Por Patricio Padilla
Confieso que la primera vez que vi este cuadro hice un análisis superficial y prejuicioso. El cuadro me pareció confuso.
Muchos personajes, un texto en español un tanto arcaico en caligrafía, prendas multicolores de los laicos contrastando con las sotanas negras de los dos sacerdotes. En fin, no tenía mucho sentido para mí.
Sin embargo, fue pintado con mucho cuidado y todo se hizo por una razón.
El objeto del cuadro no es sólo agradar a la vista. Su propósito final es presentar símbolos imperiales católicos a su público: los indios y españoles del Perú del siglo XVII. Con un poco de investigación pude descubrir la clave que me abrió la puerta a su significado.
* * *
Permítame analizar esta imagen desde el punto de vista del observador.
En el punto central superior se encuentra el símbolo (hoy se llamaría logo) de la Compañía de Jesús: un sol que representa a Nuestro Señor. Por cierto, el sol también era un símbolo divino del Imperio Inca.
Bajo él encontramos a dos sacerdotes vestidos de negro que, aunque situados en el fondo del cuadro, parecen ser los inspiradores de las acciones que tienen lugar en primer término.
El sacerdote de la izquierda es San Ignacio de Loyola que porta la Constitución de la Compañía de Jesús, la Orden que él fundó.
El de la derecha es otro jesuita, San Francisco de Borja, que había sido duque de Gandía y virrey de Cataluña. Señala una calavera, símbolo de la renuncia que hizo a los títulos y cosas de esta tierra para contemplar y luchar por las cosas de la eternidad.
Los dos santos jesuitas no están retratados por casualidad. Su presencia tiene un motivo, pues inspiraron las políticas que dieron lugar a los matrimonios de este cuadro. Además, eran parientes cercanos de los novios.
Continuando con el análisis, vemos que las dos parejas en primer plano son las protagonistas de la escena.
Bajo él encontramos a dos sacerdotes vestidos de negro que, aunque situados en el fondo del cuadro, parecen ser los inspiradores de las acciones que tienen lugar en primer término.
El sacerdote de la izquierda es San Ignacio de Loyola que porta la Constitución de la Compañía de Jesús, la Orden que él fundó.
El de la derecha es otro jesuita, San Francisco de Borja, que había sido duque de Gandía y virrey de Cataluña. Señala una calavera, símbolo de la renuncia que hizo a los títulos y cosas de esta tierra para contemplar y luchar por las cosas de la eternidad.
Los dos santos jesuitas no están retratados por casualidad. Su presencia tiene un motivo, pues inspiraron las políticas que dieron lugar a los matrimonios de este cuadro. Además, eran parientes cercanos de los novios.
Los dos matrimonios
Continuando con el análisis, vemos que las dos parejas en primer plano son las protagonistas de la escena.
A la izquierda aparecen Martín de Loyola con traje amarillo, noble caballero perteneciente a la Casa de Loyola y sobrino nieto de San Ignacio de Loyola, y su esposa, Beatriz Clara Coya, hija del gobernante inca Sayri Túpac (1535-1561).
A la derecha aparecen Juan de Borja de negro, caballero de Santiago, pariente cercano de San Francisco de Borja, con su esposa Ana María Lorenza García Sayri Túpac de Borja, noble mestiza hispano-inca, Señora del Valle de Yucay y también primera Marquesa de Santiago de Oropesa. Era hija del matrimonio de la izquierda, por lo que también está emparentada con la Casa de Loyola por vía paterna.
Ambas princesas eran descendientes de la línea real inca.
Se trata de un cuadro atemporal, es decir, situado fuera del tiempo cronológico, ya que ambos matrimonios están siendo bendecidos en el mismo momento, aunque tuvieron lugar en fechas diferentes y representan generaciones diferentes.
La primera boda, la de Beatriz y Martín, tuvo lugar en Cuzco, capital inca, en 1572, y la segunda boda es la de su hija Lorenza, que se casó con Juan en 1611 en España. Bien podría decirse que este cuadro es el “acta de nacimiento” del Perú.
