Por Matthew McCusker
Una de las preguntas más difíciles pero importantes que enfrentan los católicos hoy es si el hombre que afirma ser el Sucesor de San Pedro, y es generalmente considerado como tal, ocupa realmente el papado.
En un artículo anterior, resumí una serie de argumentos que llevan a la conclusión de que Francisco no es el Papa y que la Santa Sede está actualmente vacante. En un artículo posterior, presenté el argumento de la herejía pública con más detalle.
El argumento de la herejía pública se basa en la doctrina católica sobre
(a) las consecuencias de la profesión pública de herejía sobre la membresía de una persona en la Iglesia, y(b) la unidad perpetua y visible de fe que posee la Iglesia Católica.
La aplicación de estos principios teológicos nos lleva a la conclusión de que un hereje público no podría ser el Papa, y que la aparente existencia de un “papa herético” es explicable sólo por
(a) un pretendiente que de hecho nunca tuvo la elección para el papado, ya sea por herejía pública existente o alguna otra razón o(b) un verdadero Papa que perdió el cargo debido a su caída en la herejía pública, o alguna otra razón (apostasía pública, cisma público, locura, renuncia).
La conclusión de mi argumento se desprende lógicamente de las premisas. Si se debe cuestionar la conclusión, entonces deben cuestionarse las premisas.
Sin embargo, los defensores de las pretensiones papales de Francisco a menudo apuntan a una cadena paralela de razonamiento que parte de principios teológicos diferentes – los relativos a la “adhesión/aceptación universal y pacífica” de un hombre como Papa (en adelante UPA, las siglas en inglés de Universal and Peaceful Adherence/Acceptance) – para llegar a la conclusión contraria de que Francisco debe ser el Papa.
Sin embargo, los defensores de las pretensiones papales de Francisco a menudo apuntan a una cadena paralela de razonamiento que parte de principios teológicos diferentes – los relativos a la “adhesión/aceptación universal y pacífica” de un hombre como Papa (en adelante UPA, las siglas en inglés de Universal and Peaceful Adherence/Acceptance) – para llegar a la conclusión contraria de que Francisco debe ser el Papa.
Si dos argumentos, basados en principios teológicos diferentes, llegan a una conclusión contradictoria, entonces las premisas de uno de los argumentos deben ser incorrectas.
En este artículo explicaré por qué no creo que el argumento de la UPA conduzca con seguridad a la conclusión de que Jorge Mario Bergoglio debe ser aceptado como un verdadero Papa.
El argumento de la “adhesión pacífica y universal”
Un número impresionante de teólogos católicos sostienen que la adhesión universal y pacífica de la Iglesia a un hombre como Papa es una señal infalible de que el pretendiente es en verdad el verdadero Papa. Basándose en esta conclusión teológica, argumentan lo siguiente:
Si un hombre es aceptado universal y pacíficamente como Papa, queda establecido sin lugar a dudas que ese hombre es Papa. Francisco es aceptado universal y pacíficamente como Papa, por lo tanto queda establecido sin lugar a dudas que él es el Papa.Los defensores de este argumento afirman que Francisco ha sido aceptado universal y pacíficamente como Papa porque todos los obispos que dirigen las iglesias locales y ejercen la jurisdicción ordinaria en la Iglesia, y todos los miembros del Colegio Cardenalicio, declaran públicamente que él es el Papa; y todos, hasta donde sabemos, lo nombran en el canon de la Misa.
Es un argumento sólido y digno de respeto, pero creo que, en última instancia, fracasa. Quisiera presentar brevemente dos argumentos en contra y luego analizar uno de ellos con más profundidad.
Argumento 1
La doctrina de la adhesión universal y pacífica fue propuesta por los teólogos como un medio para explicar cómo la Iglesia podía obtener certeza sobre la identidad del Papa, a pesar de los defectos reales o supuestos en la forma de su elección. Por lo tanto, sostenían que la adhesión universal y pacífica a un hombre como Papa era suficiente para generar certeza sobre su identidad.
Una lectura superficial de los textos de estos teólogos podría llevar al lector a suponer que una vez que se puede demostrar que un hombre recibió adhesión universal y pacífica en algún momento después de su elección, su pretensión al papado no puede ser cuestionada por ningún motivo.
Sin embargo, una lectura más profunda muestra que esto es inconsistente con la doctrina más amplia de estos autores. Esto se debe a que muchos de los teólogos que proponen la teoría de la UPA también sostienen que un hereje público no puede ser papa y que, si un verdadero papa cayera en la herejía pública, dejaría de ser papa.
Como dice el cardenal Louis Billot, uno de los teólogos cuya explicación de la UPA se cita regularmente, “la cuestión es si es posible que una persona debidamente elegida y elevada de una vez por todas al pontificado pueda en un momento u otro dejar de ser activa en el pontificado” [1].
Como expliqué en mi artículo anterior, los teólogos están divididos sobre la cuestión de si un verdadero Papa puede caer en la herejía pública. Algunos consideran que lo más probable es que esto nunca ocurra. Si esta opinión es cierta –como bien puede serlo– la aparente aparición de un “Papa herético” sólo puede explicarse por el hecho de que el pretendiente nunca ha ejercido el cargo.
Otros teólogos aceptan la posibilidad de que un papa caiga en la herejía pública (o incluso sostienen que es la opinión más probable). Enseñan que un papa así perdería su cargo, y se proponen diversas explicaciones sobre cómo se produciría esa pérdida o cómo se la reconocería. Están de acuerdo entre sí en que la herejía pública es incompatible con el ejercicio del papado.
