Por Luisella Scrosati
De uno en uno te dejan perplejo, pero todos juntos conmocionan. Estamos hablando de las defenestraciones de obispos por parte de Francisco, que han salpicado todo su pontificado.
El último caso sensacionalista fue el del obispo de Tyler (ver aquí), Mons. Joseph Strickland, quien tras las presiones del nuncio para obtener su dimisión “espontánea”, fue expulsado de su diócesis, sin que se le dieran explicaciones. No hay escándalos económicos o sexuales en su contra, y mucho menos que fuera culpable de herejía (lo que probablemente le habría dado una carrera). Simplemente, Strickland parece haber cometido el delito de traición, adoptando repetidamente posiciones no apreciadas por el Politburó eclesiástico: resistencia a las vacunas experimentales, oposición a la bendición de las parejas homosexuales, resistencia a la Traditionis Custodes. Y luego ese vicio imperdonable de querer seguir teniendo numerosos seminaristas: 21 en formación, en una diócesis de poco más de 130 mil bautizados y 84 sacerdotes.
Un vicio que Strickland tiene en común con otro obispo que ha sido criticado: Mons. Dominique Rey, obispo de Fréjus-Toulon, en cuya diócesis las ordenaciones sacerdotales están congeladas desde hace más de un año, y está en curso una “visita apostólica”. La solución parece en el horizonte: según el periodista Jean-Marie Guénois (ver en francés aquí) sería una “salida honorable (…) tanto para Mons. Rey –que permanece en su cargo– que por su labor pastoral”. Se trataría del nombramiento como coadjutor de la diócesis de Fréjus-Toulone de Mons. François Touvet, obispo de Châlons en Champagne, que flanquearía a Mons. Rey con derecho de sucesión; una especie de diarquía para los cuatro años que separan a Rey de los fatídicos 75 años. O de forma más realista, si se piensa en lo que le ocurrió al obispo de Albenga-Imperia, Mons. Mario Oliveri, una congelación de las facultades episcopales ordinarias. Resulta bastante difícil entender cómo pueden convivir la plena potestad de jurisdicción un obispo sobre su diócesis y el reparto de esta jurisdicción con un coadjutor.
Pero Strickland y Rey son los últimos de una larga serie que, en nuestra memoria, comenzó con la destitución, el 25 de septiembre de 2014, del obispo de Ciudad del Este (Paraguay), Mons. Roger Ricardo Livieres Plano, miembro del Opus Dei, que se había negado a dimitir bajo presión de la Santa Sede. Sobre él pesaban varias críticas: haber acogido a un sacerdote acusado de abusar de un adolescente (cuando fue Bergoglio mismo quien destinó al depravado en cuestión a ese lugar); mala gestión de los fondos de la diócesis; y luego el gran pecado de haber querido construir un seminario independiente en su propia diócesis.
Luego llegó el 8 de noviembre de 2014, con la destitución del cardenal Raymond Leo Burke como prefecto del Tribunal de la Signatura Apostólica, máximo órgano jurisdiccional de la Santa Sede, para nombrarlo patrón de la Orden de los Caballeros de Malta. Cargo del que fue destituido el 19 de junio, cuando aún no había cumplido 75 años, para ser sustituido por el cardenal Gianfranco Ghirlanda, que tiene 81 años.
Luego le tocó el turno al citado obispo de Albenga-Imperia; el 1 de septiembre de 2016 su dimisión fue aceptada por Bergoglio, después de que monseñor Oliveri llevara más de un año flanqueado por un coadjutor, que le había sustituido de hecho. También el 1 de septiembre, monseñor Josef Clemens, durante muchos años secretario personal del cardenal Ratzinger, se quedó sin puesto tras la decisión de Bergoglio de suprimir el Consejo Pontificio para los Laicos.
El 1 de julio de 2017, el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Cardenal Gerhard Müller, fue destituido al finalizar el período de cinco años y, por voluntad propia, no recibió ningún otro encargo. El 24 de octubre de 2018, defenestración récord: Bergoglio destituyó al obispo de Memphis, mons. Martin David Holley, a quien él mismo había nominado dos años antes. Comenzó así la serie de remociones por “cuestiones administrativas”.
Las purgas argentinas comenzaron en 2018. Primero fue el arzobispo de La Plata, mons. Héctor Aguer, quien se despidió a menos de una semana de cumplir 75 años, y quedó sin hogar. Luego fue el turno de Mons. Pedro Daniel Martínez Perea, obispo de San Luis. En 2017 se opuso a las propuestas de Amoris Lætitia; en diciembre de 2019 la Santa Sede ordenó una “visita apostólica” a su diócesis y el 13 de marzo del año siguiente fue citado a Roma para solicitar su dimisión. El 9 de junio de 2020 se anunció la aceptación por parte de Bergoglio de su dimisión: sin explicación, sin posibilidad de defensa. A él también lo enviaron a casa, sin asignación.
