Por David Carlin
Y si hay constancia pública de que has expresado esa opinión en un pasado reciente o incluso lejano, puedes encontrarte con que eso le te descalifique para un trabajo al que estás aspirando.
O si ya tienes un empleo, tu jefe puede llamarte a la oficina para darte una reprimenda; puede que se incluya una carta de censura en tu expediente y se te advierta de que, si reincides, perderás tu empleo. “En esta empresa [o universidad o escuela pública o agencia gubernamental o fundación benéfica] no hay sitio para la incitación al odio”, te dirá tu jefe.
Tú (un católico o un evangelista de la vieja escuela) puedes intentar defenderte señalando que tu visión negativa de la homosexualidad no es un mero prejuicio personal; es la enseñanza milenaria de tu religión. Pero eso no te servirá de mucho. Porque todo lo que significará es que tú perteneces a una religión “homófoba” y que eres tan deficiente en decencia común que te niegas a disentir con esa viciosa doctrina de tu anticuada fe.
Y si tú eres una celebridad -un artista, un atleta, una figura política- millones de personas, dirigidas por sabios y virtuosos anticristianos, se unirán en un intento de destruir tu carrera. Hoy en día no están permitidos los linchamientos literales, del tipo que se cobra la vida de sus víctimas, pero sí es posible deleitarse con linchamientos metafóricos, del tipo que destruye reputaciones y carreras con innumerables denuncias indignadas y farisaicas.
Mientras tanto, habrás notado que no te meterás en problemas por expresar tu opinión, quizá basada en tu religión, de que el adulterio es moralmente malo. A nadie le importa que digas eso, ni siquiera a los adúlteros. Salvo contadas excepciones, las personas que cometen adulterio creen que el adulterio es malo, al menos como proposición abstracta.
Por supuesto, creen que su caso particular de adulterio es moralmente permisible, pero sólo como excepción a una regla generalmente válida. Debido a circunstancias especiales (por ejemplo, se está “vengando” de su cónyuge, o está profundamente “enamorado” de su amante, o tiene derecho a ello debido a la bondad moral que caracteriza todos los demás aspectos de su admirable vida), la norma, por lo demás válida, contra el adulterio, no se le aplica en su caso concreto.
Los ladrones también son así. Creen que robar está mal. No aprueban que les robes. Pero cuando ellos mismos roban, bueno, eso es diferente.
¿Por qué los homosexuales no adoptan esta línea de defensa? ¿Por qué no dicen: “Admito que la conducta homosexual es mala en términos generales, pero para mí no lo es en este caso concreto”? Eso es lo que la mayoría de ellos solía decir, en los días anteriores al movimiento por los “derechos” de los homosexuales (ahora “nuevo y mejorado” como movimiento lgbtq+). Y supongo que algunos todavía lo dicen. Pero son los más callados.
Esos homosexuales ruidosos, las personas que forman el corazón y el alma del movimiento lgbtq+, en lugar de admitir que la conducta homosexual es generalmente mala, sostienen que dicha conducta es generalmente correcta. Y expresan indignación moral si no estás de acuerdo con ellos, aunque lo hagas citando a San Pablo.
Tengo una sugerencia.
Si (como muchos filósofos y teólogos han sostenido durante los últimos 2.500 años) los seres humanos tenemos un conocimiento innato de ciertas verdades morales, y si una de estas verdades es que la conducta homosexual es incorrecta o antinatural, entonces cuando usted dice que la homosexualidad es incorrecta, esto equivale a decirle a su vecino homosexual: “No sólo su conducta es incorrecta, sino que usted sabe que es incorrecta; y por lo tanto es un autoengañador o un hipócrita cuando la niega”. ¿Quién puede sorprenderse de que los homosexuales se molesten cuando se les dice eso?
Si es cierta la teoría (como yo mismo pienso que probablemente lo sea) de que tenemos una convicción innata de que la homosexualidad está mal, esto explica la vigorosa -la extremadamente vigorosa- campaña por parte del movimiento lgbtq+ para convencer hasta al último ciudadano sobre “la bondad de la homosexualidad” y castigar a aquellos (por ejemplo, católicos y evangelistas de la vieja escuela) que se niegan a dejarse convencer.
Si quieres mantener una creencia controvertida, pero al mismo tiempo tienes dudas sobre la veracidad de esa creencia, la mejor forma de disipar esas dudas es rodearte de personas que compartan tu creencia controvertida. Si “todo el mundo” está de acuerdo contigo, entonces debes tener razón. Tus dudas se disiparán.
Sólo si tú y tus aliados ideológicos aplastáis toda disidencia, utilizando un tremendo aparato propagandístico (prensa, industria del entretenimiento, escuelas, universidades, partidos políticos y gobierno) para machacar el mensaje de que sólo “lo gay es bueno”, entonces seréis capaces de silenciar la voz disidente que la Naturaleza (o Dios) ha plantado dentro de vosotros.
Cuando a los católicos de la vieja escuela les digan que su religión es muy mala por haberles enseñado que la conducta homosexual es mala, deberían responder: “Fue la Naturaleza la que me lo enseñó; mi religión se limita a refrendar la lección que la Naturaleza me ha dado”.
The Catholic Thing
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