sábado, 30 de junio de 2001

SCRIPTA DILECTISSIMI FILII (634)


PAPA HONORIO 1, 625-638

SCRIPTA DILECTISSIMI FILII

[De la Carta 2 Scripta dilectissimi filii, a Sergio, patriarca de Constantinopla, del año 634]

488 Por lo que toca al dogma eclesiástico, lo que debemos mantener y predicar en razón de la sencillez de los hombres y para cortar los enredos de las cuestiones inextricables, no es definir una o dos operaciones en el mediador de Dios y de los hombres, sino que debemos confesar que las dos naturalezas unidas en un solo Cristo por unidad natural operan y son eficaces con comunicación de la una a la otra, y que la naturaleza divina obra lo que es de Dios, y la humana ejecuta lo que es de la carne, no enseñando que dividida ni confusa ni convertiblemente la naturaleza de Dios se convirtió en el hombre ni que la naturaleza humana se convirtiera en Dios, sino confesando íntegras las diferencias de las dos naturalezas... Quitando, pues, el escándalo de la nueva invención, no es menester que nosotros proclamemos, definiéndolas, una o dos operaciones; sino que en vez de la única operación que algunos dicen, es menester que nosotros confesemos con toda verdad a un solo operador Cristo Señor, en las dos naturalezas; y en lugar de las dos operaciones, quitado el vocablo de la doble operación, más bien proclamar que las dos naturalezas, es decir, la de la divinidad y la de la carne asumida, obran en una sola persona, la del Unigénito de Dios Padre, inconfusa, indivisible e inconvertiblemente, lo que les es propio.



viernes, 29 de junio de 2001

SCRIPTA FRATERNITATIS VESTRAE (634)


PAPA HONORIO 1, 625-638

SCRIPTA FRATERNITATIS VESTRAE

De dos voluntades y operaciones en Cristo

[De la carta 1 Scripta fraternitatis vestrae a Sergio, patriarca de Constantinopla, del año 634]

487 ... Si Dios nos guía, llegaremos hasta la medida de la recta fe, que los Apóstoles extendieron con la cuerda de la verdad de las Santas Escrituras: Confesando al Señor Jesucristo, mediador de Dios y de los hombres [1 Tim. 2, 8], que obra lo divino mediante la humanidad, naturalmente [griego: hipostáticamente] unida al Verbo de Dios, y que el mismo obró lo humano, por la carne inefable y singularmente asumida, quedando íntegra la divinidad de modo inseparable, inconfuso e inconvertible...; es decir, que permaneciendo, por modo estupendo y maravilloso, las diferencias de ambas naturalezas, se reconozca que la carne pasible está unida a la divinidad... De ahí que también confesamos una sola voluntad de nuestro Señor Jesucristo, pues ciertamente fue asumida por la divinidad nuestra naturaleza, no nuestra culpa; aquella ciertamente que fue creada antes del pecado, no la que quedó viciada después de la prevaricación. Porque Cristo, sin pecado concebido por obra del Espíritu Santo, sin pecado nació de la santa e inmaculada Virgen madre de Dios, sin experimentar contagio alguno de la naturaleza viciada... Porque no tuvo el Salvador otra ley en los miembros o voluntad diversa o contraria, como quiera que nació por encima de la ley de la condición humana... Llenas están las Sagradas Letras de pruebas luminosas de que el Señor Jesucristo, Hijo y Verbo de Dios, por quien han sido hechas todas las cosas [Juan 1, 3], es un solo operador de divinidad y de humanidad. Ahora bien, si por las obras de la divinidad y la humanidad deben citarse o entenderse una o dos operaciones derivadas, es cuestión que no debe preocuparnos a nosotros, y hay que dejarla a los gramáticos que suelen vender a los niños exquisitos nombres derivados. Porque nosotros no hemos percibido por las Sagradas Letras que el Señor Jesucristo y su Santo Espíritu hayan obrado una sola operación o dos, sino que sabemos que obró de modo multiforme.


jueves, 28 de junio de 2001

QUIA CHARITATI (601)


SAN GREGORIO MAGNO, 590-604

Del bautismo y ordenes de los herejes

[De la Carta Quia charitati a los obispos de Hiberia hacia el 22 de junio de 601]

478 De la antigua tradición de los Padres hemos aprendido que quienes en la herejía son bautizados en el nombre de la Trinidad, cuando vuelven a la Santa Iglesia, son reducidos al seno de la Santa madre Iglesia o por la unción del crisma, o por la imposición de las manos, o por la sola profesión de la fe... porque el santo Bautismo que recibieron entre los herejes, entonces alcanza en ellos la fuerza de purificación, cuando se han unido a la fe santa y a las entrañas de la Iglesia universal. 

Aquellos herejes, empero, que en modo alguno se bautizan en el nombre de la Trinidad, son bautizados cuando vienen a la Santa Iglesia, pues no fue bautismo el que no recibieron en el nombre de la Trinidad, mientras estaban en el error. Tampoco puede decirse que este bautismo sea repetido, pues, como queda dicho, no fue dado en nombre de la Trinidad.

Así, [pues,] a cuantos vuelven del perverso error de Nestorio, recíbalos sin duda alguna vuestra santidad en su grey, conservándoles sus propias órdenes, a fin de que; no poniéndoles por vuestra mansedumbre contrariedad o dificultad alguna en cuanto a sus propias órdenes, los arrebatéis de las fauces del antiguo enemigo.

Del tiempo de la unión hipostática

479 Y no fue primero concebida la carne en el seno de la Virgen y luego vino la divinidad a la carne; sino inmediatamente, apenas vino el Verbo a su seno, inmediatamente, conservando la virtud de su propia naturaleza, el Verbo se hizo carne... Ni fue primero concebido y luego ungido, sino que el mismo ser concebido por obra del Espíritu Santo de la carne de la Virgen, fue ser ungido por el Espíritu Santo.



miércoles, 27 de junio de 2001

SICUT AQUA FRIGIDA A EULOGIO (600)


SAN GREGORIO MAGNO, 590-604

De la ciencia de Cristo

(contra los agnoetas)

[De la Carta Sicut aqua frigida a Eulogio, patriarca de Alejandría, agosto de 600]

Sobre lo que está escrito que el día y la hora, ni el Hijo ni los ángeles lo saben [cf. Mt. 13, 32], muy rectamente sintió vuestra santidad que ha de referirse con toda certeza, no al mismo Hijo en cuanto es cabeza, sino en cuanto a su cuerpo que somos nosotros... Dice también Agustín... que puede entenderse del mismo Hijo, pues Dios omnipotente habla a veces a estilo humano, como cuando le dice a Abraham: Ahora conozco que temes a Dios [Gen. 22, 12]. No es que Dios conociera entonces que era temido, sino que entonces hizo conocer al mismo Abraham que temía a Dios. Porque a la manera como nosotros llamamos a un día alegre, no porque el día sea alegre, sino porque nos hace alegres a nosotros; así el Hijo omnipotente dice ignorar el día que Él hace que se ignore, no porque no lo sepa, sino porque no permite en modo alguno que se sepa. De ahí que se diga que sólo el Padre lo sabe, porque el Hijo consustancial con Él, por su naturaleza que es superior a los ángeles, tiene el saber lo que los ángeles ignoran. 

De ahí que se puede dar un sentido más sutil al pasaje; es decir, que el Unigénito encarnado y hecho por nosotros hombre perfecto, ciertamente en la naturaleza humana sabe el día y la hora del juicio; sin embargo, no lo sabe por la naturaleza humana. Así, pues, lo que en ella sabe, no lo sabe por ella, porque Dios hecho hombre, el día y hora del juicio lo sabe por el poder de su divinidad... Así, pues, la ciencia que no tuvo por la naturaleza de la humanidad, por la que fue criatura como los ángeles, ésta negó tenerla como no la tienen los ángeles que son criaturas. En conclusión, el día y la hora del juicio la saben Dios y el Hombre; pero por la razón de que el Hombre es Dios. 

Pero es cosa bien manifiesta que quien no sea nestoriano, no puede en modo alguno ser agnoeta. Porque quien confiesa haberse encarnado la sabiduría misma de Dios ¿con qué razón puede decir que hay algo que la sabiduría de Dios ignore? Escrito está: En el principio era el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios... todo fue hecho por Él [Juan 1, 1 y 3]. Si todo, sin género de duda también el día y la hora del juicio. Ahora bien, ¿quién habrá tan necio que se atreva a decir que el Verbo del Padre hizo lo que ignora? Escrito está también: Sabiendo Jesús que el Padre se lo puso todo en sus manos [Juan 13, 3]. Si todo, ciertamente también el día y la hora del juicio. ¿Quién será, pues, tan necio que diga que recibió el Hijo en sus manos lo que ignora?


martes, 26 de junio de 2001

PELAGIO II, 575-590: DILECTIONIS VESTRAE


PAPA PELAGIO II, 575-590

DILECTIONIS VESTRAE

De la necesidad de la unión con la Iglesia

[De la Carta 2 Dilectionis vestrae a los obispos cismáticos de Istria, hacia el año 585]

468 ... No queráis, pues, por amor a la jactancia, que está siempre: muy cercana de la soberbia, permanecer en el vicio de la obstinación, pues, en el día del juicio, ninguno de vosotros se podrá excusar... Porque, si bien por la voz del Señor mismo en el Evangelio [cf. Mt. 16, 18] está manifiesto dónde esté constituida la Iglesia, oigamos, sin embargo, qué ha definido el bienaventurado Agustín, recordando la misma sentencia del Señor. Pues dice estar constituida la Iglesia en aquellos que por la sucesión de los obispos se demuestra que presiden en las Sedes Apostólicas, y cualquiera que se sustrajere a la comunión y autoridad de aquellas Sedes, muestra hallarse en el cisma. Y después de otros puntos: “Puesto fuera, aun por el nombre de Cristo estarás muerto. Entre los miembros de Cristo, padece por Cristo; pegado al cuerpo, lucha por la cabeza”.

