viernes, 2 de marzo de 2001

FIDEI DONUM (21 DE ABRIL DE 1957)


ENCÍCLICA DEL PAPA PÍO XII 

SOBRE EL ESTADO ACTUAL DE LAS MISIONES CATÓLICAS

ESPECIALMENTE EN ÁFRICA 

A los Venerables Hermanos, los Patriarcas, Primados, Arzobispos, Obispos y demás Ordenados del Lugar en Paz y Comunión con la Sede Apostólica.

Venerables Hermanos, Saludos y Bendición Apostólica.

El don de la fe, que por la bondad de Dios va acompañado de una incomparable abundancia de bendiciones en el alma del creyente cristiano, exige claramente el homenaje incesante de un corazón agradecido al divino Autor de este don.

2. En efecto, es la fe la que nos permite acercarnos a los misterios ocultos de la vida divina; es la fe la que nos anima a esperar la felicidad eterna; es la fe la que fortalece y consolida la unidad de la sociedad cristiana en esta vida transitoria, según las palabras del Apóstol: “Un Señor, una fe, un Bautismo” [1]. Es principalmente por este don divino que nuestros corazones agradecidos por su propia voluntad vierten este testimonio: “¿Qué pagaré al Señor por todo lo que me ha dado?” [2]

3. A cambio de un don tan divino como éste, tras la debida sumisión de su mente, ¿qué puede hacer un hombre que sea más aceptable para Dios que llevar a lo largo y ancho entre sus semejantes la antorcha de la verdad que Cristo nos trajo? Por su celo en promover los sagrados esfuerzos misioneros de la Iglesia, un celo que alimenta generosamente el fuego de la caridad cristiana, los hombres, siempre conscientes del don de la fe, pueden de alguna manera hacer una devolución a Dios Todopoderoso; al hacer esto e impartir a otros según su capacidad el don de la fe que es suyo, están manifestando visiblemente su gratitud al Padre Celestial.

4. Mientras dirigimos nuestros pensamientos, por un lado, a las innumerables multitudes de Nuestros hijos que tienen una participación en las bendiciones de la fe divina, especialmente en los países que se han vuelto cristianos hace mucho tiempo, y por otro lado, cuando consideramos la muchedumbres mucho más numerosas de los que todavía esperan que se les anuncie el día de la salvación, tenemos un gran deseo de exhortaros una y otra vez, Venerables Hermanos, a apoyar con celoso interés la santísima causa de llevar la Iglesia de Dios para todo el mundo. ¡Ojalá Nuestras admoniciones despierten un mayor interés por el apostolado misionero entre vuestros sacerdotes y por medio de ellos enciendan el corazón de los fieles!

5. Este tipo de consideración, muy seria por cierto, ha sido adelantada más de una vez por Nuestros Predecesores, y Nosotros mismos, como bien sabéis, hemos sido muy serios al tocarla [3]. Debe inspirar a todos los católicos el celo apostólico, como lo exige su conciencia al haber recibido la fe. Que dirijan este celo hacia aquellas regiones de Europa en las que la religión cristiana ha sido desechada, o hacia los espacios ilimitados de América del Sur; en ambos continentes hay grandes dificultades que superar, como bien sabemos. Que den ayuda económica a los católicos de Oceanía y a las misiones de Asia; tal asistencia es de suma importancia, especialmente en aquellos países donde las batallas del Señor se están librando con tanta fiereza.

6. Confesamos que estos numerosos deberes y empresas deben necesariamente ser cumplidos lo antes posible y exigen un nuevo crecimiento del vigor apostólico en la Iglesia, para que se lancen al abierto campo de batalla del Señor “innumerables falanges de hombres apostólicos, no muy diferentes de los que surgieron en la Iglesia primitiva” [5].

7. Aunque no dejamos de seguir todos estos desarrollos con ansias de oración y de encomendarlos seriamente a su interés activo, consideramos apropiado en el momento presente dirigir su seria atención a África - el África que está por fin extendiéndose hacia la civilización superior de nuestros tiempos y aspirando a la madurez cívica; el África que está envuelta en tan graves conmociones como tal vez nunca antes se han registrado en sus antiguos anales.

8. Considerando los saludables progresos realizados por la Iglesia en África durante las últimas décadas, los cristianos tienen todo el derecho de alegrarse y sentirse justamente orgullosos. En Nuestra elevación a la Cátedra de Pedro, afirmamos que “No debemos escatimar esfuerzos para que la Cruz de Cristo, en la que está nuestra salvación y vida, proyecte su sombra hasta en los confines más distantes del universo” [6]. Por eso nos hemos esforzado en promover la causa del Evangelio en ese continente con todas nuestras fuerzas. Lo prueba el gran aumento de provincias eclesiásticas allí, el aumento generalizado del número de católicos, que cada día son más numerosos, y especialmente la Jerarquía que ha sido Nuestro consuelo establecer en no pocos distritos, así como por el considerable número de sacerdotes africanos que han sido elevados al Episcopado.

9. Esto último está, por supuesto, de acuerdo con ese objetivo final, por así decirlo, de los esfuerzos misioneros, a saber, que “la Iglesia debe estar sólidamente establecida entre otros pueblos, y se les debe dar una Jerarquía elegida entre sus propios hijos” [7]. De acuerdo con esta política, las nuevas Iglesias de África ocupan su lugar legítimo en la gran familia católica, mientras que el resto de los fieles que les han precedido en abrazar la fe se unen a ellas en el amor fraterno y las acogen con entusiasmo.

