sábado, 4 de noviembre de 2023

LA “IGLESIA SINODAL” SE GUIARÁ POR EL “ESPÍRITU DE LOS TIEMPOS”

¿Cómo se logrará la revolución esperada, dado que en esta ocasión no se llegó a ninguna decisión significativa?

Por Gavin Ashenden


La cámara nunca miente; excepto cuando lo hace. Una fotografía tomada fuera de contexto puede ser totalmente engañosa. Un video no tanto, ya que proporciona contexto. El sínodo de octubre en Roma ha producido dos respuestas contradictorias en los observadores.

Los que miran la fotografía fija han dicho “nada ha cambiado. Los catastrofistas estaban equivocados. Vean, ni mujeres sacerdotes, ni bendiciones homosexuales, ningún cambio”.

Pero ocurre lo contrario. El video cuenta una historia diferente. Si no hay ningún cambio, ¿para qué ha servido el Sínodo? ¿Por qué tanto esfuerzo? ¿Realmente todo era para dar a un par de cientos de personas elegidas a dedo la oportunidad de aliviarse y participar en una terapia de grupo eclesiástica?

Está claro que no. El Instrumentum Laboris ofrecía una clara indicación de que se estaba utilizando un nuevo tipo de lenguaje teológico, y con un propósito: facilitar la evolución hacia un nuevo tipo de Iglesia. La salvación fue sustituida por la política y la terapia. La periodista católica Jeanne Smits argumentó que “evolución” era el término equivocado.

Ella dijo: “Es una revolución que abandona fundamentalmente la definición de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo, para verla como... una nueva Iglesia”.

Para los observadores que han seguido otros organismos eclesiales en los últimos 50 años, las estrategias empleadas por los partidarios de la “nueva sinodalidad” resultan muy familiares.

Los episcopales de Estados Unidos recorrieron este camino en la década de 1980, al igual que los anglicanos de Inglaterra en la década de 1990. Cuando los anglicanos recurrieron al recurso de separar la teología de la tradición y trasladarla a grupos de encuentro, eligieron el término “indaba”.

Indaba es un concepto zulú que describe una reunión para debatir con propósito. Se diseñó para facilitar “tanto la escucha como la palabra y la emergencia de sabiduría y una mente común”.

¿Te suena familiar?

Tanto más cuanto que se añade el tropo “escuchar al espíritu”.

Los anglicanos no supieron definir lo que querían decir con “espíritu”, exactamente del mismo modo que los miembros del reciente sínodo se dedicaron a agitar la palabra como si ella debiera desviar todas las críticas o salvarles de cualquier otra responsabilidad de examinar lo que querían decir con ella.

La tarea del discernimiento era igualmente ajena a los progresistas anglicanos y católicos. El cristianismo tradicional, por otra parte, siempre ha puesto un énfasis considerable en ser capaz de distinguir entre los diferentes espíritus.

Incluso Hegel sabía lo suficiente como para definir lo que para él significaba “espíritu”, pero el cristianismo político o terapéutico no tiene experiencia ni pericia en esto. La estrategia era tan clara como incompetente.

Se pretendía deslocalizar la epistemología que define a la Iglesia -desprenderla de la Escritura, la Tradición y el Magisterio y reubicarla en el nuevo contexto autoritario del “encuentro de grupo” terapéutico- precisamente para poder afirmar que el “espíritu” había informado a la Iglesia. Pero todo indica que no se trata del Espíritu Santo. ¿Cómo podría explicarse de otro modo que el Espíritu Santo contradijera todo lo que había realizado en el pasado?

Más bien parece tratarse del “espíritu de la época”, ya que los valores que estimula y promueve son los opuestos a los de la Iglesia Apostólica. ¿Cómo se logrará la revolución esperada, dado que en esta ocasión no se llegó a ninguna decisión significativa?

Respuesta: estableciendo dos mecanismos eficaces para cambiar lo que la Iglesia cree y practica; la creación del principio y proceso de la “sinodalidad” en sí y el concepto adjudicador del sensus fidei.

