San Blas, Obispo y Mártir
(✝ 316)
En este día alcanzó la palma de los mártires, el gloriosísimo San Blas, obispo de la ciudad de Sebaste, que es en la provincia de Armenia. Habíase retirado por divina inspiración a un monte que se llama Argeo y hacía vida en una cueva solitaria, cuando vino Agricolao, presidente de los emperadores Diocleciano y Maximiliano, y comenzó a perseguir a los fieles de Cristo condenándolos a las bestias para que el pueblo tuviese algún entretenimiento y regocijo.
Para esto envió a sus ministros a cazar fieras, y cercando el monte Argeo, llegaron a la cueva de San Blas, donde vieron un espectáculo capaz de ablandarles y moverles a abrazar la verdadera Fe, si no fuesen por su maldad más crueles que lo que son las bestias por su naturaleza. Porque vieron delante de la cueva gran número de animales feroces, leones, tigres, osos y lobos, que hacían compañía al santo en gran concordia y amistad, mientras él estaba orando y absorto en altísima contemplación. Lo cual no era cosa rara, porque cada día venían a la cueva del santo las bestias fieras de aquellos desiertos para honrarle y ser curadas por él y recibir su bendición.
Espantados de esto los ministros de Agricolao, volvieron a la ciudad y contaron al presidente sobre lo que habían hallado y visto, y él envió gran número de soldados para que prendieran a San Blas y a todos los cristianos que encontrasen ocultos en aquellos montes.
El santo varón a quien reverenciaban las bestias sanguinarias se entregó en las manos de sus enemigos, y después de haber convertido a la Fe muchos infieles con las maravillas que obró cuando le llevaban a la cárcel, testificó la verdad de Cristo con su sangre en los tormentos, porque habiéndole cruelmente azotado, le colgaron de un palo, desgarrando sus carnes con peines de hierro, luego le pusieron en una horrible mazmorra, de la cual le sacaron para echarle en una laguna; más el santo, haciendo la señal de la cruz, andaba sobre las aguas sin hundirse, y sentándose en medio de ellas convidaba a los fieles y ministros de justicia que entrasen en el agua como él, si pensaban que sus dioses los podían ayudar.
Y como algunos entrasen y se fuesen al fondo, el presidente, confuso y burlado, le mandó degollar.
El santo hizo entonces oración al Señor, suplicándole por todos los que en los siglos venideros se encomendasen a sus oraciones, y habiendo oído una voz celestial que le otorgaba lo que pedía, tendió el cuello al cuchillo y le fue cortada la cabeza.
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