469 Pero también el bienaventurado Cipriano, entre otras cosas, dice lo siguiente: “El comienzo parte de la unidad, y a Pedro se le da el primado para demostrar que la Iglesia y la cátedra de Cristo es una sola; y todos son pastores, pero la grey es una, que es apacentada por los Apóstoles con unánime consentimiento”. Y poco después: “El que no guarda esta unidad con la Iglesia, ¿cree guardar la fe? El que abandona y resiste a la cátedra de Pedro, sobre la que está fundada la Iglesia, ¿confía estar en la Iglesia?”. Igualmente luego: “No pueden llegar al premio de la paz del Señor porque rompieron la paz del Señor con el furor de la discordia... No pueden permanecer con Dios los que no quisieron estar unánimes en la Iglesia. Aun cuando ardieren entregados a las llamas de la hoguera; aun cuando arrojados a las fieras den su vida, no será aquélla la corona de la fe, sino el castigo de la perfidia; ni muerte gloriosa, sino perdición desesperada. Ese tal puede ser muerto; coronado, no puede serlo... El pecado de cisma es peor que el de quienes sacrificaron; los cuales, sin embargo, constituidos en penitencia de su pecado, aplacan a Dios con plenísimas satisfacciones. Allí la Iglesia es buscada o rogada; aquí se combate a la Iglesia. Allí el que cayó, a sí solo se dañó; aquí el que intenta hacer un cisma, a muchos engaña arrastrándolos consigo. Allí el daño es de una sola alma; aquí el peligro es de muchísimas. A la verdad, éste entiende y se lamenta y llora de haber pecado; aquél, hinchado en su mismo pecado y complacido de sus mismos crímenes, separa a los hijos de la madre, aparta por solicitación las ovejas del pastor, perturba los Sacramentos de Dios, y siendo así que el caído pecó sólo una vez, éste peca cada día. Finalmente, el caído, si posteriormente consigue el martirio, puede percibir las promesas del reino; éste, si fuera de la Iglesia fuere muerto, no puede llegar a los premios de la Iglesia”.


lunes, 25 de junio de 2001

PELAGIO II, 575-590: QUOD AD DILECTIONEM


PAPA PELAGIO II, 575-590

 QUOD AD DILECTIONEM

Sobre la uni(ci)dad de la Iglesia


[De la carta 1 Quod ad dilectionem, a los obispos cismáticos de Istria, hacia el año 585]

Sabéis, en efecto, que el Señor clama en el Evangelio: Simón, Simón, mira que Satanás os ha pedido para cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti a mi Padre, para que no desfallezca tu fe, y tú, convertido, confirma a tus hermanos [Lc. 22, 31 s].

Considerad, carísimos, que la Verdad no puede mentir, ni la fe de Pedro podrá eternamente conmoverse o mudarse. Porque como el diablo hubiera pedido a todos los discípulos para cribarlos, por Pedro solo atestigua el Señor haber rogado y por él quiso que los demás fueran confirmados. A él también, en razón del mayor amor que manifestaba al Señor en comparación de los otros, le fue encomendado el cuidado de apacentar las ovejas [cf. Juan 21, 15 ss]; a él también le entregó las llaves del reino de los cielos, le prometió que sobre él edificaría su Iglesia y le atestiguó que las puertas del infierno no prevalecerían contra ella [Mt. 16, 16 ss]. 

Mas como quiera que el enemigo del género humano no cesa hasta el fin del mundo en sembrar la cizaña encima de la buena semilla para daño de la Iglesia de Dios [Mt. 13, 25], de ahí que para que nadie, con maligna intención, presuma fingir o argumentar nada sobre la integridad de nuestra fe y por ello tal vez parezca que se perturban vuestros espíritus, hemos juzgado necesario, no sólo exhortaros con lágrimas por la presente Carta a que volváis al seno de la Madre Iglesia, sino también enviaros satisfacción sobre la integridad de nuestra fe...

[Después de confirmar la fe de los Concilios de Nicea, primero de Constantinopla, primero de Éfeso, y principalmente el de Calcedonia, así como la Carta dogmática de León a Flaviano, continúa así:]

Y si alguno existe, o cree, o bien osa enseñar contra esta fe, sepa que está condenado y anatematizado según la sentencia de esos mismos Padres... Considerad, pues, que quien no estuviere en la paz y unidad de la Iglesia, no podrá tener a Dios [Gal. 3, 7]...



domingo, 24 de junio de 2001

CLAUSURA DEL CONCILIO VATICANO II - MENSAJE A LOS ARTISTAS (8 DE DICIEMBRE DE 1965)


CLAUSURA DEL CONSEJO VATICANO II

MENSAJE DEL SANTO PADRE PABLO VI

A LOS ARTISTAS

1 Ahora bien, a todos vosotros, artistas enamorados de la belleza y que habéis trabajado por ella: poetas y literatos, pintores, escultores, arquitectos, músicos, teatrales y cineastas... A todos vosotros la Iglesia del Concilio dice con nuestra voz: ¡si sois amigos del verdadero arte, sois nuestros amigos!

2 La Iglesia hace tiempo que se alía con vosotros. Habéis construido y decorado sus templos, celebrado sus dogmas, enriquecido su liturgia. La ayudasteis a traducir su mensaje divino al lenguaje de las formas y las figuras, para hacer comprensible el mundo invisible.

3 Hoy como ayer la Iglesia os necesita y recurre a vosotros. Os dice con nuestra voz: ¡No dejéis que se rompa tan fructífera alianza! ¡No rechacéis poner vuestro talento al servicio de la verdad divina! ¡No cerréis vuestro espíritu al soplo del Espíritu Santo!

4 Este mundo en el que vivimos necesita belleza para no hundirnos en la desesperación. La belleza, como la verdad, es lo que alegra el corazón de los hombres, es ese fruto precioso que resiste el desgaste del tiempo, que une a las generaciones y las hace comunicarse en admiración. Y esto gracias a vuestras manos...

5 ¡Que estas manos sean puras y desinteresadas! Recordad que sois los guardianes de la belleza en el mundo: esto basta para liberaros de gustos efímeros y sin verdaderos valores, para liberaros de la búsqueda de expresiones extravagantes o insanas.

6 Sed siempre y en todo lugar dignos de vuestro ideal, y seréis dignos de la Iglesia, que con nuestra voz os dirige en este día su mensaje de amistad, de saludo, de agradecimiento y de bendición.

8 de diciembre de 1965

PABLO VI


sábado, 23 de junio de 2001

“MISA DE ARTISTAS” (7 DE MAYO DE 1964)


“MISA DE ARTISTAS” 

EN LA CAPILLA SISTINA

HOMILÍA DE PABLO VI

Solemnidad de la Ascensión de Nuestro Señor

Jueves 7 de mayo de 1964

¡Queridos señores y aún más queridos hijos!

Quisiéramos, antes de esta breve conversación, aclarar vuestra mente de algún temor, de alguna perturbación, que fácilmente puede sorprender a quien se encuentra, en una ocasión como ésta, en la Capilla Sixtina. Quizás no exista un lugar que te haga pensar más y temblar más, que inspire más timidez y al mismo tiempo excite más los sentimientos del alma. Pues bien, vosotros, artistas, debéis ser los primeros en sacar del alma la vacilación instintiva que surge al entrar en este cenáculo de la historia, del arte, de la religión, de los destinos humanos, de los recuerdos, de los augurios. ¿Por qué? Sino porque es precisamente, si hay algo más, un cenáculo de artistas, de artistas. Y por eso debéis en este momento dejar que el gran soplo de emociones, de recuerdos, de júbilo, que un templo como este puede provocar en el alma, invada libremente vuestro espíritu.

Puede haber otra perturbación, casi otra timidez paralizante; y es el que puede traer no tanto Nuestra humilde persona, sino Nuestra presencia oficial, Nuestro ministerio pontificio: ¡el Papa está aquí!, pensáis ciertamente. ¿Han acudido alguna vez los artistas al Papa? Quizás sea la primera vez que esto sucede. O sea, vienen desde hace siglos, siempre han estado en relación con el Jefe de la Iglesia Católica, pero a través de contactos diferentes. Incluso se podría decir que se ha perdido el hilo de esta relación, de esta relación. Y ahora estáis aquí, todos juntos, en un momento religioso, para vosotros solos, no como personas detrás de escena, sino verdaderamente pasando al frente de una conversación espiritual, de una celebración sagrada. Y es natural, si eres sensible y comprensivo, que haya una cierta veneración, un cierto respeto, un cierto deseo de comprender y callar. Pues bien, incluso esta sensibilidad, si en este momento ligara vuestras expresiones interiores de sentimientos libres, quisiéramos disolverla, porque si el Papa debe acoger a todos, porque es Padre de todos y para todos, tiene un ministerio. , y para todos tiene una palabra -, especialmente para ti mantiene esta palabra en reserva; y está ansioso y feliz de poder expresarlo hoy, porque el Papa es su amigo.

Y no es sólo porque una tradición de suntuosidad, de mecenazgo, de grandeza, de pompa rodea su ministerio, su autoridad, su relación con los hombres, y porque necesita este marco decorativo y expresivo para decir a quienes no saben quién es. , y cómo Cristo lo quería entre los hombres. Pero es por razones más intrínsecas, que son las que hoy nos ocupan y que interesan a nuestro espíritu, y es que son razones de Nuestro ministerio que Nos hacen venir a buscaros. ¿Tenemos que decir la gran palabra que ya conoces? Te necesitamos. Nuestro ministerio necesita de tu colaboración. Porque, como sabéis, Nuestro ministerio es predicar y hacer accesible y comprensible, incluso conmovedor, el mundo del espíritu, de lo invisible, de lo inefable, de Dios y en esta operación, que vierte el mundo invisible en fórmulas. accesible, inteligible, sois maestros. Es tu trabajo, tu misión; y vuestro arte es precisamente el de robar sus tesoros del cielo del espíritu y cubrirlos de palabras, colores, formas, accesibilidad. Y no sólo una accesibilidad como la del maestro de lógica o de matemáticas, que hace comprensibles los tesoros del mundo inaccesibles a las facultades cognitivas de los sentidos y a nuestra percepción inmediata de las cosas. Tenéis también esta prerrogativa, en el mismo acto de hacer accesible y comprensible el mundo del espíritu: conservar en este mundo su inefabilidad, el sentido de su trascendencia, su halo de misterio, esta necesidad de alcanzarlo con facilidad y esfuerzo. al mismo tiempo.

Esto - quienes lo entienden lo llaman "Einfuhlung", sensibilidad, es decir, la capacidad de percibir, a través del sentimiento, lo que uno no sería capaz de comprender y expresar a través del pensamiento - ¡esto es lo que se hace! Ahora bien, en esta manera tuya, en esta capacidad tuya de traducir al círculo de nuestros conocimientos - et quidem de los fáciles y felices, es decir, los sensibles, es decir, aquellos que se pueden captar y recoger con sólo el visión intuitiva - repetimos, ustedes son maestros. Y si nos faltara vuestra ayuda, el ministerio se volvería tartamudo e inseguro y necesitaría hacer un esfuerzo, diríamos, para volverse artístico, o más bien profético. Para alcanzar la fuerza de la expresión lírica de la belleza intuitiva, necesitaría hacer coincidir el sacerdocio con el arte.