Billot, al igual que San Roberto Belarmino, sostiene que es más probable que un verdadero Papa no caiga en la herejía pública. Pero, escribe Billot, si esto ocurriera, “todos admiten que el vínculo de comunión y subordinación tendrá que ser eliminado a causa de las autoridades divinas que expresamente ordenan la separación de los herejes” [2]. Y, de las teorías que explican cómo un papa herético podría perder su cargo, Billot sostiene que la pérdida automática del cargo, “parece seguir la única manera en que los principios absolutamente ciertos de la constitución eclesiástica, hasta ahora intactos, se preservan” [3].
Billot sostiene que la UPA es una señal infalible de que un hombre es verdaderamente el Papa, pero Billot también sostiene que si un verdadero Papa cayera en la herejía pública, perdería automáticamente el cargo. Por lo tanto, parecería claro que la UPA es algo que se puede perder.
La Iglesia puede adherirse universal y pacíficamente a un hombre como Papa, y esto es una señal infalible de que él es verdaderamente Papa. Pero si ese hombre deja de ser Papa, por ejemplo, al caer en una herejía pública, la Iglesia, como resultado de esta acción pública del pontífice, le retirará su adhesión universal y pacífica. La forma en que se manifiesta esta retirada quedará más clara más adelante en este artículo.
Aquí se puede notar que es claramente inadmisible utilizar la teoría de la adhesión universal y pública, tal como la proponen teólogos como Billot, de modo que se prive a la Iglesia universal de la capacidad de reconocer que un verdadero Papa ha caído en la herejía pública y de retirarle su adhesión. Hacerlo así va más allá de las intenciones de los teólogos que la proponen.
Como expliqué en mi artículo anterior, los teólogos están divididos sobre la cuestión de si un verdadero Papa puede caer en la herejía pública. Algunos consideran que lo más probable es que esto nunca ocurra. Si esta opinión es cierta –como bien puede serlo– la aparente aparición de un “Papa herético” sólo puede explicarse por el hecho de que el pretendiente nunca ha ejercido el cargo.
Otros teólogos aceptan la posibilidad de que un papa caiga en la herejía pública (o incluso sostienen que es la opinión más probable). Enseñan que un papa así perdería su cargo, y se proponen diversas explicaciones sobre cómo se produciría esa pérdida o cómo se la reconocería. Están de acuerdo entre sí en que la herejía pública es incompatible con el ejercicio del papado.
Billot, al igual que San Roberto Belarmino, sostiene que es más probable que un verdadero Papa no caiga en la herejía pública. Pero, escribe Billot, si esto ocurriera, “todos admiten que el vínculo de comunión y subordinación tendrá que ser eliminado a causa de las autoridades divinas que expresamente ordenan la separación de los herejes” [2]. Y, de las teorías que explican cómo un papa herético podría perder su cargo, Billot sostiene que la pérdida automática del cargo, “parece seguir la única manera en que los principios absolutamente ciertos de la constitución eclesiástica, hasta ahora intactos, se preservan” [3].
Billot sostiene que la UPA es una señal infalible de que un hombre es verdaderamente el Papa, pero Billot también sostiene que si un verdadero Papa cayera en la herejía pública, perdería automáticamente el cargo. Por lo tanto, parecería claro que la UPA es algo que se puede perder.
La Iglesia puede adherirse universal y pacíficamente a un hombre como Papa, y esto es una señal infalible de que él es verdaderamente Papa. Pero si ese hombre deja de ser Papa, por ejemplo, al caer en una herejía pública, la Iglesia, como resultado de esta acción pública del pontífice, le retirará su adhesión universal y pacífica. La forma en que se manifiesta esta retirada quedará más clara más adelante en este artículo.
Aquí se puede notar que es claramente inadmisible utilizar la teoría de la adhesión universal y pública, tal como la proponen teólogos como Billot, de modo que se prive a la Iglesia universal de la capacidad de reconocer que un verdadero Papa ha caído en la herejía pública y de retirarle su adhesión. Hacerlo así va más allá de las intenciones de los teólogos que la proponen.
Argumento 2
En efecto, la Iglesia Católica no se adhiere universal y pacíficamente a Francisco en el modo que exigen los teólogos que explican esta doctrina; es decir, no se adhiere universal y pacíficamente a él como “regla viviente de la fe”, en cuya sumisión la Iglesia Católica adquiere su milagrosa y perpetua unidad de fe. Por el contrario, muchos católicos, incluidos cardenales y obispos, se niegan públicamente a someterse a “su enseñanza” sobre la fe y la moral, tal como se encuentra en varios documentos dirigidos a la Iglesia universal, como el Catecismo revisado de la Iglesia Católica, que propone la negación herética de la legitimidad de la pena capital en un texto presentado a la Iglesia universal como “norma segura de fe”.
Al negarse abiertamente a someterse a Francisco como “regla viva de fe”, estos cardenales y obispos parecen estar negándose a adherirse pacíficamente a él como Romano Pontífice, aun cuando se abstengan (por ahora) de declarar públicamente que él no es el Papa.
Para que este artículo sea lo más breve posible, trataré ahora el segundo de estos argumentos con mayor profundidad.
Una mirada más cercana a la doctrina de la adhesión universal y pacífica
Como hemos visto más arriba, la doctrina de la adhesión universal y pacífica nos dice que cuando la Iglesia universal se adhiere a un hombre particular como el Romano Pontífice, tenemos certeza (sobre cuyo grado no están de acuerdo los teólogos) de que ese hombre es de hecho el Papa.
