miércoles, 14 de agosto de 2024

CATECISMO DE TRENTO (1566) - LOS DIEZ MANDAMIENTOS

Porque los labios del sacerdote guardarán la sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la ley; porque él es el mensajero del Señor de los ejércitos (Mal. 2 7-8)


LOS DIEZ MANDAMIENTOS

INTRODUCCIÓN

Importancia de la instrucción sobre los mandamientos

San Agustín en sus escritos señala que el Decálogo es el resumen y epítome de todas las leyes: Aunque el Señor había dicho muchas cosas, dio a Moisés sólo dos tablas de piedra, llamadas “tablas del testimonio”, para que las colocara en el Arca. Porque si se examina con cuidado y se entiende bien, todo lo demás que Dios manda depende de los Diez Mandamientos que estaban grabados en esas dos tablas, así como estos Diez Mandamientos, a su vez, se reducen a dos, el amor a Dios y al prójimo, de los cuales “dependen toda la ley y los profetas”.

Por lo tanto, puesto que el Decálogo es un resumen de toda la Ley, los Pastores debe dedicar días y noches en su contemplación, no sólo para que ajusten su vida según esta regla, sino también para que enseñen la ley del Señor al pueblo que le es encomendado: Porque los labios del sacerdote guardarán la sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la ley; porque él es el mensajero del Señor de los ejércitos. Lo cual pertenece muy en particular a los Pastores de la Nueva Ley; que como más allegados a Dios deben ser transformados de claridad en claridad obrando así en ellos el Espíritu del Señor. Puesto que Cristo nuestro Señor los llamó con el nombre de luz, es obligación suya, ser luz de aquellos que están en tinieblas, Doctores de ignorantes, Maestros de pequeñuelos; y si alguien es sorprendido en algún delito, instruirlo ellos que son espirituales.

En el confesionario, también hacen el oficio de jueces y pronuncian la sentencia según la naturaleza y gravedad de los pecados. Por lo tanto, si no quieren engañarse por su ignorancia, a sí mismos y a los demás, es necesario que estén muy vigilantes a esto y muy ejercitados en la explicación de los mandamientos divinos, para que puedan juzgar sobre toda acción y omisión según esta divina regla, y enseñar, como dice el Apóstol, la sana doctrina, esto es, la que no contenga ningún error, y cure las enfermedades de las almas, que son los pecados, para que sea el pueblo agradable a Dios y seguidor de las buenas obras.

Motivos para observar los mandamientos

Por lo tanto, en este género de explicación proponga el Pastor a sí mismo y a otros, aquellas razones que persuadan, que deben todos obedecer a la ley.

Dios es el dador de los mandamientos

Entre las muchas cosas que pueden impeler los ánimos de los hombres a guardar los mandamientos de esta ley, es eficacísima la consideración de que el mismo Dios es el autor de ella. Porque aunque se diga que fue dada por los ángeles, con todo eso no se puede dudar que la puso el mismo Dios: de lo cual dan claro testimonio, no solo las palabras del mismo Legislador (que se explicarán después), sino también por otros innumerables pasajes de las Escrituras que a los Pastores les vendrán a la mente con facilidad.

¿Quién no tiene conciencia de que Dios ha inscrito en su corazón una ley que le enseña a distinguir el bien del mal, el vicio de la virtud, la justicia de la injusticia? La fuerza y ​​el alcance de esta ley no escrita no están en contradicción con la que está escrita. ¿Quién se atreverá, pues, a negar que Dios es el autor de la ley escrita, como lo es de la ley no escrita?

Pues de esta ley divina ya casi oscurecida por las costumbres depravadas y por la envejecida perversidad de los hombres, se ha de enseñar que Dios más bien vino a esclarecerla, que a traer otra nueva, cuando dio la ley a Moisés. No piense acaso el pueblo, oyendo que fue abrogada la ley de Moisés, que no está obligado a estas leyes. Porque muy cierto es que no se ha de  obedecer a estos mandamientos, por haber sido dados por medio de Moisés, sino por haber nacido con nosotros mismos y haber sido explicados y confirmados por Cristo nuestro Señor.

