jueves, 28 de noviembre de 2024

¿POR QUÉ MADRUGAS?

No madruguemos para nuestras preocupaciones y afanes, por buenos que puedan ser, madruguemos para Dios, para contemplar al único que de verdad merece ser contemplado

Por Bruno M.


La necesidad de madrugar es una constante para la mayoría de las personas, ya sea para trabajar fuera de casa, cuidar de los niños en ella, estudiar o el resto de nuestros innumerables afanes. Basta ir en el metro un lunes por la mañana para descubrir que también es una constante que ese madrugar cueste y nos tenga perpetuamente fatigados. Es una de las consecuencias del pecado de Adán, que rompió la armonía original de la naturaleza y nos hizo esclavos de muchas cosas.

Madrugar vamos a tener que madrugar, lo queramos o no, pero lo que queda a nuestra libertad es la razón por la que madrugamos. En ese sentido, creo que es muy conveniente que cada uno se haga esta pregunta: ¿por qué madrugo?

Como decíamos, hay mil razones concretas para madrugar, desde trabajar hasta estudiar, irse de viaje o hacer deporte. Algunas son malas, pero otras buenas o neutras. En la misma Biblia aparecen muchas de estas razones, pero la pregunta fundamental que nos hacemos no se responde con ninguna de ellas.

Ante la pregunta de por qué madrugo, la Escritura responde: por ti madrugo, Dios mío. Esa tiene que ser la respuesta esencial y no otra. Ese es, después de todo, el ejemplo del mismo Cristo: Muy de mañana, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario donde se puso a orar.

No madruguemos para nuestras preocupaciones y afanes, por buenos que puedan ser, madruguemos para Dios, para contemplar al único que de verdad merece ser contemplado: al despertar me saciaré de tu semblante. Digámoselo cada día: oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma esta sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua. Todo lo demás, pongámoslo en sus manos: por la mañana escucharás mi voz, por la mañana te expongo mi causa y me quedo aguardando.

Cualquier otra respuesta no es buena: es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde, que comáis el pan de vuestros sudores: ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen! Quizá por eso estemos tan cansados y hartos de madrugar, porque si no madrugamos como Dios quiere, nuestro esfuerzo será inútil y solo conseguirá cansarnos para nada.

Madruguemos por Dios, dediquemos los primeros instantes de cada día a rezar, a alabar a Dios y contemplar su gloria. Entonces dejaremos de estar cansados y agobiados y se cumplirán en nosotros las palabras del salmista: por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo.

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