Por Michael Whitcraft
La sociedad moderna evita obsesivamente el sufrimiento, el riesgo y el peligro. Asegura todo con cinturones de seguridad y barandillas, climatiza el calor del verano, imprime advertencias en las tazas de café y aconseja que se utilicen gafas de seguridad al trabajar con martillos.
Sin duda, tales precauciones han evitado desgracias. Sin embargo, dado que el heroísmo y la excelencia nacen de afrontar el sufrimiento y el peligro en lugar de evitarlos, la manía de las salvaguardias también ha mermado la noción de estas cualidades.
Es una lástima, ya que sólo las almas intrépidas que afrontan el peligro, soportan el sufrimiento y superan los obstáculos merecen ser mencionadas en los anales de la historia. Un brillante ejemplo es el rey leproso Balduino IV de Jerusalén.
Una infancia truncada
Balduino IV nació en Jerusalén en 1161, hijo del rey Amalarico y de la reina Inés de Courtney. De niño, dotado intelectual y físicamente, parecía bien preparado para heredar el reino cruzado. Así describió su infancia el cronista y tutor real Guillermo de Tiro:
Hizo buenos progresos en sus estudios y con el paso del tiempo creció lleno de esperanza y desarrolló sus habilidades naturales. Era un niño apuesto para su edad y más hábil que los hombres mayores que él para dominar a los caballos y montarlos al galope. Tenía una memoria excelente y le encantaba escuchar cuentos (1).
Un día, el tutor hizo un descubrimiento aterrador. Mientras jugaba con sus amigos, Balduino nunca gritaba de dolor, ni siquiera cuando los otros niños le clavaban las uñas en el brazo.
Conociendo la dureza del príncipe de nueve años, Guillermo de Tiro supuso en un primer momento que Balduino se estaba conteniendo, pero una observación más atenta reveló que sus brazos estaban completamente entumecidos, un síntoma revelador de lepra.
Cuatro años más tarde, el rey Amalarico murió repentinamente. A pesar de su enfermedad, Balduino fue coronado rey por decisión unánime del Alto Tribunal de Jerusalén (2). Como sólo tenía trece años, su pariente más cercano, Miles de Plancy, se convirtió en regente. Poco después, Miles fue asesinado y Raimundo de Trípoli le sustituyó.
Raimundo de Trípoli gestionó la escalada de tensiones entre el reino cruzado y sus enemigos musulmanes mediante una política de apaciguamiento. Estableció la paz con Saladino en 1175.
El tratado favorecía enormemente al líder musulmán. Jerusalén había acordado no apoyar a los sicilianos que atacaban la base de poder de Saladino en Egipto y éste tenía vía libre para aumentar sus fuerzas mediante la conquista de Siria, donde su trayectoria revelaba planes para cercar el reino cruzado.
Saladino prosiguió su búsqueda impunemente, hasta que un cambio gubernamental en Jerusalén puso fin a sus merodeos.
Balduino alcanza la mayoría de edad
En 1176, Balduino alcanzó la mayoría de edad y se hizo cargo del reino a la tierna edad de 15 años. Durante los dos años transcurridos desde su coronación, su estado había empeorado, y ahora era claramente perceptible que padecía lepra.
No obstante, poseía la fuerza y el carácter necesarios para gobernar. Como bien dijo el historiador Stephen Howarth:
“Balduino asumió todo el poder y pronto demostró que compensaba cualquier incapacidad con puro nervio...” (3).
Una de las primeras acciones de Balduino como rey fue rechazar la paz firmada con Saladino y asaltar las tierras que rodeaban Damasco. Esto obligó a Saladino a abandonar su ataque en Alepo y adoptar una postura defensiva. Más tarde ese mismo año, el joven rey dirigió otra incursión en el valle de Beka'a, en Líbano y Siria, y derrotó un ataque dirigido por el sobrino de Saladino.
En los primeros meses de su reinado, Balduino demostró su capacidad para gobernar. Al contrarrestar a Saladino con un ataque a Damasco en lugar de un asalto frontal a Alepo, Balduino demostró una madurez y sabiduría superiores a sus años.
Saladino, uno de los grandes gobernantes del mundo islámico
La sabiduría de un rey
Esta sabiduría guiaría a Balduino a lo largo de su corta vida. Su insistencia en invadir Egipto en otoño de 1176 fue otro ejemplo de ello.