Esta doctrina la expresa claramente el cardenal Billot, que escribe:
Pero sea cual fuere la opinión que se tenga sobre la posibilidad o imposibilidad de la hipótesis antes mencionada, al menos hay un punto que debe mantenerse como absolutamente inquebrantable y firmemente establecido más allá de toda duda: la sola adhesión de la Iglesia universal será siempre por sí misma un signo infalible de la legitimidad de la persona del Pontífice y, lo que es más, incluso de la existencia de todas las condiciones requeridas para la legitimidad misma. No es necesario buscar pruebas lejanas de esta afirmación. La razón es que se toma inmediatamente de la promesa infalible de Cristo y de la providencia. Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella, y He aquí que yo estoy con vosotros todos los días. Ciertamente, que la Iglesia se adhiriera a un falso pontífice sería lo mismo que si se adhiriera a una falsa regla de fe, puesto que el Papa es la regla viva que la Iglesia debe seguir en la creencia y que siempre sigue de hecho, como se verá aún más claramente en lo que se dirá más adelante.Continúa:
Dios puede permitir que en algún momento la vacancia de la sede se prolongue por un tiempo considerable, o que surja alguna duda sobre la legitimidad de uno u otro elegido, pero no puede permitir que toda la Iglesia reciba como pontífice a un hombre que no sea verdadero y legítimo. Por lo tanto, desde el momento en que ha sido aceptado y unido a la Iglesia como cabeza del cuerpo, no podemos seguir considerando la cuestión de un posible error en la elección o de la falta de alguna condición necesaria para la legitimidad, porque la mencionada adhesión de la Iglesia sana radicalmente el error en la elección e indica infaliblemente la existencia de todas las condiciones requeridas [4].La referencia a la infalibilidad en este contexto puede sorprender a algunos lectores. Existe un error común en la idea de que sólo la enseñanza de la Iglesia sobre las doctrinas divinamente reveladas puede ser infalible. La doctrina revelada es, en efecto, el objeto primario de la infalibilidad. Sin embargo, los teólogos también hablan del “objeto secundario de la infalibilidad”, que consiste en aquellas “otras verdades que se requieren necesariamente para custodiar todo el depósito de la revelación” [5].
Estas verdades, según Monseñor Van Noort, “están tan estrechamente ligadas al depósito revelado que la revelación misma estaría en peligro a menos que se pudiera tomar una decisión absolutamente cierta sobre ellas” [6].
Muchos defensores de la UPA sostienen que la identidad del Papa es una de esas verdades. El Papa es el maestro y gobernador supremo de la Iglesia. Es la regla suprema de la fe, por quien se mantiene la unidad de la profesión de la verdadera fe en la Iglesia. Por lo tanto, su identidad es un objeto secundario propio de la infalibilidad de la Iglesia.
El reverendo Sylvester Berry comenta sobre la aplicación de la infalibilidad secundaria a la identidad del Papa:
Un hecho dogmático es aquel que no ha sido revelado, pero que está tan íntimamente conectado con una doctrina de fe que sin un conocimiento cierto del hecho no puede haber un conocimiento cierto de la doctrina. Por ejemplo, ¿fue el Concilio Vaticano verdaderamente ecuménico? ¿Fue Pío IX un papa legítimo? ¿Fue válida la elección de Pío XI? Tales cuestiones deben ser decididas con certeza antes de que los decretos emitidos por cualquier concilio o papa puedan ser aceptados como infaliblemente verdaderos o vinculantes para la Iglesia. Es evidente, entonces, que la Iglesia debe ser infalible al juzgar tales hechos, y dado que la Iglesia es infalible tanto en la creencia como en la enseñanza, se sigue que el consentimiento prácticamente unánime de los obispos y los fieles al aceptar un concilio como ecuménico, o a un Pontífice Romano como legítimamente elegido, da certeza absoluta e infalible del hecho [7].Como se sugirió antes, una lectura superficial de estos textos podría parecer que lleva inevitablemente a la conclusión de que Francisco debe ser aceptado como Papa. Sin embargo, como también hemos visto, el propio Billot sostiene (como también lo hacen Berry y otros teólogos que expresan la UPA con la misma firmeza) que si un verdadero Papa cayera en la herejía, dejaría de ser Papa y, por lo tanto, necesariamente, un Papa que alguna vez poseyó la UPA dejaría de poseerla.
Parecería, por lo tanto, que hay una contradicción. Por un lado, la UPA da la certeza infalible de que un hombre es verdaderamente el Papa. Por otro lado, un hombre que posee la UPA podría, según Billot y otros, dejar de ser Papa.
Esta aparente contradicción se evapora cuando examinamos más de cerca lo que significa “adherirse” a un hombre como el Romano Pontífice.
¿Qué significa adherirse pacíficamente al Romano Pontífice?
En el pasaje citado arriba el Cardenal Billot escribe que “la sola adhesión de la Iglesia universal será siempre de por sí un signo infalible de la legitimidad de la persona del Pontífice” porque “para la Iglesia adherirse a un falso pontífice sería lo mismo que si adhiriera a una falsa regla de fe, ya que el Papa es la regla viva que la Iglesia debe seguir en la creencia y sigue siempre en los hechos” [8].
O reformulado: la adhesión de la Iglesia a un hombre como Romano Pontífice consiste en tomar a ese hombre como “la regla viva que la Iglesia debe seguir en la creencia y sigue siempre en los hechos”.
Juan de Santo Tomás fundamenta su doctrina de manera similar en el hecho de que “a la Iglesia le fue encomendado por Cristo el Señor elegir para sí un hombre que sería tal regla por un tiempo. Por lo tanto -continúa- así como corresponde al Papa y a la Iglesia determinar qué libros son canónicos, así también corresponde a la Iglesia determinar quién es el hombre elegido para el canon y como regla viviente de la fe” [9].
Someterse a un hombre como Papa, adherirse pacíficamente a él como Papa, es inseparable del acto de tomarlo como lo que necesariamente es, “la regla viva” de la fe católica.
Negarse a aceptar a un hombre como “regla viva que la Iglesia debe seguir en la creencia y sigue siempre en la fe”, es negarse a aceptarlo como Papa.
Pero antes de preguntarnos si la Iglesia Católica acepta o no a Francisco como su “regla viva”, examinemos esta doctrina un poco más de cerca.
