Desde el primer domingo de Cuaresma hasta el primer domingo después de Pentecostés
Versión del padre Demetrio Sánchez Gamarra, 2da edición corregida.
Tomo II
N O T A
El que conoce la vida atareada de los sacerdotes, párrocos y coadjutores, ocupados en la cura de almas, sabe que no pocas veces se hallan preocupados por la homilía dominical, o por las conferencias que han de pronunciar en asociaciones religiosas, faltándoles el tiempo necesario para la debida preparación.
Serles útil es el objetivo de este libro, que presenta alrededor de una decena de pláticas para cada festividad. Son en parte esquemas, disposiciones explanadas, pláticas y sermones completos, trabajos originales y traducciones.
No pretendemos ofrecer a nuestros dignos cohermanos piezas de arte de elevada oratoria, aunque no faltan algunas que bien pueden calificarse de tales. Lo único que deseamos es ayudarles algo en el desempeño de aquel deber sacerdotal que Jesucristo Nuestro Señor les impuso, cuando dijo: “Euntes.... Prædicate...”
EL AUTOR.
¿PRÓLOGO?... ¿PARA QUÉ?
El editor me ha encargado un prólogo.
El editor me ha encargado un prólogo.
En el siglo de la “propaganda”, como bien podría llamarse el actual, en el que apenas existe un centímetro de superficie, donde no se ostente, campee y domine la “propaganda”, sea en la tierra invadida por miríadas de tipos de imprenta, sea en el éter agitado por millares de emisoras, sea en el cielo surcado por el rápido avión que, con estela de humo estable, dibuja la palabra anunciadora; en el siglo de la “propaganda”, me han encargado un prólogo para esta obra.
¿Prólogo?... ¿Para qué?
En tus manos la tienes, lector. ¿No es ella misma su mejor recomendación?
¿Te has fijado en su tamaño?
Esta mina de abundantísimos filones, este arsenal de vastas proporciones por razón de su contenido material, aquí lo tienes entre tus manos, convertido en un verdadero vademécum. El “arte” de la imprenta y el papel “biblia” han realizado el prodigio de encerrar en cuatro tomitos, como el que hojeas, materia predicable y lecturas evangélicas, que hubieran podido, en otra forma constituir una gran biblioteca: ¡Quince, veinte grandes volúmenes intitulados "ENCICLOPEDIA DE LA PREDICACIÓN", y pregonados a bombo y platillo...! ¡Qué hermosa obra! ¡Feliz el que pudiera ostentarla en sus estantes!
Pero no; ahí están los cuatro tomitos. Quieren ser, oh lector, tus amigos imprescindibles, tus compañeros inseparables, tu libro de bolsillo; quieren serte familiares, oh sacerdote, como te lo es el Breviario, a cuya división en cuatro partes se acomodan por completo.
¡Linda estampa! -dirás, lector, acaso- ¡Hermoso relicario! ¿Pero valdrá la pena el contenido?
- “Toma y lee”.
Tómalo tú, Párroco celoso, obrero infatigable de la viña, que apenas dispones de un cuarto de hora para preparar la dominical homilía. Entre las diez, catorce o más pláticas y sermones para cada Domingo del año, escoge el que desees, el más acomodado a tu auditorio. Un rápido vistazo al índice sinóptico te bastará de ordinario. En él hallarás tu sermón en esquema: Títulos y subtítulos, divisiones y subdivisiones, fáciles de retener en la memoria.
Tómalo tú, predicador de altos vuelos. Hay magníficas piezas de oratoria de maciza evangélica doctrina: Sermones para festividades, como la Inmaculada, Navidad...; sermones de circunstancias, como para Carnaval, Miércoles de Ceniza...
Tómalo tú, religioso o religiosa, tómalo tú, cristiano, enamorada de Cristo, y aprende a conocerle en sus menores detalles, retratado como está en las múltiples facetas de cada Evangelio dominical que aquí se te presentan.
"Toma y lee"
El editor me ha encargado un prólogo para esta obra.
El editor me ha encargado un prólogo para esta obra.
¿Prólogo?... ¿Para qué?
En tus manos la dejo.
Febrero, 1943.
I DOMINGO DE CUARESMA
I
LA CUARESMA
Tiempo de adelantamiento espiritual. - “Hermanos, os exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios. Pues él mismo dice: Al tiempo oportuno te oí, llegado es ahora el tiempo favorable, llegado es ahora el día de la salvación” (II Cor. 6,2).