La reflexión de que Dios es el autor de la ley es sumamente útil y ejerce gran influencia en la persuasión (a la observancia de la misma); pues no podemos dudar de su sabiduría y justicia, ni podemos escapar de su infinito poder y fuerza. Por eso, cuando por medio de sus profetas manda que se observe la ley, proclama que Él es el Señor Dios; y el mismo Decálogo comienza diciendo: Yo soy el Señor tu Dios; y en otro lugar (leemos): Si yo soy el Señor, ¿dónde está mi temor?

Más no solo despertará los ánimos de los fieles, para guardar los mandamientos de Dios, sino para rendirle humildes gracias, el habernos manifestado su voluntad, en la cual se contiene nuestra salud. Por esto declarado la Escritura, en más de un pasaje, este gran beneficio, amonesta al pueblo a reconocer su propia dignidad y la bondad del Señor. Así en el Deuteronomio se dice: Esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de las naciones, que oyendo todos estos preceptos digan: He aquí un pueblo sabio y entendido, una gran nación. Y también en un Salmo: No ha hecho así con otra nación, ni les ha manifestado sus juicios.

Los mandamientos fueron proclamados con gran solemnidad

Si el Pastor explica las circunstancias que acompañaron la promulgación de la Ley, según están registradas en las Escrituras, los fieles comprenderán fácilmente con qué piedad y humildad deben recibir y reverenciar la Ley recibida de Dios.

A todos se les ordenó por Dios que durante tres días antes de la promulgación de la Ley lavaran sus vestiduras y se abstuvieran de las relaciones conyugales, a fin de que pudieran ser más santos y estar mejor preparados para recibir la Ley, y que al tercer día estuvieran listos. Cuando llegaron a la montaña desde donde el Señor iba a entregar la Ley por medio de Moisés, solo a Moisés se le ordenó subir a la montaña. Allí llegó Dios con gran majestad, llenando el lugar de truenos y relámpagos, de fuego y densas nubes, y comenzó a hablar a Moisés y le entregó los Mandamientos.

En esto la sabiduría divina tuvo por único objeto amonestarnos que la ley del Señor debe ser recibida con espíritu puro y humilde, y que al descuido de sus mandamientos esperan los más severos castigos de la justicia divina.

La observancia de los mandamientos no es difícil

El pastor debe enseñar también que los mandamientos de Dios no son difíciles, como bastan para demostrarlo estas palabras de San Agustín: “¿Cómo, pregunto, se dice que es imposible al hombre amar? ¿amar, vuelvo a decir, a su Criador, bienhechor y amantísimo Padre, y luego también, amar su misma carne en sus hermanos? Pues el que ama, cumplió la ley”. Por eso el apóstol San Juan dice expresamente que los mandamientos de Dios no son pesados, pues, como observa San Bernardo, nada más justo se puede exigir del hombre, nada que pueda conferirle una dignidad más alta, nada más ventajoso. Por eso San Agustín, lleno de admiración por la infinita bondad de Dios, se dirige a Dios de esta manera: “¿Qué es el hombre, Señor, para que desees ser amado por él? Y si no lo hace, lo amenazas con un castigo severo. ¿No es castigo suficiente que yo no te ame?”

Pero si alguien se excusa de no amar a Dios alegando debilidad humana, hay que explicarle que Aquel que exige nuestro amor derrama en nuestros corazones por el Espíritu Santo el fervor de su amor; y este buen Espíritu, nuestro Padre celestial lo da a quienes se lo piden, de esta manera que oraba así san Agustín: Da, Señor, lo que mandas y manda lo que te quieras. Como Dios está siempre dispuesto a ayudarnos, especialmente desde la muerte de Cristo el Señor, por la que fue arrojado fuera el príncipe de este mundo, no hay razón para que nadie se desanime por la dificultad de la empresa. Porque todo es fácil para el que ama.