Desde el principio de su reinado, Balduino planeó golpear a Saladino en su base de poder egipcia. Al carecer de fuerza naval suficiente, forjó una alianza con el Imperio Bizantino.
El escenario estaba preparado para la invasión. Sin embargo, el cuñado del rey, Guillermo de Montferrat, elemento clave de la incursión, enfermó y murió. Luego Balduino cayó enfermo y toda la operación se vio en peligro.
Mientras tanto, el pariente de Balduino, Felipe de Flandes, llegó de Europa en cruzada, apoyado por el mandato de Santa Hildegarda:
“Si llega el momento en que los infieles intenten destruir la fuente de la fe, entonces luchad contra ellos con tanta fuerza como, con la ayuda de Dios, seáis capaces de hacer” (4).
Con la esperanza de que Felipe salvara la malograda misión, Balduino le ofreció la regencia hasta que pudiera recuperarse. A Felipe no le gustaron los términos del trato y lo rechazó. Raimundo de Trípoli se opuso al ataque y el nuevo Gran Maestre de los Caballeros de San Juan, joven e inexperto, dudó.
Cuando los embajadores bizantinos se mostraron escépticos ante la misión y retiraron su apoyo, se canceló el asalto que tanto deseaba el rey.
Nunca más tendrían los cruzados semejante oportunidad de herir a Saladino en su base de poder. Sólo Balduino había sido lo bastante sabio como para reconocer la importancia de la misión.
Una victoria milagrosa en Montgisard
Más que la sabiduría y el valor, lo que hizo de Balduino IV un gran rey fue su fe indomable, virtud que demostró en la famosa batalla de Montgisard.
Tras la cancelación del ataque a Egipto, Felipe de Flandes llevó a su ejército a hacer campaña en los territorios del norte del reino, donde se le unió Raimundo de Trípoli. El traslado dejó a Jerusalén en una situación precaria. Muy pocas tropas se habían quedado para defender la capital y el estado del rey había empeorado.
Saladino no tardó en aprovechar la oportunidad y dirigió su ejército principal de 26.000 soldados de élite hacia Jerusalén.
Desde su lecho de enfermo, Balduino hizo acopio de las pocas fuerzas que tenía y cabalgó al encuentro de su adversario con menos de 600 caballeros y unos pocos miles de soldados de infantería (5). A estas alturas, las fuerzas de Balduino estaban tan deterioradas que muchos pensaron que moriría. Bernard Hamilton cita a un escritor cristiano contemporáneo que describió el estado del rey como “ya medio muerto” (6).
Al darse cuenta de la impotencia de la fuerza del rey, Saladino lo ignoró y continuó su marcha hacia Jerusalén hasta que Balduino lo interceptó cerca de la colina de Montgisard, a sólo 45 millas de Jerusalén.
Al ver el abrumador ejército musulmán, los cristianos se quedaron petrificados. Sin embargo, estas situaciones desesperadas brindan a los grandes hombres la oportunidad de demostrar su valía, y Balduino estuvo a la altura del desafío.
Desmontó de su caballo y llamó al obispo de Belén para que levantara la reliquia de la Vera Cruz que portaba. El rey se postró ante la sagrada reliquia, suplicando a Dios por el éxito. Al salir de la oración, exhortó a sus hombres a atacar y arremetió.
El historiador Stephen Howarth describe la batalla que siguió:
Había veintiséis mil jinetes sarracenos y sólo unos cientos de cristianos, pero los sarracenos fueron derrotados. La mayoría murieron; el propio Saladino sólo escapó porque cabalgaba en un camello de carreras. El joven rey, con las manos vendadas, cabalgaba al frente de la carga cristiana, con San Jorge a su lado, según se decía, y la Vera Cruz brillando tanto como el sol. Fuera o no así, fue una victoria casi increíble, un eco de los días de la Primera Cruzada. Pero también fue la última vez que un ejército musulmán tan grande fue derrotado por una fuerza tan pequeña (7).
Inundado por las fuertes lluvias y con la pérdida de aproximadamente el noventa por ciento de su ejército, Saladino regresó a El Cairo totalmente derrotado. Años más tarde, se referiría a la batalla con desdén como “un desastre tan grande” (8).
Balduino, consciente de que su triunfo se debía en gran parte a la ayuda divina, erigió en el lugar un monasterio benedictino dedicado a Santa Catalina de Alejandría, en cuya festividad se había obtenido la victoria.