10. Esta abundante cosecha de almas ha sido recogida por multitud de misioneros -sacerdotes, religiosos (tanto hombres como mujeres), catequistas y laicos asistentes- con un trabajo y un sacrificio infinitos cuyo valor, desconocido para los hombres, sólo es conocido por Dios mismo. Estamos felices de ofrecer Nuestras felicitaciones a todas y cada una de estas buenas personas, y de abrirles Nuestro corazón agradecido en esta ocasión; porque la Iglesia tiene sobradas razones para enorgullecerse santamente de los logros de sus misioneros, que están cumpliendo con su deber en África y dondequiera que tengan la oportunidad.

11. Sin embargo, no se debe permitir que el prodigioso éxito del esfuerzo misionero, al que aquí aludimos, le haga olvidar que “lo que queda por hacer exige una inmensa cantidad de trabajo e innumerables trabajadores” [8]. algunos podrían temerariamente concluir que una vez que se ha establecido una Jerarquía, ya no hay necesidad del trabajo de los misioneros, sin embargo, Nosotros mismos estamos muy preocupados por Nuestra “solicitud por todas las Iglesias” de ese vasto continente.

12. ¿Podemos estar algo más que profundamente preocupados al contemplar desde las alturas de esta Sede Apostólica la gravedad de las cuestiones que allí se debaten en cuanto a la manera de difundir el estilo de vida cristiano y su cultivo más profundo, así como la gran escasez de obreros apostólicos para emprender las muchas tareas importantes que están esperando ser realizadas? Estos son los cuidados y preocupaciones que hemos querido compartir con vosotros, Venerables Hermanos. Si vuestra respuesta es pronta y ansiosa, felizmente puede suceder que los corazones de los muchos apóstoles que trabajan arduamente y que ya están en el campo se animen a esperar cosas mejores de nuevo.

13. No podéis dejar de ser conscientes de las circunstancias extraordinariamente difíciles en las que la Iglesia en África se esfuerza hoy en día para hacer avanzar su obra entre las multitudes paganas. De hecho, la mayor parte de África está experimentando cambios tan rápidos en la vida social, económica y política que todo el futuro de ese continente parece depender de su resultado.

14. Nadie debe pasar por alto el hecho de que los acontecimientos actuales, que involucran a toda la comunidad de naciones, tienen graves repercusiones en los países individuales y no siempre brindan una oportunidad, incluso a los gobernantes más sabios, de llevar a su pueblo a ese nivel de civilización exigida por la genuina prosperidad de las naciones.

15. La Iglesia, sin embargo, ha visto en el curso de su historia el surgimiento y crecimiento de muchas naciones, y por lo tanto, no puede dejar de dirigir su cuidadosa atención a aquellas naciones que percibe que están ahora a punto de obtener los derechos de la libertad civil. Nosotros mismos hemos exhortado en reiteradas ocasiones a las naciones interesadas a tomar el rumbo adecuado, impulsados ​​por su sincero deseo de paz y el mutuo reconocimiento de sus respectivos intereses. “De todos modos”, le dijimos a un grupo, “que no se le niegue a esa gente una libertad política justa y progresista ni se le obstaculice su búsqueda”. Amonestamos a otro a “dar crédito a Europa por su avance: a esa Europa sin cuya influencia, extendida a todos los campos, podrían ser arrastrados por un nacionalismo ciego a hundirse en el caos o la esclavitud” [9].

16. Al repetir ahora estas mismas advertencias, es Nuestro ardiente deseo que en África los hombres alcancen esa concordia de mentes que engendra toda forma de fuerza: una concordia que excluya prejuicios y ofensas de uno y otro lado, que se eleve por encima de la estrechez peligrosa del excesivo amor a la patria, que permitirá comunicar los extraordinarios beneficios de la civilización cristiana a estos pueblos, cuyos recursos naturales son abundantes y cuyas perspectivas de futuro son brillantes. Estos beneficios ya han ido acompañados de grandes ventajas para las naciones de los demás continentes.

17. Sin embargo, somos conscientes de que los defensores del materialismo ateo están sembrando semillas de problemas en varias partes de África, quienes están agitando las emociones de los nativos fomentando la envidia mutua entre ellos y distorsionando su infeliz condición material en un intento de engañarlos con una exhibición vacía de ventajas que ganar, o incitarlos a actos sediciosos.

18. Tan grande es Nuestro anhelo de que los pueblos de África alcancen una prosperidad genuina y cívica cada vez mayor, tanto cívica como cristiana, que deseamos aplicarles las graves amonestaciones que en otras ocasiones hemos dirigido solemnemente a los católicos de los todo el mundo; y Nos complacemos en extender Nuestra paternal felicitación a aquellos Obispos que, más de una vez, han protegido con firmeza de los peligros de los falsos líderes a las ovejas que les han sido confiadas.

19. Ahora que los que odian a Dios lanzan con celo sus ataques insidiosos sobre este gran continente, se han presentado otras graves dificultades que impiden la difusión del Evangelio en ciertas regiones de África. Por supuesto, vosotros conocéis los principios religiosos de aquellas personas que, aunque se apresuran a profesar que adoran a Dios, sin embargo atraen y seducen fácilmente las mentes de muchos hacia otro camino que no es el de Jesucristo, el Salvador de todas las naciones. Nuestro corazón, que es el del Padre común de todos, está abierto a todo hombre de buena voluntad; pero Nosotros, que somos el representante en la tierra de Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida, no podemos contemplar tal situación sin gran dolor.

20. Esta situación se ha producido por una serie de causas, que en general son el resultado de hechos históricos más bien recientes, y además ha estado influida en cierta medida por la conducta de ciertas naciones que se vanaglorian de que la luz del cristianismo ilumina sus anales. Hay todas las razones, por lo tanto, por las que debemos estar sujetos a no poca ansiedad con respecto a las fortunas del catolicismo en África. También por todas las razones, todos los hijos de la Iglesia deben darse cuenta claramente de su grave obligación de prestar una ayuda más eficaz a los misioneros. Esto deben hacerlo en el momento oportuno para que el mensaje de la verdad salvadora pueda ser llevado a lo que se llama el África “más oscura”, donde unos 85.000.000 de personas todavía viven en la oscuridad de la idolatría.