Ahora bien, si este es el caso, la discusión debería ser seria y solemne. El lugar, tal vez incluso el momento, se prestarían; no tanto el tiempo que se nos ha concedido, ni tanto el programa que hemos fijado para este primer encuentro amistoso. Quién sabe, puede que llegue un momento en el que podamos decir más. Pero el tema es este: necesitamos restablecer la amistad entre la Iglesia y los artistas. En verdad, no es que la amistad se haya roto alguna vez; y esta misma demostración lo prueba, que es ya la prueba de esta amistad en curso. Y luego hay muchas otras manifestaciones que pueden aducirse como prueba de continuidad, de relaciones fieles, que testimonian que la amistad entre la Iglesia y los artistas nunca se ha roto. También porque, como decíamos, la Iglesia lo necesita y entonces podríamos incluso decir más, leyendo tu corazón. Vosotros mismos vais buscando este mundo de lo inefable y encontráis que su patria, su hogar, su mejor provisión sigue siendo la Religión.

Entonces siempre hemos sido amigos. Pero, como pasa entre familiares, como pasa entre amigos, la cosa se estropeó un poco. No rompimos, pero alteramos nuestra amistad. ¿Puede permitirnos una palabra franca? Nos habéis abandonado un poco, os habéis ido muy lejos, para beber de otras fuentes, en la aunque legítima búsqueda de expresar otras cosas; pero ya no es nuestro.

Tenemos otros comentarios que hacer, pero no queremos molestarlos esta mañana y ser groseros. Sabéis que llevamos cierta herida en el corazón cuando os vemos concentrados en determinadas expresiones artísticas que nos ofenden, guardianes de toda la humanidad, de la definición completa del hombre, de su salud, de su estabilidad. Separas el arte de la vida, y luego... Pero hay aún más. A veces olvidas el canon fundamental de tu dedicación a la expresión; No sabemos lo que decís, muchas veces vosotros tampoco lo sabéis: sigue el lenguaje de Babel, de la confusión. Entonces ¿dónde está el arte? El arte debe ser intuición, debe ser tranquilidad, debe ser felicidad. No siempre nos das esta tranquilidad, esta felicidad y luego permanecemos sorprendidos, intimidados y desapegados.

Pero para ser sinceros y audaces - mencionémoslo, como puedes ver - reconocemos que Nosotros también te hemos causado algunos problemas. Os hemos hecho sufrir, porque os hemos impuesto la imitación como primer canon, a vosotros que sois creadores, siempre vivaces, rebosantes de mil ideas y de mil novedades. Nosotros - se dijo - tenemos este estilo, debemos adaptarnos a él; tenemos esta tradición y debemos ser fieles a ella; tenemos estos maestros y debemos seguirlos; Tenemos estos cánones y no hay salida. A veces os hemos puesto un manto de plomo, podemos decirlo; ¡perdónanos! Y luego te abandonamos a ti también. No os hemos explicado nuestras cosas, no os hemos introducido en la celda secreta, donde los misterios de Dios hacen saltar el corazón del hombre de alegría, de esperanza, de alegría, de alborozo. No hemos tenido estudiantes, amigos, conversadores; por eso no nos conocisteis.

Y así tu lengua para nuestro mundo era dócil, sí, pero casi atada, atrofiada, incapaz de encontrar su voz libre. Y entonces sentimos el descontento de esta expresión artística. Y - haremos el confiteor completo, esta mañana, al menos aquí - os hemos tratado peor, hemos recurrido a sustitutos, a la "oleografía", a obras de arte de poco mérito y poco gasto, también porque, en nuestra defensa , no teníamos medios para hacer cosas grandes, cosas hermosas, cosas nuevas, cosas dignas de admirar; y nosotros también hemos ido por calles secundarias, donde el arte y la belleza y -lo que es peor para nosotros- el culto a Dios han sido mal servidos.

¿Haremos las paces otra vez? ¿hoy? ¿aquí? ¿Queremos volver a ser amigos? ¿El Papa vuelve a ser amigo de los artistas? ¿Quieres sugerencias, medios prácticos? Pero éstos no entran ahora en el cálculo. Ahora los sentimientos permanecen. Debemos volver a los aliados. Debemos pedirles todas las posibilidades que el Señor les ha dado, y por eso, en el contexto de funcionalidad y propósito, que unen el arte con la adoración a Dios, debemos dejar que sus voces canten libre y poderosamente, que ustedes son capaces. de. Y debes ser tan bueno interpretando lo que tienes que expresar, como para venir a sacar de nosotros el motivo, el tema, y ​​a veces más que el tema, ese fluido secreto que se llama inspiración, que se llama gracia, que llama. El carisma del arte. Y si Dios quiere, te lo daremos. Pero decíamos que este momento no está hecho para largos discursos y proclamas definitivas.

Pero nosotros, por nuestra parte, Nosotros el Papa, nosotros la Iglesia, hemos firmado un gran acto de nueva alianza con el artista. La Constitución de la Sagrada Liturgia, que el Concilio Ecuménico Vaticano II emitió y promulgó primero, tiene una página -que espero que sepan- que es precisamente el pacto de reconciliación y renacimiento del arte religioso dentro de la Iglesia Católica. Repito, nuestro pacto está firmado. Él espera su refrendo.

Por lo tanto, por ahora nos limitaremos a algunas observaciones muy simples, que sin embargo no le desagradarán.

La primera es ésta: que nos felicitemos por la Misa de este artista y que se le agradezca a Monseñor Francia; él y todos los que lo siguieron y recogieron su fórmula. Vimos nacer esta iniciativa, la vimos acogida por primera vez por Nuestro venerado Predecesor el Papa Pío XII, quien comenzó a abrirle caminos y darle ciudadanía en la vida eclesiástica, en la oración de la Iglesia; y por eso felicitamos lo que se ha hecho en esta línea, que no es la única, pero que es buena y que se debe seguir: la bendecimos y alentamos. Nos gustaría que transmitieras Nuestra Bendición a todos tus colegas, imitadores y seguidores por esta experiencia de vida artística religiosa que ha demostrado una vez más que entre sacerdote y artista existe una profunda simpatía y una maravillosa capacidad de comprensión.

Lo segundo es esto, muy conocido, pero nos parece que hay que recordarlo en este momento; y es que, si el momento artístico que se produce en un acto religioso sagrado -como lo es una Misa- debe ser pleno, debe ser auténtico, debe ser generoso, debe llenar y hacer verdaderamente a las almas que participan en él y los demás que participan en ella palpitan forman una corona, necesita también dos cosas: catequesis y laboratorio.

No nos detendremos ahora en discutir si el arte surge de forma espontánea y repentina, como un rayo celestial, o si por el contrario -y usted nos lo dice- necesita una formación tremenda, dura, ascética, lenta, gradual. Pues bien, si queremos dar, repetimos, autenticidad y plenitud al momento artístico religioso, a la Misa, es necesaria su preparación, su catequesis; en otras palabras, debe tomarse o acompañarse de instrucción religiosa. No está permitido inventar una religión, necesitamos saber qué pasó entre Dios y el hombre, cómo Dios sancionó ciertas relaciones religiosas que necesitamos saber para no volvernos ridículos ni tartamudos ni aberrantes. Hay que ser educado. Y Pensamos que en el contexto de la Misa del Artista, quienes quieran manifestarse verdaderamente como artistas no tendrán dificultad en asumir esta información sistemática, paciente, pero muy beneficiosa y nutritiva. Y luego hace falta el laboratorio, es decir, la técnica para hacer las cosas bien. Y aquí te dejamos la palabra a ti que dirás lo necesario, para que la expresión artística que se dé a estos momentos religiosos tenga toda su riqueza de expresividad de modos e instrumentos, y si es necesario también de novedad.

Y por último añadiremos que ni la catequesis ni el laboratorio son suficientes. Se necesita la característica indispensable del momento religioso: la sinceridad. Ya no se trata sólo de arte, sino de espiritualidad. Es necesario entrar en la celda interior de uno mismo y dar al momento religioso, vivido artísticamente, lo que aquí se expresa: una personalidad, una voz extraída de lo más profundo del alma, una forma que se destaca de cualquier disfraz escénico, de pura representación externa; es el Ego el que se encuentra en su síntesis más plena y más agotadora, si se quiere, pero también la más gozosa. Aquí la religión debe ser verdaderamente espiritual; y luego lo que la celebración de hoy, la Ascensión, nos hace pensar, sucederá para vosotros. Cuando entramos en nosotros mismos para encontrar todas estas energías y subimos al cielo, a ese cielo donde Cristo se refugió, nos sentimos al principio, inmensamente, diría, infinitamente distantes.

La trascendencia que tanto asusta al hombre moderno es verdaderamente algo que lo supera infinitamente, y quien no siente esta distancia no siente la verdadera religión. Quien no siente esta superioridad de Dios, esta inefabilidad suya, este misterio suyo, no siente la autenticidad del hecho religioso. Pero quien lo escucha experimenta, casi de inmediato, que ese Dios lejano ya está ahí: "No lo buscarías si no lo hubieras encontrado ya". Las palabras de Pascal, ciertas; y esto es lo que ocurre continuamente en la auténtica vida espiritual del cristiano. Si realmente buscamos a Cristo donde está, en el cielo, lo vemos reflejado, lo encontramos palpitando en nuestra alma: el Dios trascendente se ha vuelto, en cierto modo, inmanente, se ha convertido en el amigo interior, el maestro espiritual. Y la comunión con Él, que parecía imposible, como si tuviera que atravesar infinitos abismos, ya está consumada; el Señor entra en comunión con nosotros en las formas que bien conocéis, que son las de la palabra, cuáles son las de la gracia, cuáles son las del sacramento, cuáles son las de los tesoros que la Iglesia dispensa a las almas fieles. Y eso es suficiente por ahora.

Queridos artistas, digamos una sola palabra: ¡adiós!


viernes, 22 de junio de 2001

INVESTIGABILES DIVITIAS CHRISTI (6 DE FEBRERO DE 1965)



PABLO VI

CARTA APOSTOLICA

INVESTIGABILES DIVITIAS CHRISTI

Carta Apostólica a los Patriarcas, Primados, Arzobispos, Obispos de todo el mundo católico, en el segundo centenario de la institución de la fiesta litúrgica en honor de las SS. Corazón de Jesús.