El Papa como “regla viva de la fe”
El Divino Jefe de la Iglesia Católica, Nuestro Señor Jesucristo, instituyó su Cuerpo Místico para la salvación de la humanidad. Ha ordenado que todos entren en ella como “la única arca de salvación”, pues “quien no entre, perecerá en el diluvio” [10].
Para que a todas las almas les resulte más fácil identificar la verdadera Iglesia, Nuestro Señor la estableció como un cuerpo visible, con cuatro signos distintivos que son claramente identificables para cualquier persona de buena voluntad. Estos cuatro signos forman parte de la constitución divinamente establecida de la Iglesia, nunca se pueden perder y siempre son claramente visibles. Son:
● Unidad
● Santidad
● Catolicidad
● Apostolicidad
Por lo tanto, nos referimos a la verdadera Iglesia de Cristo como la Una Santa Iglesia Católica y Apostólica. La Iglesia es necesariamente Una, es decir, siempre está unida en la fe, el culto y el gobierno. La Iglesia es necesariamente Santa, es decir, posee perpetuamente la doctrina y los Sacramentos que santifican, y produce virtud heroica en numerosas almas en todas las épocas. La Iglesia es necesariamente Católica, es decir, siempre está dispersa por el mundo y nunca está restringida a ninguna raza o nación en particular. La Iglesia es necesariamente Apostólica, es decir, está perpetuamente gobernada por obispos que han recibido tanto el poder de las órdenes como el poder de la jurisdicción en sucesión directa de los Apóstoles.
La Iglesia está gobernada por Nuestro Señor Jesucristo, quien ejerce un triple poder sobre su Iglesia, por medio de su Vicario, el Romano Pontífice, que es la Cabeza visible de la Iglesia militante, y por medio de los Sucesores de los Apóstoles que, con el Obispo de Roma, forman el Colegio Apostólico. Por su poder santificador, los hombres son santificados por los Sacramentos, y su Sacrificio se representa en nuestros altares. Por su poder de enseñanza, la fe católica se transmite infaliblemente a cada generación. Por su poder de gobierno, dirige a su rebaño hacia la vida eterna. Nuestro Señor Jesucristo es sacerdote, profeta y rey.
Porque la Iglesia está unida perpetuamente bajo el triple poder de Cristo, decimos que está unida (a) en la fe (bajo el poder de enseñar), (b) en el culto (bajo el poder de santificar) y (c) en el gobierno (bajo el poder de gobernar). Esta unidad nunca se puede perder –ni siquiera por un momento– y siempre será visible para los hombres y mujeres de buena voluntad.
De la perpetua unidad de la fe de la Iglesia, el Papa León XIII enseña:
La Iglesia está gobernada por Nuestro Señor Jesucristo, quien ejerce un triple poder sobre su Iglesia, por medio de su Vicario, el Romano Pontífice, que es la Cabeza visible de la Iglesia militante, y por medio de los Sucesores de los Apóstoles que, con el Obispo de Roma, forman el Colegio Apostólico. Por su poder santificador, los hombres son santificados por los Sacramentos, y su Sacrificio se representa en nuestros altares. Por su poder de enseñanza, la fe católica se transmite infaliblemente a cada generación. Por su poder de gobierno, dirige a su rebaño hacia la vida eterna. Nuestro Señor Jesucristo es sacerdote, profeta y rey.
Porque la Iglesia está unida perpetuamente bajo el triple poder de Cristo, decimos que está unida (a) en la fe (bajo el poder de enseñar), (b) en el culto (bajo el poder de santificar) y (c) en el gobierno (bajo el poder de gobernar). Esta unidad nunca se puede perder –ni siquiera por un momento– y siempre será visible para los hombres y mujeres de buena voluntad.
De la perpetua unidad de la fe de la Iglesia, el Papa León XIII enseña:
Todos los católicos profesan exactamente la misma fe, sin desviarse ni en una sola proposición:Una tan grande y absoluta concordia entre los hombres debe tener por fundamento necesario la armonía y la unión de las inteligencias, de la que se seguirá naturalmente la armonía de las voluntades y el concierto en las acciones. Por esto, según su plan divino, Jesús quiso que la unidad de la fe existiese en su Iglesia; pues la fe es el primero de todos los vínculos que unen al hombre con Dios, y a ella es a la que debemos el nombre de fieles.“Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Ef 4, 5). Es decir, del mismo modo que no tienen más que un solo Señor y un solo bautismo, así todos los cristianos del mundo no deben tener sino una sola fe [11].
Todo lo que ordena, lo ordena con la misma autoridad; en el asentimiento de espíritu que exige, no exceptúa nada, nada distingue. Aquellos, pues, que escuchaban a Jesús, si querían salvarse, tenían el deber no sólo de aceptar en general toda su doctrina, sino de asentir plenamente a cada una de las cosas que enseñaba. Negarse a creer, aunque sólo fuera en un punto, a Dios cuando habla es contrario a la razón [12].
Y:
Esta unidad milagrosa a través del tiempo y del espacio sólo es posible porque todo católico, sin excepción, se somete a una regla de fe externa. Por definición, católico es aquel que conforma su intelecto a esta regla de fe que propone el magisterio de la Iglesia, cuyo ejercicio supremo corresponde al Sucesor de San Pedro.
Es mediante la adhesión a esta suprema regla de fe, el Papa, que la Iglesia mantiene perpetuamente la unidad de la fe que le fue otorgada por Jesucristo.
Consideremos ahora nuevamente el pasaje del cardenal Billot citado arriba:
Tal ha sido constantemente la costumbre de la Iglesia, apoyada por el juicio unánime de los Santos Padres, que siempre han mirado como excluido de la comunión católica y fuera de la Iglesia a cualquiera que se separe en lo más mínimo de la doctrina enseñada por el magisterio auténtico. San Epifanio, San Agustín, Teodoreto, han mencionado un gran número de herejías de su tiempo. San Agustín hace notar que otras clases de herejías pueden desarrollarse, y que, si alguno se adhiere a una sola de ellas, por ese mismo hecho se separa de la unidad católica. (S. Augustinus, De Haeresibus, n. 88) [13].Todos sabemos que cuando los seres humanos se reúnen en cualquier organización, en cualquier ámbito, en cualquier familia, pronto se ponen en desacuerdo y adoptan posiciones diferentes. ¿Cómo es posible, entonces, que millones de hombres, mujeres y niños en todo el mundo profesen exactamente la misma fe, y no sólo en un momento dado, sino durante casi dos mil años?
