologiae I-II, q. 65, a. 3, ad 2; De malo, q. 2, a. 2].
[Nota 342: Íbid., ad 3].
(Fernández 2006: 156)
Santo Tomás reconocía que alguien puede tener la gracia y la caridad, pero no poder ejercitar bien alguna de las virtudes “propter aliquas dispositiones contrarias” (ST I-II 65, 3, ad 2). Esto no significa que no posea todas las virtudes, sino que no puede manifestar con claridad la existencia de alguna de ellas porque el obrar exterior de esta virtud está dificultado por disposiciones contrarias: “Se dice que algunos santos no tienen algunas virtudes, en cuanto experimentan dificultad en sus actos, aunque tengan los hábitos de todas las virtudes” (íbid., ad 3).
“AMORIS LAETITIA” 302
(AL: 302)
Con respecto a estos condicionamientos, el Catecismo de la Iglesia Católica se expresa de una manera contundente: «La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales» [Nota 343], En otro párrafo se refiere nuevamente a circunstancias que atenúan la responsabilidad moral, y menciona, con gran amplitud, «la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores psíquicos o sociales» [Nota 344]. Por esta razón, un juicio negativo sobre una situación objetiva no implica un juicio sobre la imputabilidad o la culpabilidad de la persona involucrada [Nota 345].
[Nota 343: N. 1735].
[Nota 344: Ibíd., 2352; cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Iura et bona, sobre la eutanasia (5 mayo 1980), II: AAS 72 (1980), 546. Juan Pablo II, criticando la categoría de "opción fundamental», reconocía que «sin duda pueden darse situaciones muy complejas y oscuras bajo el aspecto psicológico, que influyen en la imputabilidad subjetiva del pecador": Exhort. ap. Reconciliatio et paenitentia (2 diciembre 1984), 17: AAS 77 (1985), 223].
[Nota 345: Cf. Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, Declaración sobre la admisibilidad a la sagrada comunión de los divorciados que se han vuelto a casar (24 junio 2000), 2].
(Fernández 2006: 157)
Esto aparece de un modo explícito en el Catecismo de la Iglesia Católica: “La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales” (CCE 1735). El Catecismo menciona también la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, o un estado de angustia (cf. CCE 2352). Aplicando esta convicción, el Pontificio Consejo para los Textos Legislativos expresó que, al referirse a la situación de los divorciados vueltos a casar, sólo está hablando de “pecado grave, entendido objetivamente, porque el (p. 158) ministro de la Comunión no podría juzgar de la imputabilidad subjetiva” [Nota 42].
[Nota 42: Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, Declaración del 24-06-2000, punto 2a].
(Fernández 2005: 42)
Por otra parte, puesto que no podemos juzgar de la situación subjetiva de las personas [Nota 23] y contando con los condicionamientos que disminuyen o suprimen la imputabilidad (cf. CCE 1735), existe siempre la posibilidad de que una situación objetiva de pecado coexista con la vida de la gracia santificante.
[Nota 23: Sobre este punto algunas intervenciones recientes del Magisterio ya no dejan dudas. El Pontificio Consejo para los Textos Legislativos expresó que, al referirse a la situación de los divorciados vueltos a casar, está hablando de “pecado grave, entendido objetivamente, porque el ministro de la Comunión no podría juzgar de la imputabilidad subjetiva”: Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, Declaración del 24/06/2000, punto 2a. Igualmente en una reciente notificación de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se sostiene que para la doctrina católica “existe una valoración perfectamente clara y firme sobre la moralidad objetiva de las relaciones sexuales de personas del mismo sexo”, mientras “el grado de imputabilidad subjetiva que esas relaciones puedan tener en cada caso concreto es una cuestión diversa, que no está aquí en discusión”: Congregación para la Doctrina de la Fe, Notificación sobre algunos escritos del Rvdo. P. Marciano Vidal, 22/02/2001, 2b. Evidentemente, el fundamento de estas afirmaciones está en lo que sostiene el Catecismo de la Iglesia Católica en el punto 1735, citado a continuación en el texto de este artículo].
“AMORIS LAETITIA” 305
AL: 305
A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado – que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno – se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia [Nota 351]. El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites.
[Nota 351: En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos…].
(Fernández 2006: 156)
Este dinamismo trinitario que refleja la vida íntima de las divinas Personas, puede realizarse también en una situación objetiva de pecado (p. 157) siempre que, debido al peso de los condicionamientos, no sea subjetivamente culpable.
(Fernández 2006: 159)
una “realización del valor dentro de los límites de las capacidades morales del sujeto” [Nota 46]. Hay entonces “objetivos posibles” para este sujeto condicionado, o “etapas intermedias” [Nota 47] en la realización de un valor, aunque siempre orientadas al pleno cumplimiento de la norma.
[Nota 46: G. Irrazabal, “La ley de la gradualidad como cambio de paradigma”, en "Moralia" 102/103 (2004), p. 173].
[Nota 47: Cf. G. Gatti, “Educación moral”, en AA.VV., "Nuevo Diccionario de Teología moral", Madrid, 1992, p. 514].
(Fernández 2006: 158)
No hay duda que el Magisterio católico ha asumido con claridad que un acto objetivamente malo, como es el caso de una relación prematrimonial, o el uso de un preservativo en una relación sexual, no necesariamente lleva a perder la vida de la gracia santificante, de la cual se origina el dinamismo de la caridad.
(Fernández 2005: 42)
Por otra parte, puesto que no podemos juzgar de la situación subjetiva de las personas y contando con los condicionamientos que disminuyen o suprimen la imputabilidad (cf. CCE 1735), existe siempre la posibilidad de que una situación objetiva de pecado coexista con la vida de la gracia santificante.
(Fernández 2005: 42)
¿No justifica esto la administración del Bautismo y la Confirmación a adultos que estén en una situación objetiva de pecado, de cuya culpabilidad subjetiva no se puede emitir juicio?
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Un caso que se ha vuelto a presentar recientemente en el que una moral casuística y de situación contrasta con la "Veritatis splendor" es el de las religiosas que estaban en riesgo de sufrir violencia sexual en el Congo en guerra de los años sesenta.
La leyenda dice que Pablo VI les concedió el uso del preservativo. Pero el papa Francisco la ha dado por cierta en la rueda de prensa de vuelta de su viaje a México, sosteniendo que en ese caso su uso "no era un mal absoluto" pero, como después ha aclarado el padre Federico Lombardi, "un mal menor" y, por lo tanto, aceptable, contradiciendo no sólo la "Humanae vitae" de ese papa, sino también la "Veritatis splendor" de Juan Pablo II, que juzgan la anticoncepción y otros actos como el aborto "intrinsecamente malos" siempre y en cualquier circunstancia, sin excepción alguna.
El Blog de Sandro Magister
GÄNSWEIN CONFIRMA LA LUCHA ENTRE LOS PARTIDARIOS DE RATZINGER Y EL ‘CLUB DE LA MAFIA’
El secretario personal del papa emérito Benedicto XVI reconoce que en el año 2005, antes de la elección de Ratzinger, se produjo una lucha de poder entre el así llamado “Partido de la sal de la tierra” y el así llamado “Grupo de Saint Galo”.
Monseñor Georg Gänswein, secretario personal de Benedicto XVI y Prefecto de la Casa Pontificia de la Santa Sede, acudió a la presentación del libro “Más allá de la crisis de la Iglesia. El pontificado de Benedicto XVI” de Roberto Regoli, Director del Departamento de Historia de la Iglesia en la Pontificia Universidad Gregoriana.
En la presentación de este libro, según informa Adelante la Fe, Gänswein confirmó que en el año 2005, durante el cónclave en el que fue elegido papa Joseph Ratzinger, se produjo una lucha de poder entre el “Partido de la sal de la tierra” (“Salt of Earth Party”) en torno a los cardenales López Trujillo, Ruini, Herranz, Rouco Varela o Medina y el así llamado “Grupo de Saint Galo” en torno a los cardenales Danneels, Martini, Silvestrini o Murphy-O’Connor.
Las declaraciones de Gänswein hacen referencia a la confesión del cardenal Godfried Danneels, quien hace unos meses, en la presentación de su biografía, reconoció la existencia de un grupo de cardenales centroeuropeos que desde 1996 se confabularon para controlar la sucesión de Juan Pablo II e impedir que accediera a la silla de Pedro el cardenal Joseph Ratzinger.
Respecto a la renuncia de Benedicto XVI, Gänswein sostuvo en declaraciones recogidas por Rome Reports que “Benedicto no renunció por culpa del pobre y mal aconsejado mayordomo, ni por los cotilleos sobre su apartamento y que en el caso ‘Vatileaks’ circularon por Roma como moneda falsa y se comerciaron en el resto del mundo como lingotes de oro”.
El secretario personal de Benedicto XVI afirmó que “ningún traidor, cuervo o periodista cualquiera habría podido empujarlo a tomar esa decisión. Era un escándalo muy pequeño para algo tan grande”.
Gänswein también quiso informar sobre el estado de salud del papa emérito: “Es un hombre lucidísimo, pero con la salud de un hombre de 89 años, con problemas en las piernas. Le cuesta caminar, pero con el andador puede andar muy bien porque le da seguridad y estabilidad”.
A continuación, las declaraciones de Gänswein en la presentación del libro traducidas por Adelante la Fe:
InfoVaticana
Monseñor Georg Gänswein, secretario personal de Benedicto XVI y Prefecto de la Casa Pontificia de la Santa Sede, acudió a la presentación del libro “Más allá de la crisis de la Iglesia. El pontificado de Benedicto XVI” de Roberto Regoli, Director del Departamento de Historia de la Iglesia en la Pontificia Universidad Gregoriana.
