Por Julian Kwasniewski
El sacerdote irlandés cojeó hasta la sacristía. Después de sufrir un derrame cerebral, estaba recuperando la funcionalidad, recuperando el uso de las extremidades de un lado de su cuerpo que obstinadamente no respondían. Difícil y frustrante, sí. Pero comprometido a seguir adelante con su vida, literal y metafóricamente. Como dijo una vez ese sacerdote: “En mi juventud la gente no era tan débil. Decidían lo que iban a hacer con sus vidas y seguían adelante”.
Hoy en día la gente no “sigue adelante”. La indecisión y las palabrerías afectan a los jóvenes como yo como nunca antes lo había visto.
Hoy en día la gente no “sigue adelante”. La indecisión y las palabrerías afectan a los jóvenes como yo como nunca antes lo había visto.
En cuanto a la vocación, la incapacidad de decidir retarda el crecimiento de muchas personas; incluso las “decisiones finales” están rodeadas de “escotillas de escape”.
Según los teólogos escolásticos, los votos religiosos perpetuos no podían ser dispensados ni siquiera por el Papa. Antaño las anulaciones matrimoniales eran difícilmente accesibles. Hoy, sin embargo, la laicización de los sacerdotes, las dispensas de los votos religiosos y los procesos de anulación cada vez más simplificados despojan de su significado a palabras como “final” e “indisoluble”... “Para siempre” parece significar “hasta que tú quieras”.
Las diferentes corrientes de “amor libre” y la moderna falta de arraigo pueden atribuirse a varios manantiales contaminados; el protestantismo fragmentado, las ideas comunistas sobre el matrimonio, los estetas y decadentes del último período victoriano o los hippies de la Nueva Era de los años sesenta.
La Iglesia Católica, sin embargo, ha sido históricamente la roca contra la que se puede medir el cambio, la comunidad en la que más se estima el compromiso, la institución que ha desafiado a todas las demás culturas y religiones con su continua sucesión de obispos, con sus indelebles sacramentos y -lo más contracultural de todo- con su defensa del matrimonio como unión indisoluble.
Hoy, cuando más que nunca necesitamos una “cultura del compromiso”, la Iglesia parece estar presionando botones de “escotillas de escape” inauditas.
En 2016, Amoris laetitia abrió la puerta a la Comunión para los “divorciados vueltos a casar”. Las pretensiones de universalidad del catolicismo fueron prácticamente abandonadas con la declaración de Abu Dhabi. La “ordenación femenina” está siendo “sinodalizada”. Y Fiducia Supplicans anunció “una contribución específica e innovadora al significado pastoral de las bendiciones”, que permite la bendición de “parejas” del mismo sexo, “basadas en la visión pastoral del ‘papa’ Francisco”.
La “cultura de la vida” de Juan Pablo II nunca se creará sin una correspondiente y subyacente “cultura del compromiso”. La cultura del compromiso es lo que permite que la vida florezca: el hijo de una madre soltera nunca sobrevivirá sin compromiso; el matrimonio en ruinas nunca sobrevivirá sin compromiso; la comunidad religiosa nunca sobrevivirá sin compromiso.
La mentalidad opuesta –la “cultura del no compromiso”– prevalece en todos los niveles de la sociedad. Los pagos a plazos múltiples suavizan el compromiso de pagar por algo (lo que las tarjetas de crédito ya vienen haciendo desde hace décadas, esclavizando a muchos con la usura). Los estudiantes universitarios tardan cada vez más en decidir sus carreras en una universidad, con una opción aparentemente interminable de cambiar de carrera y agregar otro año (o dos) a su título de cuatro años. El “discernimiento” de las citas continúa hasta el compromiso y más allá de las relaciones temporales o las aventuras de una noche y el divorcio es una puerta siempre abierta en los “matrimonios” modernos.
Y no importa decidir si estás comprometido o no con un sexo específico: algunos jóvenes “sensibles” tienen “género fluido”, lo que significa que no tienen que decidir de qué sexo son, indefinidamente. Pero los activistas abortistas que se oponen a la disponibilidad de píldoras para revertir el aborto, que a menudo pueden revertir los efectos de los abortivos hormonales si se toman lo suficientemente pronto, parecen pensar que las mujeres no deberían tener todas las opciones abiertas.
¿Qué significa todo esto concretamente? Hasta las aplicaciones para el teléfono móvil se ofrecen con “pruebas gratuitas: cancele en cualquier momento”, también lo hacen nuestros matrimonios, personas, embarazos y pagos. Los resultados son obvios. Corazones y familias rotas, millones de niños abortados y la incapacidad, tanto de jóvenes como de mayores, de alcanzar la grandeza a través del compromiso con bienes arduos.
¿Pero cómo eran las cosas históricamente? Me vienen a la mente los primeros pobladores del oeste americano: “La pequeña casa de la pradera” (“La Familia Ingalls” en Latinoamérica), ellos tomaban decisiones que difícilmente podían revertir.