Esta unidad milagrosa a través del tiempo y del espacio sólo es posible porque todo católico, sin excepción, se somete a una regla de fe externa. Por definición, católico es aquel que conforma su intelecto a esta regla de fe que propone el magisterio de la Iglesia, cuyo ejercicio supremo corresponde al Sucesor de San Pedro.
Es mediante la adhesión a esta suprema regla de fe, el Papa, que la Iglesia mantiene perpetuamente la unidad de la fe que le fue otorgada por Jesucristo.
Consideremos ahora nuevamente el pasaje del cardenal Billot citado arriba:
“la sola adhesión de la Iglesia universal será siempre de por sí un signo infalible de la legitimidad de la persona del Pontífice” y, más aún, incluso de la existencia de todas las condiciones requeridas para la legitimidad misma. No es necesario buscar pruebas lejanas de esta afirmación. La razón es que se toma inmediatamente de la promesa infalible de Cristo y de la providencia. Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella, y He aquí que yo estoy con vosotros todos los días. Ciertamente, que la Iglesia se adhiriera a un falso pontífice sería lo mismo que si se adhiriera a una falsa regla de fe, puesto que el Papa es la regla viva que la Iglesia debe seguir en la creencia y que siempre sigue de hecho, como se verá aún más claramente en lo que se dirá más adelante.
La Iglesia no puede adherirse universal y pacíficamente a un falso pontífice, porque eso equivale a apartarse de la fe católica. Esto se desprende del hecho de que adherirse a un hombre como Papa es inseparable de adherirse a él como regla de fe. La Divina Providencia asegura que esto nunca ocurrirá.
Por lo tanto, cuando la Iglesia se somete a un hombre como “regla viviente de la fe”, ese hombre necesariamente debe ser el Papa.
Si la Iglesia Católica se adhiere universal y pacíficamente a Francisco como la “regla viviente de la fe”, entonces parecería difícil negar que él es Papa.
Pero ¿le ofrece ella tal adhesión de manera universal y pacífica?
Por lo tanto, cuando la Iglesia se somete a un hombre como “regla viviente de la fe”, ese hombre necesariamente debe ser el Papa.
Si la Iglesia Católica se adhiere universal y pacíficamente a Francisco como la “regla viviente de la fe”, entonces parecería difícil negar que él es Papa.
Pero ¿le ofrece ella tal adhesión de manera universal y pacífica?
¿Se adhiere la Iglesia Católica a Francisco como “regla viva de fe”?
La Iglesia Católica es:
La sociedad de los hombres que, por la profesión de la misma fe y por la participación de los mismos sacramentos, forman, bajo el gobierno de los pastores apostólicos y de su cabeza, el reino de Cristo en la tierra [14].Son miembros de la Iglesia aquellos que (a) están bautizados, (b) profesan públicamente la fe católica, (c) se someten a las autoridades legítimas de la Iglesia y (d) no están bajo sentencia de excomunión perfecta.
Aquí vale la pena repetir la explicación del cardenal Billot de la herejía como la elección de una regla de fe distinta de la del magisterio de la Iglesia Católica:
Según el origen del término y el sentido constante de toda la tradición, se llama propiamente hereje a quien, después de haber recibido el cristianismo en el sacramento del bautismo, no acepta la regla de lo que se debe creer del magisterio de la Iglesia, sino que escoge de otro lugar una regla de creencia sobre las cuestiones de la fe y de la doctrina de Cristo: ya siga a otros doctores y maestros de la religión, ya se adhiera al principio del libre examen y profese una completa independencia de pensamiento, o finalmente descrea incluso de un solo artículo de los que la Iglesia propone como dogmas de fe [15].El católico elige como regla de fe el Magisterio de la Iglesia Católica, ejercido principalmente por el Papa. El hereje elige otra cosa.
La pregunta que debemos hacernos es ésta: ¿La Iglesia católica, es decir, “la sociedad de hombres” que comparten la “profesión de la misma fe”, se somete a Francisco como su “cabeza” y, por lo tanto, su “regla viva de fe”?
Una de las razones por las que he llamado la atención sobre la definición de la Iglesia y los criterios de pertenencia aquí es para dejar claro que sólo nos interesa si la Iglesia Católica acepta a Francisco como su cabeza, no a aquellos que ya se han apartado de su profesión pública de fe. No esperamos que la Iglesia Ortodoxa Rusa o el Sínodo Anglicano nos digan quién es el Papa. Tampoco deberíamos fijarnos en aquellos que por su herejía pública se han separado claramente del Cuerpo Místico de Cristo.
Desde el concilio Vaticano II existe un cisma de facto entre quienes buscan adherirse fielmente a la revelación divina confiada a la Iglesia católica y transmitida infaliblemente por el magisterio eclesiástico, y quienes, abandonando cualquier intento de fidelidad, siguen claramente una regla de fe diferente.
Para los fines de este artículo, no es necesario trazar una línea absolutamente nítida entre quién es miembro de la Iglesia Católica y quién está alineado con ese otro grupo, que podríamos llamar la “iglesia sinodal conciliar”, si queremos definirlos con su propia autodescripción. Simplemente es necesario dejar en claro que al evaluar si la Iglesia Católica acepta a Francisco como la “regla viviente de fe”, solo nos interesan aquellos que buscan su regla de fe en el Magisterio de la Iglesia Católica, no en aquellos que la buscan en otra parte.