Los sufrimientos de un rey
La gloria del triunfo no alivió los crecientes efectos de la lepra de Balduino. Con el paso del tiempo perdió el uso de sus miembros y de sus ojos. Sin embargo, ni una sola vez utilizó su enfermedad como excusa para eludir su deber.
Aunque intentó abdicar varias veces, reasumió inmediatamente sus responsabilidades cuando se dio cuenta de que no había nadie adecuado para sustituirle. Poco después de su victoria en Montgisard, Balduino escribió al rey Luis VII de Francia:
No es conveniente que una mano tan débil como la mía ostente el poder cuando el temor a la agresión árabe presiona a diario sobre la Ciudad Santa y cuando mi enfermedad aumenta la osadía del enemigo... Por ello os ruego que, habiendo reunido a los barones del reino de Francia, elijáis inmediatamente a uno de ellos para que se haga cargo de este Santo Reino (9).
Al ser ignorada su petición, el rey comenzó a buscar un marido adecuado para su hermana la princesa Sibila. Era la mayor de la familia y con quien se casara heredaría el reino.
Balduino esperaba que se casara con alguien de Europa, asegurando así la protección occidental del reino tras su muerte. Hizo gestiones para que Sibila se casara con Hugo de Borgoña, pero los planes fracasaron.
Para forzar a Balduino y controlar el futuro de Jerusalén, Raimundo de Trípoli y Bohemundo de Antioquía planearon una asonada. Sus esfuerzos fracasaron porque cuando llegaron a la capital, Sibila ya estaba casada con Guy de Lusignan.
Aunque Balduino esperaba abdicar en Guy tras el matrimonio, su cuñado fue una gran decepción. De muñeca blanda y antipático para muchos de los barones cruzados, Guy no era apto para reinar y Balduino se vio obligado a permanecer en el trono.
Podría decirse que estas luchas internas le costaron a Balduino más angustias que la lepra que seguía devorando su cuerpo.
Un guerrero hasta el final
Los años posteriores al matrimonio siguieron siendo turbulentos. Balduino consiguió una tregua de dos años con Saladino que terminó prematuramente, cuando el príncipe Reynaldo de Antioquía saqueó una caravana mora que se dirigía a Damasco y se negó a devolver los prisioneros o el botín incluso cuando el rey se lo ordenó. Saladino también violó el tratado al apoderarse de la tripulación y la carga de un navío cristiano que naufragó en sus costas.
Entonces estalló en Bizancio un sentimiento antioccidental con el ascenso al trono de Andrónico Comneno. Al darse cuenta de que los cruzados carecían de apoyo bizantino, Saladino atacó el castillo de Bethsan.
Balduino marchó inmediatamente contra los agresores musulmanes y los rechazó, aunque contaba con un ejército mucho más pequeño y probablemente estaba demasiado débil para luchar en ese momento.
En 1183, el rey se quedó ciego e incapaz de usar las manos y los pies. Nombró a Guy de Lusignan regente permanente.
Sin embargo, cuando el heredero se mostró incapaz de unificar a los barones cruzados y se negó a enfrentarse a Saladino, al mando de la mayor fuerza cristiana jamás reunida en Tierra Santa, Balduino le retiró la regencia y volvió a asumir las responsabilidades del reino.
Más tarde, ese mismo año de 1183, la hermanastra del rey, Isabel, se casó con Humphrey IV de Toron en el castillo de Kerak. Aunque Balduino estaba demasiado enfermo para asistir a la boda, muchos otros líderes cristianos influyentes estaban presentes. La oportunidad de capturarlos era demasiado tentadora como para que Saladino se resistiera.
Rodeó el castillo y lo sitió en medio de la celebración. Aunque totalmente incapacitado, Balduino se encargó de rescatar a los nobles atrapados. Ciego y cojo, ordenó que lo llevaran a la batalla en camilla.
Al darse cuenta de que el rey había llegado para socorrer la fortaleza, Saladino dio la señal de retirada sin enfrentarse a los cristianos.
La misma escena se repitió cuando Saladino volvió a intentar tomar el castillo de Kerak en 1184. Una vez más, Saladino se retiró cuando Balduino fue llevado a la batalla en camilla.
Privado de toda fuerza y poder, Balduino había triunfado por última vez sobre su enemigo de toda la vida.