En la presentación de este libro, según informa Adelante la Fe, Gänswein confirmó que en el año 2005, durante el cónclave en el que fue elegido papa Joseph Ratzinger, se produjo una lucha de poder entre el “Partido de la sal de la tierra” (“Salt of Earth Party”) en torno a los cardenales López Trujillo, Ruini, Herranz, Rouco Varela o Medina y el así llamado “Grupo de Saint Galo” en torno a los cardenales Danneels, Martini, Silvestrini o Murphy-O’Connor.
Las declaraciones de Gänswein hacen referencia a la confesión del cardenal Godfried Danneels, quien hace unos meses, en la presentación de su biografía, reconoció la existencia de un grupo de cardenales centroeuropeos que desde 1996 se confabularon para controlar la sucesión de Juan Pablo II e impedir que accediera a la silla de Pedro el cardenal Joseph Ratzinger.
Respecto a la renuncia de Benedicto XVI, Gänswein sostuvo en declaraciones recogidas por Rome Reports que “Benedicto no renunció por culpa del pobre y mal aconsejado mayordomo, ni por los cotilleos sobre su apartamento y que en el caso ‘Vatileaks’ circularon por Roma como moneda falsa y se comerciaron en el resto del mundo como lingotes de oro”.
El secretario personal de Benedicto XVI afirmó que “ningún traidor, cuervo o periodista cualquiera habría podido empujarlo a tomar esa decisión. Era un escándalo muy pequeño para algo tan grande”.
Gänswein también quiso informar sobre el estado de salud del papa emérito: “Es un hombre lucidísimo, pero con la salud de un hombre de 89 años, con problemas en las piernas. Le cuesta caminar, pero con el andador puede andar muy bien porque le da seguridad y estabilidad”.
A continuación, las declaraciones de Gänswein en la presentación del libro traducidas por Adelante la Fe:
“[…] Igualmente brillante e iluminadora es la exposición de profundidad y bien documentada de don Regoli de las diferentes fases del pontificado. Sobre todo en su inicio durante el cónclave de abril de 2005, en el cual Joseph Ratzinger, después de una de las elecciones más breves de la historia de la Iglesia, resulta electo después de sólo cuatro escrutinios seguidos de una dramática lucha entre el así llamado “Partido de la sal de la tierra” (“Salt of Earth Party”) en torno a los cardenales López Trujillo, Ruini, Herranz, Rouco Varela o Medina y el así llamado “Grupo de Saint Galo” en torno a los cardenales Danneels, Martini, Silvestrini o Murphy-O’Connor; grupo que, recientemente, el mismo cardenal Danneels de Bruselas de manera graciosa lo ha definido como “una especie de club de la mafia”.
La elección fue ciertamente el resultado de un encuentro, cuya clave casi la había proporcionado el mismo Ratzinger como cardenal decano, en la histórica homilía del 18 de abril de 2005 en San Pedro; y ahí precisamente donde, a “una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como último recurso sólo el propio Yo y sus deseos”, había contrapuesto otro recurso: “El Hijo de Dios es verdadero hombre” como “la medida del verdadero humanismo”. Esta parte del inteligente análisis de Regoli se lee hoy casi como un impactante misterio con una asombrosa puesta en escena no lejana aun en la mente del espectador, mientras que la “dictadura del relativismo” desde hace tiempo se expresa abrumadoramente a través de los muchos canales de los nuevos medios de comunicación que, en el 2005, apenas si podían imaginarse […]”.
InfoVaticana
sábado, 21 de mayo de 2016
BENEDICTO XVI, EL FINAL DE LO VIEJO EL INICIO DE LO NUEVO, EL ANÁLISIS DE GEORG GÄNSWEIN
Presentación del libro de Roberto Regoli sobre Benedicto XVI.
En una de las últimas conversaciones que el biógrafo del papa, Peter Seewald, de Munich (Baviera) pudo tener con Benedicto XVI, al despedirse le preguntó: “¿Usted es el fin de lo viejo y el inicio de lo nuevo?”. respuesta del papa fue breve y segura: “Lo uno y lo otro”, respondió.
La grabadora ya estaba apagada; es por eso que esta última parte de la conversación no se encuentra en ninguno de los libros-entrevista de Peter Seewald, tampoco en el famoso “Luz del mundo”, el libro de Roberto Regoli.
De hecho, debo admitir que quizás es imposible resumir más concisamente el pontificado de Benedicto XVI. Y lo afirma quien en todos estos años ha tenido el privilegio de vivir una experiencia cercana a este papa como un clásico “homo historicus”, el hombre occidental por excelencia, que ha encarnado la riqueza de la tradición católica como ningún otro; y que -al mismo tiempo- ha sido tan audaz como para abrir la puerta a una nueva fase, por aquel giro histórico que nadie hace cinco años hubiera podido imaginar. Desde entonces, vivimos una época histórica que en la bimilenaria historia de la Iglesia no tiene precedentes.
Como en los tiempos de Pedro, también hoy la Iglesia una, santa, católica y apostólica continúa teniendo un único papa legítimo. Y aun así, desde hace tres años, tenemos dos sucesores de Pedro viviendo entre nosotros -que no se encuentran en una relación de competencia entre ellos-, y sin embargo, ambos, con una presencia extraordinaria!. Podríamos añadir que el espíritu de Joseph Ratzinger marcó previamente y de forma decisiva el largo pontificado de san Juan Pablo II, en el que fielmente se debe casi un cuarto de siglo como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Muchos perciben todavía hoy esta nueva situación como una especie de estado de excepción querido por el Cielo.
Pero ¿Ya ha llegado el momento de hacer un balance sobre el pontificado de Benedicto XVI? Por lo general, en la historia de la Iglesia, solo ex post los papas pueden ser juzgados y valorados correctamente. Y como prueba de ello, el mismo Regoli menciona el caso de Gregorio VII, el gran Papa reformador del medievo, que al final de su vida murió en el exilio, en Salerno -fracasado, a juicio de tantos de sus contemporáneos. Y sin embargo, fue precisamente Gregorio VII, en el centro de las controversias de su tiempo, quien plasmó de modo decisivo el rostro de la Iglesia para las generaciones que le siguieron. Tanto más audaz parece ser hoy el profesor Regoli, tratando de hacer en este momento un balance del pontificado de Benedicto XVI, aún en vida.
La cantidad de material crítico que por esta causa ha visionado y analizado es realmente impresionante. De hecho, Benedicto XVI es y continúa estando presente de manera extraordinaria con sus escritos: sean aquellos producidos como papa - los tres libros de Jesús de Nazaret y 16 volúmenes de enseñanzas que se han publicado durante su pontificado - sean los escritos como el profesor Ratzinger o cardenal Ratzinger, cuyas obras bien podrían llenar una pequeña biblioteca.
Y así, a esta obra de Regoli no le faltan notas a pie de página, numerosos son los recuerdos que despierta en mí. Porque yo estaba presente cuando Benedicto XVI, al final de su mandato, depuso el anillo del pescador, como ocurrió a la muerte de un Papa, aunque en este caso él estaba vivo todavía! Estuve presente cuando él, en cambio, decide no renunciar al nombre que había elegido, como hizo el Papa Celestino V cuando, el 13 de diciembre de 1294, a pocos meses del inicio de su ministerio, se convirtió de nuevo en Pietro dal Morrone.
Por eso, desde el 11 de febrero de 2013, el ministerio papal no es como ha sido antes. Es y sigue siendo el fundamento de la Iglesia católica; y sin embargo, es un fundamento que Benedicto XVI ha transformado profundamente y de forma duradera con su pontificado de excepción (Ausnahmepontifikat), respecto a cual el sobrio cardenal Sodano, reaccionando con inmediatez y simplicidad después de la sorprendente Declaración de renuncia, profundamente emocionado y preso del desconcierto, exclamó que aquella noticia resonó entre los cardenales presentes “ como un rayo en cielo despejado”. Era la mañana de aquel mismo día en que, por la noche, un rayo quilométrico con un ruido atronador golpeó la punta de la cúpula de San Pedro situada sobre la tumba del Príncipe de los apóstoles. Rara vez el cosmos ha acompañado más dramáticamente un punto de inflexión histórico. Pero la mañana de aquel 11 de febrero, el decano del Colegio cardenalicio, Angelo Sodano, concluyó su réplica a la Declaración de Benedicto XVI con una primera y análogamente cósmica valoración del pontificado, cuando al final dijo: “Cierto, las estrellas del cielo continuarán siempre brillando y así brillará siempre entre nosotros la estrella de su pontificado”.
Igualmente brillante y clarificadora es la exposición profunda y bien documentada de Don Regoli sobre las diversas fases del pontificado. Sobre todo la relativa al inicio, el cónclave de abril de 2005, del cual Joseph Ratzinger, después de una de las elecciones más breves de la historia de la Iglesia, salió elegido tras sólo cuatro votaciones, seguido de una dramática lucha entre el así llamado “Partido de la sal de la tierra” en torno a los cardenales, López Trujíllo, Ruini, Herranz, Rouco Varela y Medina y el denominado “Gruppo de San Gallo” en torno a los cardenales Danneels, Martini, Silvestrini y Murphy-O' Connor; grupo que recientemente, el mismo cardenal Danneels de Bruselas, de manera divertida ha definido como “una especie de mafia-club”. La elección fue seguramente el resultado de un enfrentamiento, la clave la había proporcionado el mismo Ratzinger como cardenal decano, en la histórica homilía del 18 de abril de 2005 en San Pedro; precisamente allí, donde a “Una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio yo y sus propias ansias” contrapuso otra medida: “El Hijo de Dios y verdadero hombre” como “la medida de verdadero humanismo”. Esta parte del análisis inteligente de Regoli, hoy se lee casi como una obra de suspenso desde no hace mucho tiempo; mientras, en cambio, la “dictadura del relativismo” desde hace tiempo se expresa de modo abrumador a través de los muchos canales de nuevos medios de comunicación que, en el 2005, apenas podíamos imaginar.