Venerables Hermanos 

saludo y bendición apostólica

Las riquezas investigables de Cristo (Ef 3,8), que brotaron del costado desgarrado del divino Redentor, cuando él mismo, muriendo en la cruz, reconcilió a toda la raza de los hombres con el Padre, el culto resplandeciente al Sagrado Corazón de Cristo, manifestado en estos últimos tiempos, que de él se han derivado muy felices frutos para beneficio de la Iglesia.
Porque después de que el misericordioso Salvador, apareciéndose, como se dice, a la religiosa elegida, la bienaventurada santa Margarita María Alacoque, en la ciudad comúnmente llamada Paray-le-Monial, habiéndose ofrecido a ser vista, exigió urgentemente que, mediante concurso público, todos los hombres veneraran su Corazón, herido por nuestro amor, y las injurias que le infligieron, compensarían en todos los sentidos, el culto al Sagrado Corazón -ya utilizado aquí y allá por la obra e influencia de San Juan Eudes- es ciertamente sorprendente cuánto floreció en el clero y el pueblo cristiano, y se extendió por casi todos los países de los continentes. Por esta razón, la Sede Apostólica culminó esta veneración cuando Nuestro Predecesor Clemente XIII v. m., aceptando piadosamente las peticiones de los Obispos de Polonia y de la Archicofradía Romana constituida bajo el título del Corazón de Jesús, el 6 de febrero del año 1865 concedió una fiesta litúrgica con Oficio y Misa en honor del Corazón de Jesús, ya sea a la famosa Nación Polaca o a la mencionada Sociedad religiosa, y así aprobó el decreto correspondiente, ya emitido por la Sagrada Congregación de Ritos el 26 de enero de ese año ( Cf. Pío XII, Carta haurietis aquas : AAS 48 , p .

Así sucedió que, apenas setenta y cinco años después de que aquella humilde religiosa hubiera pasado de la Orden de la Visitación a los gozos celestiales, comenzara a utilizarse la fiesta litúrgica y los ritos particulares en honor del Sagrado Corazón de Jesús: y todo esto fue acogido no sólo por el Rey, por los santos Príncipes y por los fieles de Polonia junto con los miembros de la Archicofradía Romana del Sagrado Corazón, sino también por las monjas de la Orden de la Visitación, por toda esta querida ciudad, por los Obispos y la Reina de la noble Nación de Francia, por los superiores y religiosos de la Compañía de Jesús, de modo que en poco tiempo el culto al Sagrado Corazón se extendió a casi toda la Iglesia, suscitando conspicuos frutos de santidad en las almas.

Por lo tanto, hemos sabido con gran satisfacción que aquí y allá se están preparando celebraciones solemnes para conmemorar el segundo centenario de esta auspiciosa institución: y que esto sucede especialmente en la diócesis de Autun, en cuyos límites se encuentra la ciudad de Paray-le-Monial, y especialmente en el espléndido templo que allí se alza, donde convergen de todas partes las piadosas multitudes de peregrinos que vienen a venerar el lugar donde, según se cree, los secretos del Corazón de Jesús fueron tan maravillosamente revelados y difundidos por todo el mundo.

He aquí, pues, Nuestros deseos, Nuestra voluntad: que, en esta ocasión, la institución de la fiesta del Sagrado Corazón, debidamente destacada, sea celebrada con digna prominencia por todos vosotros, Venerables Hermanos, que sois Obispos de la Iglesia de Dios, y por el pueblo a vosotros confiado. Deseamos que los profundos y ocultos fundamentos doctrinales, que ilustran los infinitos tesoros de la caridad del Sagrado Corazón, sean explicados a todas las categorías de fieles del modo más adecuado y completo ; y que se indican funciones sagradas particulares, que encienden cada vez más la devoción hacia este culto, digno de la más alta consideración, con el objetivo de lograr que todos los cristianos, animados por nuevas disposiciones de espíritu, rindan el debido honor a ese divino Corazón y se enmienden por sus innumerables pecados con declaraciones de respeto cada vez más fervientes, y que toda su vida se conforme a los preceptos de la verdadera caridad, que es el cumplimiento de la ley (Cf Rm 13,10).

En efecto, siendo el Sagrado Corazón de Jesús un horno ardiente de caridad, símbolo e imagen expresiva de aquel amor eterno, en el que tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito (Io. 3,16), estamos seguros de que estas conmemoraciones contribuirán en gran medida a que las riquezas del amor divino sean profundamente analizadas y bien comprendidas; y tenemos confianza también en que todos los fieles podrán inspirarse cada vez más decididamente para configurar su vida según el Evangelio, para modificar diligentemente sus costumbres y para poner en práctica la ley del Señor.

Pero ante todo, deseamos que a través de una participación más intensa en el Sacramento del altar, sea honrado el Corazón de Jesús, cuyo mayor don es precisamente la Eucaristía. En efecto, en el sacrificio eucarístico sacrificamos y recibimos a nuestro Salvador, siempre vivo para interceder por nosotros (Heb 7, 25), cuyo Corazón fue abierto por la lanza del soldado y derramó el torrente de su Sangre preciosa sobre el género humano, mezclada con agua. Además, en este sublime Sacramento, que es cumbre y centro de los demás Sacramentos, se saborea en su misma fuente la dulzura espiritual y se recuerda aquella caridad sobresaliente que Cristo demostró en su pasión (SAN TOMÁS DE AQUINO, Opusculum 57). Es necesario, por lo tanto, que -usando las palabras de San Juan Damasceno- nos acerquemos a él con ardiente deseo... para que el fuego de nuestro deseo, recibiendo el calor de las brasas, destruya, queme nuestros pecados e ilumine nuestros corazones, y así, para que seamos inflamados por la comunión con el fuego divino, también nosotros nos volvamos ardientes y semejantes a Dios (San Juan Damasceno, De fide orthod. , 4, 13: PG 94, 1150).

Por lo tanto, esta razón nos parece la más adecuada para que el culto al Sagrado Corazón, que - lo decimos con dolor - se ha debilitado un poco en algunos, florezca cada día más y sea considerado por todos como un bien muy noble y digno de esa verdadera piedad, que en nuestro tiempo, especialmente a través de la obra del Concilio Vaticano II, se pide con insistencia a Cristo Jesús, el rey y centro de todos los corazones; quien es la cabeza del cuerpo de la Iglesia... el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo él mismo tenga el primado (Col 1,18).

Y como el Sacrosanto Concilio Ecuménico recomienda mucho los ejercicios piadosos del pueblo cristiano... especialmente cuando se hacen por voluntad de la Sede Apostólica (Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, n. 13), esta forma de devoción parece necesitar ser supremamente inculcada: de hecho, como hemos recordado anteriormente, consiste esencialmente en la adoración y la reparación, dignamente dadas a Cristo, y se funda sobre todo en el augusto misterio de la Eucaristía, de la cual, como de otras acciones litúrgicas se sigue esa santificación de los hombres en Cristo, y esa glorificación de Dios, hacia la que tienden todas las demás obras de la Iglesia, como hacia su fin (Conc. Vat. II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, n.10). Con la esperanza de que las celebraciones que queréis anunciar puedan contribuir del modo más eficaz al progreso duradero de la vida cristiana, invocamos sobre vosotros los abundantes dones del divino Redentor, mientras, como prenda de nuestra benevolencia, os impartimos con gran afecto a vosotros, venerables hermanos, a todos los sacerdotes, comunidades religiosas y fieles, confiados a vuestro cuidado, nuestra bendición apostólica.

Roma, en la basílica de San Pedro, el 6 de febrero de 1965, segundo de nuestro pontificado.

PABLO PP. VI


jueves, 21 de junio de 2001

SACRAM UNCTIONE INFIRMORUM (30 DE NOVIEMBRE DE 1972)


CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA

SACRAM UNCTIONE INFIRMORUM

DE SU SANTIDAD

PABLO VI

SOBRE EL SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

POR LA QUE SE APRUEBA EL ORDO UNCTIONIS INFIRMORUM

PROMULGADO EL 7 DE DICIEMBRE DE 1972

PABLO OBISPO

Siervo de los siervos de Dios

en memoria perpetua de este acto

La sagrada unción de los enfermos, tal como lo reconoce y enseña la Iglesia católica, es uno de los siete sacramentos del Nuevo Testamento, instituido por Jesucristo, nuestro Señor, “esbozado ya en el evangelio de Marcos (Mc, 6,3), recomendado a los fieles y promulgado por el Apóstol Santiago, hermano del Señor. '¿Está enfermo —dice— alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, y que recen sobre él, después de ungirlo con óleo, en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará la enfermo, y el Señor lo curará, y, si ha cometido pecado, lo perdonará' (St 5,14-15)” [1].

Testimonios sobre la unción de los enfermos se encuentran, desde tiempos antiguos en la Tradición de la Iglesia, especialmente en la litúrgica, tanto en Oriente como en Occidente. En este sentido se pueden recordar de manera particular a carta de nuestro predecesor Inocencio I a Decencio, Obispo de Gubbio [2], y el texto de la venerable oración usada para bendecir el óleo de los enfermos: “Derrama desde el cielo tu Espíritu Santo Defensor”, que fue introducido en la plegaria eucarística [3] y se conserva aún en el Pontifical romano [4].

A lo largo de los siglos, se fueron determinando en la tradición litúrgica con mayor precisión, aunque no de modo uniforme, las partes del cuerpo del enfermo que debían ser ungidas con el sano óleo, y se fueron añadiendo distintas fórmulas para acompañar las unciones con la oración, tal como se encuentran en los libros rituales de las diversas Iglesias. Sin embargo, en la Iglesia Romana prevaleció desde el Medioevo la costumbre de ungir a los enfermos en los órganos de los sentidos, usando la fórmula: “Por esta santa Unción y por su bondadosa misericordia, te perdone el Señor todos los pecados que has cometido”, adaptada a cada uno de los sentidos [5].

La doctrina acerca de la santa unción se expone también en los documentos de los Concilios ecuménicos, a saber, el Concilio de Florencia y sobre todo el de Trento y el Vaticano II.

El Concilio de Florencia describió los elementos esenciales de la unción de los enfermos, [6] el Concilio de Trento declaró su institución divina y examinó a fondo todo lo que se dice en la carta de Santiago acerca de la santa unción, especialmente lo que se refiere a la realidad y a los efectos del sacramento: “Tal realidad es la gracia del Espíritu Santo, cuya unción limpia los pecados, si es que aún quedan algunos por expiar, y las reliquias del pecado; alivia y conforta el alma del enfermo suscitando en él gran confianza en la divina misericordia, con lo cual el enfermo, confortado de este modo, sobrelleva mejor los sufrimientos y el peso de la enfermedad, resiste más fácilmente las tentaciones del demonio que 'lo hiere en el talón' (Gen 3,15) y consigue a veces la salud del cuerpo si fuera conveniente a la salud de su alma” [7]. El mismo Santo Sínodo proclamó, además, que con las palabras del Apóstol se indica con bastante claridad “que esta unción se ha de administrar a los enfermos y, sobre todo, a aquellos que se encuentran en tan grave peligro que parecen estar ya en fin de vida, por lo cual es también llamada sacramento de los moribundos” [8]. Finalmente, por lo que se refiere a ministro propio, declaró que éste es el presbítero [9].

