Por Francis Etheredge
Winston Churchill dijo en 1943 que “la idea que tienen algunos es que son libres de decir lo que quieran, pero si alguien les contesta, eso es un escándalo”.
Vivimos en un mundo en el que no todo es explícito y transparente. Pero, poco a poco, empezamos a ver el paisaje, como formas que emergen de la bruma del amanecer, y a medida que sale el sol, empezamos a confiar un poco más en que lo que estamos viendo es real y no sólo imaginario: que en él hay tanto un paisaje hermoso como edificios dañados, pero todavía atractivos.
Así comienza una búsqueda de lo que ocurre en nuestra sociedad, en la sociedad global en la que vivimos. Es imposible pasar por alto los fallos que existen: la industria de los anticonceptivos, el tsunami del aborto, el lobby antipoblación y un aumento masivo del suicidio. Asistimos a un déficit de relaciones: una especie de sumidero relacional del que apenas se sale porque somos muchos los que, de un modo u otro, nos vemos afectados por él.
Las redes sociales podrían considerarse algo positivo, ya que ponen en contacto a las personas. Sin embargo, también dan a los desconocidos la capacidad de influir en cualquiera que sea lo suficientemente vulnerable como para fijarse en ellos y, al parecer, hay muchos que ya no saben lo que es real y por eso se han vuelto cada vez más vulnerables.
Debido a la vulnerabilidad, a la falta de dominio de la evidencia, o de la filosofía, o de la vida al aire libre, o de la ayuda de la Iglesia, cada vez somos más los que nos dejamos llevar por donde nos pueden llevar los “influencers” online.
Los influencers llevan a las personas vulnerables a la cosmética o a la cirugía, y la cirugía puede ser cualquier cosa, desde cambios faciales hasta la mutilación absoluta. El contagio de las redes sociales y los activistas transexuales oportunistas están arruinando la vida de muchos jóvenes. Llevan a jóvenes incautos, sin formación y temerosos a procesos que les cambian la vida. Uno de los argumentos manipuladores de los activistas es la afirmación infundada de que si no se permite a los jóvenes mutilarse en busca de una identidad inalcanzable como el sexo opuesto (o sin sexo), se suicidarán. Sin embargo, según las pruebas tan a menudo negadas, poco citadas o citadas como las posibles secuelas de este proceso inhumano, la tasa de suicidios aumenta después de que las personas han aceptado las operaciones de mutilación.
Los que modifican su aspecto exterior y llegan a arrepentirse, sobre todo cuando salen de las incertidumbres de la adolescencia, descubren con demasiada frecuencia que su decisión no es reversible, como se les había dicho. ¿A quién dirigirse entonces? No quieren volver a los asesores que les separaron de la familia, interrumpieron su escolarización, les dieron un vocabulario nuevo, casi ininteligible y en constante cambio, y les pusieron en una senda de cambios totalmente autodestructivos que garantizan medicación de por vida y múltiples tipos de daños en cuerpos sanos. Pero la sociedad en la que vivimos persigue a los que quieren proporcionar ayuda real a los enfermos de identidad. Al igual que los que ahora pierden su libertad -como los pacíficos antiabortistas que van a la cárcel por rezar y ofrecer ayuda a las mujeres que desean abortar-, las personas y los países que se oponen a la transexualidad corren el riesgo de sufrir graves penas por decir la verdad con amor.
Aunque las diferentes ideologías son cambiantes y confusas, muchos cambios en la sociedad tienden hacia ciertos puntos finales. Estos son:
(1) Cualquier cambio es posible, independientemente de su realidad(2) La afirmación pública de los cambios autodeclarados en la identidad sexual de una persona es “un derecho”(3) La medicina ya no trata sobre la curación, sino sobre la expresión de “servicios” incluso innecesarios para ganar dinero.
No se puede exagerar el impacto devastador de todo esto en las personas vulnerables, sus familias y la sociedad. Es casi imposible rastrear y gobernar, incluso médicamente, lo que está ocurriendo, porque las llamadas “clínicas de salud de género” no llevan registros adecuados y no necesariamente pueden hacer un seguimiento de las personas que han pasado por sus puertas.
Pero a medida que surgen informes e investigaciones, podemos ver un origen a todo esto. En la “Conferencia sobre la Mujer” celebrada en Pekín en 1995, se acordó que los hombres son biológicamente hombres y las mujeres biológicamente mujeres. Sin embargo, ha habido un intento sistemático de redefinir el lenguaje de manera que la anticoncepción, el aborto y ahora la ideología de género estén cada vez más “inmersos” e “implícitos” en acuerdos no vinculantes que emanan de la burocracia de las Naciones Unidas.
Ciertos sectores de la ONU también están redefiniendo a los grupos provida como “antiderechos” para desacreditarlos y “alejar” a otros de ellos. Sin embargo, los supuestos “derechos” que defienden no están arraigados en la naturaleza humana y la justicia, sino que son “derechos reclamados” que poderosos organismos están imponiendo al mundo entero: la anticoncepción, el aborto y, ahora, un lenguaje casi ininteligible de identidades múltiples que no son reales ni expresan la realidad de que cada uno de nosotros es hombre o mujer.
Esto ha engendrado tal confusión que incluso la propia Relatora Especial de la ONU sobre la violencia contra la mujer afirma que la burocracia de la ONU se ha desviado tanto de sus acuerdos vinculantes de 1995 que se han puesto en peligro las necesidades reales de las mujeres. Entre ellas, lugares seguros que ya no lo son y deportes separados por sexos en los que las mujeres corren peligro o son injustamente derrotadas y desmoralizadas por la creciente injusticia de que sus competiciones estén dominadas por hombres que dicen ser mujeres.
La indiferencia ante los informes objetivos sobre las mutilaciones de género demuestra que existe una cierta “sordera” ante el daño causado a quienes son llevados en manada por el camino del cambio de cuerpo. Hay dos razones obvias para ello. La primera son las asombrosas sumas de dinero que se ganan con operaciones innecesarias y perjudiciales y la dependencia de productos químicos igualmente innecesarios que los jóvenes deberán consumir el resto de sus vidas. La segunda son las tácticas lingüísticas cada vez más agresivas de los defensores de la ideología de género. Estos activistas atacan a cualquiera y a todos los que no están de acuerdo con ellos, al tiempo que no asumen ninguna responsabilidad por el daño causado a las personas, muchas de las cuales son muy jóvenes, y por el caos que han provocado en la sociedad, tanto a nivel nacional como internacional.
¿Qué podemos concluir sino que la ideología de género es otra forma de propaganda contra la población? Esa ideología lleva muchos años extendiendo sus tentáculos y está empezando a estrangular tanto la libertad de expresión como la objeción natural al daño que se hace a los individuos y a las sociedades. Si no se corrigen los procesos burocráticos y la riqueza fortuita que generan, y si no se devuelve a la ONU a sus fundamentos originales y justos, ¿adónde conducirán sino a una mentalidad profundamente antihumana?
Afortunadamente, hay muchos motivos para la esperanza, entre ellos las numerosas organizaciones que reconocen el daño concreto que el transgenerismo causa a los jóvenes, la aparente impermeabilidad de los activistas de género a las reacciones constructivas, y la ayuda de Dios, de Su Iglesia y de otras personas de buena voluntad.
Life Site News
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