Ya el nombre que usará el nuevo papa después de su elección fue, por lo tanto, un programa. Joseph Ratzinger no se convierte en Juan Pablo III, como tal vez muchos hubieran deseado. Se vincula sin embargo a Benedicto XVI con el incomprendido y desafortunado gran papa de la paz en los terribles años de la Primera guerra mundial -y a san Benito de Norcia, patriarca del monaquismo y patrono de Europa-. Yo podría comparecer como testigo para testimoniar que, en los años precedentes, nunca el cardenal Ratzinger había presionado para obtener el más alto puesto en la Iglesia católica.
En cambio, soñaba vivamente con una posición que le hubiera permitido escribir en paz y tranquilamente algunos últimos libros. Todos sabemos que las cosas no fueron así. Durante la elección, después, en la Capilla Sixtina, fui testigo de que experimentó la elección como un "verdadero shock" y se sintió "perturbado", sintió "como vértigo" tan pronto se dio cuenta que "el hacha" de la elección recaía sobre él. No desvelo ningún secreto porque fue el propio Benedicto XVI el primero en confesar todo esto públicamente con ocasión de la primera audiencia concedida a peregrinos llegados desde Alemania. De esta forma, no sorprende que fuera Benedicto XVI el primer papa que, justo después de su elección, invitó a los fieles a rezar por él, hecho que una vez más recuerda este libro.
Regoli esboza los diversos años del ministerio de manera fascinante y conmovedora, evocando la maestría y la seguridad con la que Benedicto XVI ejerció su mandato. Y que emergieron ya cuando, pocos meses después de su elección, invitó a una conversación privada tanto a su antiguo y ávido antagonista, Hans Küng, como a Oriana Fallaci, la agnóstica y combativa gran dama de origen hebraico de los medios de comunicación laicos italianos; o cuando nominó a Werner Arber, evangélico suizo y Premio Nobel, primer Presidente no católico de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales. Regoli no deja de mencionar la “falta de conocimiento de los hombres” que a menudo se ha atribuido al genial Teólogo en las sandalias del Pescador; capaz de valorar en modo genial textos y libros dificiles y que sin embargo, en el año 2010, con franqueza confió a Peter Seewald que las decisiones sobre las personas fueron difíciles porque “nadie puede leer en el corazón del otro”. ¡Cuánta razón tiene!
Justamente Regoli define ese 2010 como un “año negro” para el papa, y precisamente en relación al trágico incidente mortal ocurrido a Manuela Camagni, una de las cuatro Memores pertenecientes a la pequeña “Familia pontificia”. Puedo sin duda confirmarlo. Frente a tal desgracia, los sensacionalismos mediáticos de aquellos años -desde el caso del obispo tradicionalista Williamson hasta una serie de ataques siempre más malévolos contra el papa -, pudiendo haber tenido un cierto efecto, no golpearon el corazón del papa tanto como la muerte de Manuela, arrebatada tan repentinamente de entre nosotros. Benedicto no ha sido un “papa actor”, y mucho menos un insensible “papa autómata”; también en el trono de Pedro ha habido y ha permanecido un hombre: o, como diría Conrad Ferninand Meyer, no fue un “libro ingenioso”, fue “un hombre con sus contradicciones”. Es así que yo mismo he podido conocerle y apreciarlo cotidianamente. Y así sigue siendo al día de hoy.
Regoli observa que después de la última encíclica, "Caritas in Veritate", del cuatro de diciembre de 2009, un pontificado dinámico, innovador y con una fuerte carga desde el punto de vista litúrgico, ecuménico y canonista, de repente parece que de forma improvisada apareció “lento, bloqueado, enredado”. Su conducta hacia la solución sobre las cuestiones decisivas de los abusos ha sido y sigue siendo una indicación decisiva sobre cómo se debe proceder. Nunca ha habido un papa que - junto a sus grandes obligaciones - haya escrito también libros sobre Jesús de Nazaret que ¿quizás serán también considerados como su legado más importante?
No es necesario que aquí me detenga sobre como él, que fue tan duramente golpeado por la repentina muerte de Manuela Camagni, más tarde sufrió también por la traición de Paolo Gabriele, miembro de la misma “Familia pontificia”. Y, sin embargo, está bien que yo diga de una buena vez y con toda claridad que Benedicto no renunció a causa del pobre y mal guiado ayudante de cámara, ni tampoco a causa de las “ghiottonerie” provenientes de su apartamento que, en el llamado “affaire Vatileaks”, circulaban por Roma como moneda falsa pero fueron comercializados en el resto del mundo como auténticos lingotes de oro. Ningún traidor o “topo” o cualquier periodista hubiera podido empujarle a esa decisión. Ese escándalo era demasiado pequeño para la magnitud del bien ponderado paso de histórica importancia milenaria que realizó Benedicto XVI.
La exposición de ese hecho por parte de Regoli merece consideración, ya que él no pretende sondear y explicar completamente esto último, paso misterioso; no promueve ese enjambre de leyendas con más supuestos que poco o nada tienen que ver con la realidad. Y yo también, testigo inmediato de aquel paso espectacular e inesperado de Benedicto XVI, tengo que admitir que por eso me viene de nuevo a la mente el notable y genial axioma con el cual en el medievo, Giovanni Duns Scoto justificó el decreto divino para la inmaculada concepción de la Madre de Dios: “Decuit, potuit, fecit”.
A saber: era conveniente, porque era razonable. Dios podía, por eso lo hacía. Yo aplico el axioma a la decisión de la renuncia del modo siguiente: era conveniente, porque Benedicto XVI era sabedor de que sus fuerzas estaban mermando, tan necesarias para un trabajo de tal envergadura. Podía hacerlo, porque desde hacía tiempo había reflexionado a fondo, desde el punto de vista teológico, sobre la posibilidad de Papas eméritos en el futuro. Así lo hizo.
La renuncia trascendental del papa teólogo ha representado un paso hacia adelante probablemente por el hecho de que el 11 de febrero de 2013, hablando en latín ante los cardenales sorprendidos, introdujo en la Iglesia católica la nueva institución del “papa emérito”, declarando que sus fuerzas no eran las suficientes “para ejercitar de modo adecuado el ministerio petrino”. La palabra clave de aquella Declaración es munus petrinum, convertido como ocurre la mayoría de las veces -como “ministerio petrino”-. Sin embargo, munus, en latín, tiene una gran variedad de significados: puede querer decir servicio, encargo, guía o don, incluso prodigio. Antes y después de su dimisión, Benedicto ha entendido y entiende su tarea como la participación en tal “ministerio petrino”. Él ha dejado la cátedra pontificia y sin embargo, con el paso del 11 de febrero de 2013, no ha abandonado de hecho este ministerio. Él, en cambio, ha integrado el cargo personal en una dimensión colegial y sinodal, casi un ministerio en común, como si con esto quisiera confirmar una vez más la invitación contenida en aquel lema que el entonces Joseph Ratzinger escogió como arzobispo de Munich y Frisinga y que luego ciertamente se mantuvo como Obispo de Roma: “cooperatores veritatis”, que significa concretamente “cooperador de la verdad”. De hecho no está en singular, sino en plural, convertido de la tercera carta de Juan, en la que en el versículo 8 está escrito: “Tenemos que acoger a estas personas para convertirnos en cooperadores de la verdad”.
Desde la elección de su sucesor, Francisco, el 13 de marzo de 2013, no hay por lo tanto dos papas, pero de hecho el ministerio se expandió -con un miembro activo y un miembro contemplativo-. Por esto, Benedicto XVI no ha renunciado ni a su nombre, ni a la sotana blanca. Por esto, el apelativo correcto para dirigirse a él es todavía hoy el de “santidad”; y por esto, tampoco se ha retirado a un monasterio aislado, sino dentro del Vaticano - como si solo hubiera hecho un paso a un lado para dar espacio a su sucesor y a una nueva etapa en la historia del papado que él, con ese paso, ha enriquecido con el “eje” de su oración.
Ha sido “el paso menos esperado en el catolicismo contemporáneo”, escribe Regoli, y por el contrario, una posibilidad sobre la cual el cardenal Ratzinger ya había reflexionado públicamente el 10 de agosto de 1978 en Munich, en una homilía con ocasión de la muerte de Pablo VI. 35 años después, él no ha abandonado el encargo de Pedro -cosa que le hubiera sido imposible a consecuencia de su aceptación irrevocable del encargo en abril de 2005-. Con un acto de extraordinaria audacia él, en cambio, ha renovado este encargo (también contra las opiniones de consejeros bien intencionados y sin duda competentes) y con un último esfuerzo lo ha potenciado (como espero). Esto seguramente podrá demostrarlo únicamente la historia. Pero en la historia de la Iglesia quedará que aquel año 2013, el célebre teólogo sobre la Cátedra de Pedro se convirtió en el primer “papa emeritus” de la historia. Desde entonces, su rol -me permito repetirlo una vez más-, es completamente diferente a aquel, por ejemplo, del santo Papa Celestino V, que después de su dimisión en el año 1294 quiso volver a ser eremita, convirtiéndose en cambio en prisionero de su sucesor Bonifacio VIII (al que debemos hoy en la Iglesia la institución de los años jubilares). Un paso como el realizado por Benedicto XVI hasta ahora nunca había sucedido. Por eso, no es sorprendente que para algunos haya sido percibido como un acto revolucionario, o por el contrario como absolutamente conforme al Evangelio; mientras otros todavía lo ven como el papado secularizado como nunca antes, y por lo tanto, más colectivo y funcional o simplemente incluso más humano y menos sagrado.