Por su parte el Concilio Vaticano II ha dicho ulteriormente: “La 'extrema unción', que también, y mejor, puede llamarse 'unción de enfermos' no es sólo el sacramento de quienes se encuentran en los últimos momentos de su vida. Por lo tanto, el tiempo oportuno para recibirlo comienza cuando el cristiano ya empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez” [10]. Además, que el uso de este sacramento sea motivo de solicitud para toda la Iglesia, lo demuestran estas palabras “La Iglesia entera encomienda al Señor paciente y glorificado a los que sufren con la sagrada unción de los enfermos y con la oración de los presbíteros, para que los alivie y los salve (cf St 5,14-16), más aún, los exhorta a que, uniéndose libremente a la pasión y a la muerte de Cristo (cf Rom 8.17; Col 7.24; 2Tim 2,11-12; 1P 4,13), contribuyan al bien del pueblo de Dios” [11].

Todos estos elementos debían tenerse muy en cuenta al revisar el rito de la santa unción, con el fin de que lo susceptible de ser cambiado se adapte mejor a las condiciones de los tiempos actuales [12].

Hemos pensado, pues, cambiar la fórmula sacramental de manera que, haciendo referencia a las palabras de Santiago, se expresen más claramente sus efectos sacramentales.

Como, por otra parte, el aceite de oliva, prescrito hasta el presente para la validez del sacramento, falta totalmente en algunas regiones o es difícil conseguir, hemos establecido, a petición de numerosos Obispos, que, en adelante, pueda ser utilizado también, según las circunstancias, otro tipo de aceite, con tal de que sea obtenido de plantas, por parecerse más al aceite de oliva.

En cuanto al número de unciones y a los miembros que deben ser ungidos, hemos creído oportuno proceder a una simplificación del rito.

Por lo cual, dado que esta revisión atañe en ciertos aspectos al mismo rito sacramental, establecemos con nuestra Autoridad apostólica que en adelante se observe en el rito latino cuanto sigue:
EL SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS SE ADMINISTRA A LOS GRAVEMENTE ENFERMOS UNGIÉNDOLOS EN LA FRENTE Y EN LAS MANOS CON ACEITE DE OLIVA DEBIDAMENTE BENDECIDO O SEGÚN LAS CIRCUNSTANCIAS CON OTRO ACEITE DE PLANTAS, Y PRONUNCIANDO UNA SOLA VEZ ESTAS PALABRAS: “PER ISTAM SANCTAM UNCTIONEM ET SUAM PIISIMAM MISERICORDIAM ADIUVET TE DOMINUS GRATIA SPIRITUS SANCTI, UT A PECCATIS LIERATUM TE SALVET ATQUE PROPITIUS ALLEVET”. (POR ESTA SANTA UNCIÓN Y POR SU BONDADOSA MISERICORDIA, TE AYUDE EL SEÑOR CON LA GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO, PARA QUE LIBRE DE TUS PECADOS, TE CONCEDA LA SALVACIÓN Y TE CONFORTE EN TU ENFERMEDAD.)
Sin embargo, en caso de necesidad, es suficiente hacer una sola unción en la frente o, por razón de las particulares condiciones del enfermo, en otra parte más apropiada del cuerpo, pronunciando íntegramente la fórmula.

Este sacramento puede ser repetido, si el enfermo, tras haber recibido la unción, se ha restablecido y después ha recaído de nuevo en la enfermedad, o también si durante la misma enfermedad el peligro se hace más serio.

Establecidos y declarados estos elementos sobre el rito esencial del sacramento de la unción de los enfermos, aprobamos también con nuestra Autoridad apostólica el Ritual de la unción de los enfermos y de su pastoral, tal como la sido revisado por la Sagrada Congregación para el Culto divino derogando o abrogando al mismo tiempo, si es necesario, las prescripciones del Código de Derecho Canónico o las otras leyes hasta ahora en vigor; siguen, en cambio teniendo validez las prescripciones y las leyes que no son abrogadas o cambiadas por el mismo Ritual. La edición latina del Ritual, que contiene el nuevo rito, entrará en vigor apenas sea publicada; por su parte, las ediciones en lengua vernácula, preparadas por las Conferencias Episcopales y aprobadas por la Sede Apostólica, entrarán en vigor al día señalado por cada una de las Conferencias; el Ritual antiguo podrá ser utilizado hasta el 31 de diciembre de 1973. Sin embargo, a partir del 1 de enero de 1974, todos los interesados deberán usar solamente el nuevo Ritual.

Determinamos que todo cuanto hemos decidido y prescrito tenga plena eficacia en el rito latino, ahora y para el futuro, no obstando a esto —en cuanto sea necesario— ni las Constituciones ni las Disposiciones apostólicas emanadas por nuestros predecesores ni las demás prescripciones, aun las dignas de especial mención.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 30 de noviembre de 1972, año décimo de nuestro pontificado.

PABLO PP. VI


Notas:

[1] Concilio Tridentino, Sesión XIV, De extrema unctione, cap. 1 (cf. ibíd; can. 1): Concilium Tridentinum, Diarorum, Actorum, Epistolarum, Tractatuum nova collectio, edic. Soc. Goerresianae, t. VII, 1, pp. 355- 356, DS 1695 y 1716.

[2] Cf. Carta Si instituta Ecclesiastica, cap. 8: PL 20, 559- 561 DS 216

[3] Liber Sacramentorum Romanae Aeclesiae Ordinis Anni Circuli, edic. L. C. Mohlberg (Rerum Ecclesiasticarurn Documenta, Fontes IV), Roma 1960, p. 61; Le Sacramentaire Grégorien, edic. J. Deshusses (Spicilegium Friburgense), Friburgo 1971, p. 172; cf. La Tradition apostolique de saint Hippolyte, edic. B. Botte (Liturgiewissenschaftliche Quellen und Forschungen, 39), Münster de Westfalia 1963, pp. 18-19; Le Grand Euchologe du Monastère Blanc, edic. E. Lanne (Patrología Orientalis XXVIII, 2), París 1958, pp. 393- 395.

[4] Cf. Pontificale Romanum: Ordo benedicendi Oleum Catechumenorum et Infirmorum et conficiendi Chrisma, Ciudad del Vaticano 1971, pp., 11-12.

[5] Cf., M. Andrieu, Le Pontifical Romain au Moyen-Âge, t. I, Le Pontifical Romain du XIIe siècle (Studi e Testi, 86), Ciudad del Vaticano 1938, pp. 267-268; t. II, Le Pontifical de Curie Romaine au XIIIe siécle (Studi e Testi, 87), Ciudad del Vaticano 1940, pp. 491-492.

[6] Cf. Decretum pro Armeniis: G. Hofmann, Concilium Florentinum, I-II, p. 130, DS 1324s

[7] Concilio Tridentino, Sesión XIV, De extrema unctione, cap. 2: Concilium Tridentinum, edic. cit., t. VII, 1, p. 356, DS 1696

[8] Ibíd., cap. 3: Concilium Tridentinum, edic, cit., t. VII, 1, p. 356, DS 1698.

[9] Ibíd., cap. 3, can. 4: Concilium Tridentinum, edic. cit., t. VII, 1, p, 356, DS 1697 y 1719.

[10] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 73. AAS 56 (1964), pp.118-119.

[11] Concilio Vaticano II Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, núm. Iglesia, núm. 11.

[12] Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 1.


miércoles, 20 de junio de 2001

LAUDIS CANTICUM (1 DE NOVIEMBRE DE 1970)


CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA

LAUDIS CANTICUM

DE SU SANTIDAD

PABLO VI

CON LA QUE SE PROMULGA EL OFICIO DIVINO

REFORMADO POR MANDATO DEL 

CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II  

Pablo Obispo
siervo de los siervos de Dios
para perpetua memoria

El cántico de alabanza de la Iglesia

El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia, con una maravillosa variedad de formas.

La Liturgia de las Horas, complemento de la Eucaristía

La Liturgia de las Horas se desarrolló poco a poco hasta convertirse en oración de la Iglesia local, de modo que, en tiempos y lugares establecidos, y bajo la presidencia del sacerdote, vino a ser como un complemento necesario del acto perfecto de culto divino que es el sacrificio eucarístico, el cual se extiende así y se difunde a todos los momentos de la vida de los hombres.

Reformas y modificaciones del Oficio Divino

El libro del Oficio divino, incrementado gradualmente por numerosas añadiduras en el correr de los tiempos, se convirtió en instrumento apropiado para la acción sagrada a la que estaba destinado. Sin embargo, toda vez que en las diversas épocas históricas se introdujeron modificaciones notables en las celebraciones litúrgicas, entre las cuales hay que enumerar los cambios efectuados en la celebración del Oficio divino, no debe maravillarnos que el libro mismo, llamado en otro tiempo Breviario, fuera adaptado a formas muy diversas, que afectaban a veces a puntos esenciales de su estructura.

El Breviario de San Pío V

El Concilio Tridentino, por falta de tiempo, no consiguió terminar la reforma del Breviario, y confió el encargo de ello a la Sede Apostólica. El Breviario romano, promulgado por nuestro predecesor San Pío V en 1568, reafirmó, sobre todo, de acuerdo con el común y ardiente deseo, la uniformidad de la oración canónica, que había decaído en aquel tiempo en la Iglesia latina.

En los siglos posteriores, fueron introducidas diversas innovaciones por los Sumos Pontífices Sixto V, Clemente VIII, Urbano VIII, Clemente XI y otros.

El Breviario de San Pío X

San Pío X, en el año 1911, hizo publicar un nuevo Breviario, preparado a requerimiento suyo. Restablecida la antigua costumbre de recitar cada semana los ciento cincuenta salmos, se renovó totalmente la disposición del Salterio, se suprimió toda repetición y se ofreció la posibilidad de cambiar el Salterio ferial y el ciclo de la lectura bíblica correspondiente con los Oficios de los santos. Además, el Oficio dominical fue valorizado y ampliado de modo que prevaleciera, la mayoría de las veces, sobre las fiestas de los santos.

