viernes, 22 de junio de 2001

INVESTIGABILES DIVITIAS CHRISTI (6 DE FEBRERO DE 1965)



PABLO VI

CARTA APOSTOLICA

INVESTIGABILES DIVITIAS CHRISTI

Carta Apostólica a los Patriarcas, Primados, Arzobispos, Obispos de todo el mundo católico, en el segundo centenario de la institución de la fiesta litúrgica en honor de las SS. Corazón de Jesús.


Venerables Hermanos 

saludo y bendición apostólica

Las riquezas investigables de Cristo (Ef 3,8), que brotaron del costado desgarrado del divino Redentor, cuando él mismo, muriendo en la cruz, reconcilió a toda la raza de los hombres con el Padre, el culto resplandeciente al Sagrado Corazón de Cristo, manifestado en estos últimos tiempos, que de él se han derivado muy felices frutos para beneficio de la Iglesia.
Porque después de que el misericordioso Salvador, apareciéndose, como se dice, a la religiosa elegida, la bienaventurada santa Margarita María Alacoque, en la ciudad comúnmente llamada Paray-le-Monial, habiéndose ofrecido a ser vista, exigió urgentemente que, mediante concurso público, todos los hombres veneraran su Corazón, herido por nuestro amor, y las injurias que le infligieron, compensarían en todos los sentidos, el culto al Sagrado Corazón -ya utilizado aquí y allá por la obra e influencia de San Juan Eudes- es ciertamente sorprendente cuánto floreció en el clero y el pueblo cristiano, y se extendió por casi todos los países de los continentes. Por esta razón, la Sede Apostólica culminó esta veneración cuando Nuestro Predecesor Clemente XIII v. m., aceptando piadosamente las peticiones de los Obispos de Polonia y de la Archicofradía Romana constituida bajo el título del Corazón de Jesús, el 6 de febrero del año 1865 concedió una fiesta litúrgica con Oficio y Misa en honor del Corazón de Jesús, ya sea a la famosa Nación Polaca o a la mencionada Sociedad religiosa, y así aprobó el decreto correspondiente, ya emitido por la Sagrada Congregación de Ritos el 26 de enero de ese año ( Cf. Pío XII, Carta haurietis aquas : AAS 48 , p .

Así sucedió que, apenas setenta y cinco años después de que aquella humilde religiosa hubiera pasado de la Orden de la Visitación a los gozos celestiales, comenzara a utilizarse la fiesta litúrgica y los ritos particulares en honor del Sagrado Corazón de Jesús: y todo esto fue acogido no sólo por el Rey, por los santos Príncipes y por los fieles de Polonia junto con los miembros de la Archicofradía Romana del Sagrado Corazón, sino también por las monjas de la Orden de la Visitación, por toda esta querida ciudad, por los Obispos y la Reina de la noble Nación de Francia, por los superiores y religiosos de la Compañía de Jesús, de modo que en poco tiempo el culto al Sagrado Corazón se extendió a casi toda la Iglesia, suscitando conspicuos frutos de santidad en las almas.

Por lo tanto, hemos sabido con gran satisfacción que aquí y allá se están preparando celebraciones solemnes para conmemorar el segundo centenario de esta auspiciosa institución: y que esto sucede especialmente en la diócesis de Autun, en cuyos límites se encuentra la ciudad de Paray-le-Monial, y especialmente en el espléndido templo que allí se alza, donde convergen de todas partes las piadosas multitudes de peregrinos que vienen a venerar el lugar donde, según se cree, los secretos del Corazón de Jesús fueron tan maravillosamente revelados y difundidos por todo el mundo.

