DISCURSO DE
SU SANTIDAD
EL PAPA FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL
ENCUENTRO MUNDIAL SOBRE LA FRATERNIDAD HUMANA
Sábado 11 de Mayo de 2024
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Os doy la bienvenida y os agradezco vuestra presencia aquí. Habéis venido de muchas partes del mundo para participar en el Encuentro mundial sobre la fraternidad humana. Doy las gracias a la Fundación Fratelli Tutti, que trata de promover los principios enunciados en la Encíclica, “con el fin de fomentar iniciativas vinculadas a la espiritualidad, al arte, a la educación y al diálogo con el mundo, en torno a la basílica de San Pedro y en el abrazo de su columnata” (Quirógrafo, 8 de diciembre de 2021).
En un mundo que afronta el fuego de los conflictos, os habéis reunido con la intención de reafirmar vuestro “no” a la guerra y vuestro “sí” a la paz, dando testimonio de la humanidad que nos une y nos hace reconocernos hermanos y hermanas, en el don recíproco de nuestras respectivas diferencias culturales.
A este respecto, me viene a la memoria un célebre discurso de Martin Luther King, Jr. que decía: “Hemos aprendido a volar por el aire como los pájaros y a nadar por el mar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir juntos como hermanos” (Conferencia Nobel, 11 de diciembre de 1964). Es cierto. Preguntémonos, pues: ¿cómo podemos, concretamente, volver a construir el arte de una convivencia que sea verdaderamente humana?
Quisiera volver a la disposición clave propuesta en Fratelli tutti: la compasión. En el Evangelio (cf. 10,25-37), Jesús cuenta la parábola de un samaritano que, movido por la compasión, se acerca a un judío al que unos ladrones han dejado medio muerto al borde del camino. Fijémonos en estos dos hombres. Sus culturas estaban enfrentadas, sus historias eran diferentes y conflictivas, pero uno se convirtió en hermano del otro en el momento en que se dejó guiar por la compasión que sentía por él. Podríamos decir que se dejó atraer por Jesús, presente en aquel hombre herido. Es como el poeta que, en una de sus obras, hace decir a San Francisco de Asís: “El Señor está donde están tus hermanos” (É. LECLERC, La sapienza di un povero).
Por la tarde se reunirán en doce puntos de la Ciudad del Vaticano y de Roma, para manifestar su objetivo de crear un movimiento saliente de fraternidad. En este contexto, los grupos de trabajo que se han estado preparando en los últimos meses presentarán algunas propuestas a la sociedad civil, centradas en la dignidad de la persona humana, para elaborar políticas sólidas, basadas en el principio de fraternidad, que “a su vez realza la libertad y la igualdad” (Fratelli tutti, 103). Me alegro por esta elección y os animo a seguir adelante en vuestra labor de siembra silenciosa. De ella puede salir una Carta de la Humanidad, que incluya, junto a los derechos, los comportamientos y las razones prácticas de lo que nos hace más humanos.
Les pido que no se desanimen, porque “el diálogo persistente y valiente no aparece en los titulares, pero ayuda silenciosamente al mundo a vivir mucho mejor de lo que imaginamos” (Fratelli tutti, 198).
En particular, quiero dar las gracias al grupo de distinguidos Premios Nobel presentes, tanto por la Declaración sobre la Fraternidad Humana redactada el 10 de junio del año pasado, como por vuestro compromiso este año en la reconstrucción de una gramática de la humanidad, en la que basar opciones y comportamientos. Os animo a seguir adelante, a construir esta espiritualidad de la fraternidad y a promover, a través de la actividad diplomática, el papel de las instancias multilaterales.
Queridos hermanos y hermanas, la guerra es un engaño -la guerra es siempre una derrota-, como lo es la idea de una seguridad internacional basada en la disuasión del miedo. También esto es un engaño. Para garantizar una paz duradera, debemos volver al reconocimiento de nuestra humanidad común y situar la fraternidad en el centro de la vida de los pueblos. Sólo así lograremos desarrollar un modelo de convivencia capaz de dar un futuro a la familia humana. La paz política necesita la paz de los corazones, para que las personas puedan reunirse con la confianza de que la vida siempre vence a todas las formas de muerte.
Queridos amigos, al saludaros pienso también en el abrazo que compartirán esta tarde, como el año pasado, tantos jóvenes. Mirémoslos y aprendamos de ellos, porque, como nos enseña el Evangelio, si no “os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 18, 3). Hagamos todos de este abrazo un compromiso en nuestras vidas y un gesto profético de amor.
¡Gracias por lo que hacéis! Estoy cerca de vosotros y os pido que recéis por mí. Ahora, todos juntos y en silencio, pidamos y recibamos la bendición de Dios.
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