Las Reformas de Pío XII y Juan XXIII

Todo el trabajo de la reforma litúrgica fue reanudado, por Pío XII. El concedió que la nueva versión del Salterio, preparada por el pontificio Instituto bíblico, pudiera usarse tanto en la recitación privada como en la pública; y, constituida en el año 1947 una comisión especial, le encargó que estudiase el tema del Breviario. Sobre esta cuestión, a partir del año 1955, fueron consultados los obispos de todo el mundo. Se comenzó a disfrutar de los frutos de tan cuidadoso trabajo con el decreto sobre la simplificación de las rúbricas, del 23 de marzo de 1955, y con las normas sobre el Breviario que Juan XXIII publicó en el Código de rúbricas de 1960.

Las reformas del Vaticano II

Pero se había atendido así solamente a una parte de la reforma litúrgica, y el mismo sumo pontífice Juan XXIII consideraba que los grandes principios puestos como fundamento de la liturgia tenían necesidad de un estudio más profundo. Por ello confió tal encargo al Concilio Vaticano II, que, entonces, había sido convocado por él. Y así, el Concilio trató de la liturgia en general y de la oración de las Horas en particular con tanta abundancia y conocimiento de causa, con tanta piedad y competencia, que difícilmente se podría encontrar algo semejante en toda la historia de la Iglesia.

Durante el desarrollo del Concilio, fue ya nuestra preocupación que, una vez promulgada la Constitución sobre la sagrada liturgia, sus disposiciones fueran inmediatamente llevadas a la práctica.

Por este motivo, en el mismo "Consejo para la puesta en práctica de la Constitución sobre la sagrada liturgia", instituido por Nos, se creó un grupo especial, que ha trabajado durante siete años con gran diligencia e interés en la preparación del nuevo libro de la Liturgia de las Horas, sirviéndose de la aportación de los doctos y expertos en materia litúrgica, teológica, espiritual y pastoral.

Aprobación de los principios y la estructura de la obra

Después de haber consultado al episcopado universal y a numerosos pastores de almas, a religiosos y laicos, el citado Consejo, como igualmente el Sínodo de los Obispos, reunido en 1967, aprobaron los principios y la estructura de toda la obra y de cada una de sus partes.

Es conveniente exponer ahora, de forma detallada, lo que concierne a la nueva ordenación de la Liturgia de las Horas y a sus motivaciones.

El Oficio divino es oración de clérigos, religiosos y laicos

1. Como se pide en la constitución Sacrosanctum Concilium, se han tenido en cuenta las condiciones en las que actualmente se encuentran los sacerdotes comprometidos en el apostolado.

Toda vez que el Oficio es oración de todo el pueblo de Dios, ha sido dispuesto y preparado de suerte que puedan participar en él no solamente los clérigos, sino también los religiosos y los mismos laicos. Introduciendo diversas formas de celebración, se ha querido dar una respuesta a las exigencias específicas de personas de diverso orden y condición: la oración puede adaptarse a las diversas comunidades que celebran la Liturgia de las Horas, de acuerdo con su condición y vocación.

Santificación de la jornada

2. La Liturgia de las Horas es santificación de la jornada; por lo tanto, el orden de la oración ha sido renovado de suerte que las Horas canónicas puedan adaptarse más fácilmente a las diversas horas del día, teniendo en cuenta las condiciones en las que se desarrolla la vida humana de nuestra época.

Laudes y Vísperas, partes fundamentales

Por esto, ha sido suprimida la Hora de Prima. A las Laudes y a las Vísperas, como partes fundamentales de todo el Oficio, se les ha dado la máxima importancia, ya que son, por su propia índole, la verdadera oración de la mañana y de la tarde. El Oficio de lectura, si bien conserva su nota característica de oración nocturna para aquellos que celebran las vigilias, puede adaptarse a cualquier hora del día.

Oficio de lectura y Hora intermedia

En lo que concierne a las demás Horas, la Hora intermedia se ha dispuesto de suerte que quien escoge una sola de las Horas de Tercia, Sexta y Nona pueda adaptarla al momento del día en el que la celebra y no omita parte alguna del Salterio distribuido en las diversas semanas.

Variedad de textos y ayudas para la meditación de los Salmos

3. A fin de que, en la celebración del Oficio, la mente esté de acuerdo más fácilmente con la voz, y la Liturgia de las Horas sea verdaderamente “fuente de piedad y alimento para la oración personal” [1], en el nuevo libro de las Horas la parte de oración fijada para cada día ha sido reducida un tanto, mientras ha sido aumentada notablemente la variedad de los textos, y se han introducido diversas ayudas para la meditación de los salmos: tales son los títulos, las antífonas, las oraciones sálmicas, los momentos de silencio que podrán introducirse oportunamente.

Salterio de la nueva Vulgata en cuatro semanas

4. Según las normas publicadas por el Concilio [2], el Salterio, suprimido el ciclo semanal, queda distribuido en cuatro semanas, y se adopta la nueva versión latina preparada por la comisión para la edición de la nueva Vulgata de la Biblia, constituida por Nos. En esta nueva distribución del Salterio han sido omitidos unos pocos salmos y algunos versículos que contenían expresiones de cierta dureza, teniendo presentes las dificultades que pueden encontrarse, principalmente en la celebración hecha en lengua vulgar. A las Laudes de la mañana, para aumentar su riqueza espiritual, han sido añadidos cánticos nuevos, tomados de los libros del Antiguo Testamento, mientras que otros cánticos del Nuevo Testamento, como perlas preciosas, adornan la celebración de las Vísperas.

Nueva ordenación de lecturas

5. El tesoro de la Palabra de Dios entra más abundantemente en la nueva ordenación de las lecturas de la Sagrada Escritura, ordenación que se ha dispuesto de manera que se corresponda con la de las lecturas de la misa.

Las perícopas presentan en su conjunto una cierta unidad temática, y han sido seleccionadas de modo que reproduzcan, a lo largo del año, los momentos culminantes de la historia de la salvación.

Lecturas de Padres y de escritores eclesiásticos

6. La lectura cotidiana de las obras de los santos Padres y de los escritores eclesiásticos, dispuesta según los decretos del Concilio ecuménico, presenta los mejores escritos de los autores cristianos, en particular de los Padres de la Iglesia. Además, para ofrecer en medida más abundante las riquezas espirituales de estos escritores, será preparado otro leccionario facultativo, del que podrán obtenerse frutos más copiosos.

Verdad histórica

7. De los textos de la Liturgia de las Horas ha sido eliminado todo lo que no responde a la verdad histórica; igualmente, las lecturas, especialmente las hagiográficas, han sido revisadas a fin de exponer y colocar en su justa luz la fisonomía espiritual y el papel ejercido por cada santo en la vida de la Iglesia.

Preces y Padrenuestro en Laudes y Vísperas

8. A las Laudes de la mañana han sido añadidas unas preces, con las cuales se quiere consagrar la jornada y el comienzo del trabajo cotidiano. En las Vísperas, se hace una breve oración de súplica, estructurada como la oración universal.

Al término de las preces, ha sido restablecida la oración dominical. De este modo, teniendo en cuenta el rezo que se hace de ella en la misa, queda restablecido en nuestra época el uso de la Iglesia antigua de recitar esta oración tres veces al día.

Renovada, pues, y restaurada totalmente la oración de la santa Iglesia, según la antiquísima tradición y habida cuenta de las necesidades de nuestra época, es verdaderamente deseable que la Liturgia de las Horas penetre, anime y oriente profundamente toda la oración cristiana, se convierta en su expresión y alimente con eficacia la vida espiritual del pueblo de Dios.

Oración sin interrupción

Por esto, confiamos mucho en que se despierte la conciencia de aquella oración que debe realizarse “sin interrupción” [3], tal como nuestro Señor Jesucristo ha ordenado a su Iglesia. De hecho, el libro de la Liturgia de las Horas, dividido por tiempos apropiados, está destinado a sostenerla continuamente y ayudarla. La misma celebración, especialmente cuando una comunidad se reúne por este motivo, manifiesta la verdadera naturaleza de la Iglesia en oración, y aparece como su señal maravillosa.

Oración de toda la familia humana

La oración cristiana es, ante todo, oración de toda la familia humana, que en Cristo se asocia [4]. En esta plegaria participa cada uno, pero es propia de todo el cuerpo; por ello expresa la voz de la amada Esposa de Cristo, los deseos y votos de todo el pueblo cristiano, las súplicas y peticiones por las necesidades de todos los hombres.

Oración de Cristo y de la Iglesia

Esta oración recibe su unidad del corazón de Cristo. Quiso, en efecto, nuestro Redentor “que la vida iniciada en el cuerpo mortal, con sus oraciones y su sacrificio, continuase durante los siglos en su cuerpo místico, que es la Iglesia” [5]; de donde se sigue que la oración de la Iglesia es “oración que Cristo, unido a su cuerpo, eleva al Padre” [6]. Es necesario, pues, que, mientras celebramos el Oficio, reconozcamos en Cristo nuestras propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros [7].

Conocimiento de la Escritura

A fin de que brille más claramente esta característica de nuestra oración, es necesario que florezca de nuevo en todos “aquel suave y vivo conocimiento de la Sagrada Escritura” [8] que respira la Liturgia de las Horas, de suerte que la Sagrada Escritura se convierta realmente en la fuente principal de toda la oración cristiana. Sobre todo la oración de los salmos, que sigue de cerca y proclama la acción de Dios en la historia de la salvación, debe ser tomada con renovado amor por el pueblo de Dios, lo que se realizará más fácilmente si se promueve con diligencia entre el clero un conocimiento más profundo de los salmos, según el sentido con que se cantan en la sagrada liturgia, y si se hace partícipe de ello a todos los fieles con una catequesis oportuna. La lectura más abundante de la Sagrada Escritura, no sólo en la misa, sino también en la nueva Liturgia de las Horas, hará, ciertamente, que la historia de la salvación se conmemore sin interrupción y se anuncie eficazmente su continuación en la vida de los hombres.

Relación entre la oración de la Iglesia y la oración personal

Puesto que la vida de Cristo en su Cuerpo Místico perfecciona y eleva también la vida propia o personal de todo fiel, debe rechazarse cualquier oposición entre la oración de la Iglesia y la oración personal; e incluso deben ser reforzadas e incrementadas sus mutuas relaciones. La meditación debe encontrar un alimento continuo en las lecturas, en los salmos y en las demás partes de la Liturgia de las Horas. El mismo rezo del Oficio debe adaptarse, en la medida de lo posible, a las necesidades de una oración viva y personal, por el hecho, previsto en la Ordenación general, que deben escogerse tiempos, modos y formas de celebración que responden mejor a las situaciones espirituales de los que oran. Cuando la oración del Oficio se convierte en verdadera oración personal, entonces se manifiestan mejor los lazos que unen entre sí a la liturgia y a toda la vida cristiana. La vida entera de los fieles, durante cada una de las horas del día y de la noche, constituye como una leitourgia, mediante la cual ellos se ofrecen en servicio de amor a Dios y a los hombres, adhiriéndose a la acción de Cristo, que con su vida entre nosotros y el ofrecimiento de sí mismo ha santificado la vida de todos los hombres.