21. La gravedad de estas afirmaciones aumenta aún más por el curso demasiado precipitado de los acontecimientos, esto se puede observar en todas partes, que de ninguna manera ha escapado a la atención de los obispos católicos y de los principales católicos. Mientras los pueblos de este continente se esfuerzan por adoptar nuevas formas y nuevos métodos (y algunos de ellos parecen estar demasiado ansiosos por prestar oídos a las falacias de esa especie de civilización conocida como tecnológica), es el deber solemne de los Iglesia, impartir a estos mismos pueblos, en la medida de lo posible, las bendiciones sobresalientes de su vida y de su enseñanza, de las que debe derivarse un nuevo orden social, basado en los principios cristianos.

22. Cualquier demora o vacilación está llena de peligro. Porque los pueblos de África han hecho tantos progresos hacia la civilización durante las últimas décadas como los necesarios durante muchos siglos entre las naciones de Europa Occidental. Por lo tanto, se perturban y confunden más fácilmente con la introducción de métodos científicos teóricos y aplicados, con el resultado de que tienden a inclinarse indebidamente hacia una perspectiva materialista de la vida. De ahí que a veces se produzca una situación que es difícil de corregir y que, con el transcurso del tiempo, puede resultar un gran obstáculo para el crecimiento de la fe, ya sea en los individuos o en la sociedad en general. Por eso es imperativo ayudar ahora a los pastores del rebaño del Señor, para que su labor apostólica corresponda a las necesidades siempre crecientes de los tiempos.

23. Al mismo tiempo, las diversas formas de ayuda proporcionadas actualmente a las sagradas misiones son por todas partes inferiores a la cantidad requerida para una prosecución satisfactoria del esfuerzo misionero. Esta insuficiencia de medios, que, lamentablemente, no se limita a África, parece afectar más gravemente a este continente que a otros campos de misión, debido a la peculiar situación de África en el momento actual. Por ello, consideramos oportuno, Venerables Hermanos, entrar en algún detalle en relación con los problemas que se encuentran en África.

24. Por ejemplo, las estaciones misioneras recientemente fundadas (es decir, en los últimos diez o veinte años) tendrán que esperar mucho tiempo antes de poder contar con la asistencia efectiva de un clero nativo. A este problema se suma el reducido número de trabajadores misioneros, que se encuentran muy dispersos en una inmensa población donde no pocas veces actúan también ministros no católicos; por lo tanto, no pueden realizar todas las tareas que deben realizar. En un distrito están trabajando muy duro unos cuarenta sacerdotes entre un millón de nativos de los cuales sólo 25.000 profesan la fe católica. En otra localidad, cincuenta sacerdotes están en medio de una población de 2.000.000 de personas, donde el cuidado de 60.000 católicos en el área solamente, requiere un servicio casi de tiempo completo.

25. Ningún verdadero católico puede dejar de preocuparse por estas estadísticas. Si se enviaran veinte hombres apostólicos para ayudar al clero local en estas regiones, el estandarte de la Cruz podría avanzar hoy, donde mañana quizás, después de que las actividades de otros que no son seguidores de Cristo ya hayan cultivado el campo, ya no habrá ninguna apertura para la verdadera fe.

26. Además, no basta con predicar el Evangelio como si ésta fuera toda la tarea del misionero. La situación actual en África, tanto social como política, requiere que se forme de inmediato una élite católica cuidadosamente formada a partir de las multitudes ya convertidas. ¡Cuán urgente es entonces aumentar el número de misioneros capaces de dar una formación más adecuada a estos líderes nativos!

27. Los inconvenientes que experimentan los pocos trabajadores apostólicos en el campo se ven aumentados por la falta de medios materiales, que a menudo se aproxima a la pobreza real. ¿Quién proporcionará a estas misiones recién establecidas el generoso respaldo financiero que necesitan con tanta urgencia? Porque están situados, en su mayor parte, en barrios pobres que, sin embargo, son campos propicios para la difusión del Evangelio. El trabajador apostólico se aflige profundamente por la falta de tantas cosas mientras recae sobre él el cumplimiento de tantas tareas. No necesita nuestra admiración ayudando a las misiones, si ellas están bien informadas de la situación.

35. Este estado del apostolado africano, que os hemos expuesto sumariamente, Venerables Hermanos, pone de manifiesto que en África no se trata de problemas meramente locales que eventualmente pueden resolverse sin referencia alguna a los que afectan a todo el comunidad cristiana.

36. Aunque anteriormente “la vida de la Iglesia en sus aspectos visibles mostró su vigor principalmente en las partes más antiguas de Europa desde donde comenzó a extenderse hacia las costas que pueden llamarse la periferia del mundo, ahora sin embargo hay una especie de de mutuo intercambio de vida y de fuerza entre todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo” [10].

37. Lo que le sucede a la Iglesia en África no se limita a ese continente, sino que afecta también a quienes habitan mucho más allá de sus fronteras. Se sigue entonces que, de acuerdo con las advertencias de la Sede Apostólica, la asistencia fraterna debe ser extendida por todas las partes de la Iglesia para satisfacer las necesidades de los católicos en cualquier lugar.