En su panorámica del pontificado, Regoli expone todo esto claramente como nadie antes lo ha hecho. La parte quizás más conmovedora de su lectura ha sido para mí el paso donde, en una larga cita, recuerda la última audiencia general de Benedicto XVI, el 27 de febrero de 2013 cuando, bajo un inolvidable cielo limpio y claro, el papa que dentro de poco habría dimitido, resume su pontificado de esta manera:
Así, este libro lanza de nueva una mirada consoladora sobre la pacífica imperturbabilidad y serenidad de Benedicto XVI, en el timón de la barca de Pedro en los dramáticos años 2005-2013.
TEXTO COMPLETO DE LA INTERVENCIÓN DE MONSEÑOR GEORG GÄNSWEIN
En una de las últimas conversaciones que el biógrafo del papa, Peter Seewald, de Munich (Baviera) pudo tener con Benedicto XVI, al despedirse le preguntó: “¿Usted es el fin de lo viejo y el inicio de lo nuevo?”. respuesta del papa fue breve y segura: “Lo uno y lo otro”, respondió.
La grabadora ya estaba apagada; es por eso que esta última parte de la conversación no se encuentra en ninguno de los libros-entrevista de Peter Seewald, tampoco en el famoso “Luz del mundo”, el libro de Roberto Regoli.
De hecho, debo admitir que quizás es imposible resumir más concisamente el pontificado de Benedicto XVI. Y lo afirma quien en todos estos años ha tenido el privilegio de vivir una experiencia cercana a este papa como un clásico “homo historicus”, el hombre occidental por excelencia, que ha encarnado la riqueza de la tradición católica como ningún otro; y que -al mismo tiempo- ha sido tan audaz como para abrir la puerta a una nueva fase, por aquel giro histórico que nadie hace cinco años hubiera podido imaginar. Desde entonces, vivimos una época histórica que en la bimilenaria historia de la Iglesia no tiene precedentes.
Como en los tiempos de Pedro, también hoy la Iglesia una, santa, católica y apostólica continúa teniendo un único papa legítimo. Y aun así, desde hace tres años, tenemos dos sucesores de Pedro viviendo entre nosotros -que no se encuentran en una relación de competencia entre ellos-, y sin embargo, ambos, con una presencia extraordinaria!. Podríamos añadir que el espíritu de Joseph Ratzinger marcó previamente y de forma decisiva el largo pontificado de san Juan Pablo II, en el que fielmente se debe casi un cuarto de siglo como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Muchos perciben todavía hoy esta nueva situación como una especie de estado de excepción querido por el Cielo.
Pero ¿Ya ha llegado el momento de hacer un balance sobre el pontificado de Benedicto XVI? Por lo general, en la historia de la Iglesia, solo ex post los papas pueden ser juzgados y valorados correctamente. Y como prueba de ello, el mismo Regoli menciona el caso de Gregorio VII, el gran Papa reformador del medievo, que al final de su vida murió en el exilio, en Salerno -fracasado, a juicio de tantos de sus contemporáneos. Y sin embargo, fue precisamente Gregorio VII, en el centro de las controversias de su tiempo, quien plasmó de modo decisivo el rostro de la Iglesia para las generaciones que le siguieron. Tanto más audaz parece ser hoy el profesor Regoli, tratando de hacer en este momento un balance del pontificado de Benedicto XVI, aún en vida.
La cantidad de material crítico que por esta causa ha visionado y analizado es realmente impresionante. De hecho, Benedicto XVI es y continúa estando presente de manera extraordinaria con sus escritos: sean aquellos producidos como papa - los tres libros de Jesús de Nazaret y 16 volúmenes de enseñanzas que se han publicado durante su pontificado - sean los escritos como el profesor Ratzinger o cardenal Ratzinger, cuyas obras bien podrían llenar una pequeña biblioteca.
Y así, a esta obra de Regoli no le faltan notas a pie de página, numerosos son los recuerdos que despierta en mí. Porque yo estaba presente cuando Benedicto XVI, al final de su mandato, depuso el anillo del pescador, como ocurrió a la muerte de un Papa, aunque en este caso él estaba vivo todavía! Estuve presente cuando él, en cambio, decide no renunciar al nombre que había elegido, como hizo el Papa Celestino V cuando, el 13 de diciembre de 1294, a pocos meses del inicio de su ministerio, se convirtió de nuevo en Pietro dal Morrone.
Por eso, desde el 11 de febrero de 2013, el ministerio papal no es como ha sido antes. Es y sigue siendo el fundamento de la Iglesia católica; y sin embargo, es un fundamento que Benedicto XVI ha transformado profundamente y de forma duradera con su pontificado de excepción (Ausnahmepontifikat), respecto a cual el sobrio cardenal Sodano, reaccionando con inmediatez y simplicidad después de la sorprendente Declaración de renuncia, profundamente emocionado y preso del desconcierto, exclamó que aquella noticia resonó entre los cardenales presentes “ como un rayo en cielo despejado”. Era la mañana de aquel mismo día en que, por la noche, un rayo quilométrico con un ruido atronador golpeó la punta de la cúpula de San Pedro situada sobre la tumba del Príncipe de los apóstoles. Rara vez el cosmos ha acompañado más dramáticamente un punto de inflexión histórico. Pero la mañana de aquel 11 de febrero, el decano del Colegio cardenalicio, Angelo Sodano, concluyó su réplica a la Declaración de Benedicto XVI con una primera y análogamente cósmica valoración del pontificado, cuando al final dijo: “Cierto, las estrellas del cielo continuarán siempre brillando y así brillará siempre entre nosotros la estrella de su pontificado”.
Igualmente brillante y clarificadora es la exposición profunda y bien documentada de Don Regoli sobre las diversas fases del pontificado. Sobre todo la relativa al inicio, el cónclave de abril de 2005, del cual Joseph Ratzinger, después de una de las elecciones más breves de la historia de la Iglesia, salió elegido tras sólo cuatro votaciones, seguido de una dramática lucha entre el así llamado “Partido de la sal de la tierra” en torno a los cardenales, López Trujíllo, Ruini, Herranz, Rouco Varela y Medina y el denominado “Gruppo de San Gallo” en torno a los cardenales Danneels, Martini, Silvestrini y Murphy-O' Connor; grupo que recientemente, el mismo cardenal Danneels de Bruselas, de manera divertida ha definido como “una especie de mafia-club”. La elección fue seguramente el resultado de un enfrentamiento, la clave la había proporcionado el mismo Ratzinger como cardenal decano, en la histórica homilía del 18 de abril de 2005 en San Pedro; precisamente allí, donde a “Una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio yo y sus propias ansias” contrapuso otra medida: “El Hijo de Dios y verdadero hombre” como “la medida de verdadero humanismo”. Esta parte del análisis inteligente de Regoli, hoy se lee casi como una obra de suspenso desde no hace mucho tiempo; mientras, en cambio, la “dictadura del relativismo” desde hace tiempo se expresa de modo abrumador a través de los muchos canales de nuevos medios de comunicación que, en el 2005, apenas podíamos imaginar.
Ya el nombre que usará el nuevo papa después de su elección fue, por lo tanto, un programa. Joseph Ratzinger no se convierte en Juan Pablo III, como tal vez muchos hubieran deseado. Se vincula sin embargo a Benedicto XVI con el incomprendido y desafortunado gran papa de la paz en los terribles años de la Primera guerra mundial -y a san Benito de Norcia, patriarca del monaquismo y patrono de Europa-. Yo podría comparecer como testigo para testimoniar que, en los años precedentes, nunca el cardenal Ratzinger había presionado para obtener el más alto puesto en la Iglesia católica.
En cambio, soñaba vivamente con una posición que le hubiera permitido escribir en paz y tranquilamente algunos últimos libros. Todos sabemos que las cosas no fueron así. Durante la elección, después, en la Capilla Sixtina, fui testigo de que experimentó la elección como un "verdadero shock" y se sintió "perturbado", sintió "como vértigo" tan pronto se dio cuenta que "el hacha" de la elección recaía sobre él. No desvelo ningún secreto porque fue el propio Benedicto XVI el primero en confesar todo esto públicamente con ocasión de la primera audiencia concedida a peregrinos llegados desde Alemania. De esta forma, no sorprende que fuera Benedicto XVI el primer papa que, justo después de su elección, invitó a los fieles a rezar por él, hecho que una vez más recuerda este libro.
Regoli esboza los diversos años del ministerio de manera fascinante y conmovedora, evocando la maestría y la seguridad con la que Benedicto XVI ejerció su mandato. Y que emergieron ya cuando, pocos meses después de su elección, invitó a una conversación privada tanto a su antiguo y ávido antagonista, Hans Küng, como a Oriana Fallaci, la agnóstica y combativa gran dama de origen hebraico de los medios de comunicación laicos italianos; o cuando nominó a Werner Arber, evangélico suizo y Premio Nobel, primer Presidente no católico de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales. Regoli no deja de mencionar la “falta de conocimiento de los hombres” que a menudo se ha atribuido al genial Teólogo en las sandalias del Pescador; capaz de valorar en modo genial textos y libros dificiles y que sin embargo, en el año 2010, con franqueza confió a Peter Seewald que las decisiones sobre las personas fueron difíciles porque “nadie puede leer en el corazón del otro”. ¡Cuánta razón tiene!