La Liturgia de las Horas expresa con claridad y confirma con eficacia esta profunda verdad inherente a la vida cristiana. Por esto, el rezo de las Horas es propuesto a todos los fieles, incluso a aquellos que legalmente no están obligados a él.

Aquellos, sin embargo, que han recibido de la Iglesia el mandato de celebrar la Liturgia de las Horas deben seguir todos los días escrupulosamente el curso de la plegaria haciéndolo coincidir, en la medida de lo posible, con el tiempo verdadero de cada una de las horas; den la debida importancia, en primer lugar, a las Laudes de la mañana y a las Vísperas.

Al celebrar el Oficio Divino, aquellos que por el orden sagrado recibido están destinados a ser de forma particular la señal de Cristo sacerdote, y aquellos que con los votos de la profesión religiosa se han consagrado al servicio de Dios y de la Iglesia de manera especial, no se sientan obligados únicamente por una ley a observar, sino, más bien, por la reconocida e intrínseca importancia de la oración y de su utilidad pastoral y ascética. Es muy deseable que la oración pública de la Iglesia brote de una general renovación espiritual y de la comprobada necesidad intrínseca de todo el cuerpo de la Iglesia, la cual, a semejanza de su cabeza, no puede ser presentada sino como Iglesia en oración.

Por medio del nuevo libro de la Liturgia de las Horas, que ahora, en virtud de nuestra autoridad apostólica, establecemos, aprobamos y promulgamos, resuene cada vez más espléndida y hermosa la alabanza divina en la Iglesia de nuestro tiempo; que esta alabanza se una a la que los santos y los ángeles hacen sonar en las moradas celestiales y, aumentando su perfección en los días de este destierro terreno, se aproxime cada vez más a aquella alabanza plena que eternamente se tributa “al que se sienta en el trono y al Cordero” [9].

Normas para su utilización y edición

Establecemos, pues, que este nuevo libro de la Liturgia de las Horas pueda ser empleado inmediatamente después de su publicación. Correrá a cargo de las Conferencias Episcopales hacer preparar las ediciones en las lenguas nacionales y, tras la aprobación o confirmación de la Santa Sede, fijar el día en que las versiones puedan o deban comenzar a utilizarse, tanto en su totalidad como parcialmente. Desde el día en que será obligatorio utilizar estas versiones para las celebraciones en lengua vulgar, incluso aquellos que continúen utilizando la lengua latina deberán servirse únicamente del texto renovado de la Liturgia de las Horas.

Aquellos que, por su edad avanzada u otros motivos particulares, encontrasen graves dificultades en el empleo del nuevo rito, con el permiso del propio Ordinario, y solamente en el rezo individual, podrán conservar en todo o en parte el uso del anterior Breviario romano.

Queremos, además, que cuanto hemos establecido y prescrito tenga fuerza y eficacia ahora y en el futuro, sin que obsten, si fuere el caso, las constituciones y ordenaciones apostólicas emanadas de nuestros predecesores, o cualquier otra prescripción, incluso digna de especial mención y derogación.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 1 de noviembre, solemnidad de Todos los santos, del año 1970, octavo de nuestro pontificado.

PABLO PP. VI


Notas:

[1] Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, n. 90

[2] Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, n. 91

[3] Cf. Lc 18, 1; 21, 36; 1T 5, 17; Ef 6, 18.

[4] Cf. Concilio Vaticano II. Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, n. 83.

[5] Pío XII, Encíclica Mediator Dei, 20 de noviembre de 1947, n. 2: AAS 39 (1947), p. 522

[6] Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, n. 84

[7] Cf. S. Agustín, Comentarios sobre los salmos, 85, 1

[8] Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, n. 24

[9] Cf. Ap. 5,13

martes, 19 de junio de 2001

DEIPARAE VIRGINIS MARIAE (1 DE MAYO DE 1946)


ENCÍCLICA 

DEIPARAE VIRGINIS MARIAE *

DEL PAPA PÍO XII

SOBRE LA POSIBILIDAD DE DEFINIR 

LA ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA 

COMO DOGMA DE FE

A LOS PATRIARCAS, PRIMADOS

ARZOBISPOS Y OTROS ORDINARIOS

EN PAZ Y EN COMUNIÓN CON LA SEDE APOSTÓLICA.

1. El pueblo cristiano nunca ha dejado de invocar y experimentar la asistencia de la Santísima Virgen María, y por eso, en todos los tiempos, la ha venerado con devoción siempre creciente.

2. Y así, porque el amor, cuando es verdadero y profundamente sentido, tiende por su propia naturaleza a manifestarse a través de demostraciones siempre renovadas, los fieles han rivalizado unos con otros a lo largo de los siglos en expresar en todo momento su ardiente piedad hacia la Reina del Cielo. En nuestra opinión, ésta es la razón por la que, desde hace mucho tiempo, han llegado a la Santa Sede numerosas peticiones (las recibidas desde 1849 hasta 1940 han sido recogidas en dos volúmenes que, acompañados de los oportunos comentarios, han sido recientemente impresos), de cardenales, patriarcas, arzobispos, obispos, sacerdotes, religiosos de ambos sexos, asociaciones, universidades e innumerables personas privadas, todas rogando que la Asunción corporal al cielo de la Santísima Virgen sea definida y proclamada como dogma de fe. Y ciertamente nadie ignora que así lo pidieron fervorosamente casi doscientos padres en el Concilio Vaticano.

3. Pero Nosotros, encargados de defender y desarrollar el Reino de Cristo, tenemos al mismo tiempo que ejercer un continuo cuidado y vigilancia para alejar todo lo que sea adverso a este Reino, y apoyar todo lo que pueda promoverlo. Por eso, desde el comienzo de Nuestro Pontificado, hemos tenido que examinar con sumo cuidado si sería lícito, conveniente y útil apoyar con Nuestra autoridad las peticiones mencionadas. No hemos descuidado y no descuidamos actualmente ofrecer insistentes oraciones a Dios para que manifieste claramente la voluntad de su bondad siempre amable en este caso.

4. Para que podamos recibir el don de la luz celestial, vosotros, Venerables Hermanos, en piadoso concurso, unid vuestras súplicas a las Nuestras. Pero, a la vez que os exhortamos paternalmente a ello, siguiendo así el ejemplo de Nuestros Predecesores, y particularmente el de Pío IX cuando estuvo a punto de definir el dogma de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios, os rogamos encarecidamente que nos informéis acerca de la devoción de vuestro clero y pueblo (teniendo en cuenta su fe y piedad) hacia la Asunción de la Santísima Virgen María. Más especialmente deseamos saber si vosotros, Venerables Hermanos, con vuestra ciencia y prudencia consideráis que la Asunción corporal de la Santísima Virgen Inmaculada puede ser propuesta y definida como dogma de fe, y si además de vuestros propios deseos esto es deseado por vuestro clero y pueblo.

5. Estaremos muy agradecidos por vuestra pronta respuesta y suplicamos abundancia de favores divinos y la favorable asistencia de la Virgen celestial sobre vosotros, venerables hermanos, y sobre los vuestros, al tiempo que impartimos con el mayor afecto nuestra bendición apostólica en el Señor como muestra de nuestro afecto paterno a vosotros y a los rebaños confiados a vuestro cuidado.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día primero de mayo del año 1946, octavo de nuestro pontificado.


PIO XII


* Ante la petición mundial, el Papa Pío XII envió esta carta in forma del tutto reservata, con fecha de 1 de mayo de 1946, a todos los obispos del mundo preguntando qué pensaban su clero y su pueblo sobre la Asunción y si ellos mismos juzgaban "sabio y prudente" que se definiera el dogma. El documento fue impreso originalmente en Il Monitore Ecclesiastico (fasc. 7-12, 1946; pp. 97-98) como carta, pero fue publicado en el Acta Apostolicae Sedis en 1950 como encíclica.

lunes, 18 de junio de 2001

TAM MULTA (15 DE AGOSTO DE 1801)


BREVE

TAM MULTA

DEL SUPREMO PONTÍFICE

PÍO VII

A los Venerables Hermanos Arzobispos y Obispos de Francia que están en comunión y gracia con la Sede Apostólica.
Papa Pío VII. 

Venerables Hermanos, Salud y Bendición Apostólica. 

1. Son tantos y tan distinguidos los méritos que todos vosotros en general, y cada uno en particular, tenéis para con la Religión Católica, que por esta razón habéis sido siempre calurosamente alabados con toda razón por Nos y por Nuestro Predecesor Pío VI, de feliz memoria, por los especiales testimonios dignos de admirable virtud.

2. Aunque son grandes y gloriosas las obras que hasta ahora se han realizado en beneficio de la Iglesia y de los fieles, sin embargo, las circunstancias de los tiempos Nos obligan a indicaros que aún no habéis terminado ese camino de mérito y gloria al que las disposiciones de la divina Providencia han reservado vuestra virtud en estos tiempos. Es necesario añadir, Venerables Hermanos, sacrificios aún mayores a los sacrificios anteriores por los que tanto honor os habéis hecho: vuestros méritos pasados para con la Iglesia Católica alcanzarán su cumbre con méritos aún mayores. La conservación de la unidad de la santa Iglesia y el restablecimiento en Francia de la Religión Católica exigen ahora de vosotros una nueva demostración de virtud y grandeza de ánimo, por la cual el mundo entero sabrá además que aquellas santísimas solicitaciones de que habéis sido encendidos en favor de la Iglesia no se han dirigido a vuestro provecho, sino única y verdaderamente al interés de la Iglesia.

Es necesario que renunciéis voluntariamente a vuestras sedes episcopales; es necesario que las entreguéis libremente en Nuestras manos. Esto es ciertamente una gran cosa, Venerables Hermanos; pero es tal que necesariamente debemos exigirlo y vosotros debéis cumplirlo para reordenar la situación de la Iglesia en Francia. Comprendemos bien cuánto debe costar a vuestro amor dejar esas ovejas que siempre os han sido tan queridas y por cuya salvación habéis dedicado tantos cuidados: para ellas, aunque estén lejos, os habéis provisto con tanta solicitud. Pero cuanto más amargo sea para vosotros este sacrificio, tanto más aceptable será para Dios. De Él debéis esperar una recompensa igual a vuestro pesar, igual a Su amplitud en la remuneración. Nosotros, pues, con todo el ímpetu de Nuestra alma, exhortamos a vuestra virtud a ofrecer tal sacrificio con ánimo fuerte y dispuesto para conservar la unidad: os lo rogamos, os lo suplicamos, os lo imploramos por las entrañas de Nuestro Señor Jesucristo. 

