Por Mons. Héctor Agüer
La Santa Sede -para envidia de la Masonería universal- ha adoptado la ideología de la Revolución Francesa: “Liberté, egalité, fraternité”. ¿Dónde habrá sido archivado el mandato de Jesús a Pedro y a los Once, de hacer que todos los pueblos sean discípulos suyos, es decir cristianos? El sucesor de Pedro es, lamentablemente, quien lleva a la Iglesia de Roma por ese camino errado que debe seguir la Iglesia toda.
Existe un modo de reaccionar según la tradición: el Apóstol Pablo reprochó a Pedro su hipocresía, ya que comía con los venidos del paganismo, pero cuando llegó Santiago, primo del Señor y jefe de la Iglesia de Jerusalén, empezó a “judaizar”. En la Carta a los Gálatas dice Pablo (2, 11): “Le resistí en la cara” (kata prosōpon autō antestēn) y llama a esa conducta “simulación” (hypókrisis).
La tradición ha deparado una autoridad máxima al pontífice romano, pero los cardenales, con todo respeto, pueden hacerle ver el peligro de que Roma adopte el dogma de la Revolución, cosa que no han hecho los Papas desde Gregorio XVI, quien en la encíclica Mirari Vos ha condenado con energía el contagio con el liberalismo.
Errores modernos
Hay que recordar a Pío IX, su encíclica Quanta cura y el Syllabus o catálogo de errores modernos. Se destaca también el magisterio de Pío XII y de sus sucesores. La Iglesia ha ido reformulando y actualizando su doctrina sin vulnerar su arraigo en la tradición.
En el “Encuentro sobre la Fraternidad”, el papa Francisco, al recibir en audiencia a los participantes, dijo: “En un mundo que afronta el fuego de los conflictos, os habéis reunido con la intención de reafirmar vuestro “no” a la guerra y vuestro “sí” a la paz, dando testimonio de la humanidad que nos une”.
La reunión ha contado con personalidades del mundo de la ciencia, la política, el arte y el deporte; reflexionaron sobre la fraternidad humana y cómo “construir un mundo en paz” en el futuro. En su discurso, el Sumo Pontífice citó a Martin Luther King: “Hemos aprendido a volar por el aire como los pájaros y a nadar por el mar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir juntos como hermanos”. También insistió en que la palabra clave para la convivencia es la “compasión”. La intención del Encuentro fue “generar un movimiento de fraternidad”. “Es necesario volver a reconocerse en la humanidad común y poner en el centro de la vida de los pueblos la fraternidad”.
Obra de San Pablo
El gran Ausente ha sido Jesucristo. Para juzgar lo que significa esta ausencia, basta recordar la obra de San Pablo, especialmente sus Cartas a los Efesios y a los Colosenses. Cristo es todo para la Iglesia. Me vuelven a la memoria dos significativas expresiones de Pablo VI: “nosotros esperábamos una floreciente primavera, pero ha sobrevenido un crudo invierno” y “parece que por alguna rendija el humo de Satanás se ha introducido en la Iglesia de Dios”. El Pontífice expresaba así su desencanto después del Concilio Vaticano II.
Existe una verdadera fraternidad entre los cristianos: el Apóstol en sus Cartas emplea frecuentemente el término “hermanos” (adelphói) para referirse a sus destinatarios; es un misterio de gracia fundado en el único bautismo, que confesamos en el Credo, y que exige la caridad (la agápē) en el comportamiento mutuo.
La evangelización es el proceso que extiende a la Iglesia como fraternidad. Puede decirse que se la expresa en la Oración del Señor: llamamos a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre nuestro, con un plural que excluye el individualismo. Desde la mirada cristiana podemos considerar analógicamente hermanos a todos los hombres, en cuanto creaturas de Dios, el único creador de todos, Padre de las almas.
Es esta una ocasión para recordar que Pedro es la cabeza del proceso de evangelización que protagoniza la Iglesia naciente. Saulo, convertido en Pablo se une a él. El Apóstol de los gentiles, recuerda que no hay otro Evangelio más que el que ha sido confiado a los Once; lo que sucede es que hay algunos que deforman el Evangelio de Cristo, lo contaminan con la “otredad” -si puede hablarse así-.
La persona de Pedro encuentra su continuidad en los sucesores, los Papas de Roma. Me viene ahora a la memoria la indicación de San Bernardo al Papa Eugenio III, que había sido discípulo suyo: “Qué cosa tenían en mente tus predecesores para interrumpir la evangelización mientras todavía se difunde la incredulidad, ¿por qué motivo la palabra que corre velozmente se ha detenido? Recuerda que no sólo te debes a los cristianos, sino también a los infieles, judíos, griegos y paganos”.
El olvido de Jesucristo
El dogma de la Revolución Francesa: libertad, igualdad, fraternidad es otro evangelio que difunde la incredulidad, el olvido de Jesucristo, Palabra del Padre. El sucesor de Pedro, y la Iglesia toda no puede adoptarlo ni pactar con él en una falsa paz. La Palabra que corre velozmente no debe detenerse.
La misión de la Iglesia, como continuidad de la obra redentora de Cristo, se dirige a la consagración del mundo. Este concepto recubre una doble realidad: por un lado, el mundo bueno, obra de la creación de Dios y por otro, esa especie de “segunda naturaleza” -que decía Blaise Pascal-, el mundo del pecado, la vanidad y la mentira, la alienación del hombre, ámbito en el que se despliega la acción del enemigo. Este mundo debe ser arrancado del mal y conducido a Dios por la Palabra, que es Cristo. Ésta es también la misión del sucesor de Pedro y de toda la comunidad de los fieles. Su precio es la Cruz de Cristo y la disposición de los discípulos al martirio.
Una cuestión queda abierta acerca del destino de Israel y la predicación a los judíos, en medio de una misión que desde el comienzo estuvo dirigida a procurar la conversión de los paganos. Pero se debe tener en cuenta la misteriosa paganización del mundo cristiano. En este contexto teológico ha de ubicarse la posición de la Iglesia ante el dogma de la Revolución Francesa.
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