martes, 10 de octubre de 2023

NO ES SÓLO UNA CRISIS, ES UNA REVOLUCIÓN

Por eso, para ser católico hay que ser contrarrevolucionario.

Por Aldo María Valli


Cuando hablo de la crisis actual de la Iglesia y dentro de la Iglesia, algunos amigos intentan consolarme afirmando que ha habido muchas crisis en el pasado y la Iglesia siempre ha salido de ellas. Es real. Pero la crisis actual es única. No hay precedentes porque aquí estamos ante un papa que, desde el inicio de su mandato, se puso a trabajar para desestabilizar y derrocar: típico comportamiento revolucionario.

En el pontificado actual no sólo vemos confusión y ambigüedad. Vemos el intento de dar origen a una nueva religión que deberá sustituir al catolicismo, y el sínodo que acaba de comenzar será un momento privilegiado para esta obra de subversión.

La reducción (o mejor dicho, la degradación) del papel del obispo es un acto necesario en la lógica revolucionaria. Desarticular la estructura jerárquica es vital para quienes quieren subvertirla.

Que la acción de Bergoglio es típicamente revolucionaria también se puede deducir del clima de terror que prevalece en el Vaticano. Quien disienta debe tener mucho cuidado, porque el cuchillo del caudillo puede caer en cualquier momento sobre el cuello de quien sea considerado opositor.

Que todo esto suceda mientras en la superficie las palabras dominantes son "acompañamiento" y "misericordia" no es sorprendente. El caudillo y sus lacayos recurren voluntariamente a la propaganda paternalista mientras se dedican a la labor de subversión.

Cuando, en referencia al sínodo, un sitio como el Caminante-Wanderer argentino habla de la Revolución de Octubre y del congreso peronista, no exagera. Simplemente fotografía la realidad.

Incluso la publicación de Laudate Deum es funcional al proyecto revolucionario. Mientras una parte del "pueblo" católico mira desorientado a su alrededor preguntándose qué pasará con la Iglesia, el caudillo centra su atención en uno de los contenidos fuertes de su nueva religión, ese ecologismo que, por un lado, le permite ganar aún más credibilidad como capellán de las organizaciones globalistas y, por otro, deshacerse completamente del viejo bagaje. El nombre de Jesús desaparece y los diligentes asistentes del caudillo en las diócesis, plantan árboles. La cruz también es enviada al ático, al igual que el crucifijo. Mientras tanto, todos los representantes del globalismo son recibidos en el Vaticano, desde Bill Clinton hasta el hijo de Soros y la viuda McCain. Una romería que además nos da una idea visual de cómo se está produciendo la revolución. La Iglesia y la fe están siendo desmanteladas pieza a pieza y en su lugar se está montando otra Iglesia, otra fe.

Alguien se ha dado cuenta de que el Laudate Deum, en términos de contenido, no alcanza ni siquiera el nivel de una tesis de grado mediocre. Si un estudiante lo hubiera presentado difícilmente habría obtenido la promoción. Pero, una vez más, no es ninguna sorpresa. Incluso el empobrecimiento conceptual y estilístico es parte del plan revolucionario de quienes quieren destruir.

Hace sólo unos años todo lo que estamos viendo podría haber sido una distopía. En mi sarcástico relato de fantasía religiosa Come la Chiesa finì (Cómo terminó la Iglesia) (la primera edición data de 2017) imaginé una secuencia de etapas: con la encíclica Alea iacta est el papa adaptaría la Iglesia al mundo; con la carta pastoral Tabula rasa la Iglesia habría adoptado el doble pensamiento según la lógica del "pero también" (sí pero también no, no pero también sí); la Congregación para la Doctrina de la Fe pasaría a ser Congregación para la Adaptación de la Fe; la encíclica Captatio benevolentiae habría contenido las instrucciones a seguir para poner fin a toda diferencia entre Iglesia y mundo; con el motu proprio Gaudeamus igiturla Iglesia Católica cambiaría oficialmente de nombre y pasaría a ser la Iglesia de la Acogida; con la encíclica Panem et circenses la Eucaristía sería concedida a todos como un derecho; con las exhortaciones Amoris hilaritas y Amoris iucunditas la Iglesia Acogedora abrazaría definitivamente las ideas del mundo en el campo de la sexualidad.

Etcétera. Hasta el final. En sentido literal.

Repito: la historia es del 2017. Y hoy es, efectivamente, la realidad. Pero mi distopía era ingenua. No me había imaginado, por ejemplo, el ascenso de un Tucho Fernández, el estudioso del beso, a jefe de lo que fuera el Santo Oficio.

Muchos de mis amigos en los últimos días se han sentido perturbados por la presentación de la Laudate Deum porque personas como Giorgio Parisi (el científico que impidió a Benedicto XVI hablar en la Universidad Sapienza de Roma) fueron invitados al Vaticano, el escritor Jonathan Safran Foer (que para luchar contra el cambio climático recomienda no tener hijos y no comer carne), y Luisa-Marie Neubauer, seguidora de Greta Thunberg. Pero sólo aquellos que aún no han comprendido que estamos ante una revolución pueden sentirse molestos. El verdadero motor de la cual, como en todas las revoluciones, es el odio. Odio por lo que fue y ya no debe ser.

En consecuencia, si queremos ser católicos hoy, debemos ser contrarrevolucionarios.


Aldo Maria Valli


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