Resolver la sucesión y la muerte
Más tarde, en 1184, Balduino contrajo la enfermedad que acabaría con su vida (10). El problema de la sucesión se había resuelto en cierto modo en 1183, cuando Balduino coronó co-rey a su sobrino de cinco años, Balduino V, para excluir del trono a Guy de Lusignan.
Aunque a los lectores modernos esto les pueda parecer duro, Guy había desafiado abiertamente al rey en dos ocasiones, llegando en una de ellas a traicionar su voto feudal. Tal desafío no podía quedar sin respuesta.
Balduino, hambriento de opciones viables, nombró a Raimundo de Trípoli regente temporal. Cuando quedó claro que el rey estaba de hecho en su lecho de muerte, Jerusalén necesitaba una solución más permanente hasta que el rey Balduino V alcanzara la mayoría de edad.
Muerte de Balduino IV y coronación de Balduino V
El rey leproso aplazó esta importante decisión al Alto Tribunal, que eligió a Raimundo de Trípoli. Tras haber hecho todo lo posible por mantener su reino, Balduino IV entregó su alma a Dios el 16 de mayo de 1185 y fue enterrado en la Iglesia del Santo Sepulcro.
De la cruz a la luz
El sufrimiento fue la única constante en la vida de Balduino. Desde su más tierna infancia hasta sus últimos momentos, padeció una lepra que pudrió su cuerpo y representó la podredumbre de su reino, que, debido a la discordia y corrupción internas, cayó en manos de Saladino dos años después de la muerte de Balduino.
La capacidad de Balduino para gestionar el precario estado de su reino se debió a su voluntad de cargar con su cruz a imitación de su Maestro. Ni una sola vez utilizó su enfermedad como excusa para eludir sus responsabilidades, incluso cuando le redujo a la más absoluta incapacidad.
En este estado, era una viva representación de Cristo, de quien el salmista afirma: “Pero yo soy un gusano, y no un hombre; el oprobio de los hombres, y el desterrado del pueblo” (Sal. 21:7)
La sociedad moderna, que huye del sufrimiento como de la peste, necesita modelos como Balduino IV, el rey leproso que bebió hasta la última gota el cáliz de amargura que la Providencia puso ante él. Necesita arquetipos que echen por tierra el mito revolucionario de que el sufrimiento es un mal absoluto, que hay que evitar a toda costa.
La Iglesia tiene un dicho que reza: “Per Crucem ad Lucem” (De la Cruz a la Luz). Balduino IV no sólo comprendió estas palabras, sino que las vivió. Porque así lo hizo, siempre será estimado por quienes sacrifican sus intereses personales por el bien común. Será admirado por quienes están dispuestos a afrontar el peligro y sufrir por una causa superior.
En una palabra, será consagrado por las almas que huyen de la mediocridad y aspiran a la grandeza.
Notas:
1) Bernard Hamilton, The Leper King and His Heirs: Baldwin IV and the Crusader Kingdom of Jerusalem (Nueva York, Cambridge University Press, 2005) p. 43.
2) En esta época, la enfermedad de Balduino era ciertamente conocida, pero el diagnóstico de lepra probablemente aún no se había hecho con certeza. En aquella época, si a un caballero o sargento se le diagnosticaba la lepra, se le hacía ingresar en la Orden de San Lázaro, una comunidad religiosa formada para atender a los nobles leprosos. Véase Bernard Hamilton, The Leper King and His Heirs, p. 29.
3) Stephen Howarth, The Knights Templar (Nueva York, Barnes and Noble Books, 1991) p. 132.
4) Bernard Hamilton, The Leper King, p. 119.
5) Cf. “Batalla de Montgisard”, https://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_Montgisard.
6) Bernard Hamilton, The Leper King and His Heirs, p. 133.
7) Stephen Howarth, The Knights Templar, p. 133.
8) Bernard Hamilton, The Leper King and His Heirs, p. 136.
9) Ibid. p. 140.
10) A pesar de los horribles efectos del tipo de lepra que padecía Balduino, rara vez provoca la muerte. La enfermedad final del rey fue probablemente el resultado de la infección de una de sus muchas heridas. Cf. Piers D. Mitchell, “An evaluation of the leprosy of King Baldwin IV of Jerusalem in the context of the medieval world”, reproducido como apéndice en The Leper King and His Heirs.
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