Nos impulsan a ello:
1° La Iglesia. - La Santa Iglesia, en la Epístola de la Misa, nos recuerda hoy estas palabras del Apóstol San Pablo a los Corintios, a manera de aviso y exhortación elocuente para el primer domingo de Cuaresma.
a) Con solícito tacto: En estos tiempos, que la humanidad se aparta cada vez más de las sagradas máximas del Evangelio, cuando el espíritu utilitario, cortando las alas de todo ideal, destruye las nobles aspiraciones que elevan y dignifican la vida, tórnase cada día más delicada y espinosa la misión maternal de la Iglesia. Cariñosa y solícita, ha de revestirse, ahora más que nunca, de la caridad infinita de Cristo, para guiar y conducir las almas por el camino de la salvación. “No quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha que aún humea” (Is. 42, 3).
b) Si bien atenuando el rigor de penitencias exteriores. En esa dulce misericordia del divino Redentor se ha inspirado la Iglesia para atenuar, en el decurso de los siglos, el primitivo rigor de los preceptos de penitencia cristiana, a la que está principalmente consagrado el tiempo cuaresmal. No obstante, con maternal prudencia, nos recuerda el espíritu de mortificación que debe animarnos en este tiempo, exhortándonos a no recibir en vano la gracia de Dios, antes bien, a prepararnos para celebrar debidamente la gran fiesta de Pascua, resucitando con Cristo a una vida nueva, verdaderamente cristiana. ¿Medios? La práctica de la virtud y de la mortificación, especialmente del ayuno y de la abstinencia, tan atenuados ya; la oración y recepción de los Santos Sacramentos, la limosna y toda clase de buenas obras.
c) Proponiéndonos, sobre todo, la mortificación interior. “Llegado es ahora el tiempo favorable, llegado es ahora el día de la salvación”. La virtud no se logra, sin embargo, sin lucha y sin esfuerzo. Hay que domar a la naturaleza corrompida por el pecado original, y hay que vencer a los enemigos del alma, -mundo, demonio y carne- los cuales emplean todas sus arterías y disponen de mil recursos para arrastrarnos al pecado. Sin una mortificación prudente y constante, no hay resistencia posible, pues la voluntad debilitada cederá al imperio de los sentidos inferiores, seducidos por la tentación y dominados por las pasiones. No basta la mortificación de los sentidos exteriores; es menester llegar a la mortificación interior, mucho más importante, porque fortifica la voluntad y educa al alma, enseñándole a dominarse y a someter todas sus facultades y potencias al yugo de la razón, iluminada por la fe. De este modo restituye al hombre la verdadera libertad espiritual, rompiendo las humillantes cadenas de los malos instintos y bajas pasiones, a cuyo ominoso yugo se hallan sometidas las pobres almas que no han aprendido a vencerse por la mortificación y educación de la voluntad. La penitencia, que con tanta insistencia nos recomienda la Iglesia en este tiempo de Cuaresma, no es, pues, solamente un medio de expiación y purificación para reparar nuestras culpas. Es, ante todo, un admirable instrumento de preservación, que liberta el alma del pesado cautiverio de la naturaleza humana, degradada e inclinada al mal.
2° Cristo penitente y tentado, Con su ejemplo. - Oigamos la grande y expresiva lección que, sobre este asunto, nos da Jesús, en el Evangelio de hoy.
Su santísima humanidad, inmaculada y perfecta, íntimamente unida con la divinidad, ni estaba sujeta a tentaciones, ni -mucho menos- viciada por el pecado. Por lo tanto, no le eran necesarias las penitencias a que voluntariamente quiso someterse, ni las tentaciones, que quiso libremente sufrir. ¿Con qué fin? Para enseñarnos así, con la fuerza elocuente e insustituible del ejemplo, lo que debemos hacer en ocasiones semejantes, para poder rechazar, con la gracia de Dios, los asaltos del enemigo infernal, y vencer la debilidad de nuestra naturaleza humana. Ninguno está, pues, exento de ese deber de penitencia, a que el mismo Jesucristo quiso someterse por nuestro amor.
Aprovechémonos. Si no todos pueden, debido a sus dolencias, practicar con todo rigor la ley del ayuno y de la abstinencia, tan fácil y suave, por otra parte, en nuestros días, si no todos pueden ofrecer a la majestad de la divina Justicia ofendida la pequeña satisfacción de generosas limosnas, proporcionadas a sus recursos, ninguno habrá, por cierto, tan pobre o tan enfermo, que no pueda en estos momentos de penitencia aceptar resignadamente su cruz, cumplir con mayor exactitud sus deberes, orar con mayor fervor, purificar su conciencia, examinando cuidadosamente su pasado a la luz de las verdades eternas y borrar sus culpas por medio de una contrición profunda y sincera. De esta manera, siguiendo el ejemplo de Cristo, nos será provechosa esta Cuaresma para celebrar dignamente la fiesta de Pascua, en la que resucitaremos con Jesús a una nueva vida de virtud y de paz, de consuelo y de felicidad, bendecidos por Dios.
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