Por Bruno M.
Con agradecimiento y casi sin atrevernos a creer lo que veíamos, hemos contemplado estos días cómo los centinelas, que estaban sumidos en un sopor invencible, han empezado a despertar. Los obispos, los centinelas de la Ciudad de Dios, que parecían dispuestos a callar pasara lo que pasase, se han decidido a hablar. Al menos algunos.
Ha sido una verdadera sorpresa para todos. Lo humanamente previsible era que la publicación repentina de Fiducia supplicans fuera recibida por los obispos con la misma mezcla de elogios de cara a la galería, indiferencia práctica y protestas privadas que otros documentos y declaraciones anteriores. ¿Qué ha cambiado? ¿Por qué empiezan a despertar por fin los centinelas de la Iglesia? No es fácil de entender.
A fin de cuentas, esta declaración está escrita con el mismo lenguaje confuso y engañoso que tristemente parece ser característico de este pontificado y que permite defender prácticamente cualquier cosa y también la contraria, en aplicación del viejo refrán: de noche, todos los gatos son pardos. Es muy difícil refutar un texto que resulta vago, contradictorio y a menudo incomprensible, por lo que, en última instancia, actúa más a través de insinuaciones que de afirmaciones y prefiriendo los hechos consumados a los principios racionales. Es una táctica que, en el pasado y desde el capítulo VIII de Amoris Laetitia y sus notas a pie de página, ha resultado muy efectiva.
A eso se suma la hábil elección del momento de la publicación de Fiducia supplicans. Como todo el mundo sabe, los políticos tienen muy estudiada esta cuestión y saben cuándo deben hacer públicas las noticias que pueden desagradar a una parte significativa del electorado, ya sea un viernes, justo antes de una fiesta importante o en medio del verano. Todo parece indicar que el Vaticano ha intentado utilizar el mismo truco para una declaración que inevitablemente desagradaría a los católicos y la ha publicado justo antes de las Navidades. Es decir, en un tiempo en que los ojos de fieles y clérigos están puestos en el pesebre del Niño Dios y no suelen seguir las noticias eclesiales.
También hay que tener en cuenta que el episcopado mundial había aceptado casi sin rechistar una larguísima serie de antecedentes: que se diera la comunión a los divorciados en una nueva unión según Amoris Laetitia; que en la misma exhortación se defendiera que el fin justifica los medios, que a veces Dios quiere que pequemos gravemente y que no existen los actos intrínsecamente malos contra toda la doctrina anterior; que se modificara el Catecismo en lo relativo a la pena de muerte para hacerlo más confuso en vez de más claro; que el “papa” asegurara públicamente y repetidas veces que la existencia de religiones no cristianas era una riqueza y algo bueno; que se sugiriese en diversas ocasiones en el Vaticano que la doctrina católica sobre la guerra justa ya no era válida; que se nombrasen miembros abortistas y favorables a la eutanasia y los anticonceptivos en la Pontificia Academia para la Vida; y que obispos alemanes, belgas y de otros países defendieran pública e impunemente todo tipo de barbaridades contrarias a la fe y la moral católicas, entre otros numerosos ejemplos. Después de aceptar todo eso y mucho más con un silencio obsequioso y movidos por una mejorable comprensión de lo que es la obediencia católica, ¿quién podía pensar que esos mismos obispos plantarían cara a Fiducia supplicans?
Así ha sido, sin embargo. Conferencias episcopales enteras y una selección de obispos de todo el mundo han rechazado públicamente la declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe en la que se aprobaba la bendición del parejas que vivían en adulterio o del mismo sexo. O al menos la han criticado con cierta dureza. Muchos más que los “trece de la fama” han cruzado en esta ocasión la línea sobre la arena: las Conferencias episcopales de Malawi, Zambia, Nigeria, Ghana, Ucrania (rito latino y rito bizantino), Benin, Togo, Ruanda, Madagascar, Polonia, Camerún, Zimbabwe, Angola, el Congo, Burundi y Haití, el card. Müller, Prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el card. Napier, el card. Sturla, el card. Ambongo, el card. Kutwa y bastantes obispos o prelados individuales Strickland, Peta, Schneider, Fuentes, Viganò, Eleganti, Masalles, Sanz Montes, Munilla, Molina Palma, Aguer, Mutsaerts, Chaput, Guimarães, Anyolo, Kozon, Varden, Eidsvig, Hendricks, Nazir-Ali, etc. Es cierto que buena parte de estas voces corresponden a países del llamado tercer mundo o a obispos y cardenales eméritos o caídos en desgracia, pero ahí están. Ya no son solo cuatro o cinco descontentos con el “nuevo régimen”.
¿Qué ha pasado? ¿Los cambios de la moral han ido demasiado rápido? ¿La declaración ha sido la gota que ha colmado el vaso? ¿Se han cansado por fin los obispos con fe de guardar silencio cuando esa fe se va deformando hasta hacerse irreconocible? ¿Ha sido por tratarse de una cuestión que, en África y en el este de Europa, donde se conserva más la fe que en los países ricos, aún despierta la indignación de los católicos? ¿Les ha molestado a los obispos el lenguaje evidentemente torticero de la declaración? ¿O la demostración práctica de que la sinodalidad solo es un recurso propagandístico que no podría estar más lejos de la realidad? ¿O el hecho de que solo dos años antes el mismo Dicasterio para la Doctrina de la Fe hubiera publicado otra declaración en sentido diametralmente opuesto? ¿Es, quizá, por el evidente fracaso de la “primavera” que se prometía al principio de este pontificado y el cada vez más próximo fin del mismo?
No lo sé y, muy probablemente, no haya una sola causa que explique este cambio, sino una combinación de muchas de ellas. Lo que sí sé es que este despertar de los centinelas se ha producido en Adviento, el Adviento de nuestra Señora, el tiempo de estar en vela y de ser fieles al Señor que viene. No creo que sea casualidad. Quizá los responsables de la declaración hayan elegido la fecha por motivos de propaganda, pero la Providencia tiene sus propios planes. Dios ha oído las voces de los fieles que piden justicia, cansados de que los dejen a merced de los lobos. El Señor no nos ha olvidado ni nos ha dejado de su mano.
Los centinelas dormidos han despertado. Aún son pocos y muchos otros fingen que no han oído los ruidos de alarma o incluso han llegado a un cómodo acuerdo con el enemigo. No importa. Se ha alzado el estandarte de Nuestra Señora, imparable como la aurora, poderosa como un ejército en orden de batalla y vencedora de todas las herejías. Al verlo podemos alegrarnos, sabiendo que no estamos solos. El Señor viene corriendo y no fallará. En su presencia, los vaivenes de la modernidad, la secularización, el progresismo, el modernismo, los clérigos incrédulos, las intrigas eclesiales y los documentos malintencionados son nada y vacío. Los obispos y los fieles aferrados a la fe somos débiles y poca cosa, pero nos basta su gracia, porque su fuerza se realiza en la debilidad.
Solo es un comienzo, una señal, pero basta para que recobremos el ánimo. La lucha será larga, porque la podredumbre en la Iglesia es profunda, pero la victoria está asegurada. Si Cristo está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Si la Inmaculada, la Mujer vestida de sol, es nuestra bandera, ya pueden aliarse en contra nuestra el mundo, la carne y el demonio, que no prevalecerán. Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías. El que habita en el cielo sonríe, el Señor se burla de ellos. Luego les habla con ira, los espanta con su cólera.
Espada de Doble Filo
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