38. Por lo tanto, no es casualidad que Nos dirigimos a vosotros, Venerables Hermanos, en esta hora solemne de decisión con respecto a la expansión de la Iglesia. “Así como en nuestra estructura mortal todos los miembros sufren en unión con cada miembro, y los miembros sanos acuden en ayuda de los enfermos, así en la Iglesia los miembros individuales no viven sólo para sí mismos, sino que también ayudan a los demás y todos prestan ayuda recíproca a todos, no sólo para consolarse unos a otros, sino también para contribuir a la mayor edificación de todo el Cuerpo” [11]. Para ir más lejos, ¿no deben los obispos “ser considerados como los principales miembros de la Iglesia universal, ya que están unidos por un vínculo peculiar a la Cabeza Divina de todo el Cuerpo y, por lo tanto, son llamados propiamente las partes principales del cuerpo del Señor” [12]

39. De ellos, más que de los demás, se puede decir que Cristo, que es la Cabeza del Cuerpo Místico, “requiere que sean miembros suyos..., en primer lugar, porque en la medida en que la Persona de Cristo es representada por el Soberano Pontífice, éste debe llamar a no pocos para que compartan sus ansiedades, para que no se vea abrumado por las cargas de su oficio pastoral” [13].

40. Así pues, Venerables Hermanos, ya que estáis íntimamente asociados a Cristo y a su Vicario en la tierra, animados por una ardiente caridad, sed celosos de compartir esa solicitud por todas las Iglesias [14], que pesan sobre Nuestros hombros [15]. Impulsados ​​por la caridad de Cristo, ¡que os deis cuenta de que estáis íntimamente ligados a Nosotros en el apremiante deber de difundir el Evangelio y edificar la Iglesia en todo el mundo!

41. Que no ceséis ni desfallezcáis en vuestros esfuerzos por cultivar ampliamente entre el clero y los fieles el espíritu de oración y el celo en la ayuda mutua ayuda mutua según la medida de la caridad de Cristo. Dice San Agustín: “Extiende tu caridad a todo el mundo, si quieres amar a Cristo, porque los miembros de Cristo se encuentran en todo el mundo” [16].

42. Es un hecho indudable que solo a Pedro y a sus sucesores, los Romanos Pontífices, Jesucristo encomendó la totalidad de su rebaño: “Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas” [17]. Pero aunque cada obispo es el pastor de aquella porción del rebaño del Señor que le ha sido confiada, sin embargo, como sucesor legítimo de los Apóstoles por institución y mandato de Dios, es también responsable, junto con todos los demás obispos, de la tarea apostólica de la Iglesia, según las palabras de Cristo a los Apóstoles: “Como el Padre me ha enviado, yo también os envío” [18].

43. Esta misión, o “envío”, abarca “todas las naciones... hasta la consumación del mundo” [19] y ciertamente no cesó con la muerte de los Apóstoles. No, todavía continúa en los obispos que están en comunión con el Vicario de Jesucristo. Porque en ellos, que son llamados específicamente “los enviados”, es decir, Apóstoles del Señor, reside la plenitud de la dignidad apostólica, que como testimonia Santo Tomás de Aquino, “es la dignidad principal en la Iglesia” [20]. Ese fuego apostólico que Jesucristo trajo a la tierra debe brotar de sus corazones e inflamar los corazones de todos Nuestros hijos fieles y suscitar en ellos un nuevo celo por las tareas misioneras de la Iglesia en todas partes.

44. Una vez más, esta preocupación por las necesidades de toda la Iglesia es una verdadera marca del carácter católico de la Iglesia viva. “El celo por la actividad misionera y el espíritu católico son uno y el mismo. Una nota principal de la Iglesia es la catolicidad; en consecuencia, un hombre no es un verdadero miembro de la Iglesia a menos que sea también un verdadero miembro de todo el cuerpo de creyentes cristianos y está lleno de un ardiente deseo de verla echar raíces y florecer en todas las tierras” [21].

45. Nada es tan incompatible con la Iglesia de Jesucristo como la división; nada es tan opuesto a su vida misma como que sus miembros se refugien en la soledad egoísta, o que se dediquen demasiado a sí mismos y se interesen sólo en las preocupaciones privadas de su pequeño grupo. Semejante actitud seguramente hace que cualquier comunidad cristiana en particular se vuelva completamente egocéntrica.

46. ​​Ahora bien, nuestra santa Madre la Iglesia es en verdad madre “de todas las naciones, de todos los pueblos, así como de cada persona; en ninguna parte es extraña; vive o al menos, por su misma naturaleza, debe vivir entre todos los pueblos” [22]. Además, y esto es necesario subrayarlo, nada de lo que atañe a la Iglesia, nuestra Madre, es ajeno a ningún cristiano en particular, ni debe serlo. Así como la fe de los individuos es la fe de toda la Iglesia, así los consuelos y las angustias de la Iglesia serán también sus consuelos y angustias; asimismo las perspectivas y proyectos de la Iglesia, que abraza al mundo entero, serán las perspectivas y proyectos de su vida cristiana cotidiana.

47. Entonces sucederá espontáneamente que las exhortaciones de los Romanos Pontífices, en consonancia con las grandiosas tareas apostólicas que deben cumplirse en todas partes, encontrarán eco en sus corazones plena y verdaderamente católicos, como exhortaciones que deben ser recibidas con alegría por encima de todas las demás, y ser sopesadas y consideradas seria e insistentemente.

48. Desde el principio, la santa Iglesia, por su misma naturaleza, se ha visto obligada a difundir la Palabra de Dios por todas partes, y en el cumplimiento de esta obligación a la que no sabe ser infiel, nunca ha dejado de pedir a sus hijos una triple ayuda: a saber, oraciones, ayuda material y, en algunos casos, el don de sí mismos. También hoy sus actividades misioneras, especialmente en África, exigen esta triple ayuda del mundo católico.

49. Ante todo, pues, Venerables Hermanos, confiamos en que se elevarán a Dios más continuas y fervientes oraciones por esta causa.

