por Eck
Un paseo por Versailles
Menos gente aún se imagina que el comienzo del fin de los tronos europeos fue una magnífica procesión al Rey de Reyes presidida por el arzobispo de París, Mons. de Juigné, seguido del rey Luis XVI y precedido de los mil doscientos diputados de Francia en medio del esplendor de la corte de Versailles. Y muchísima menos gente todavía puede creer que entre los diputados vestiditos con chapines refulgentes y devotitos portadores de albos cirios en honor a Cristo se encontraban Mirabeau, Robespierre, Talleyrand y otras bêtes noires de la Iglesia.
Aunque muchos de ellos eran hipócritas redomados, la mayoría quería aprovechar la oportunidad de la crisis y la bonhomía de Luis XVI para renovar el reino de Francia tras la descomposición y podredumbre de la regencia de Orleans y el caligulesco pero sin sangre período de Luis XV, sin darse cuenta de que con sus medidas rompedoras continuaban, pero de otro modo más profundo, la labor de zapa contra la monarquía tradicional, que ya había hecho el rey Sol, verdadero antecesor de la Republique, al romper con el lento trabajo de la historia.
Durante esta ceremonia se atravesó una de las salas más famosas del Palacio, la Galería de los Espejos, eterno recordatorio de la sombra de Luis XIV de que las cosas no eran lo que aparentaban ser y que eran mucho más engañosas que las que se hallaban en el propio palacio. Al multiplicar por miles y miles la realidad reflejada, se entra en un laberinto infinito del que es difícil salir, donde la izquierda es derecha, arriba es abajo y dentro es fuera y viceversa, cuando uno cree salir está entrando y cuando cree hallar la solución más errado está.
El siglo XIX fue en todos los ámbitos un siglo confuso y desorientador, una laberinto de espejos en el que cayeron sus protagonistas y en el que hemos caído nosotros mismos detrás. Siglo revuelto, remolino donde todo se mezcló y se confundió, ha costado más de un siglo empezar a desenredar el ovillo y aún no se ha conseguido del todo. En la Iglesia de igual modo, donde el modernismo se disfraza de tradicional y conceptos tradicionales pasan por modernistas. Esto ocurre con los Papas de los que vamos a hablar, que se les supone campeones de la Tradición y lo son, pero también fueron revolucionarios, no en la materia, sino en las formas sin acordarse de lo que decía el viejo Aristóteles y fray Tomás: quidquid recipitur ad modum recipentis recipitur. Ya se puede recibir la Tradición pura que como sea el recipiente revolucionario, se volverá Revolución.
Beato Pio IX: La Tradition, c´est moi
Conocida es la anécdota del Papa Mastai con el cardenal Guidi cuando éste le manifestó, durante el Concilio Vaticano I, sus dudas y oposición a la definición extremada de la infabilidad pontificia por no tener respaldo de la Tradición de la Iglesia. El Papa Pío IX le mandó llamar una noche de junio para abroncar enérgicamente a semejante rebelde purpurado, gritando como un descosido: “La Tradizione son’io”, (¡La Tradición, soy yo!). No deja de ser significativo que use una frase similar a la famosísima del rey Sol y que revela que después de una resistencia heroica de trescientos años contra la concepción modernista del poder y del estado, la propia Iglesia y su cabeza han caído de lleno en ella. A partir de aquí el recipiente será totalmente revolucionario aunque los contenidos sean los tradicionales: culto carismático a la persona, no al cargo, del pontífice; centralismo romano, lo que había sido cuidadosamente evitado por la Curia durante milenios; concepción juridicista de la propia Iglesia, de la Fe y los sacramentos, etc. Es el amanecer del Papa Sol que ilumina toda la Iglesia con su magisterio.
En esto, el Papa Pio IX es el reflejo invertido y gemelo de Pablo VI. Este “democratizó” las apariencias del papado pero sin tocar un azumbre del poder autocrático mientras que aquél convirtió al pontificado en una autocracia bajo los ropajes tradicionales. En ambos casos, aunque la mona tirana se vistiera de jeans o de seda, en mona tirana a la antigua o a la moderna se queda....
