Por monseñor Carlo Maria Viganò
La “iglesia sinodal” desvirtúa el Papado y la naturaleza misma de la Iglesia Católica, afirmando con palabras que quiere “democratizarla”, pero en realidad, usurpando ese poder que pertenece sólo a Nuestro Señor Jesucristo, para usarlo con el fin opuesto a aquel para el cual Nuestro Señor lo ha establecido.
En la ficción bergogliana ya no existe el papado católico ni tampoco la Iglesia católica romana, sino un “papado ecuménico” y una “nueva iglesia sinodal” que lleva adelante lo que Bergoglio y sus cómplices imponen con fraude y chantaje.
La decisión de no promulgar una Exhortación postsinodal y de dar valor magisterial a un Documento final elaborado por laicos y no católicos sirve para instaurar la revolución permanente, en la que la Fe, la Moral y los Sacramentos pueden ser transformados, adaptados a los tiempos y lugares, y están sujetos a la discreción de los órganos asamblearios. La “colegialidad” del Vaticano II que extendía las prerrogativas del Papado a los Obispos y a las Conferencias Episcopales se extiende ahora con la “sinodalidad” a todo el cuerpo eclesial e incluso a los no católicos.
La nueva iglesia sincrética de la humanidad soñada por la masonería y todos los enemigos de la Iglesia Católica, en clave anticatólica y anticrística, ciertamente “subsiste” en la iglesia bergogliana. Su objetivo último es derrocar a Cristo Rey y Sumo Sacerdote, usurpando su poder temporal y espiritual.
La grotesca exposición de la Cátedra de San Pedro, que desciende de la gloria de Bernini para suceder a Bergoglio, es en este sentido emblemática, porque separa el símbolo del poder petrino de su sede natural (en sentido literal), haciendo evidente a todos que la cátedra está vacía. El “magisterio” de la Iglesia bergogliana ya no es “ex cathedra” sino “adversus cathedram”.
Esto debería provocar consternación y escándalo en aquellos que, bajo la ilusión de “defender el Papado”, colaboran en cambio con su disolución a manos de un tirano usurpador, contra la voluntad de Nuestro Señor y del cuerpo eclesial.
Sociedad abierta e Iglesia abierta: dos caras de la misma moneda de la dictadura globalista.
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