Justamente Regoli define ese 2010 como un “año negro” para el papa, y precisamente en relación al trágico incidente mortal ocurrido a Manuela Camagni, una de las cuatro Memores pertenecientes a la pequeña “Familia pontificia”. Puedo sin duda confirmarlo. Frente a tal desgracia, los sensacionalismos mediáticos de aquellos años -desde el caso del obispo tradicionalista Williamson hasta una serie de ataques siempre más malévolos contra el papa -, pudiendo haber tenido un cierto efecto, no golpearon el corazón del papa tanto como la muerte de Manuela, arrebatada tan repentinamente de entre nosotros. Benedicto no ha sido un “papa actor”, y mucho menos un insensible “papa autómata”; también en el trono de Pedro ha habido y ha permanecido un hombre: o, como diría Conrad Ferninand Meyer, no fue un “libro ingenioso”, fue “un hombre con sus contradicciones”. Es así que yo mismo he podido conocerle y apreciarlo cotidianamente. Y así sigue siendo al día de hoy.
Regoli observa que después de la última encíclica, "Caritas in Veritate", del cuatro de diciembre de 2009, un pontificado dinámico, innovador y con una fuerte carga desde el punto de vista litúrgico, ecuménico y canonista, de repente parece que de forma improvisada apareció “lento, bloqueado, enredado”. Su conducta hacia la solución sobre las cuestiones decisivas de los abusos ha sido y sigue siendo una indicación decisiva sobre cómo se debe proceder. Nunca ha habido un papa que - junto a sus grandes obligaciones - haya escrito también libros sobre Jesús de Nazaret que ¿quizás serán también considerados como su legado más importante?
No es necesario que aquí me detenga sobre como él, que fue tan duramente golpeado por la repentina muerte de Manuela Camagni, más tarde sufrió también por la traición de Paolo Gabriele, miembro de la misma “Familia pontificia”. Y, sin embargo, está bien que yo diga de una buena vez y con toda claridad que Benedicto no renunció a causa del pobre y mal guiado ayudante de cámara, ni tampoco a causa de las “ghiottonerie” provenientes de su apartamento que, en el llamado “affaire Vatileaks”, circulaban por Roma como moneda falsa pero fueron comercializados en el resto del mundo como auténticos lingotes de oro. Ningún traidor o “topo” o cualquier periodista hubiera podido empujarle a esa decisión. Ese escándalo era demasiado pequeño para la magnitud del bien ponderado paso de histórica importancia milenaria que realizó Benedicto XVI.
La exposición de ese hecho por parte de Regoli merece consideración, ya que él no pretende sondear y explicar completamente esto último, paso misterioso; no promueve ese enjambre de leyendas con más supuestos que poco o nada tienen que ver con la realidad. Y yo también, testigo inmediato de aquel paso espectacular e inesperado de Benedicto XVI, tengo que admitir que por eso me viene de nuevo a la mente el notable y genial axioma con el cual en el medievo, Giovanni Duns Scoto justificó el decreto divino para la inmaculada concepción de la Madre de Dios: “Decuit, potuit, fecit”.
A saber: era conveniente, porque era razonable. Dios podía, por eso lo hacía. Yo aplico el axioma a la decisión de la renuncia del modo siguiente: era conveniente, porque Benedicto XVI era sabedor de que sus fuerzas estaban mermando, tan necesarias para un trabajo de tal envergadura. Podía hacerlo, porque desde hacía tiempo había reflexionado a fondo, desde el punto de vista teológico, sobre la posibilidad de Papas eméritos en el futuro. Así lo hizo.
La renuncia trascendental del papa teólogo ha representado un paso hacia adelante probablemente por el hecho de que el 11 de febrero de 2013, hablando en latín ante los cardenales sorprendidos, introdujo en la Iglesia católica la nueva institución del “papa emérito”, declarando que sus fuerzas no eran las suficientes “para ejercitar de modo adecuado el ministerio petrino”. La palabra clave de aquella Declaración es munus petrinum, convertido como ocurre la mayoría de las veces -como “ministerio petrino”-. Sin embargo, munus, en latín, tiene una gran variedad de significados: puede querer decir servicio, encargo, guía o don, incluso prodigio. Antes y después de su dimisión, Benedicto ha entendido y entiende su tarea como la participación en tal “ministerio petrino”. Él ha dejado la cátedra pontificia y sin embargo, con el paso del 11 de febrero de 2013, no ha abandonado de hecho este ministerio. Él, en cambio, ha integrado el cargo personal en una dimensión colegial y sinodal, casi un ministerio en común, como si con esto quisiera confirmar una vez más la invitación contenida en aquel lema que el entonces Joseph Ratzinger escogió como arzobispo de Munich y Frisinga y que luego ciertamente se mantuvo como Obispo de Roma: “cooperatores veritatis”, que significa concretamente “cooperador de la verdad”. De hecho no está en singular, sino en plural, convertido de la tercera carta de Juan, en la que en el versículo 8 está escrito: “Tenemos que acoger a estas personas para convertirnos en cooperadores de la verdad”.
Desde la elección de su sucesor, Francisco, el 13 de marzo de 2013, no hay por lo tanto dos papas, pero de hecho el ministerio se expandió -con un miembro activo y un miembro contemplativo-. Por esto, Benedicto XVI no ha renunciado ni a su nombre, ni a la sotana blanca. Por esto, el apelativo correcto para dirigirse a él es todavía hoy el de “santidad”; y por esto, tampoco se ha retirado a un monasterio aislado, sino dentro del Vaticano - como si solo hubiera hecho un paso a un lado para dar espacio a su sucesor y a una nueva etapa en la historia del papado que él, con ese paso, ha enriquecido con el “eje” de su oración.
Ha sido “el paso menos esperado en el catolicismo contemporáneo”, escribe Regoli, y por el contrario, una posibilidad sobre la cual el cardenal Ratzinger ya había reflexionado públicamente el 10 de agosto de 1978 en Munich, en una homilía con ocasión de la muerte de Pablo VI. 35 años después, él no ha abandonado el encargo de Pedro -cosa que le hubiera sido imposible a consecuencia de su aceptación irrevocable del encargo en abril de 2005-. Con un acto de extraordinaria audacia él, en cambio, ha renovado este encargo (también contra las opiniones de consejeros bien intencionados y sin duda competentes) y con un último esfuerzo lo ha potenciado (como espero). Esto seguramente podrá demostrarlo únicamente la historia. Pero en la historia de la Iglesia quedará que aquel año 2013, el célebre teólogo sobre la Cátedra de Pedro se convirtió en el primer “papa emeritus” de la historia. Desde entonces, su rol -me permito repetirlo una vez más-, es completamente diferente a aquel, por ejemplo, del santo Papa Celestino V, que después de su dimisión en el año 1294 quiso volver a ser eremita, convirtiéndose en cambio en prisionero de su sucesor Bonifacio VIII (al que debemos hoy en la Iglesia la institución de los años jubilares). Un paso como el realizado por Benedicto XVI hasta ahora nunca había sucedido. Por eso, no es sorprendente que para algunos haya sido percibido como un acto revolucionario, o por el contrario como absolutamente conforme al Evangelio; mientras otros todavía lo ven como el papado secularizado como nunca antes, y por lo tanto, más colectivo y funcional o simplemente incluso más humano y menos sagrado.
En su panorámica del pontificado, Regoli expone todo esto claramente como nadie antes lo ha hecho. La parte quizás más conmovedora de su lectura ha sido para mí el paso donde, en una larga cita, recuerda la última audiencia general de Benedicto XVI, el 27 de febrero de 2013 cuando, bajo un inolvidable cielo limpio y claro, el papa que dentro de poco habría dimitido, resume su pontificado de esta manera:
“Ha sido un trecho del camino de la Iglesia, que ha tenido momentos de alegría y de luz, pero también momentos no fáciles; me he sentido como San Pedro con los apóstoles en la barca en el lago de Galilea: el Señor nos ha dado muchos días de sol y de brisa suave, días en los que la pesca ha sido abundante; ha habido también momentos en los que las aguas se agitaban y el viento era contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir. Pero siempre supe que en esa barca estaba el Señor y siempre sabía que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya. Y el Señor no deja que se hunda; es Él quien la conduce, seguramente también a través de los hombres que ha elegido, pues así lo ha querido. Ésta ha sido y es una certeza de que nada puede empañar”.Debo admitir que, al leer estas palabras, ahora casi me vuelven las lágrimas a los ojos, tanto por haber visto personalmente, de cerca y de forma incondicional, como él mismo y su ministerio, se traduce en la adhesión del papa Benedicto a las palabras de San Benito, según las cuales “nada debe anteponerse al amor de Cristo”, nihil amori Christi praeponere, como se dice en la regla dictada por el Papa Gregorio Magno. Fui entonces testigo, pero todavía ahora sigo estando fascinado por la precisión de aquel último análisis en la Plaza de San Pedro que sonaba tan poético, pero que no era más que profético. De hecho, son palabras que aún hoy Francisco firmaría de inmediato y sin duda suscribiría. No a los papas sino a Cristo, al Señor mismo y a nadie más pertenece la nave de Pedro, batida por las olas en un mar en tempestad, cuando una y otra vez tememos que el Señor duerma y que no se preocupe de nuestras necesidades, mientras le basta una sola palabra para cesar todas las tormentas; cuando, en cambio, lo que nos hace caer continuamente en el pánico, más que las altas olas y el aullar del viento, es nuestra incredulidad, nuestra poca fe y nuestra impaciencia.
