viernes, 15 de septiembre de 2023

15 DE SEPTIEMBRE: LA MADRE DOLOROSA

Esta fiesta la celebraban con gran pompa los Servitas ya en el siglo XVII y fue extendida por el Papa Pío VII en 1817 a toda la Iglesia.

En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: "Mujer, ahí está tu hijo". Luego dijo al discípulo: "Ahí está tu madre"
El Evangelio de la Misa nos recuerda el momento más doloroso de la vida de María, así como su inquebrantable firmeza: junto a la cruz de Jesús está de pie María, su Madre.


MEDITACIÓN

I. Nada hay más consolador para un cristiano que poner sus ojos en la cruz; ella es quien le enseña a sufrir todo, a ejemplo de Jesucristo. Esta cruz anima su fe, fortifica su esperanza y abrasa su corazón de amor divino. Los sufrimientos, las calumnias, la pobreza, las humillaciones parecen agradables a quien contempla a Jesucristo en la cruz. La vista de la serpiente de bronce sanaba a los israelitas en el desierto, y la vista de vuestra cruz, oh mi divino Maestro, calma nuestros dolores. No pienses en tus aflicciones ni en lo que sufres, sino en lo que ha sufrido Jesús (San Bernardo).

II. ¡Qué dulce debe ser para un cristiano, en el trance de la muerte, tomar entre sus manos el crucifijo y morir contemplándolo! ¡Qué gozo no tendré, entonces, si he imitado a mi Salvador crucificado, viendo que todos mis sufrimientos han pasado! ¡Qué confianza no tendré en la cruz y en la sangre que Jesucristo ha derramado por mi amor! ¡Qué dulce es morir besando la cruz! El que contempla a Jesús inmolado en la cruz, debe despreciar la muerte (San Cipriano).

III. Qué consuelo para los justos, cuando vean la señal de la cruz en el cielo, en el día del juicio y qué dolor, en cambio, para los impíos que habrán sido sus enemigos. Penetra los sentimientos de unos y otros. Que pesar para los malos por no haber querido, durante los breves instantes que han pasado en la tierra, llevar una cruz ligera que les hubiera procurado una gloria inmortal, y estar ahora obligados, en el infierno, a llevar una cruz agobiadora, sin esperanza de ver alguna vez el fin de sus sufrimientos.


Gracias y promesas de la devoción de los Siete Dolores de María

Según San Alfonso de Ligorio (Las Glorias de María) le fue revelado a Santa Isabel que, a petición de Nuestra Señora, Nuestro Señor prometió cuatro gracias principales a los devotos de sus Dolores:

1) Que aquellos que antes de la muerte invoquen a la divina Madre en nombre de Sus Dolores obtendrán un verdadero arrepentimiento de todos sus pecados;

2) Que protegerá a todos los que tengan esta devoción en sus tribulaciones, y los protegerá especialmente en la hora de la muerte;

3) Que imprimirá en sus mentes el recuerdo de Su Pasión;

4) Que pondrá a estos siervos devotos en manos de la Madre María para que haga con ellos lo que quiera y les obtenga todas las gracias que desee.


Además de estas cuatro gracias, hay también siete promesas vinculadas a la práctica de rezar diariamente siete Avemarías mientras se meditan las Lágrimas y los Dolores de Nuestra Señora. Estas siete promesas fueron reveladas a Santa Brígida de Suecia:

1) “Yo concederé la paz a sus familias”.

2) “Serán iluminadas en cuanto a los Divinos Misterios”.

3) “Yo las consolaré en sus penas y las acompañaré en sus trabajos”.

4) “Les daré cuanto me pidan, con tal de que no se oponga a la adorable Voluntad de Mi Divino Hijo o a la salvación de sus almas”.

5) “Les defenderé en sus batallas espirituales contra el enemigo infernal y las protegeré cada instante de sus vidas”.

6) “Les asistiré visiblemente en el momento de su muerte y verán el rostro de su Madre”.

7) “He conseguido de Mi Divino Hijo que todos aquellos que propaguen la Devoción a Mis Lágrimas y Dolores, sean llevadas directamente de esta vida terrena a la Felicidad Eterna ya que todos sus pecados serán perdonados y Mi Hijo será su consuelo y gozo eterno”.

Orad por la conversión de los infieles.


ORACIÓN

Oh Dios, durante cuya Pasión, 
según la profecía de Simeón, 
una espada de dolor atravesó el alma dulcísima de la gloriosa Virgen y Madre, 
concédenos, al venerar sus dolores, 
que consigamos los bienaventurados efectos de vuestra Pasión. 
Vos que con el Padre y el Espíritu Santo vivís y reináis por los siglos le los siglos. 
Amén.



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