En la práctica, este sínodo es sólo el comienzo de un proceso. Se nos ha prometido que le seguirá otro en 2024. Es, por supuesto, un principio bien conocido del acecho que uno no asusta a su presa demasiado pronto. Nunca hubo intención de que este sínodo tomara decisiones heterodoxas.

Lo importante era que se estableciera como un foro alternativo con el mandato de “escuchar al espíritu” y proponer a la Iglesia que cambiara su doctrina en consecuencia. Ahora que el mecanismo está a buen recaudo y que el precedente se ha establecido sin ser impugnado con éxito, la consecución del cambio de doctrina puede esperar unos meses.

El sensus fidelium es fundamental para ello y cuando nos preguntamos qué es, nos encontramos con que está definido en términos imposiblemente vagos.

El documento del sínodo afirma: “Todos los creyentes poseen un instinto para la verdad del Evangelio, el sensus fidei. Consiste en una cierta connaturalidad con las realidades divinas y en la aptitud para captar intuitivamente lo que se ajusta a la verdad de la fe”.

Si bien esto puede ser cierto en el sentido más general, fracasa en la aplicación práctica en cualquier contexto histórico. Si fuera cierto en el sentido que se ofrece, habría pocos o ningún cisma en la historia de la Iglesia. Se trata de una ingenuidad o de un revisionismo políticamente útil.

“Los procesos sinodales potencian este don y permiten verificar la existencia de ese consenso de los fieles (consensus fidelium), que es un criterio seguro para determinar si una determinada doctrina o práctica pertenece a la fe apostólica”.

La audacia que se esconde tras esta afirmación es tan pasmosa como amenazadora. En una pieza de gnosticismo progresista se reivindica la autoridad “intuitiva” de un grupo escogido a dedo de personas que tienen en común que apoyan los valores progresistas seculares por encima de los ortodoxos tradicionales.

Pero esa es exactamente la estrategia que se está adoptando para lograr una revolución del Dogma y la Enseñanza en la Iglesia.

Se ha adoptado el argumento especial (exactamente igual como hicieron los anglicanos) de que sólo nuestra cultura es lo suficientemente competente para comprender las complejidades del sexo y la sexualidad, a diferencia de sus predecesores, más “primitivos” e “inexpertos científicamente”.

En una sección titulada “Discernimiento eclesial y cuestiones abiertas”, el documento del sínodo proponía que “para evitar refugiarse en la comodidad de las fórmulas convencionales” (lo que presumiblemente significa la teología ortodoxa y la mente asentada de la Iglesia) “era necesario considerar las perspectivas de las ciencias humanas y sociales, la reflexión filosófica y la elaboración teológica”.

“Ciertas cuestiones, como las relativas a la 'identidad de género' y la orientación sexual... son controvertidas no sólo en la sociedad, sino también en la Iglesia, porque plantean nuevos interrogantes”.

Y ahí se encuentra presentada tanto la plataforma como el mecanismo para cambiar la enseñanza de la Iglesia sobre la ordenación de mujeres y la bendición de las relaciones homosexuales.

Evidentemente, esta estrategia se ha estado preparando durante bastante tiempo y se está desarrollando paso a paso, como un plan de acción cuidadosamente concebido.

Ha estado precedida por una serie de declaraciones de portavoces progresistas que han preparado el terreno para los cambios.

Dentro de un año, en la siguiente etapa -la reconsideración del sexo y la sexualidad en consonancia con los “valores mejor informados científicamente” de la secularidad- será intuida por los nuevos “árbitros autorizados de la fe” que se han incorporado a la nueva “sinodalidad”.

La revolución está en marcha según lo previsto. Lo que queda por descubrir es cómo responderán los católicos fieles y tradicionales al secuestro de la Iglesia y de sus bancos por un dogma formado a partir de los preceptos de la ética progresista y las obviedades terapéuticas.


Catholic Herald


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