sábado, 3 de marzo de 2001

DATIS NUPERRIME (5 DE NOVIEMBRE DE 1956)


DATIS NUPERRIME

ENCÍCLICA DEL PAPA PÍO XII 

LAMENTANDO LOS DOLOROSOS ACONTECIMIENTOS DE HUNGRÍA 

Y CONDENANDO EL USO DESPIADADO DE LA FUERZA 

A los Venerables Hermanos, a los Patriarcas, a los Primados, a los Arzobispos, a los Obispos y a los demás Ordinarios Locales en Paz y Comunión con la Sede Apostólica.

Venerables Hermanos, Saludos y Bendición Apostólica.

En la Carta Encíclica que recientemente os escribimos, Pastores Consagrados del Mundo Católico, expresamos Nuestra esperanza de que un nuevo día de paz basado en la justicia y la libertad pudiera amanecer sobre el noble pueblo de Hungría. Pues las condiciones en ese país parecían mejorar.

2. Pero últimamente nos han llegado noticias que llenan Nuestro corazón de dolor y tristeza. En las ciudades, pueblos y aldeas de Hungría se está derramando de nuevo la sangre de ciudadanos que anhelan con todo su corazón su legítima libertad. Las instituciones nacionales que acababan de ser restauradas han sido derrocadas de nuevo y destruidas violentamente. Un pueblo ensangrentado ha sido reducido una vez más a la esclavitud por el poderío armado de los extranjeros.

3. No podemos dejar de deplorar y condenar (porque así nos lo pide la conciencia de Nuestro oficio) estos desgraciados acontecimientos que llenan de profundo dolor e indignación a todos los católicos y a todos los pueblos libres. Que aquellos cuyos mandos han provocado estos trágicos acontecimientos lleguen a comprender que la legítima libertad de un pueblo no puede extinguirse con el derramamiento de sangre humana.

4. Nosotros, que velamos por todos los pueblos con una preocupación paternal, afirmamos que nunca se debe tolerar ninguna violencia ni ningún derramamiento de sangre que alguien provoque injustamente. Por el contrario, exhortamos a todos los pueblos y a todas las clases sociales a esa paz que encuentra su base y se nutre de la justicia, la libertad y el amor.

5. Las palabras que “el Señor dijo a Caín... La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra” (Gn. 4, 10) son pertinentes hoy. Porque así clama a Dios la sangre del pueblo húngaro. Y aunque Dios a menudo castiga a los particulares por sus pecados sólo después de la muerte, sin embargo, como enseña la historia, ocasionalmente castiga en esta vida mortal a los gobernantes de los pueblos y sus naciones cuando han tratado injustamente a otros. Porque Él es un justo juez.

6. Que nuestro misericordioso Redentor, rogamos suplicantemente, mueva los corazones de aquellos de cuyas decisiones dependen estos asuntos, para que se ponga fin a la injusticia y se acabe la violencia, para que todas las naciones, estando en paz unas con otras, se unan en pacífica y tranquila armonía.

7. Mientras tanto, imploramos a Dios misericordiosísimo en nombre especialmente de todos los que han sido trágicamente asesinados en el curso de estos infelices acontecimientos. Que encuentren en el cielo la vida eterna y la paz sin fin. Deseamos que todos los cristianos se unan a Nosotros para rezar a Dios por ellos.

8. Y al dirigiros estas palabras, impartimos con amor Nuestra Bendición Apostólica a todos y cada uno de vosotros, Venerables Hermanos, y a vuestros rebaños, y de manera muy especial a Nuestro querido pueblo húngaro. Que sea una prenda de gracias celestiales y un testimonio de Nuestro amor paternal.

Dado en Roma, desde San Pedro, el día 5 de noviembre del año 1956, 18 de Nuestro Pontificado.


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