Por Jose Luis Milia
Mucho se ha escrito en estos días sobre la visita de la “madre” Bonafini a Su santidad Francisco; en general, todos hacen hincapié en lo que Hebe dijo sobre Jorge Bergoglio, antes y después de haber sido elegido Papa. Que las palabras salidas de la cloaca bonafiniana, tanto las referidas a la persona de Jorge Bergoglio S.J. como a la de Su Santidad Francisco, sigan teniendo vigencia en nuestras diarias invectivas se debe exclusivamente a que evitamos tener en cuenta que puede existir el arrepentimiento en el ofensor y que el perdón es una cualidad del ofendido, y que recibir a putas, malhechores y blasfemos que se sentían abrumados por el pecado fue el camino que Nuestro Señor Jesucristo indicó a sus pastores ya que él fue quien primero lo recorrió. Si bien a nosotros, imperfectos como somos, nos duele esto, es porque estamos lejos de entender que: “…habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.” (Lucas 15:7)
Bien, hasta aquí lo referido a Francisco, Papa y pastor de la grey católica; otra cosa es Francisco, Papa y figura política que para desgracia nuestra y también de él, no nació en Azerbaijan sino en Buenos Aires, más precisamente en el barrio de Flores y del que, hasta en la mínima tarea de lavarse los dientes le hemos endilgado, porque él lo permitió, una connotación política.
No ha tenido, Francisco, en tanto relevante figura de la política nacional, que lo es- no nos hagamos los distraídos diciendo que su lugar solo es el mundo- la mínima consideración hacia sus compatriotas que no sabemos si ha sido usado, si se ha dejado usar o si efectivamente, a partir de sus acciones, podemos suponer que se ha aferrado a una parte de esa Argentina dividida desde hace mucho y que, dado el poder que como persona influyente tiene, ha decidido que profundizar “la grieta” es el camino correcto para que la Argentina tenga un futuro decoroso ya que quizá piense que una parte de los argentinos sobran en esta concepción política.
Personalmente no me interesa si lo recibe a Macri con una sonrisa o a pura “cara e’ culo”; este es un juego de taitas y el presidente ha hecho lo imposible para despegarse de su “infortunada” frase en la que prometía acabar con el curro de los derechos humanos. Sí me interesa saber de que lado de la grieta que está ayudando a extender- a conciencia o sin darse cuenta- el Papa se encuentra. Porque la grieta no solo se refiere a más o menos pobreza, hambre y oportunidades actuales, esta zanja es mucho más antigua y es de ella que vienen nuestros desencuentros. Si bien podríamos suponer que, mirando con suspicacia las acciones de cada uno, el presidente y el Papa quieren expresar su indiferencia frente a esto. Uno, el presidente, se exime de reconocer que él y su familia están vivos o no exiliados, porque cuarenta años atrás unos hombres le plantaron cara a quienes querían una patria socialista. El otro, recibiendo a quienes recibe, parecería que le duele que esa patria socialista solo se haya quedado en una tibia matanza sin haberse concretado en los hechos; pero lo cierto es que a ninguno de los dos parece importarles que hay ancianos que, por haber combatido a la subversión que atacó a la República en los setenta, estos mueren en abandono de persona en los penales federales, ya que parecería que ambos tienen el mismo gesto de mirar al costado frente a esto. También es menester decir que si bien debemos considerar en este año de la misericordia con más justeza el arrepentimiento y el perdón de los hombres, el Papa arrastra el agravante de haber recibido a putas, ladrones, terroristas y funcionarios corruptos que, creemos, ni siquiera se han acercado al camino de la contrición.
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