50. Vosotros debéis ocuparos de que vuestros sacerdotes y fieles ofrezcan oraciones fervientes e incesantes para promover este santo propósito. La instrucción de los fieles acerca de la vida de la Iglesia proporcionará, por así decirlo, alimento a esta devoción orante, como ya hemos indicado. Se debe exhortar a las almas devotas a un mayor esfuerzo en la oración en determinados momentos del año litúrgico que parezcan más adecuados para fomentar y promover el interés por la obra misionera.

51. Nos parecen particularmente oportunos los siguientes tiempos: Adviento, cuando recordamos la espera de un Salvador por parte del género humano, así como los preparativos providenciales para la venida del Salvador; la fiesta de la Epifanía que revela al Salvador nacido entre los hombres; y Pentecostés cuando celebramos la fundación de la Iglesia bajo la inspiración del Espíritu Santo.

52. Por supuesto, la oración más excelente de todas es la que Cristo Jesús, Sumo Sacerdote, ofrece diariamente en el altar a Dios Padre cuando se renueva el santo sacrificio de la Redención. Ofrezcan, pues, muchas Misas por las sagradas misiones, especialmente en este tiempo nuestro, del que tal vez dependa el crecimiento futuro de la Iglesia en muchos lugares. Esto está de acuerdo con las oraciones de nuestro Señor que ama a su Iglesia y desea que florezca y ensanche sus fronteras en todo el mundo.

53. Aunque las oraciones privadas de los cristianos deben considerarse enteramente apropiadas, es ventajoso, sin embargo, recordarles el fin principal y esencial de la celebración del Sacrificio del Altar, como se afirma en el Canon de la Misa en latín: “En primer lugar... por tu santa Iglesia católica, para que te dignes concederle la paz, protegerla, unirla y gobernarla en todo el mundo”. Estas profundas intenciones de la Iglesia serán más fácilmente captadas por los fieles, si meditan en la doctrina expuesta por Nosotros en la Encíclica Mediator Dei, en la que enseñamos que todo sacrificio eucarístico debe ser considerado como una acción realizada en nombre de la Iglesia, porque “el celebrante en el Altar toma la parte de Cristo como nuestra cabeza ofreciendo en nombre de todos sus miembros”.

54. Siendo así, toda la Iglesia ofrece su santa oblación por Cristo al Padre Eterno “por la salvación del mundo entero”. Seguramente entonces, las oraciones de los fieles ofrecidas durante este mismo sacrificio, en unión con el Sumo Pontífice, los obispos y la Iglesia entera, serán ofrecidas con mucho fervor a Dios Todopoderoso para implorar una nueva efusión de las gracias del Espíritu Santo, por lo cual “el mundo entero se regocija con un gozo muy grande”.

55. Cada vez más, pues, Venerables Hermanos, debéis ofrecer vuestras fervientes oraciones a Dios. No ceséis de dirigir vuestras reflexivas consideraciones a los muchos pueblos que están profundamente envueltos en literalmente innumerables peligros espirituales: los que se alejan del camino de la verdad, así como los que tienen tanta necesidad de los medios de la perseverancia.

56. En unión con Cristo, poneos suplicantes ante el Padre Celestial y dejad que de vuestros labios suba una y otra vez hacia Él aquella oración que ha sido especialmente apropiada para los hombres apostólicos de todos los tiempos: “santificado en tu nombre, hágase 
tu voluntad en la tierra como en el cielo”! Sólo entonces seremos influenciados únicamente por el honor de Dios y por el celo de darle mayor gloria, cuando anhelemos con fervor la restauración de su Reino, el Reino de justicia, de amor y de paz, en todo el mundo. El afán sincero y sentido de promover la obra misionera de la Iglesia, cuando va unido a una ardiente caridad por el prójimo, es ciertamente celo por la gloria de Dios. Porque por ella se presta ayuda a los obreros apostólicos que son de manera especial heraldos y precursores de Dios.

57. Podríamos preguntar, además, si nuestras oraciones provienen de un corazón sincero si oramos por el éxito de las misiones sin acompañar nuestras oraciones con ofrendas caritativas de acuerdo con nuestros medios. Conocemos bien, de hecho, mejor que nadie, la profusa liberalidad de Nuestros hijos, como lo atestiguan constantemente muchos ejemplos maravillosos. A estas almas generosas se debe, sin duda, el maravilloso crecimiento de nuestras misiones desde principios de este siglo. En consecuencia, deseamos expresar Nuestro profundo agradecimiento a aquellos amados hijos e hijas Nuestros que contribuyen con su fervoroso esfuerzo y caritativo apoyo a tantas empresas misioneras.

58. Deseamos también alabar en particular a todos los miembros de la obra misionera pontificia que han emprendido la noble, aunque a veces ingrata, tarea de recaudar fondos en nombre de la Iglesia, convirtiéndose, por así decirlo, en mendigos para las comunidades de fieles recién fundadas. en los campos de misión, que tanta gloria y esperanza dan a la Iglesia. Felicitamos de corazón a estos Nuestros amados hijos, así como nos complace expresar Nuestro mejor agradecimiento a todos aquellos que, igualmente, apoyan a la Sociedad para la Propagación de la Fe con tanta prontitud. A estos últimos se les ha confiado una tarea gigantesca: a saber, la promoción de la obra misionera en vastos continentes bajo la dirección de Nuestro querido hijo, el Cardenal Prefecto.