Así, este libro lanza de nueva una mirada consoladora sobre la pacífica imperturbabilidad y serenidad de Benedicto XVI, en el timón de la barca de Pedro en los dramáticos años 2005-2013.
BENEDICTO XVI, EL FIN DE LO VIEJO, EL COMIENZO DE LO NUEVO: EL ANÁLISIS DE GEORG GÄNSWEIN
En una de las últimas conversaciones que el biógrafo del papa, el muniqués Peter Seewald, pudo mantener con Benedicto XVI, le preguntó en su discurso de despedida: “¿Es usted el final de lo viejo o el comienzo de lo nuevo?” La respuesta del papa fue breve y segura: “Uno y otro”, respondió.
Por Su Exc. Mons. Georg Gänswein
La grabadora ya estaba apagada; por eso este último intercambio no se encuentra en ninguno de los libros de entrevistas de Peter Seewald, ni siquiera en el famoso “La luz del mundo”. Sólo se encuentra en una entrevista que concedió al Corriere della Sera al día siguiente de la declaración de renuncia de Benedicto XVI, en la que el biógrafo recordó aquellas palabras clave que aparecen en cierto modo como una máxima en el libro de Roberto Regoli.
De hecho, debo admitir que quizá sea imposible resumir el pontificado de Benedicto XVI de forma más concisa. Y lo dicen quienes a lo largo de todos estos años han tenido el privilegio de vivir de cerca a este papa como un clásico "homo historicus", el hombre occidental por excelencia que ha encarnado como ningún otro la riqueza de la tradición católica; y que -al mismo tiempo- ha sido tan audaz como para abrir la puerta a una nueva etapa, a ese punto de inflexión histórica que nadie hace cinco años hubiera podido imaginar. Desde entonces vivimos una época histórica sin precedentes en los dos mil años de historia de la Iglesia.
Como en tiempos de Pedro, la Iglesia una, santa, católica y apostólica sigue teniendo hoy un solo papa legítimo. Y, sin embargo, desde hace tres años, vivimos con dos sucesores vivos de Pedro entre nosotros, que no mantienen una relación de competencia entre sí, y, sin embargo, ¡ambos con una presencia extraordinaria! Podríamos añadir que el espíritu de Joseph Ratzinger ya marcó decisivamente el largo pontificado de San Juan Pablo II, al que sirvió fielmente durante casi un cuarto de siglo como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Muchos siguen percibiendo hoy esta nueva situación como una especie de estado de excepción querido por el Cielo.
Pero, ¿ha llegado ya el momento de hacer balance del pontificado de Benedicto XVI? En general, en la historia de la Iglesia sólo se puede juzgar y encuadrar correctamente a los papas ex post. Y como prueba de ello, el propio Regoli menciona el caso de Gregorio VII, el gran papa reformador de la Edad Media, que al final de su vida murió exiliado en Salerno, como un fracasado, en opinión de muchos de sus contemporáneos. Y, sin embargo, fue precisamente Gregorio VII quien, en medio de las controversias de su tiempo, modeló decisivamente el rostro de la Iglesia para las generaciones posteriores. Tanto más audaz, por lo tanto, parece hoy el profesor Regoli al intentar trazar ya en vida un balance del pontificado de Benedicto XVI.
La cantidad de material crítico que ha visto y analizado con este fin es poderosa e impresionante. En efecto, Benedicto XVI está y sigue estando extraordinariamente presente con sus escritos: tanto los producidos como papa -los tres libros sobre Jesús de Nazaret y los dieciséis (¡!) volúmenes de Enseñanzas que nos entregó durante su pontificado- como en calidad de profesor Ratzinger o cardenal Ratzinger, cuyas obras podrían llenar una pequeña biblioteca.
Así pues, a esta obra de Regoli no le faltan notas a pie de página, tan numerosas como los recuerdos que despierta en mí. En efecto, yo estaba presente cuando Benedicto XVI, al final de su mandato, renunció a su anillo piscatorial, como es costumbre tras la muerte de un Papa, ¡aunque en este caso todavía estaba vivo! Yo estaba presente cuando, por otra parte, decidió no renunciar al nombre que había elegido, como había hecho el Papa Celestino V al convertirse de nuevo en Pedro de Morrone el 13 de diciembre de 1294, pocos meses después del inicio de su ministerio.
Por lo tanto, desde el 11 de febrero de 2013, el ministerio papal ya no es lo que era. Es y sigue siendo el fundamento de la Iglesia Católica; y, sin embargo, es un fundamento que Benedicto XVI ha transformado profunda y duraderamente en su pontificado de excepción (Ausnahmepontifikat), en comparación con el cual el sobrio cardenal Sodano, reaccionando con inmediatez y sencillez inmediatamente después de la sorprendente Declaración de Renuncia, profundamente conmovido y casi desconcertado, había exclamado que esta noticia había resonado entre los cardenales reunidos “como un rayo caído del cielo”. Era la mañana de ese mismo día cuando, al atardecer, un rayo de un kilómetro de longitud golpeó la punta de la cúpula de San Pedro, sobre la tumba del Príncipe de los Apóstoles, con un trueno increíble. Pocas veces el cosmos ha acompañado de forma tan dramática un momento decisivo de la historia. Pero en la mañana de aquel once de febrero, el Decano del Colegio Cardenalicio Angelo Sodano concluyó su respuesta a la declaración de Benedicto XVI con un primer balance igualmente cósmico del pontificado, al decir finalmente: “Ciertamente, las estrellas del cielo seguirán brillando siempre y así brillará siempre entre nosotros la estrella de su pontificado”.
Igualmente brillante y esclarecedora es la exposición minuciosa y bien documentada que hace el padre Regoli de las distintas etapas del pontificado. Especialmente de su inicio en el cónclave de abril de 2005, del que Joseph Ratzinger, tras una de las elecciones más cortas de la historia de la Iglesia, salió elegido después de sólo cuatro votaciones tras una dramática pugna entre el llamado “Partido de la Sal de la Tierra” en torno a los cardenales López Trujíllo, Ruini, Herranz, Rouco Varela o Medina y el llamado “Grupo de Saint Gallo” en torno a los cardenales Danneels, Martini, Silvestrini o Murphy-O'Connor; un grupo que, recientemente, el propio cardenal Danneels describió divertido en Bruselas como “una especie de club mafioso”. Ciertamente, la elección fue también el resultado de un enfrentamiento, cuya clave casi había proporcionado el propio Ratzinger como cardenal decano, en su histórica homilía del 18 de abril de 2005 en San Pedro; y precisamente allí donde a “una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como medida última sólo el propio yo y sus apetencias” había contrapuesto otra medida: “el Hijo de Dios y verdadero hombre" como "la medida del verdadero humanismo”. Esta parte del inteligente análisis de Regoli se lee hoy casi como una sobrecogedora novela policíaca de no hace mucho tiempo; mientras que la “dictadura del relativismo” hace tiempo que se expresó de forma abrumadora a través de los múltiples canales de los nuevos medios de comunicación que, en 2005, apenas podían imaginarse.
Incluso el nombre que el nuevo papa se dio a sí mismo inmediatamente después de su elección representaba, por lo tanto, un programa. Joseph Ratzinger no se convirtió en Juan Pablo III, como quizá muchos hubieran esperado. En su lugar, recordó a Benedicto XV -el inaudito y desafortunado gran Papa de la paz durante los terribles años de la Primera Guerra Mundial- y a San Benito de Norcia, patriarca del monacato y patrón de Europa. Podría comparecer como supertestigo para atestiguar cómo, en años anteriores, el cardenal Ratzinger nunca había presionado para ser elevado al más alto cargo de la Iglesia Católica.
En cambio, ya soñaba con una condición que le permitiera escribir unos últimos libros en paz y tranquilidad. Todo el mundo sabe que las cosas resultaron de otro modo. Durante la elección, entonces, en la Capilla Sixtina, fui testigo de que vivió la elección como un “auténtico shock” y sintió “vértigo” en cuanto se dio cuenta de que “el hacha” de la elección caería sobre él. No desvelo aquí ningún secreto porque fue el propio Benedicto XVI quien confesó todo esto públicamente en la primera audiencia concedida a los peregrinos venidos de Alemania. Y por eso no es de extrañar que fuera Benedicto XVI el primer papa que inmediatamente después de su elección invitara a los fieles a rezar por él, un hecho que este libro nos recuerda una vez más.
Regoli esboza los distintos años de su ministerio de forma fascinante y conmovedora, recordando el dominio y la confianza con que Benedicto XVI ejerció su mandato. Y que afloró desde el mismo momento, pocos meses después de su elección, en que invitó a una conversación privada tanto a su viejo y enconado antagonista Hans Küng como a Oriana Fallaci, la agnóstica y combativa gran dama de origen judío de los medios laicos italianos; o cuando nombró a Werner Arber, evangélico suizo y premio Nobel, primer presidente no católico de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales. Regoli no oculta la acusación de falta de conocimiento de los hombres que a menudo se le ha hecho al genial teólogo en el papel del Pescador; capaz de evaluar brillantemente textos y libros difíciles y que, sin embargo, en 2010, confesó francamente a Peter Seewald lo difícil que le resultaban las decisiones sobre las personas porque “nadie puede leer en el corazón del otro”. ¡Cuánta verdad!