La “cultura de la vida” de Juan Pablo II nunca se creará sin una correspondiente y subyacente “cultura del compromiso”. La cultura del compromiso es lo que permite que la vida florezca: el hijo de una madre soltera nunca sobrevivirá sin compromiso; el matrimonio en ruinas nunca sobrevivirá sin compromiso; la comunidad religiosa nunca sobrevivirá sin compromiso.
La mentalidad opuesta –la “cultura del no compromiso”– prevalece en todos los niveles de la sociedad. Los pagos a plazos múltiples suavizan el compromiso de pagar por algo (lo que las tarjetas de crédito ya vienen haciendo desde hace décadas, esclavizando a muchos con la usura). Los estudiantes universitarios tardan cada vez más en decidir sus carreras en una universidad, con una opción aparentemente interminable de cambiar de carrera y agregar otro año (o dos) a su título de cuatro años. El “discernimiento” de las citas continúa hasta el compromiso y más allá de las relaciones temporales o las aventuras de una noche y el divorcio es una puerta siempre abierta en los “matrimonios” modernos.
Y no importa decidir si estás comprometido o no con un sexo específico: algunos jóvenes “sensibles” tienen “género fluido”, lo que significa que no tienen que decidir de qué sexo son, indefinidamente. Pero los activistas abortistas que se oponen a la disponibilidad de píldoras para revertir el aborto, que a menudo pueden revertir los efectos de los abortivos hormonales si se toman lo suficientemente pronto, parecen pensar que las mujeres no deberían tener todas las opciones abiertas.
¿Qué significa todo esto concretamente? Hasta las aplicaciones para el teléfono móvil se ofrecen con “pruebas gratuitas: cancele en cualquier momento”, también lo hacen nuestros matrimonios, personas, embarazos y pagos. Los resultados son obvios. Corazones y familias rotas, millones de niños abortados y la incapacidad, tanto de jóvenes como de mayores, de alcanzar la grandeza a través del compromiso con bienes arduos.
¿Pero cómo eran las cosas históricamente? Me vienen a la mente los primeros pobladores del oeste americano: “La pequeña casa de la pradera” (“La Familia Ingalls” en Latinoamérica), ellos tomaban decisiones que difícilmente podían revertir.
Una vez que se dedicaba a la ocupación, sus opciones eran continuar con la ocupación o morir. Con toda su vida en un carro cubierto, los colonos atravesaron peligrosos desiertos. Como se habían comprometido con un curso de acción, seguían adelante.
Recuerde cualquier otra época de la historia y la encontrará marcada por el compromiso. Los antiguos romanos; los cruzados; los humanistas del Renacimiento; Napoleón; las potencias aliadas de la Segunda Guerra Mundial. Reyes, santos, dictadores: todos dependían de compromisos para lograr el bien o el mal.
Para fomentar una subcultura de compromiso, creo que una de las primeras cosas que se deben hacer es que aquellos que se han comprometido resueltamente con una vocación y una tarea en la vida, compartan sus historias de compromiso, dificultades, bendiciones y triunfos. El compromiso es una limitación, sí, pero sin limitación “¿cómo podría haber amor, aventura o beatitud?”.
Nosotros, los jóvenes, anhelamos oír hablar de padres, sacerdotes y aventureros que hayan alcanzado la gloria, o al menos un poco de felicidad y virtud, a pesar de grandes dificultades gracias a la fidelidad a sus compromisos. A nuestros mentores, ejemplos y pastores, les pido: “Dejen de abrir escotillas de escape innecesarias y, en cambio, capacítennos para la grandeza del compromiso. ¡Cuéntennos sus historias y no nos ofrezcan otra opción que la de la hermosa santidad!
Recuerde cualquier otra época de la historia y la encontrará marcada por el compromiso. Los antiguos romanos; los cruzados; los humanistas del Renacimiento; Napoleón; las potencias aliadas de la Segunda Guerra Mundial. Reyes, santos, dictadores: todos dependían de compromisos para lograr el bien o el mal.
Para fomentar una subcultura de compromiso, creo que una de las primeras cosas que se deben hacer es que aquellos que se han comprometido resueltamente con una vocación y una tarea en la vida, compartan sus historias de compromiso, dificultades, bendiciones y triunfos. El compromiso es una limitación, sí, pero sin limitación “¿cómo podría haber amor, aventura o beatitud?”.
Nosotros, los jóvenes, anhelamos oír hablar de padres, sacerdotes y aventureros que hayan alcanzado la gloria, o al menos un poco de felicidad y virtud, a pesar de grandes dificultades gracias a la fidelidad a sus compromisos. A nuestros mentores, ejemplos y pastores, les pido: “Dejen de abrir escotillas de escape innecesarias y, en cambio, capacítennos para la grandeza del compromiso. ¡Cuéntennos sus historias y no nos ofrezcan otra opción que la de la hermosa santidad!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Usted puede opinar pero siempre haciéndolo con respeto, de lo contrario el comentario será eliminado.