León XIII: El gallo en la habitación
De todos es conocido la enorme producción doctrinal, digna de tan industriales tiempos, de este Papa, y de muy alta calidad por otra parte. También trajo a la Santa Sede tranquilidad y estabilidad tras los movidos tiempos de su tormentoso predecesor. En apariencia, un pontificado en el que no se iba a romper ni un plato ni un vaso puesto que la edad no le acompañaba y sin embargo, entró como un elefante en una cacharrería dentro del proceloso terreno de la política. Por meros motivos de política de la Santa Sede, que no de la Iglesia, quiso reconciliarse con la masona, corrupta y colonialista III República gabacha, todo un primor como se ve, con el famoso Ralliement. No deja de ser curioso que el papa más antimásonico (con su concilio trentino incluido) y tradicionalista quisiera unirse al régimen más masónico y revolucionario que había. Lo grave no fue esto, que ya tenía antecedentes multiseculares, si no que se lo pregunten a nuestros Carlos I y Felipe II... sino que se entrometiera en la conciencia y en la política doméstica de los católicos franceses en un terreno donde el Papa no pitaba nada pues no era de su competencia ni tenía legitimidad alguna: el régimen político que debían tener los franceses. Y todo por política exterior, lo más alejado de la esencia de la Iglesia cuya cabeza dijo que su reino no era de este mundo.
Por supuesto que fue un desastre pero dejó dos herencias: que la doctrina y la praxis fuera cada una por su lado hasta chocar y que se concibiera a la Iglesia como un instrumento de partido, del Estado de la Santa Sede. No en balde se ha apelado al Kremlin como el Vaticano Rojo y no al revés...
S. Pio X: Agere revolucionario contrarrevolucionario
La médula fue tradicional pero las formas fueron plenamente revolucionarias y establecieron el habitus de que el Papa podía hacer lo que quisiera, antecedente que tras el Concilio se aprovecharían hasta el fondo los progresistas. Sólo tenían que llegar al solio papal porque ya habían caído todas las defensas contra el despotismo pontificio que la historia había erigido.
Pio XI: Arreglando problemas...
Podríamos hablar de los famosos arreglos que nada arreglaron excepto un desastre para el catolicismo de México cuando estaban a punto de vencer al gobierno masónico anticlerical. Lección que se debe aprender de este suceso: cuando se lucha pro aris et focis no se debe confiar en la jerarquía ni dejar que ella marque la batuta porque siempre aletea la sombra de Judas y la tentación del acomodo con el mundo. Sin embargo, queremos hablar de otro charco. Como los papas son hombres y este animal es conocido por tropezar dos veces con la misma piedra, así tenemos que Roma tropezó por segunda vez y por los mismos motivos con un tema político francés. Hablamos del affaire de la Acción Francesa que costó el capelo y la libertad al gran Billot, llenó de sufrimiento al catolicismo francés y demostró la falsedad e hipocresía romana que colaba un mosquito y tragaba camellos según el interés o, peor, las manías voluntaristas del pontífice de turno.
Venerable Pio XII: el primer pastor de masas
Este gran Papa también puso su granito de arena. Con el Pastor Angelicus fue todo un fenómeno de papolatría avant la lettre y con mucho mejor gusto, hay que decirlo, que sus sucesores. Miles de fotos con su retratos en pose mística, que su facha ascética ayudaba; revistas, cine y televisión hacía llegar a los hogares su imagen santa y perfecta. Hasta tuvo un milagro fatimista en los jardines del Vaticano para completar el icono de los devotos que no se cansaban de echar kilos y kilos de incienso. Y no era para menos porque parecía que la Iglesia resurgía con poder tras la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial y entraba en una etapa de expansión y optimismo pleno que explotó en los sesenta en utopismo. Sin embargo, el propio Papa, humilde y responsable en el fondo, y mentes privilegiadas como Castellani, no se dejaban engañar y presentían el desastre. De aquí la negativa panza arriba de convocar un concilio y la huida hacia adelante de conceder pequeños cambios para evitar los mayores pero que agudizaron los problemas de fondo. Murió con grandes presentimientos y sufrimientos por el futuro que se confirmaron enseguida.
Conclusión: Concilium ante portas Romae
Cuando el papa Juan XXIII convocó el famoso concilio ya se había completado la labor de cien años de pontífices revolucionarios. Apenas quedaban ámbitos eclesiásticos en los que la longa manus papal no hubiera ya tocado y el culto papolátra tan estaba firmemente asentado que se aceptaría como verdad divina cualquier cosa que dijera el pontífice. Las resistencias tradicionales y los elementos objetivos de la Fe estaban tan hundidos que solo faltaba tocar algo del o por el papado para echar abajo todo el edificio. Y cuando se hizo, se hundió completamente el edificio. Todo partía de un trágico error muy extendido: el de combatir la Revolución con la Contrarrevolución, imagen especular y dependiente del modelo. Similar a la protesta, el ultramontanismo en su larga duración hizo emerger monstruos y quimeras que ahora vemos. La fe de los primeros cristianos no se puso a copiar al paganismo; no era un contrapaganismo, sino que se mostraba tan autosuficiente que se proponía como la Verdad y sacaba las conclusiones de Vida. Hagamos lo mismo.
Wanderer
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