Otros prelados argentinos: Mons. Eduardo María Taussig, obispo de San Rafael; la intervención del prefecto de la congregación para el Clero, el cardenal Beniamino Stella, le obligó a cerrar el floreciente seminario diocesano en 2020 y en 2022 fue “animado” a dejar el cargo, con sólo 68 años. Bergoglio aceptó su dimisión.
El 17 de enero de 2019, Bergoglio decidió suprimir la Comisión Pontificia Ecclesia Dei, y su secretario, mons. Guido Pozzo fue enviado, con sólo 68 años de edad, para convertirse en superintendente de finanzas de la Capilla Musical Pontificia Sixtina. Una tarea honorable. Luego fue el turno de Mons. Francesco Cavina, nombrado obispo de Carpi el 14 de noviembre de 2011, que, después de menos de ocho años, se vio obligado a presentar su dimisión, tras haber vivido la tragedia del terremoto y haber trabajado intensamente por la reconstrucción; a los 64 años se quedó sin trabajo y hasta el día de hoy vive en la casa familiar “desempleado”.
Sin piedad para otra “víctima del terremoto”. De hecho, 2020 fue el año del despido de Mons. Giovanni D'Ercole, también presionado para que presente su dimisión. Involucrado en el trágico terremoto de L'Aquila (2009), donde fue obispo auxiliar, se encontró luego en primera línea, como obispo de Ascoli Piceno, tras el terremoto de Amatrice-Norcia-Visso (2016-2017). Incluso en su caso, no hay explicación oficial. Sin embargo, quedó bastante claro en su video (en italiano aquí), que estaba contra las continuas restricciones, debido al Covid. Evidentemente, a la “santa sede” esas palabras no le gustaron.
Noviembre de 2021. El Arzobispo de París, Mons. Michel Aupetit, fue acusado por un semanario francés de haber prestado demasiada atención a una mujer, nueve años antes. La fiscalía francesa abrió una investigación preliminar por “violencia sexual contra una persona vulnerable”. Aupetit, a los 70 años, presentó su dimisión, que fue inmediatamente aceptada por Bergoglio, quien admitió que la había aceptado impulsado por la presión de los medios, porque, según dijo, “un hombre difamado ya no está en condiciones de gobernar”. El expediente fue cerrado en el pasado mes de septiembre, por inexistencia del delito.
Motus in fine velocior. Por eso, en el último año y medio, hasta seis prelados se han visto abrumados por la “misericordia” bergogliana. Mons. Giacomo Morandi, tras no haber cumplido ni cinco años como Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, tomaría el tren el 10 de enero de 2022 para sustituir a Mons. Massimo Camisasca, en la diócesis de Reggio Emilia-Guastalla. Premio probable al Responsum sobre la bendición de las parejas homosexuales.
9 de marzo de 2022: Bergoglio destituye al obispo de Arecibo (Puerto Rico), mons. Daniel Fernández Torres, con apenas 58 años de edad, luego de que se negara a presentar su renuncia. Los motivos son claros, pero no admisibles públicamente: negativa a firmar primero una declaración conjunta de los obispos puertorriqueños, que afirmaba “el deber de los católicos de vacunarse contra el Covid-19”; y luego una segunda declaración sobre la limitación de las Misas en el rito antiguo. Torres también se había negado a enviar a sus seminaristas al seminario interdiocesano recientemente aprobado. No muy “sinodal”.
Entonces la suerte recayó sobre los dos secretarios de Benedicto XVI: Mons. Georg Gänswein, literalmente expulsado de Roma y enviado a Alemania, sin asignación; y Mons. Alfred Xuereb, enviado como nuncio a Corea y Mongolia, dejó su cargo justo cuando se preparaba el viaje apostólico de Francisco. 64 años, desempleado.
Los torpedos de Strickland y Rey cierran la serie (por ahora) . Recordemos también el trato reservado al cardenal Giovanni Angelo Becciu, el repentino despido de mons. José Rodríguez Carballo, el trato reservado a Mons. André Léonard con la supresión de la Fraternidad Sacerdotal de los Santos Apóstoles que fundó. El hecho cada vez más evidente es que Bergoglio no tiene intención de hacer prisioneros, a pesar de que se trata de predicar la “misericordia” y la “sinodalidad”. Lo más preocupante son las destituciones forzosas de obispos ordinarios, sin que los motivos sean conocidos, no sólo por el público, sino por ellos mismos. Otro signo peligroso de una plenitudo potestatis mal comprendida . Y de una pastoral no precisamente misericordiosa de "golpear a uno para educar a cien".
La Nuova BQ
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