59. Sin embargo, debemos dejar claro, conscientes de nuestro deber apostólico, que vuestro apoyo, aunque bien recibido, está todavía lejos de ser suficiente para las innumerables necesidades de las misiones. Diariamente somos llamados e importunados para la ayuda de misioneros que están en apuros para promover el bienestar de la Iglesia, eliminar los obstáculos, construir las iglesias que se necesitan con tanta urgencia o emprender diversas actividades del apostolado. Naturalmente, Nos enferma el corazón cuando tenemos que responder a estos justos llamamientos con cantidades sólo parciales e insuficientes.

60. La Obra Pontificia de San Pedro Apóstol puede servir como ejemplo. Medios muy amplios, en efecto, son distribuidos por este Instituto en tierras de misión. Sin embargo, el número de candidatos al sacerdocio aumenta cada año con la ayuda de Dios, por lo que constantemente se requieren más fondos. ¿Los jóvenes que parecen ser llamados al sacerdocio por la providencia de Dios en la actualidad, serán admitidos en menor número debido a fondos insuficientes? ¿Es justo, como hemos oído que ha sucedido en varios lugares, que los seminarios se vean obligados a excluir a tantos jóvenes que aspiran ardientemente al sacerdocio y que dan buenas esperanzas de perseverar? ¡Dios nos libre! No puede ser que los católicos que tienen un alto ideal de sus graves obligaciones, como de hecho deberían, se nieguen a aceptar la responsabilidad personal de satisfacer estas necesidades de las misiones.

61. Somos conscientes de las dificultades de nuestro tiempo y de la situación desesperada a que se ven reducidas las antiguas diócesis de Europa y América. Pero si razonamos correctamente, podemos ver fácilmente que la pobreza de algunas diócesis parecerá abundante en comparación con la extrema necesidad que prevalece en otras. Sin embargo, tal comparación carece de sentido, ya que es menos importante equilibrar las estadísticas que exhortar a todos los fieles, como lo hemos hecho en otra ocasión auspiciosa, “que se sitúen voluntariamente por debajo de las normas cristianas de abstinencia y abnegación, más allá de las exigencias de la ley moral, de acuerdo con la capacidad de cada uno, según les inspire la gracia de Dios y lo permita su posición en la vida”. También añadimos: “que los hombres dediquen a la caridad lo que retiran de las vanidades, y satisfagan misericordiosamente las necesidades de la Iglesia y de sus pobres

62. ¡Cuántas buenas obras podría realizar algún misionero, ahora entorpecido por la pobreza en su labor apostólica, con el dinero que no pocas veces despilfarra en goces fugaces algún cristiano desconsiderado! Corresponde a cada hijo de la Iglesia, a cada familia, a cada grupo de cristianos examinarse diligentemente sobre este punto. Que reflexionen sobre estas palabras: “Sabéis la bondad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para que con su pobreza os enriquecierais” [25]. Acordaos de que en vuestra caridad se encuentran los medios por los que se pueden ensanchar los límites de la religión; y la faz de la tierra se renovará si prevalece la caridad.

63. La Iglesia en África, así como en otras partes del campo misionero, necesita misioneros. Por eso, Venerables Hermanos, nos dirigimos una vez más a vosotros, rogándoos que con todos los recursos a vuestro alcance mostréis vuestro celo en apoyar a todos aquellos que han sido divinamente llamados a asumir las cargas del apostolado misionero, ya sean sacerdotes o religiosos hombres y mujeres.

64. Vuestro cometido es especialmente, como ya hemos señalado, animar a los fieles y suscitar en ellos tal celo por esta causa, que participen de las solicitudes de toda la Iglesia y presten oído a la palabra del Señor, mandándoles, como en la antigüedad, así en todas las épocas: “Sal de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, y ven a la tierra que te mostraré” [26].

65. Ahora bien, si el pueblo es formado en esta actitud verdaderamente católica en el ámbito doméstico, en las escuelas, en las parroquias, en los grupos de Acción Católica y en otras sociedades piadosas, no cabe duda de que dará a la Iglesia esos ministros que necesita para predicar el mensaje divino a todas las naciones. Tampoco se debe pasar por alto este punto: si en vuestras diócesis particulares se suscita un interés entusiasta por las misiones, será prenda de renovación de la religión y de la devoción en la mente y en el corazón de vuestro pueblo. Es imposible que perezca una comunidad cristiana que entrega sus hijos e hijas a la Iglesia. En consecuencia, si la vida sobrenatural es fruto de la caridad y se acrecienta con el espíritu de entrega, se puede afirmar con razón que la vida católica de cualquier nación se mide por su generosidad para sostener y mantener la actividad misionera de la Iglesia.

66. No basta, sin embargo, hacer que vuestro pueblo sea más celoso en apoyar esta obra; se requiere mucho más. No pocas diócesis están tan bien provistas de clero, gracias a Dios, que ninguna pérdida se sentiría si algunos de sus sacerdotes entraran en el campo misionero. A tales diócesis aplicaríamos, con paternal solicitud, el dicho evangélico: lo que tengáis que esté por encima de vuestras necesidades, dadlo a los pobres [27]. Nuestro corazón está con Nuestros hermanos obispos que están llenos de angustia y miedo al ver que el número de candidatos para el sacerdocio y la vida religiosa es cada vez menor y, por lo tanto, no pueden satisfacer adecuadamente las necesidades espirituales de sus propios rebaños. Compartimos su ansiedad y les decimos como san Pablo a los corintios: “No para que el alivio de los demás se convierta en tu carga, sino para que haya igualdad” [28].

67. No obstante, las diócesis que padecen tal escasez de clero no deben, por lo tanto, cerrar los oídos a Nuestras súplicas de ayuda en las misiones extranjeras. El óbolo de la viuda es propuesto por nuestro Señor para nuestra imitación. Si una diócesis pobre ayuda a otra diócesis pobre, no es posible que se empobrezca más al hacerlo; Dios no se deja superar en generosidad.