He aquí, pues, Nuestros deseos, Nuestra voluntad: que, en esta ocasión, la institución de la fiesta del Sagrado Corazón, debidamente destacada, sea celebrada con digna prominencia por todos vosotros, Venerables Hermanos, que sois Obispos de la Iglesia de Dios, y por el pueblo a vosotros confiado. Deseamos que los profundos y ocultos fundamentos doctrinales, que ilustran los infinitos tesoros de la caridad del Sagrado Corazón, sean explicados a todas las categorías de fieles del modo más adecuado y completo ; y que se indican funciones sagradas particulares, que encienden cada vez más la devoción hacia este culto, digno de la más alta consideración, con el objetivo de lograr que todos los cristianos, animados por nuevas disposiciones de espíritu, rindan el debido honor a ese divino Corazón y se enmienden por sus innumerables pecados con declaraciones de respeto cada vez más fervientes, y que toda su vida se conforme a los preceptos de la verdadera caridad, que es el cumplimiento de la ley (Cf Rm 13,10).

En efecto, siendo el Sagrado Corazón de Jesús un horno ardiente de caridad, símbolo e imagen expresiva de aquel amor eterno, en el que tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito (Io. 3,16), estamos seguros de que estas conmemoraciones contribuirán en gran medida a que las riquezas del amor divino sean profundamente analizadas y bien comprendidas; y tenemos confianza también en que todos los fieles podrán inspirarse cada vez más decididamente para configurar su vida según el Evangelio, para modificar diligentemente sus costumbres y para poner en práctica la ley del Señor.

Pero ante todo, deseamos que a través de una participación más intensa en el Sacramento del altar, sea honrado el Corazón de Jesús, cuyo mayor don es precisamente la Eucaristía. En efecto, en el sacrificio eucarístico sacrificamos y recibimos a nuestro Salvador, siempre vivo para interceder por nosotros (Heb 7, 25), cuyo Corazón fue abierto por la lanza del soldado y derramó el torrente de su Sangre preciosa sobre el género humano, mezclada con agua. Además, en este sublime Sacramento, que es cumbre y centro de los demás Sacramentos, se saborea en su misma fuente la dulzura espiritual y se recuerda aquella caridad sobresaliente que Cristo demostró en su pasión (SAN TOMÁS DE AQUINO, Opusculum 57). Es necesario, por lo tanto, que -usando las palabras de San Juan Damasceno- nos acerquemos a él con ardiente deseo... para que el fuego de nuestro deseo, recibiendo el calor de las brasas, destruya, queme nuestros pecados e ilumine nuestros corazones, y así, para que seamos inflamados por la comunión con el fuego divino, también nosotros nos volvamos ardientes y semejantes a Dios (San Juan Damasceno, De fide orthod. , 4, 13: PG 94, 1150).

Por lo tanto, esta razón nos parece la más adecuada para que el culto al Sagrado Corazón, que - lo decimos con dolor - se ha debilitado un poco en algunos, florezca cada día más y sea considerado por todos como un bien muy noble y digno de esa verdadera piedad, que en nuestro tiempo, especialmente a través de la obra del Concilio Vaticano II, se pide con insistencia a Cristo Jesús, el rey y centro de todos los corazones; quien es la cabeza del cuerpo de la Iglesia... el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo él mismo tenga el primado (Col 1,18).

Y como el Sacrosanto Concilio Ecuménico recomienda mucho los ejercicios piadosos del pueblo cristiano... especialmente cuando se hacen por voluntad de la Sede Apostólica (Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, n. 13), esta forma de devoción parece necesitar ser supremamente inculcada: de hecho, como hemos recordado anteriormente, consiste esencialmente en la adoración y la reparación, dignamente dadas a Cristo, y se funda sobre todo en el augusto misterio de la Eucaristía, de la cual, como de otras acciones litúrgicas se sigue esa santificación de los hombres en Cristo, y esa glorificación de Dios, hacia la que tienden todas las demás obras de la Iglesia, como hacia su fin (Conc. Vat. II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, n.10). Con la esperanza de que las celebraciones que queréis anunciar puedan contribuir del modo más eficaz al progreso duradero de la vida cristiana, invocamos sobre vosotros los abundantes dones del divino Redentor, mientras, como prenda de nuestra benevolencia, os impartimos con gran afecto a vosotros, venerables hermanos, a todos los sacerdotes, comunidades religiosas y fieles, confiados a vuestro cuidado, nuestra bendición apostólica.

Roma, en la basílica de San Pedro, el 6 de febrero de 1965, segundo de nuestro pontificado.

PABLO PP. VI


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