Regoli define acertadamente 2010 como un “año negro” para el papa, concretamente en relación con el trágico accidente mortal que sufrió Manuela Camagni, una de las cuatro Memores pertenecientes a la pequeña “Familia Pontificia”. Ciertamente, puedo confirmarlo. Comparado con aquella desgracia, el sensacionalismo mediático de aquellos años -desde el caso del obispo tradicionalista Williamson hasta una serie de ataques cada vez más malintencionados contra el papa-, aunque tuvo cierto efecto, no golpeó tanto el corazón del papa como la muerte de Manuela, tan repentinamente arrebatada de entre nosotros. Benedicto no era un “papa actor”, ni mucho menos un “papa autómata” insensible; incluso en el trono de Pedro era y seguía siendo un hombre; es decir, como diría Conrad Ferdinand Meyer, no era un “libro ingenioso”, era “un hombre con sus propias contradicciones”. Así es como yo mismo llegué a conocerle y apreciarle a diario. Y así ha permanecido hasta nuestros días.
Regoli observa, sin embargo, que después de la última encíclica, Caritas in veritate, del 4 de diciembre de 2009, un pontificado dinámico, innovador, con una fuerte carga litúrgica, ecuménica y canónica, es como si de repente apareciera “frenado”, bloqueado, empantanado. Aunque es cierto que en los años siguientes el viento en contra aumentó, no puedo confirmar este juicio. Sus viajes al Reino Unido (2010), a Alemania y Erfurt, la ciudad de Lutero (2011), o al ardiente Oriente Medio -a los preocupados cristianos del Líbano (2012)- han sido hitos ecuménicos en los últimos años. Su decidido planteamiento para resolver la cuestión de los abusos fue y sigue siendo una indicación decisiva de cómo proceder. Y ¿cuándo, antes que él, hubo un papa que -junto a su gravísima tarea- también escribiera libros sobre Jesús de Nazaret que quizá también serán considerados como su legado más importante?
No es necesario que me detenga aquí en cómo él, que se había visto tan afectado por la repentina muerte de Manuela Camagni, sufrió más tarde también la traición de Paolo Gabriele, que también era miembro de la misma “familia papal”. Y, sin embargo, es bueno que diga de una vez por todas con toda claridad que Benedicto no dimitió al final por culpa del pobre y descarriado ayudante de cámara, ni por las 'delicatessen' de su piso que en el llamado 'caso Vatileaks' circularon en Roma como dinero falso pero se comercializaron en el resto del mundo como auténticos lingotes de oro. Ningún traidor ni 'cuervo' ni ningún periodista pudo empujarle a esa decisión. Aquel escándalo era demasiado pequeño para tal cosa y tanto mayor el paso bien meditado y de trascendencia histórica que dio Benedicto XVI.
La exposición que Regoli hace de estos hechos merece también consideración porque no hace la pretensión de sondear y explicar a fondo este último y misterioso paso; no enriqueciendo así aún más ese enjambre de leyendas con más suposiciones que poco o nada tienen que ver con la realidad. Y también yo, testigo inmediato de ese espectacular e inesperado paso de Benedicto XVI, debo admitir que por él siempre me viene a la memoria el conocido e ingenioso axioma con el que en la Edad Media Juan Duns Escoto justificaba el decreto divino de la inmaculada concepción de la Madre de Dios:
“Decuit, potuit, fecit”.
ACI Stampa
Por Su Exc. Mons. Georg Gänswein
La grabadora ya estaba apagada; por eso este último intercambio no se encuentra en ninguno de los libros de entrevistas de Peter Seewald, ni siquiera en el famoso “La luz del mundo”. Sólo se encuentra en una entrevista que concedió al Corriere della Sera al día siguiente de la declaración de renuncia de Benedicto XVI, en la que el biógrafo recordó aquellas palabras clave que aparecen en cierto modo como una máxima en el libro de Roberto Regoli.
De hecho, debo admitir que quizá sea imposible resumir el pontificado de Benedicto XVI de forma más concisa. Y lo dicen quienes a lo largo de todos estos años han tenido el privilegio de vivir de cerca a este papa como un clásico "homo historicus", el hombre occidental por excelencia que ha encarnado como ningún otro la riqueza de la tradición católica; y que -al mismo tiempo- ha sido tan audaz como para abrir la puerta a una nueva etapa, a ese punto de inflexión histórica que nadie hace cinco años hubiera podido imaginar. Desde entonces vivimos una época histórica sin precedentes en los dos mil años de historia de la Iglesia.
Como en tiempos de Pedro, la Iglesia una, santa, católica y apostólica sigue teniendo hoy un solo papa legítimo. Y, sin embargo, desde hace tres años, vivimos con dos sucesores vivos de Pedro entre nosotros, que no mantienen una relación de competencia entre sí, y, sin embargo, ¡ambos con una presencia extraordinaria! Podríamos añadir que el espíritu de Joseph Ratzinger ya marcó decisivamente el largo pontificado de San Juan Pablo II, al que sirvió fielmente durante casi un cuarto de siglo como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Muchos siguen percibiendo hoy esta nueva situación como una especie de estado de excepción querido por el Cielo.
Pero, ¿ha llegado ya el momento de hacer balance del pontificado de Benedicto XVI? En general, en la historia de la Iglesia sólo se puede juzgar y encuadrar correctamente a los papas ex post. Y como prueba de ello, el propio Regoli menciona el caso de Gregorio VII, el gran papa reformador de la Edad Media, que al final de su vida murió exiliado en Salerno, como un fracasado, en opinión de muchos de sus contemporáneos. Y, sin embargo, fue precisamente Gregorio VII quien, en medio de las controversias de su tiempo, modeló decisivamente el rostro de la Iglesia para las generaciones posteriores. Tanto más audaz, por lo tanto, parece hoy el profesor Regoli al intentar trazar ya en vida un balance del pontificado de Benedicto XVI.
La cantidad de material crítico que ha visto y analizado con este fin es poderosa e impresionante. En efecto, Benedicto XVI está y sigue estando extraordinariamente presente con sus escritos: tanto los producidos como papa -los tres libros sobre Jesús de Nazaret y los dieciséis (¡!) volúmenes de Enseñanzas que nos entregó durante su pontificado- como en calidad de profesor Ratzinger o cardenal Ratzinger, cuyas obras podrían llenar una pequeña biblioteca.
Así pues, a esta obra de Regoli no le faltan notas a pie de página, tan numerosas como los recuerdos que despierta en mí. En efecto, yo estaba presente cuando Benedicto XVI, al final de su mandato, renunció a su anillo piscatorial, como es costumbre tras la muerte de un Papa, ¡aunque en este caso todavía estaba vivo! Yo estaba presente cuando, por otra parte, decidió no renunciar al nombre que había elegido, como había hecho el Papa Celestino V al convertirse de nuevo en Pedro de Morrone el 13 de diciembre de 1294, pocos meses después del inicio de su ministerio.
Por lo tanto, desde el 11 de febrero de 2013, el ministerio papal ya no es lo que era. Es y sigue siendo el fundamento de la Iglesia Católica; y, sin embargo, es un fundamento que Benedicto XVI ha transformado profunda y duraderamente en su pontificado de excepción (Ausnahmepontifikat), en comparación con el cual el sobrio cardenal Sodano, reaccionando con inmediatez y sencillez inmediatamente después de la sorprendente Declaración de Renuncia, profundamente conmovido y casi desconcertado, había exclamado que esta noticia había resonado entre los cardenales reunidos “como un rayo caído del cielo”. Era la mañana de ese mismo día cuando, al atardecer, un rayo de un kilómetro de longitud golpeó la punta de la cúpula de San Pedro, sobre la tumba del Príncipe de los Apóstoles, con un trueno increíble. Pocas veces el cosmos ha acompañado de forma tan dramática un momento decisivo de la historia. Pero en la mañana de aquel once de febrero, el Decano del Colegio Cardenalicio Angelo Sodano concluyó su respuesta a la declaración de Benedicto XVI con un primer balance igualmente cósmico del pontificado, al decir finalmente: “Ciertamente, las estrellas del cielo seguirán brillando siempre y así brillará siempre entre nosotros la estrella de su pontificado”.
Igualmente brillante y esclarecedora es la exposición minuciosa y bien documentada que hace el padre Regoli de las distintas etapas del pontificado. Especialmente de su inicio en el cónclave de abril de 2005, del que Joseph Ratzinger, tras una de las elecciones más cortas de la historia de la Iglesia, salió elegido después de sólo cuatro votaciones tras una dramática pugna entre el llamado “Partido de la Sal de la Tierra” en torno a los cardenales López Trujíllo, Ruini, Herranz, Rouco Varela o Medina y el llamado “Grupo de Saint Gallo” en torno a los cardenales Danneels, Martini, Silvestrini o Murphy-O'Connor; un grupo que, recientemente, el propio cardenal Danneels describió divertido en Bruselas como “una especie de club mafioso”. Ciertamente, la elección fue también el resultado de un enfrentamiento, cuya clave casi había proporcionado el propio Ratzinger como cardenal decano, en su histórica homilía del 18 de abril de 2005 en San Pedro; y precisamente allí donde a “una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como medida última sólo el propio yo y sus apetencias” había contrapuesto otra medida: “el Hijo de Dios y verdadero hombre" como "la medida del verdadero humanismo”. Esta parte del inteligente análisis de Regoli se lee hoy casi como una sobrecogedora novela policíaca de no hace mucho tiempo; mientras que la “dictadura del relativismo” hace tiempo que se expresó de forma abrumadora a través de los múltiples canales de los nuevos medios de comunicación que, en 2005, apenas podían imaginarse.
Incluso el nombre que el nuevo papa se dio a sí mismo inmediatamente después de su elección representaba, por lo tanto, un programa. Joseph Ratzinger no se convirtió en Juan Pablo III, como quizá muchos hubieran esperado. En su lugar, recordó a Benedicto XV -el inaudito y desafortunado gran Papa de la paz durante los terribles años de la Primera Guerra Mundial- y a San Benito de Norcia, patriarca del monacato y patrón de Europa. Podría comparecer como supertestigo para atestiguar cómo, en años anteriores, el cardenal Ratzinger nunca había presionado para ser elevado al más alto cargo de la Iglesia Católica.