68. Los esfuerzos de las personas no son suficientes para resolver los numerosos problemas relacionados con la búsqueda y selección de vocaciones misioneras. Estudiad estos problemas en vuestras reuniones, Venerables Hermanos, y para tratar de solucionarlos servíos de los Institutos, si los hay, en vuestros respectivos países que se dedican al apostolado misionero. De esta manera, se idearán nuevos métodos, además de los que ya están en uso, por los cuales el corazón de los jóvenes se acerque más fácilmente a las vocaciones misioneras; y así se cumplirán en algún grado vuestras propias obligaciones que os obligan en conciencia a trabajar por el bienestar general de la Iglesia.

69. Fomentad celosamente en vuestras diócesis la Unión Misionera del Clero, encomendada tanto por Nuestros predecesores como por Nosotros mismos. La hemos elevado al rango de sociedad pontificia para que nadie pueda cuestionar la alta opinión que tenemos de ella ni los grandes resultados que esperamos alcanzar con su aumento de miembros. Los esfuerzos de los pastores de la Iglesia y de aquellos a quienes se ha confiado la obra misionera deben estar estrechamente asociados, ya que el éxito depende en gran medida de la unanimidad de propósitos.

70. Nos gustaría mencionar aquí a los que están a cargo de la Propagación de la Fe en cada país, a cuya obra ayudaréis si soportáis las ramas diocesanas de esta sociedad. También recordamos a los Superiores de las meritorias Congregaciones Misioneras a quienes esta Santa Sede pide constantemente ayuda en las necesidades más apremiantes de los países de misión. No podrán aumentar el número de sus vocaciones a menos que los Ordinarios locales les den un apoyo amistoso. Esforzáos por reconciliar vuestros intereses individuales después de una cuidadosa consideración y un genuino acuerdo mutuo. Si estos intereses parecen por el momento divergentes, ¿por qué no sopesarlos nuevamente a la luz de una fe fuerte y viva, teniendo siempre ante los ojos los motivos sobrenaturales de la unidad y catolicidad de la Iglesia?

71. Con el mismo interés afectuoso que une vuestros esfuerzos a los de los demás en fraternal armonía y excluye toda consideración egoísta, tened especial cuidado en brindar atención espiritual a los jóvenes de África y Asia, que tal vez residan en sus diócesis para continuar sus estudios.

72. Estos jóvenes, desarraigados por las convulsiones sociales en sus propios países, por muchas razones, a menudo no disfrutan de suficientes contactos sociales católicos entre las personas que les acogen. Debido a esto, sus vidas cristianas pueden estar en peligro, ya que los verdaderos valores y excelencias de la nueva cultura que están buscando pueden escaparse de ellos y, en consecuencia, pueden ser seducidos por las doctrinas del materialismo y pueden sucumbir a los halagos de las camarillas ateas. No se puede ignorar el impacto de esto en sus carreras presentes y futuras. Sería bueno que se encargaran de este apostolado algunos miembros del clero devotos y bien preparados, aliviando así las inquietudes de sus propios obispos en los campos de misión.

73. Otra forma de asistencia, más gravosa, la han emprendido algunos obispos que, a pesar de las dificultades para hacerlo, han permitido a tal o cual sacerdote de la diócesis ir a trabajar algún tiempo para los obispos de África.

74. Este procedimiento tiene el resultado excepcional de permitir el establecimiento sabio y bien planificado de formas especializadas del ministerio sacerdotal, tales como encargarse de la enseñanza de las ciencias seculares y sagradas para las cuales el clero local no ha sido preparado. Nos complace alentar estas oportunas y fructíferas empresas. Si este curso de acción se toma con la debida preparación, se acumularán ventajas muy importantes para la Iglesia Católica en el África actual, que tiene su plena medida tanto de dificultades como de esperanzas.

75. Hay todavía otra forma de ayuda, muy diferente, que se da hoy en día a las diócesis misioneras, que nos produce un gran placer y que merece ser notada antes de que concluyamos esta encíclica. Este es el trabajo activo emprendido por los laicos bajo la dirección de la Iglesia en favor de las nuevas comunidades cristianas. Consiste en su mayor parte en la cooperación con los diversos Institutos católicos nacionales e internacionales. La aplicación de esta ayuda requiere, sin duda, el celo, la moderación y la prudencia propios del trabajo por el bien de los demás; pero es de gran beneficio para las diócesis acosadas por las insistentes exigencias de las nuevas actividades apostólicas.

76. Estos laicos, así alistados bajo el estandarte de Cristo y completamente obedientes al obispo, quien debidamente se reserva la autoridad final en el apostolado, y estando en total acuerdo con los católicos de África que miran favorablemente a estos fraternos reclutas, llevan útilmente cargar sobre las diócesis de reciente creación todo el peso de su experiencia en la Acción Católica y otros programas sociales y en cualesquiera otras actividades particulares requeridas en el apostolado. Además, y esto es extremadamente beneficioso, ya que pueden efectuar una unión más rápida y fácil de sus propios Institutos nacionales con otras innumerables agencias de alcance internacional. Estamos felices de felicitarlos por el excelente trabajo que están haciendo por el bien de la Iglesia.

77. Mientras alzamos con fervor Nuestra voz en urgente exhortación en favor de las Misiones de África, Nuestro pensamiento, como bien sabéis, Venerables Hermanos, no está ajeno a aquellos otros hijos Nuestros que se dedican a hacer avanzar la causa de la Iglesia en los otros continentes. Los amamos a todos, especialmente a aquellos que están pasando por sufrimientos extraordinarios en el Lejano Oriente. Aunque las condiciones insólitas de África han sido el motivo de esta Encíclica, no queremos cerrarla sin dar una mirada final a todas las actividades misioneras de la Iglesia Católica.