Ya he señalado que durante el supuesto pontificado de Francisco se han observado decenas (si no cientos) de desviaciones públicas de la fe divina y católica, lo que manifiesta claramente que Francisco no toma su regla de fe de la Iglesia Católica, sino que sigue una regla propia. Llamé la atención en particular a las siete herejías que Francisco presentó a la Iglesia universal en la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, a la corrección pública que le siguió y a la negativa de Francisco a retractarse de esas herejías.
Desde la publicación de Amoris Laetitia, los obispos han estado divididos entre sí sobre la interpretación de su permiso para que los “divorciados vueltos a casar” reciban la Sagrada Comunión. Por ejemplo, los obispos polacos emitieron una declaración defendiendo la doctrina ortodoxa, mientras que los obispos argentinos emitieron una declaración adhiriéndose a la posición errónea propuesta en Amoris Laetitia. Francisco, mediante un acto oficial, establecido en Acta Apostolicae Sedis, confirmó la interpretación de los obispos argentinos como reflejo de su verdadero significado.
Aquí vemos dos puntos con gran claridad: (a) Francisco se aparta públicamente de la regla de fe propuesta por el magisterio de la Iglesia Católica y (b) partes significativas del episcopado se niegan a seguirlo como la “regla viva de fe”.
Los ejemplos de este tipo se pueden multiplicar. Se han emitido numerosas dubia y correcciones públicas, a menudo respaldadas públicamente por cardenales y obispos, todas ellas manifestando el rechazo colectivo de los fieles católicos a adherirse a Francisco como su “regla de fe viva”.
De hecho, se puede afirmar con seguridad que cuanto más se empeña una persona en adherirse fielmente a todo lo que la Iglesia siempre ha enseñado, más desconfiada se vuelve de todo lo que le viene de Francisco. Esto es precisamente lo contrario de lo que se esperaría ver al observar la relación entre los fieles católicos y aquel a quien consideran “Sucesor de San Pedro” y “regla viva de la fe”.
Este estado de sospecha, de reserva de juicios, de comparación interminable entre la doctrina propuesta por Francisco y la enseñanza previa del Magisterio, impregna a toda la Iglesia. Es la disposición de cardenales y obispos de todo el mundo, así como de decenas de miles –o más– de clérigos y laicos.
Será útil aquí considerar la diferencia entre la “regla de fe próxima” y la “regla de fe remota”.
La regla de fe próxima es el magisterio eclesiástico tal como existe en el presente. Es la enseñanza del Papa y de los obispos en la actualidad.
La regla de fe remota es la Escritura y la Tradición.
El teólogo Joachim Salaverri resume:
La Escritura y la Tradición son, por lo tanto, la regla remota y objetiva de la fe, porque de ellas, como de fuentes, el Magisterio extrae lo que se propone creer a los fieles.Cuando hablamos de someternos al Papa como “regla viviente de fe”, queremos decir que lo tomamos a él, y a los obispos que enseñan en unión con él, como la “regla próxima” de lo que debemos creer. Sabemos también, por nuestra fe en las promesas de Cristo, que la enseñanza de la “regla próxima” nunca se desviará de la “regla remota”.
El Magisterio, sin embargo, es la regla próxima y activa de la fe, porque inmediatamente de él están obligados los fieles a aprender lo que deben creer acerca de aquellas cosas que están contenidas en las fuentes de la revelación, y lo que deben mantener acerca de aquellas cosas que tienen una conexión necesaria con las verdades reveladas [16].
Pero hoy los fieles católicos no se acercan a Francisco de esta manera. En cambio, continuamente comparan su doctrina con la contenida en la Escritura y la Tradición, la “regla remota de la fe”, para juzgar por sí mismos si es ortodoxa. Lo hacen porque saben que, como resultado de su alejamiento público de la fe católica, no es un maestro legítimo de la fe. Así, vemos un ejemplo de cómo la Iglesia Católica retiene su adhesión a un hereje, una vez que la herejía se hace conocida.
Si bien la herejía de Francisco hace que esta retención de adhesión sea obligatoria para los católicos, se trata de una clara inversión de la relación adecuada entre el Papa y los fieles, entre el maestro y el enseñado, y manifiesta claramente que los católicos no toman a Francisco como su regla viva de fe.
La disposición de los católicos hacia un verdadero Papa está bellamente expresada por el Papa Pío XI en su carta encíclica Casti Connubii, donde escribe: “es propio de todo verdadero discípulo de Jesucristo, sea sabio o ignorante, dejarse gobernar y conducir, en todo lo que se refiere a la fe y a las costumbres, por la santa madre Iglesia, por su supremo Pastor, el Romano Pontífice, a quien rige el mismo Jesucristo Señor Nuestro” [17].
Pero nadie que quiera conservar la fe católica se dejaría jamás “guiar y conducir en todo lo que toca a la fe o a la moral” por Jorge Mario Bergoglio.
Un ejemplo: la pena capital
La Iglesia Católica enseña que el uso de la pena capital por parte del Estado es legítimo en determinadas circunstancias. Esta enseñanza es infalible en virtud del magisterio universal y ordinario. Está contenida en la Sagrada Escritura y en los monumentos de la Sagrada Tradición y ha sido propuesta de nuevo a los fieles en cada generación por el magisterio en todos los lugares.
Uno de los instrumentos con los que se instruye a los fieles son los catecismos. Especialmente autorizados son los aprobados por la Santa Sede. Sobre el tema de la pena capital, el Catecismo del Concilio de Trento, promulgado por el Papa San Pío V, enseña:
Porque como el fin de este mandamiento es mirar por la vida y salud de los hombres, a eso mismo se enderezan también los castigos de los magistrados, que son los vengadores legítimos de las maldades: para que reprimida la osadía y la injuria con las penas, esté segura la vida de los hombres.