3. El conocimiento de la singular doctrina y especiosa virtud que siempre hemos admirado en vosotros, incluso en las circunstancias más difíciles de la Iglesia, nos asegura que nos enviaréis inmediatamente las cartas de vuestra libre renuncia; No nos permite sospechar que entre los sabios y virtuosos pastores de las Iglesias francesas pueda haber algunos que deseen retrasarlo, aunque sólo sea por poco tiempo, sino que, por el contrario, con un espíritu lleno de celo y constancia, cada uno se conformará a Nuestras paternales sugerencias, siguiendo el noble ejemplo de San Gregorio Nacianceno cuando dejó el obispado de Constantinopla. Y a decir verdad, en la situación en la que actualmente nos encontramos, no hay razón para dudar de que alguno de vosotros quiera oponerse a Nuestras propuestas y a Nuestras oraciones, sólo que recordéis lo que ha sido la orientación constante de la Iglesia y fue inculcado por San Agustín contra Cresconio en el Libro XI: "No somos obispos para nosotros mismos, sino para aquellos en cuyo nombre administramos la palabra y el Sacramento del Señor; por lo tanto, según lo exija la necesidad para gobernarlos sin escándalo, debemos por esta regla ser o no ser obispos, por la razón de que lo somos no para nosotros mismos, sino para los demás".

Bien sabéis, Venerables Hermanos, que muchos prelados notables de la Iglesia, para conformarse con el propósito de la Iglesia de preservar la unidad, abandonaron espontáneamente sus sedes; unos trescientos obispos católicos, poco antes de la tan celebrada Conferencia Cartaginesa, declararon que estaban dispuestos, y de hecho se creían obligados, a renunciar a sus obispados si se creía que su renuncia sería útil para eliminar el cisma de los donatistas. (San Agustín, De gestis cum emerito, Acta Collat. Carthag., tomo I, Concil. Balutii). Tales ejemplos, sin duda, están ante los ojos y fijos en el corazón de gran número de vosotros, Venerables Hermanos, que en carta de 3 de mayo de 1791 dirigida a Pío VI, Nuestro predecesor de feliz memoria, declararon estar dispuestos y prontos a renunciar a las Iglesias si el bien de la Religión lo exigiese: propósito que aquel sapientísimo Pontífice atribuyó al mayor elogio de los mismos Obispos (en la Hoja de las facultades concedidas el 20 de septiembre de 1791 a los Arzobispos de Lyon, París, Viena, etc.). Tampoco han faltado entre vosotros, incluso en estos últimos tiempos, quienes con sus cartas Nos han señalado también que harían con gusto lo mismo si lo creyeran necesario para preservar la Religión en Francia. Ahora, pues, encontrándoos en tal circunstancia, en la que la libre renuncia de vuestras sedes es ante todo necesaria para el bien de la Religión Católica, no podemos dudar en lo más mínimo de que no estéis a punto de rendir este acto de homenaje a Dios, y de ofrecer este nuevo sacrificio como vosotros mismos reconocéis que estáis obligados a ofrecerlo; y hace ya mucho tiempo que, para gran alabanza vuestra, declarasteis que estabais dispuestos a hacerlo si la utilidad de la Iglesia lo requería. 

4. Por lo tanto, como estamos seguros, por la opinión que siempre hemos tenido de vuestra fe y virtud, de que, después de haber leído Nuestra carta, aceptaréis mansamente y sin demora Nuestras exhortaciones, para aumentar vuestros méritos para con la Iglesia y conservar la unidad de la misma en Francia, ante todo os felicitamos por la gloria inmortal que resultará de esta noble demostración de virtud, religión y reverencia que ahora debéis dar a toda la Iglesia. Esta gloria será de gran importancia, y debe anteponerse a las demás alabanzas que os habéis ganado al encontrar tantos peligros, soportando tantas calamidades con tan luminosa constancia para conservar la Religión en las Iglesias que os han sido confiadas, como escribe el mismo San Agustín en su carta a Castorio: "Es mucho más glorioso haber dejado la carga del episcopado para evitar peligros a la Iglesia, que haberla asumido para gobernarla" (Epistola 69, Edición de Maurin). 

En segundo lugar, os felicitamos por las copiosas recompensas que este sacrificio vuestro os asegurará del Dios que recompensa a los buenos. "Pues (como escribe el citado San Gregorio Nacianceno) los que renuncian a las sedes no perderán a Dios, sino que tendrán una silla suprema más sublime y más segura que éstas" (Orat. 32, tomo I opp., Edit, Bally). 

Por último, os felicitamos, considerando las muchas ventajas que aportarán abundantemente a todo el sacerdocio estos memorables ejemplos de una mente nada solícita por sus propias cosas, sino sólo por las de Dios y de la Iglesia: estos testimonios de obediencia, humildad, fe (en una palabra: de santidad episcopal), con los que coronaréis vuestro episcopado. Esta virtud vuestra cerrará seguramente las bocas mentirosas de los detractores del sacerdocio que, a fuerza de calumnias, insinúan que en los ministros del santuario no hay más que pompa, codicia y orgullo. Este nuevo elogio con el que resplandeceréis obligará incluso a los más reacios a admirar vuestra virtud: se verán obligados a decir de la Iglesia lo que el propio San Agustín dice en la citada carta a Castorio: "En las entrañas de la Iglesia se encuentran quienes no buscan sus propios intereses, sino los de Jesucristo". 

5. Nos vemos obligados por la urgente necesidad de los tiempos (que también en este asunto ejerce su fuerza hacia Nosotros) a recordaros la urgente necesidad de que Vosotros deis una respuesta escrita a esta carta en un plazo de al menos diez días, y que esta respuesta sea confiada a la persona que os entregará esta carta, de lo cual Vosotros deberéis asegurarnos con un documento auténtico que la habéis recibido. Por las mismas razones de urgencia, también es necesario deciros que la respuesta que deis a esta carta nuestra debe ser absolutamente completa y no dilatoria, de modo que si no dais una respuesta completa en el plazo de diez días (e insistimos en que enviéis tal respuesta), sino que nos contestáis con cartas dilatorias, nos veremos obligados a considerar que os estáis negando a cumplir con nuestras peticiones. 

6. Esperamos que no os comportaréis así por el deseo, con el que estáis admirablemente inflamados, de conservar la Religión y de conciliar la paz de toda la Iglesia; y esperamos aún más que vuestra piedad, propia de los niños, vuestro debido homenaje a Nos y ese cuidado con el que siempre habéis demostrado prestar la ayuda de vuestra virtud a Nuestra debilidad en la gran carga de los compromisos por los que estamos agobiados. Por el contrario, estamos seguros de que cumpliréis Nuestras recomendaciones con un espíritu pronto y dispuesto, por el cual, para consolidar el bien de la Iglesia, estamos obligados a estimular vuestra virtud con tal tensión de espíritu. Además, puesto que debéis saber, fortalecidos por vuestra sabiduría, que si rechazáis Nuestras peticiones encaminadas a remover todo obstáculo que se oponga a la conservación de la Religión Católica en Francia y a restablecer la tranquilidad en la Iglesia (lo decimos con dolor, pero en el grave peligro que se cierne sobre la Iglesia es preciso decirlo explícitamente), tendremos necesariamente que adoptar aquellas medidas por medio de las cuales puedan removerse todos los impedimentos y la Religión pueda realizar plenamente un bien tan grande. 

7. Con respecto a Nuestra inclinación y a la benevolencia con que siempre os hemos estrechado a Nuestro seno, Venerables Hermanos, y con respecto a la opinión y consideración que siempre hemos tenido de vuestra virtud, dignidad y méritos, creemos que estáis tan persuadidos de ello que sería superflua cualquier otra explicación, ya que nada hemos omitido por Nuestra parte para alejar de vosotros la amargura de tanto pesar. Pero hay que confesar con gran dolor que ninguno de Nuestros cuidados, ninguno de Nuestros trabajos ha podido resistir a la necesidad de los tiempos, a la cual nos hemos visto obligados a someternos, para que por medio de este sacrificio vuestro se proveyera a la Religión Católica. Puestas las cosas en su justo término, hubiera podido parecer que agraviábamos vuestra fe si os hubiéramos inducido a pensar que anteponíais vuestros propios intereses a la conservación y utilidad de la Iglesia, y que hubierais olvidado lo que San Agustín escribió en nombre de los obispos africanos al tribuno Marcelino cuando declaró que aquellos prelados estaban dispuestos a renunciar al episcopado: "¿Y por qué habríamos de tener dificultad en ofrecer a Nuestro Redentor el sacrificio de esta humillación? En efecto, Él descendió del cielo en miembros humanos para que nosotros nos convirtiéramos en sus miembros, y nosotros, ¿no sea que sus propios miembros sean desgarrados por una cruel división, debamos temer bajar de la Silla? Nada es más gratificante para nosotros que ser cristianos fieles y obedientes. Lo somos siempre, pero en cuanto a ser Obispos, hemos sido ordenados tales por el bien de los pueblos cristianos. Por lo tanto, hacemos de nuestro episcopado aquello que beneficia a la paz cristiana de los pueblos cristianos. Si somos siervos útiles, ¿por qué razón hemos de privarnos de las recompensas eternas del Señor para conservar nuestros privilegios temporales? La dignidad episcopal nos será más fecunda si, una vez depuesta, reúne más estrechamente el rebaño de Cristo, en vez de dispersarlo, si se conserva. Pues ¿con qué valor esperaremos obtener el honor prometido por Cristo en el siglo futuro si en este siglo nuestro honor impide la unidad de los cristianos?" (Epístola 28, tomo II, op. cit., Edit. Maurin). 

8. Por lo tanto, Nosotros, no dudando en lo más mínimo de que Vos, considerando vuestra religión y vuestra sabiduría, proveeréis a las necesidades de la Iglesia y al beneficio de los fieles, rogamos a Dios Todopoderoso el Gran Máximo, que fortalezca vuestra virtud, para que con mayor afán, como conviene a los felices donantes, Os prometemos, en la medida de Nuestras posibilidades, que nos esforzaremos por proveeros de la mejor manera posible, y como prenda de Nuestra paternal caridad os impartimos afectuosamente la Bendición Apostólica. 

Dado en Roma, en Santa María la Mayor, bajo el anillo del Pescador, el 15 de agosto de 1801, segundo año de Nuestro Pontificado.