78. A vosotros, Venerables Hermanos, que tenéis el cuidado pastoral de aquellas regiones donde la semilla del Evangelio ha sido recientemente sembrada y que estáis fundando o consolidando nuevas jurisdicciones eclesiásticas, deseamos que esta carta sea no sólo una prenda de Nuestra paternal solicitud, sino también una prueba de que toda la Iglesia de Jesucristo está despierta a la extensión y a la dificultad de vuestra tarea y está con vosotros hasta el final para ayudar a vuestro trabajo con oraciones, con ayuda material y con el servicio de sus más nobles hijos. ¿Qué más da que estéis separados del centro del catolicismo por enormes distancias? ¿Acaso no son más queridos por su corazón aquellos hijos de la Iglesia cuyo coraje es extraordinario y cuya resistencia es exigida al máximo?

79. Os ofrecemos aquí un testimonio público de Nuestra gratitud y confianza a vosotros, heraldos del Evangelio, sacerdotes escogidos de todos los países, religiosos y religiosas, seminaristas, catequistas, laicos que luchan bajo el estandarte del Evangelio y, finalmente, a todos vosotros, los que estáis sembrando la religión de Jesucristo, esparcidos como estáis por el mundo y completamente desconocidos.

80. Perseverad resueltamente en la obra que habéis comenzado, gloriandoos de servir a la Iglesia, de obedecer su voz, de ser impulsados ​​cada vez más por su inspiración y por su espíritu, y de estar unidos en los lazos de amor fraterno.

81. ¡Qué consuelo es para vosotros, amados hijos, y qué prenda de victoria asegurada considerar que esta guerra oculta y pacífica que libráis por la Santa Iglesia no es sólo vuestra, ni la de vuestra época, ni la de vuestro pueblo, sino el conflicto permanente de toda la Iglesia, que corresponde a todos sus hijos llevar a cabo varonilmente, ya que es su deber obligado dar gracias a Dios y a sus hermanos por el don de la fe recibida en el bautismo!

82. “Si predico el Evangelio, no tengo por qué jactarme, puesto que estoy bajo presión. ¡Ay de mí si no predico el Evangelio!” [29]. ¿Por qué no habríamos de aplicar estas serias advertencias a nosotros mismos, es decir, al Vicario de Jesucristo, que por su oficio apostólico ha sido nombrado “predicador y apóstol... maestro de los gentiles en la fe y en la verdad”? [30] Por lo tanto, mientras invocamos sobre las misiones católicas el doble patrocinio de San Francisco Javier y Santa Teresa del Niño Jesús, la protección de todos los santos mártires y la poderosa ayuda maternal de la Madre de Dios, la Virgen María, Reina de los Apóstoles, nos complace repetir a la Iglesia las victoriosas palabras de su Divino Fundador: “Rema mar adentro” [31].

83. Mientras tanto, confiados en que la voluntad activa de todos los católicos responderá a estas Exhortaciones nuestras de tal manera que, con la ayuda de la gracia divina, estas obras misioneras podrán llevar hasta los confines de la tierra la luz de la fe cristiana y la virtud junto con los avances de la civilización material. 

Con amor os impartimos a todos vosotros, Venerables Hermanos, a vuestro rebaño, y en particular a todos los predicadores del Evangelio, tan cercanos a Nuestro corazón, la Bendición Apostólica como testimonio de Nuestra buena voluntad y prenda de los dones celestiales.

84. Dado en San Pedro de Roma, el día veintiuno de abril, fiesta de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, del año 1957, decimonoveno de Nuestro Pontificado.


REFERENCIAS:

1. Efe. 4: 5.

2. Sal. 115: 12.

3. De Benedicto XV, carta apostólica Maximum illud, AAS, 11 (1919) p. 440; Pío Xl, homilía Accipietis virtutem, AA S, 14 (1922), p. 344; Pío Xl, carta encíclica Rerum Ecclesiae, AAS 18 (1926), p. 65; Pío XII, carta encíclica Envangelii praecones, AAS 43 (1951), p. 497.

4. Mat. 5: 10.

5. AAS 44 (1952) pág. 370.

6. Alocución del 1 de mayo de 1939, Discorsie radiomessaggi di SS Pio Xll, 1, 87.

7. Carta encíclica Envangelii praecones, AAS, 43 (1951) p. 507.

8. Ibíd. pags. 505.

9. AAS 48 (1956), pág. 40 [Mensaje de Navidad, 24 de diciembre de 1955. Trad. en inglés: TPS (Invierno 1955-56) v. 2, no. 4, pág. 3 13. -- ED.]

10. AAS, 38 (1946) pág. 20

11. Carta encíclica Mystici Corporis, AAS, 35 (1943) p. 200. 12. Ibíd., pág. 211.

13. Ibíd., pág. 2 13.

14. Cf. 2 Cor. 11: 28.

15. Cf. 2 Cor. 5: 4.

16. Sobre la Epístola de Juan a los Partos, Tratado X, n. 8: PL 35, 2060.

17. Juan 21: 16-18.

18. Juan 20: 21.

19. Mateo 28: 19-20.

20. Exposiciones. en Ep. ad Rom., cap. 1, lect. 1: edición de Parma, 1862, XIII, 4.

21. Discorsie radiomessaggi, 8, 328.

22. AAS, 38 (1946), pág. 18

23. AAS, 39 (1947), pág. 556.

24. AAS, 42 (1950), pág. 787.

25. 2 Co. 8.9.

26. Génesis 12: 1.

27. Cf. Lucas 11: 4.

28. 2 Co. 8: 13.

29. 1 Cor. 9: 16.

30. 1 Tim. 2: 7.

31. Lucas 5: 4.


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