En cambio, ya soñaba con una condición que le permitiera escribir unos últimos libros en paz y tranquilidad. Todo el mundo sabe que las cosas resultaron de otro modo. Durante la elección, entonces, en la Capilla Sixtina, fui testigo de que vivió la elección como un “auténtico shock” y sintió “vértigo” en cuanto se dio cuenta de que “el hacha” de la elección caería sobre él. No desvelo aquí ningún secreto porque fue el propio Benedicto XVI quien confesó todo esto públicamente en la primera audiencia concedida a los peregrinos venidos de Alemania. Y por eso no es de extrañar que fuera Benedicto XVI el primer papa que inmediatamente después de su elección invitara a los fieles a rezar por él, un hecho que este libro nos recuerda una vez más.
Regoli esboza los distintos años de su ministerio de forma fascinante y conmovedora, recordando el dominio y la confianza con que Benedicto XVI ejerció su mandato. Y que afloró desde el mismo momento, pocos meses después de su elección, en que invitó a una conversación privada tanto a su viejo y enconado antagonista Hans Küng como a Oriana Fallaci, la agnóstica y combativa gran dama de origen judío de los medios laicos italianos; o cuando nombró a Werner Arber, evangélico suizo y premio Nobel, primer presidente no católico de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales. Regoli no oculta la acusación de falta de conocimiento de los hombres que a menudo se le ha hecho al genial teólogo en el papel del Pescador; capaz de evaluar brillantemente textos y libros difíciles y que, sin embargo, en 2010, confesó francamente a Peter Seewald lo difícil que le resultaban las decisiones sobre las personas porque “nadie puede leer en el corazón del otro”. ¡Cuánta verdad!
Regoli define acertadamente 2010 como un “año negro” para el papa, concretamente en relación con el trágico accidente mortal que sufrió Manuela Camagni, una de las cuatro Memores pertenecientes a la pequeña “Familia Pontificia”. Ciertamente, puedo confirmarlo. Comparado con aquella desgracia, el sensacionalismo mediático de aquellos años -desde el caso del obispo tradicionalista Williamson hasta una serie de ataques cada vez más malintencionados contra el papa-, aunque tuvo cierto efecto, no golpeó tanto el corazón del papa como la muerte de Manuela, tan repentinamente arrebatada de entre nosotros. Benedicto no era un “papa actor”, ni mucho menos un “papa autómata” insensible; incluso en el trono de Pedro era y seguía siendo un hombre; es decir, como diría Conrad Ferdinand Meyer, no era un “libro ingenioso”, era “un hombre con sus propias contradicciones”. Así es como yo mismo llegué a conocerle y apreciarle a diario. Y así ha permanecido hasta nuestros días.
Regoli observa, sin embargo, que después de la última encíclica, Caritas in veritate, del 4 de diciembre de 2009, un pontificado dinámico, innovador, con una fuerte carga litúrgica, ecuménica y canónica, es como si de repente apareciera “frenado”, bloqueado, empantanado. Aunque es cierto que en los años siguientes el viento en contra aumentó, no puedo confirmar este juicio. Sus viajes al Reino Unido (2010), a Alemania y Erfurt, la ciudad de Lutero (2011), o al ardiente Oriente Medio -a los preocupados cristianos del Líbano (2012)- han sido hitos ecuménicos en los últimos años. Su decidido planteamiento para resolver la cuestión de los abusos fue y sigue siendo una indicación decisiva de cómo proceder. Y ¿cuándo, antes que él, hubo un papa que -junto a su gravísima tarea- también escribiera libros sobre Jesús de Nazaret que quizá también serán considerados como su legado más importante?
No es necesario que me detenga aquí en cómo él, que se había visto tan afectado por la repentina muerte de Manuela Camagni, sufrió más tarde también la traición de Paolo Gabriele, que también era miembro de la misma “familia papal”. Y, sin embargo, es bueno que diga de una vez por todas con toda claridad que Benedicto no dimitió al final por culpa del pobre y descarriado ayudante de cámara, ni por las 'delicatessen' de su piso que en el llamado 'caso Vatileaks' circularon en Roma como dinero falso pero se comercializaron en el resto del mundo como auténticos lingotes de oro. Ningún traidor ni 'cuervo' ni ningún periodista pudo empujarle a esa decisión. Aquel escándalo era demasiado pequeño para tal cosa y tanto mayor el paso bien meditado y de trascendencia histórica que dio Benedicto XVI.
La exposición que Regoli hace de estos hechos merece también consideración porque no hace la pretensión de sondear y explicar a fondo este último y misterioso paso; no enriqueciendo así aún más ese enjambre de leyendas con más suposiciones que poco o nada tienen que ver con la realidad. Y también yo, testigo inmediato de ese espectacular e inesperado paso de Benedicto XVI, debo admitir que por él siempre me viene a la memoria el conocido e ingenioso axioma con el que en la Edad Media Juan Duns Escoto justificaba el decreto divino de la inmaculada concepción de la Madre de Dios:
“Decuit, potuit, fecit”.
ACI Stampa
miércoles, 18 de mayo de 2016
HALLAN RESTOS DE UN ASTEROIDE GIGANTE QUE SACUDIO LA TIERRA
Un asteroide de grandes proporciones habría chocado contra la Tierra en los primeros tiempos del planeta provocando grandes terremotos y tsunamis, según las evidencias encontradas por un equipo de la Universidad Nacional de Australia.
El choque, según los expertos, habría tenido "una violencia mayor que la que cualquier otro fenómeno experimentado por los humanos", según señala un comunicado. Las evidencias tienen forma de pequeñas cuentas de vidrio llamadas esférulas, que fueron encontradas en el noroeste de Australia y se formaron de material vaporizado debido al impacto.
"El impacto tuvo que haber provocado terremotos de una magnitud superior a la de los terrestres, originado tsunamis gigantescos y provocado el derrumbe de acantilados", de manera que su material se expandió por toda el planeta, explicó el experto de la universidad Andrew Glikson.
Además, el material generado por el impacto tuvo que extenderse por todo el mundo, señaló Glikson, quien indico que las esférulas encontradas datan de hace 3.460 millones de años, lo que convierte al asteroide en el segundo más antiguo en golpear la Tierra y uno de los más grandes.
El asteroide podría haber medido entre 20 y 30 kilómetros y haber creado un cráter de cientos de kilómetros de ancho, aunque el lugar exacto donde golpeó la Tierra "sigue siendo un misterio", pues cualquier cráter de aquella época ha sido destruido por la actividad volcánica y los movimientos tectónicos, agregó.
Glikson lleva más de 20 años buscando evidencias de antiguos impactos en la Tierra de meteoritos y cuando vio las perlas de cristal localizadas en Australia enseguida sospechó que su origen estaba en el impacto de un asteroide.Tras realizar pruebas se descubrió que la presencia de elementos como platino, níquel y cromo correspondía con la de los asteroides.
El experto indicó que hubo muchos más impactos similares, de los que aún no se han encontrado evidencias, por lo que esta es "sólo la punta de iceberg". "Solo hemos encontrado evidencias de 17 impactos que tienen más de 2.500 millones de años, pero podría haber habido cientos", indicó.
El impacto de asteroides de ese tamaño tiene como consecuencia grandes movimientos tectónicos y grandes movimientos de magma, que "podrían haber afectado de manera significativa la forma en que evolucionó la Tierra, consideró el experto".
Fuente: EFE
El choque, según los expertos, habría tenido "una violencia mayor que la que cualquier otro fenómeno experimentado por los humanos", según señala un comunicado. Las evidencias tienen forma de pequeñas cuentas de vidrio llamadas esférulas, que fueron encontradas en el noroeste de Australia y se formaron de material vaporizado debido al impacto.
"El impacto tuvo que haber provocado terremotos de una magnitud superior a la de los terrestres, originado tsunamis gigantescos y provocado el derrumbe de acantilados", de manera que su material se expandió por toda el planeta, explicó el experto de la universidad Andrew Glikson.
Además, el material generado por el impacto tuvo que extenderse por todo el mundo, señaló Glikson, quien indico que las esférulas encontradas datan de hace 3.460 millones de años, lo que convierte al asteroide en el segundo más antiguo en golpear la Tierra y uno de los más grandes.
El asteroide podría haber medido entre 20 y 30 kilómetros y haber creado un cráter de cientos de kilómetros de ancho, aunque el lugar exacto donde golpeó la Tierra "sigue siendo un misterio", pues cualquier cráter de aquella época ha sido destruido por la actividad volcánica y los movimientos tectónicos, agregó.
Glikson lleva más de 20 años buscando evidencias de antiguos impactos en la Tierra de meteoritos y cuando vio las perlas de cristal localizadas en Australia enseguida sospechó que su origen estaba en el impacto de un asteroide.Tras realizar pruebas se descubrió que la presencia de elementos como platino, níquel y cromo correspondía con la de los asteroides.
El experto indicó que hubo muchos más impactos similares, de los que aún no se han encontrado evidencias, por lo que esta es "sólo la punta de iceberg". "Solo hemos encontrado evidencias de 17 impactos que tienen más de 2.500 millones de años, pero podría haber habido cientos", indicó.
El impacto de asteroides de ese tamaño tiene como consecuencia grandes movimientos tectónicos y grandes movimientos de magma, que "podrían haber afectado de manera significativa la forma en que evolucionó la Tierra, consideró el experto".
Fuente: EFE