Porque bien mirado su espíritu, es una defensa muy poderosa de la vida de cada uno: pues por estas palabras: No matarás, totalmente se veda el homicidio.Por eso decía David: En la mañana quitaba yo la vida a todos los pecadores de la tierra, por acabar en la Ciudad de Dios con todos los obradores de maldad [18].
El Catecismo del Papa San Pío X enseña:
Pero el 2 de agosto de 2018, Francisco modificó formalmente el “Catecismo de la Iglesia Católica” para excluir por completo la legitimidad de la pena capital:
Francisco ha propuesto su propia regla de fe, en directa contradicción con la de la Iglesia Católica, y la ha incorporado a un “catecismo” que pretende ser, como el Catecismo del Concilio de Trento, un instrumento de enseñanza oficial de la Santa Sede, para ser utilizado en toda la Iglesia universal para la enseñanza de la fe católica.
“Este Catecismo –afirma el texto– pretende presentar una síntesis orgánica de los contenidos esenciales y fundamentales de la doctrina católica, tanto en lo que se refiere a la fe como a la moral, a la luz del Concilio Vaticano II y de toda la Tradición de la Iglesia. Sus principales fuentes son las Sagradas Escrituras, los Padres de la Iglesia, la Liturgia y el Magisterio de la Iglesia. Quiere servir de punto de referencia a los catecismos o compendios que se redactan en los diversos países”. Y continúa: “Esta obra –afirma el texto– se dirige principalmente a los responsables de la catequesis: en primer lugar a los obispos, como maestros de la fe y pastores de la Iglesia. Se les ofrece como instrumento para que cumplan su responsabilidad de enseñar al Pueblo de Dios” [20]. Juan Pablo II había afirmado que :
La situación es muy clara: la única manera de que los católicos conserven la fe es negarse a aceptar que esta enmienda al catecismo sea legítima. Es decir, los católicos deben negarse a aceptar un texto catequético presentado a la Iglesia universal por quien pretende ser la regla suprema y viva de la fe católica.
En respuesta a esta herejía, una multitud de católicos han manifestado claramente su determinación de permanecer fieles a la verdadera regla de fe y rechazar la doctrina alternativa propuesta por Francisco. La mayoría de los lectores de este artículo estarán entre ellos. Y entre nosotros hay cardenales y obispos que también han dejado clara su negativa a aceptar esta falsa doctrina. Por ejemplo, el 31 de mayo de 2019, una declaración firmada por el cardenal Burke y el cardenal Pujats, el arzobispo Peta de Astaná y otros dos obispos, rechazaron públicamente la enseñanza de Francisco, adhiriéndose en cambio a la siguiente posición:
Y una vez más, estos ejemplos de cardenales y obispos que apelan públicamente a la enseñanza de Francisco como referencia a la remota regla de fe se han ido multiplicando durante más de una década.
Semejante estado de cosas simplemente no puede ser descrito, con convicción o credibilidad, como una “adhesión universal y pacífica” de la Iglesia Católica a Francisco como la “regla viva de fe”.
Es lícito matar cuando se combate en una guerra justa; cuando se ejecuta por orden de la Autoridad Suprema una sentencia de muerte en castigo de un delito; y, finalmente, en los casos de necesaria y lícita defensa de la propia vida contra un agresor injusto [19].Ésta es la regla de fe propuesta por el magisterio de la Iglesia Católica, a la que todos deben asentir.
Pero el 2 de agosto de 2018, Francisco modificó formalmente el “Catecismo de la Iglesia Católica” para excluir por completo la legitimidad de la pena capital:
Por tanto la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que “la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona”, y se compromete con determinación a su abolición en todo el mundo.Esta doctrina es herética y no puede ser profesada por nadie que desee seguir siendo miembro de la Iglesia Católica.
Francisco ha propuesto su propia regla de fe, en directa contradicción con la de la Iglesia Católica, y la ha incorporado a un “catecismo” que pretende ser, como el Catecismo del Concilio de Trento, un instrumento de enseñanza oficial de la Santa Sede, para ser utilizado en toda la Iglesia universal para la enseñanza de la fe católica.
“Este Catecismo –afirma el texto– pretende presentar una síntesis orgánica de los contenidos esenciales y fundamentales de la doctrina católica, tanto en lo que se refiere a la fe como a la moral, a la luz del Concilio Vaticano II y de toda la Tradición de la Iglesia. Sus principales fuentes son las Sagradas Escrituras, los Padres de la Iglesia, la Liturgia y el Magisterio de la Iglesia. Quiere servir de punto de referencia a los catecismos o compendios que se redactan en los diversos países”. Y continúa: “Esta obra –afirma el texto– se dirige principalmente a los responsables de la catequesis: en primer lugar a los obispos, como maestros de la fe y pastores de la Iglesia. Se les ofrece como instrumento para que cumplan su responsabilidad de enseñar al Pueblo de Dios” [20]. Juan Pablo II había afirmado que :
El Catecismo de la Iglesia Católica, que aprobé el pasado 25 de junio y cuya publicación ordeno hoy en virtud de mi autoridad apostólica, es una exposición de la fe de la Iglesia y de la doctrina católica, atestiguada o iluminada por la Sagrada Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio de la Iglesia. Lo declaro instrumento válido y legítimo para la comunión eclesial y norma segura para la enseñanza de la fe.Y, sin embargo, este documento de enseñanza supuestamente autorizado ahora se aparta abiertamente de la enseñanza infalible de la Iglesia Católica. Este mismo mes, agosto de 2024, Francisco ha vuelto a pedir la abolición de la pena capital y ha reafirmado la proposición herética contenida en el catecismo revisado, manifestando su persistencia en este error.
La situación es muy clara: la única manera de que los católicos conserven la fe es negarse a aceptar que esta enmienda al catecismo sea legítima. Es decir, los católicos deben negarse a aceptar un texto catequético presentado a la Iglesia universal por quien pretende ser la regla suprema y viva de la fe católica.