El mestizaje en el Perú comenzó con notas sociales -y religiosas- muy altas, promovido por la Corona, acogido con calurosa aprobación por sus súbditos -tanto los nativos del Perú como los españoles- y bendecido por la Iglesia. ¿Qué más se podía pedir?
A la derecha aparecen Juan de Borja de negro, caballero de Santiago, pariente cercano de San Francisco de Borja, con su esposa Ana María Lorenza García Sayri Túpac de Borja, noble mestiza hispano-inca, Señora del Valle de Yucay y también primera Marquesa de Santiago de Oropesa. Era hija del matrimonio de la izquierda, por lo que también está emparentada con la Casa de Loyola por vía paterna.
Ambas princesas eran descendientes de la línea real inca.
Se trata de un cuadro atemporal, es decir, situado fuera del tiempo cronológico, ya que ambos matrimonios están siendo bendecidos en el mismo momento, aunque tuvieron lugar en fechas diferentes y representan generaciones diferentes.
La primera boda, la de Beatriz y Martín, tuvo lugar en Cuzco, capital inca, en 1572, y la segunda boda es la de su hija Lorenza, que se casó con Juan en 1611 en España. Bien podría decirse que este cuadro es el “acta de nacimiento” del Perú.
El mestizaje en el Perú comenzó con notas sociales -y religiosas- muy altas, promovido por la Corona, acogido con calurosa aprobación por sus súbditos -tanto los nativos del Perú como los españoles- y bendecido por la Iglesia. ¿Qué más se podía pedir?
A la izquierda: la nobleza inca con su tradicional traje de gala;
a la derecha: la nobleza española.
Con esto, podemos identificar a los personajes del fondo a la izquierda: Son los antepasados incas de las Princesas, colocados según el criterio de jerarquía y protocolo y dado el lugar de mayor honor.
A la derecha, en el extremo opuesto, vemos a los nobles, antepasados y parientes de los caballeros Martín de Loyola y Juan de Borgia.
En el centro de ese grupo se encuentra un Obispo entre los caballeros nobles con los trajes negros de la corte de la época y las grandes damas con sus finos vestidos de colores. No pude identificar quién era este Obispo.
Hay un detalle que vale la pena resaltar respecto a los muchos símbolos y significados que presenta esta pintura: Es la colocación de las manos de los dos pares de novios.
A la izquierda, Martín y Beatriz; a la derecha, Juan y Lorenza
Ambos matrimonios se toman de la mano, pero Martín y Beatriz juntan sus manos derechas, símbolo de igualdad de rango, mostrando que la Corona de España daba la misma consideración a sus súbditos indios que a sus súbditos españoles. En aquella época era importante dejar muy claro este punto sobre cómo la Corona consideraba a sus súbditos en América y España.
Con la otra pareja, Juan coloca su mano derecha sobre la mano izquierda de Lorenza. Lo que se está enfatizando aquí, creo, es el papel que cada cónyuge juega en el matrimonio siguiendo la enseñanza de la Iglesia: la mujer está sujeta al marido.
Aquí tenemos un bello y noble ejemplo de una “inculturación” contrarrevolucionaria, exactamente lo opuesto a la lucha de clases que el progresismo y el comunismo quieren instaurar en la sociedad, enfrentando una clase contra otra.
Con la otra pareja, Juan coloca su mano derecha sobre la mano izquierda de Lorenza. Lo que se está enfatizando aquí, creo, es el papel que cada cónyuge juega en el matrimonio siguiendo la enseñanza de la Iglesia: la mujer está sujeta al marido.
Aquí tenemos un bello y noble ejemplo de una “inculturación” contrarrevolucionaria, exactamente lo opuesto a la lucha de clases que el progresismo y el comunismo quieren instaurar en la sociedad, enfrentando una clase contra otra.
Vemos que los nobles de España – emparentados con los santos – no consideraron inferior a su estatus casarse con las princesas incas del Perú, uniendo así armoniosamente, por la bendición de la Iglesia y la verdadera Fe, dos culturas y pueblos.
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