La observancia de los mandamientos es necesaria

Además, contribuirá mucho a persuadir (la obediencia a la ley) si se explica que tal obediencia es necesaria, tanto más cuanto que en estos nuestros días no faltan quienes, para su grave perjuicio, tienen la impía osadía de afirmar que la observancia de la ley, sea fácil o sea difícil, de ninguna manera es necesaria para la salvación.

A este error perverso e impío, el Pastor lo debe refutar con las Escrituras, especialmente con el mismo Apóstol con cuya autoridad intentan defender su maldad. ¿Cuáles son, pues, las palabras del Apóstol? La circuncisión no es nada, y la incircuncisión no es nada, sino la observancia de los mandamientos de Dios. Además, inculcando la misma doctrina, dice: “Sólo en Cristo vale la nueva criatura”. Por nueva criatura en Cristo evidentemente se refiere a aquel que observa los mandamientos de Dios; porque el que observa los mandamientos de Dios ama a Dios, como testifica nuestro Señor mismo en San Juan: “Si alguno me ama, guardará mi palabra”.

Es cierto que un hombre puede ser justificado y pasar de malvado a justo antes de haber cumplido, mediante actos externos, cada uno de los Mandamientos; pero nadie que haya llegado al uso de razón puede ser justificado, a menos que se resuelva a guardar todos los Mandamientos de Dios.

La observancia de los mandamientos trae consigo muchas bendiciones

Finalmente, para que nada se le quede al Párroco a fin de atraer a los fieles a observar la ley, hará ver cuán abundantes y dulces son sus frutos: lo que fácilmente podrá probar con las cosas que están escritas en el Salmo XVIII. Porque allí se celebran las alabanzas de la ley divina. El elogio más alto de la ley es que proclama la gloria y la majestad de Dios con mayor elocuencia que los cuerpos celestes, cuya belleza y orden excitan la admiración de todos los pueblos, incluso los más incivilizados, y los obligan a reconocer la gloria, la sabiduría y el poder del Criador y Artífice del todo: pero la ley del Señor convierte a Dios las almas. Porque conociendo por medio de la ley los caminos de Dios y su voluntad santísima, enderezamos nuestros pasos por las sendas del Señor.

Y como sólo son verdaderamente sabios los que temen a Dios, luego le atribuye que da sabiduría a los pequeñuelos. Y por esto, los que guardan la ley de Dios se llenan de puros deleites, del conocimiento de los misterios divinos y son bendecidos con abundantes alegrías y recompensas, tanto en esta vida como en la venidera.

Pero en la observancia de la ley no debemos obrar tanto por nuestro propio interés como por el bien de Dios, que por medio de la ley ha revelado su voluntad a los hombres. Porque si la cumplen las demás criaturas, mucho más justo es que la  cumplamos nosotros.

La bondad de Dios nos invita a guardar sus mandamientos

Tampoco debe omitirse que en esto mostró Dios señaladamente su clemencia hacia nosotros y las riquezas de su bondad, pues pudiendo obligarnos a cumplir su ley y que sirviésemos para gloria suya sin premio ninguno, no obstante, quiso juntar su gloria con nuestra utilidad: de manera que lo que era glorioso para su majestad, fuese provechoso para nosotros.

Ésta es una consideración importante y notable; y el Pastor, por lo tanto, debe enseñar en las palabras finales del Profeta que al guardar estas leyes es mucho el galardón. No sólo se nos prometen aquellas bendiciones que parecen tener relación con la felicidad terrena, como, por ejemplo, ser bendecidos en la ciudad y bendecidos en el campo; sino que también aquel jornal copioso, y aquella medida buena, henchida, atestada, colmada y rebosando por todas partes, que está propuesta en los cielos, y que la merecemos con obras virtuosas y justas, ayudados de la misericordia de Dios.



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