En respuesta a esta herejía, una multitud de católicos han manifestado claramente su determinación de permanecer fieles a la verdadera regla de fe y rechazar la doctrina alternativa propuesta por Francisco. La mayoría de los lectores de este artículo estarán entre ellos. Y entre nosotros hay cardenales y obispos que también han dejado clara su negativa a aceptar esta falsa doctrina. Por ejemplo, el 31 de mayo de 2019, una declaración firmada por el cardenal Burke y el cardenal Pujats, el arzobispo Peta de Astaná y otros dos obispos, rechazaron públicamente la enseñanza de Francisco, adhiriéndose en cambio a la siguiente posición:
De acuerdo con la Sagrada Escritura y la tradición constante del Magisterio ordinario y universal, la Iglesia no se equivocó al enseñar que el poder civil puede ejercer lícitamente la pena capital contra los malhechores cuando esto sea verdaderamente necesario para preservar la existencia o el justo orden de las sociedades (en inglés aquí).Al negarse a tratar a Francisco como “la regla próxima” de la fe, y al apelar a la “regla remota” de la fe, todos estos miembros de la Iglesia, incluidos cardenales y obispos, están manifestando su rechazo a someterse a Francisco como su “regla viva de fe”.
Y una vez más, estos ejemplos de cardenales y obispos que apelan públicamente a la enseñanza de Francisco como referencia a la remota regla de fe se han ido multiplicando durante más de una década.
Semejante estado de cosas simplemente no puede ser descrito, con convicción o credibilidad, como una “adhesión universal y pacífica” de la Iglesia Católica a Francisco como la “regla viva de fe”.
Conclusiones
Si los católicos universalmente y pacíficamente trataran a Francisco como la “regla viva de la fe” e hicieran suya la profesión de la doctrina propuesta en sus documentos de enseñanza oficiales, como el Catecismo revisado de la Iglesia Católica, la Iglesia habría desertado y dejado de existir, porque habría perdido la unidad de la fe que le fue otorgada por Jesucristo.
De hecho, la Iglesia católica se ha negado a adherirse a la falsa regla de la fe, como se ve en el número de católicos de todos los niveles de la Iglesia –laicos, obispos y cardenales– que han rechazado públicamente las herejías enseñadas por Francisco, ya sea en el “Catecismo” enmendado, Amoris Laetitia, o en otros documentos publicados con un carácter aparentemente oficial. Varios de estos clérigos han puesto su firma en documentos que acusan públicamente a Francisco de enseñar herejías.
Al hacerlo, se han negado públicamente a adherirse a Francisco como la “regla de fe viva”, prefiriendo en cambio adherirse públicamente a la regla de fe propuesta por el magisterio de la Iglesia Católica.
Como escribe el cardenal Billot: “la adhesión de la Iglesia a un falso Pontífice sería lo mismo que su adhesión a una falsa regla de fe, siendo el Papa la regla viva de fe que la Iglesia debe seguir y que de hecho sigue siempre”.
En resumen, si la Iglesia se adhiere pacífica y universalmente a un hombre como Papa, se adhiere a él como regla viva de fe. Pero la Iglesia no se adhiere pacífica y universalmente a Francisco como regla viva de fe. Por lo tanto, la Iglesia no se adhiere universal y pacíficamente a Francisco como Papa.
Entonces, el argumento de la adhesión universal y pacífica no puede utilizarse para llegar a la conclusión de que Francisco es el Papa.
De hecho, la doctrina de la adhesión universal y pacífica, que nos enseña que la Iglesia Católica nunca puede adherirse a una falsa regla de fe, sólo puede fortalecer nuestra convicción de que Jorge Mario Bergoglio no es el Papa.
Referencias
1) Cardenal Louise Billot SJ, Tractatus De Ecclesia Christi, 5ª edición, pp. 623-636 (Roma: Pontificia Universidad Gregoriana, 1927).
2) Billot, De Ecclesia
2) Billot, De Ecclesia
3) Billot, De Ecclesia
4) Billot, De Ecclesia
5) Revised Outline, Cn 9 – Draft Canons of Vatican I (Esquema Revisado, Cn 9 – Proyecto de Cánones del Vaticano I). Citado en Salaverri, 266.
6) Van Noort, Dogmatic Theology Volume II: Christ’s Church (Teología dogmática, volumen II: La Iglesia de Cristo), pág. xxvi.
7) Rev. E. Sylvester Berry, The Church of Christ: An Apologetic and Dogmatic Treatise (La Iglesia de Cristo: Un tratado apologético y dogmátic), (Mount St. Mary's, 1955), pág. 290 .
8) Billot, De Ecclesia
9) Juan de Santo Tomás, Cursus Theologicus, Tomus Septimus in Secundam Secundae, Tractatus de Auctoritate Sumi Pontificis, Disputatio II, Articulus II, págs. 228-264.
10) Papa Pío IX, Singulari Quadam
11) Papa León XIII, Satis Cognitum, n.º 6.
12) Papa León XIII, Satis Cognitum, n.º 8.
13) Papa León XIII, Satis Cognitum, n.º 9.
14) Van Noort, Dogmatic Theology Volume II: Christ’s Church (Teología dogmática, volumen II: La Iglesia de Cristo), pág. xxvi.
15) Cardenal Luis Billot, De Ecclesia, Pregunta 7: Los miembros de la Iglesia.
16) Joachim Salaverri SJ, Sacrae Theologiae Summa IB, (1956; traducido por Kenneth Baker SJ, 2015), p 296.
17) Papa Pío XI, Casti Connubii, núm. 104.
19) Catecismo de San Pío X. En ingles: https://www.ewtn.com/catholicism/library/catechism-of-st-pius-x-1286
20) Catecismo de la Iglesia Católica, No. 11-12.
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