IV
TENTACIONES
Sus clases: ¿Qué son las tentaciones sino tempestades en la vida del hombre? Así como los vientos soplan ya del Sur, ya del Norte; así como las tempestades vienen acompañadas a veces de viento huracanado, de lluvias pesadas y de granizo; y ora pasan pavorosas sobre las veloces alas del viento tifón; ora, embozadas en negras y tupidas nubes, nos amedrentan día y noche; así las tentaciones. Muchas veces nos sorprenden, surgiendo de donde menos lo esperábamos; otras, se insinúan blanda y agradablemente, para después asustarnos, cual furiosa tempestad, que amenaza derribar el techo sobre nuestra cabeza. Es importante aprender a distinguir entre tentaciones culpables e inculpables. Hay tentaciones francas y abiertas, y otras encubiertas y disfrazadas; de algunas somos culpables, y de otras, no. Veamos las enseñanzas que nos da el evangelio sobre este punto.
1. Tentaciones abiertas y encubiertas.- Por relación al conocimiento, divídense las tentaciones en abiertas y disfrazadas.
a) Abiertas. ¿Queréis un ejemplo de tentación abierta y franca? El Evangelio de hoy nos lo presenta. El demonio ofrece al Salvador las riquezas del mundo, exigiéndole en cambio el tributo de adoración. La malicia de esta pretensión era evidente, porque se oponía de frente al primer Mandamiento de la ley de Dios. Así son la mayor parte de las tentaciones que nos asaltan. Pongamos ejemplos. Si un joven o una joven, contra la voluntad de sus padres, mantienen relaciones peligrosas; si los casados, dejándose arrastrar por motivos indignos, procuran frustrar los fines naturales del matrimonio, ni estos ni aquellos pueden dudar de la ilicitud de su proceder. Las prescripciones del cuarto y del sexto Mandamiento son también evidentes en estos dos casos. Se trata, por lo tanto, de una tentación franca y abierta. Para combatirla, no será menester más que un poco de buena voluntad y de energía.
b) Encubiertas. Hay otras tentaciones diferentes de estas: las encubiertas y disfrazadas. ¿Queréis también un ejemplo? En el Evangelio de hoy lo hallaréis igualmente. Propone el demonio a nuestro Señor que salte del pináculo del templo a la calle. ¿Qué motivo alega para justificar esta tentación? “¡Hazlo sin miedo! Tienes en tu favor la palabra de la Biblia: 'Te ha encomendado a sus ángeles, los cuales te tomarán en sus manos para que tu pie no tropiece contra alguna piedra'” (Mat. 4,6).
Otro que no fuera Nuestro Señor, por muy piadoso que fuese, habría caído en el lazo. De esta manera el demonio, al tentar al hombre, procede como el artero enemigo que echa mano del veneno para librarse del odiado rival ¿Lo hará llegar a poder de la víctima, con el rótulo y etiqueta tal cual lo adquirió en la farmacia? Necio sería si así procediese, pues se frustraría su intento. ¡No! El tóxico se diluye en agua, en vino o en cualquier otra bebida generosa, y es propinado así, de modo más atrayente y encubierto. Con lo cual, engañada a la víctima, bebe la muerte. Las tentaciones disfrazadas y encubiertas son mil veces más peligrosas que las que se presentan abiertamente. Para conocerlas es indispensable el consejo del confesor. Este es el aliado por excelencia que Dios nos da para luchar con ventaja contra la astucia del demonio.
2. De las tentaciones, unas son culpables y otras inculpables.- a) Inculpables. En ninguna de las tres tentaciones a que Nuestro Señor fue sometido, le cupo la menor culpa. Conducido por el Espíritu Santo al desierto, dirigióse a él para orar y ayunar. Ni la soledad, ni la oración podían ser alicientes de pecado. De la misma forma, somos también a veces asaltados por las tentaciones. El que camina por la calle no puede evitar que sus ojos vean a tal o cual mujer, escandalosa y provocativamente vestida, o cualquier otro objeto capaz de causar malos pensamientos o tentaciones. Esto no es motivo para que nadie se inquiete, aún cuando tales tentaciones perduren horas y aún días. Dios nos asiste con su gracia, y no consciente que la tentación exceda los límites de nuestra resistencia moral. Con la gracia divina, no hay quien sea incapaz de vencer las tentaciones involuntarias, por provocativas o impertinentes que sean.
b) Culpables. Muy diferentes son las tentaciones procuradas y provocadas de propósito. Así, por ejemplo, permanecer en un empleo que ofrece serios peligros para la virtud y la fe; mantener relaciones ilícitas y peligrosas con persona de otro sexo, sin tener intención o posibilidad de contraer matrimonio con ella; frecuentar malas compañías; leer diarios impíos, saborear revistas escandalosas; asistir a exhibiciones cinematográficas poco decentes, etc., etc., todo eso equivale a buscar la tentación y provocarla. El que así procede sabe perfectamente que juega con su virtud y con su fe. Fáltale, sin embargo, voluntad y energía para poner freno a sus pasiones, y rueda al precipicio con toda su virtud y religión.
¡Terrible riesgo el que la pobre criatura humana corre, al jugar con la justicia divina, despreciando tan ligeramente la gracia que Dios le ofrece! Si el que una vez te ofendió, aparentemente arrepentido y en actitud suplicante, viniera a postrarse a tus pies y a pedirte perdón abrazado tus rodillas, e inmediatamente después, continúa siendo tu enemigo, ¿qué esperanza podrías abrigar de una segunda reconciliación? El que continuamente está pidiendo a Dios: “no nos dejes caer en la tentación”, para lanzarse enseguida a las furiosas y agitadas olas de la vida con sus peligros y tentaciones, ¿no obra en realidad como si nada tomara en serio? Pues de esta manera procede el hombre con Dios. El Señor es bondadoso, y nunca niega su gracia y asistencia al pobre mortal, siempre que se le pida con sinceridad y buena voluntad. ¡Pero ay de aquel que se imagine que Dios es un juguete con quien se puede uno divertir! Más tarde o más temprano comprobará por triste experiencia que se halla abandonado y yaciendo en el pecado como en su propia tumba.
Jesucristo salió vencedor de la lucha contra las tentaciones. ¡Ojalá que sepamos vencer también nosotros! Si así fuere, en la hora de nuestro tránsito, vendrán los ángeles a servirnos. Alegres nos llevarán a los eternos y floridos valles, donde nuestro Maestro y Señor nos esperará alborozado, con aquella dulcísima salutación en los labios: “Ea, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor!” (Mat.25:21).
Tomado del libro “Salió el sembrador” del padre Juan B. Lehmann de la Congregación del Verbo Divino, edición 1944.
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