A pesar de su destructividad, todas las revoluciones hasta ahora respetaban las leyes de la naturaleza. Al rebelarse contra la naturaleza, los actuales movimientos revolucionarios son los más radicales de todos los tiempos.
Por Julio Loredo
“¡La destrucción de las palabras es algo muy hermoso!”, exclamaba Syme, un personaje de la famosa novela 1984 de George Orwell. Syme promovía la NeoLengua, el nuevo lenguaje forjado por el Estado totalitario para manipular la mente de los ciudadanos.
La deconstrucción del lenguaje
Cada revolución social ha manipulado el lenguaje para difuminar la realidad, adaptándola a su ideología particular. Así, Lenin propuso una “paz democrática” en el discurso inaugural de la III Internacional en 1919. Claramente no se refería a la tranquillitas ordinis cristiana, la tranquilidad del orden. Apelaba a su opuesto exacto, la dictadura del proletariado.
Del mismo modo, la actual revolución cultural (que Plinio Corrêa de Oliveira llama la “Cuarta Revolución” en su conocido esquema de la historia) también emplea la manipulación lingüística llevándola a un frenesí paroxístico. La anticoncepción se presenta como “control de la natalidad”. El asesinato de un niño no nacido se convierte en “interrupción voluntaria del embarazo”. A los que apoyan el asesinato de inocentes se les llama simplemente “pro-opción”. Los homosexuales se convierten en “gays” que buscan placer.
Este lenguaje dista mucho de ser moralmente neutro. De hecho, fomenta el pecado al presentarlo bajo una luz favorable.
Un nuevo hito ha nacido con la ideología de género. Esta escuela de pensamiento niega la dicotomía natural hombre/mujer, sustituyéndola por una infinidad de “orientaciones sexuales” polifacéticas. Algunos estudiosos han identificado más de cincuenta “géneros”. Incluso está de moda proclamarse “genero fluido”, es decir, sin un “género” definido.
La ideología de género niega que la identidad sexual esté basada en la naturaleza. Sostiene que la identidad es “el resultado de condicionamientos culturales, sociales y lingüísticos”, lo que hace que la esencia humana sea cambiante por definición. Así pues, nada -ni siquiera la naturaleza- es objetivo. Todo puede ser manipulado a voluntad por el hombre, que desempeña el papel de un demiurgo no guiado por la razón sino por pasiones desenfrenadas. La sexualidad es libre de ser polimorfa y formada por caprichos subjetivos. Independiente de la ley natural, la sexualidad se convierte en la fuerza motriz de la sociedad posmoderna.
Ya no se trata de una mera deconstrucción del lenguaje, sino de un intento de subvertir la naturaleza creada por Dios. En nuestra opinión, esto marca un nuevo paso en el proceso revolucionario: el comienzo de una Quinta Revolución.
Igualitarismo: Fuerza propulsora del proceso revolucionario
Este proceso revolucionario de descristianización ha arrasado la civilización cristiana desde finales de la Edad Media. Muchos utilizan el término igualitarismo, con su corolario necesario, el liberalismo, para describirlo.
Históricamente, este proceso igualitario ha pasado por muchas etapas. El protestantismo buscó la igualdad en la esfera religiosa negando la autoridad del Papa, mientras que las sectas más radicales negaron incluso la autoridad de obispos y sacerdotes. La Revolución Francesa trasladó estos principios igualitarios al ámbito político, negando la autoridad del rey y de la nobleza. El comunismo atacó la última desigualdad que quedaba, la económica, aboliendo la propiedad privada.
Sin embargo, quedaba por destruir una última jerarquía, que se encontraba en el interno hominis (el interior del hombre). Según este orden jerárquico, la Fe ilumina el intelecto, que a su vez guía y fortalece la voluntad. A continuación, la voluntad domina los sentidos y las pasiones.
La revolución cultural apunta a esta jerarquía interna. Su acción sobre las pasiones desenfrenadas comenzó con los locos años veinte y estalló con el cambio de paradigma que supusieron las revueltas estudiantiles de mayo de 1968 en París. Los años sesenta trajeron una “revolución en las formas de ser”, una “revolución total”, una “liberación”. Estos cambios radicales implicaban la tiranía de las pasiones sobre cualquier limitación intelectual, moral, social o cultural.
La piedra angular de esta revolución cultural es la liberación sexual. Proclama la destrucción de la moral imperante. Afirma la libertad de “tener sexo” con quien quiera, donde quiera y como quiera. Entendida inicialmente como sexo libre entre hombres y mujeres, esta revolución se ha desarrollado cada vez más con la proliferación de la homosexualidad y, más recientemente, de la pansexualidad.
Nada más lógico. Para los revolucionarios más extremistas, el sexo genital sigue siendo “opresivo” porque tiene lugar en formas definidas por la morfología natural del cuerpo. Estos radicales proclaman que el ser humano “debe liberarse de sus limitaciones morfológicas experimentando su sensualidad a través de cada fibra, poro o fantasía posible”.
De este modo, la persona humana llegará a una versión adulta de lo que Freud llamó “perversidad polimorfa”. Esta perversidad polimorfa es el concepto psicoanalítico de Freud que propone la capacidad de obtener gratificación sexual fuera de los comportamientos sexuales socialmente normativos.
La destrucción de la naturaleza
Este tipo de pan-sensualidad, sin embargo, choca con un obstáculo insalvable: la realidad natural objetiva. La diferencia hombre/mujer surge de la propia naturaleza.
Lejos de querer someterse a las leyes de la naturaleza, los partidarios de la ideología de género niegan la diferencia entre los sexos. Niegan que exista una distinción objetiva entre el comportamiento masculino y el femenino. Para afirmar este absurdo, sostienen que la realidad objetiva no existe. Todo se interpreta subjetivamente. Todo puede reescribirse y renombrarse a voluntad. Proclaman la fantasía como norma de comportamiento.
La definición clínica de la locura es la disconformidad del intelecto con la realidad y la consiguiente invención de un mundo interno que ya no se corresponde con la verdad externa.
Los partidarios de la ideología de género quieren destruir la ley natural, que es la ley divina grabada en la naturaleza. Intentan subvertir las estructuras más íntimas de la naturaleza. En su utopía, el hombre empieza a comportarse como Dios. Sus sueños promueven una nueva creación opuesta a la divina.
Nunca antes el “non serviam” de Satán había alcanzado tal radicalismo. A pesar de su destructividad, todas las revoluciones hasta ahora respetaban las leyes de la naturaleza. Al rebelarse contra la naturaleza, los actuales movimientos revolucionarios son los más radicales de todos los tiempos.
El descenso a ninguna parte
“El hombre genital debe transformarse en el polimorfo perverso, capaz de experimentar el mundo con todos sus sentidos y a través de todos sus poros”, escribe Daniel Bell analizando esta revolución (1).
Una vez superada la genitalidad, desaparece la distinción entre los sexos y nace el ser andrógino. Se crea el “nuevo Adán”, o mejor dicho, renace el Adán primitivo, el fauno andrógino de la mitología esotérica. El pecado original (que algunos Revolucionarios llaman “la represión del Eros”) es redimido, y la Historia, volviendo a sus orígenes, llega a su fin.
Norman Brown, heraldo de este nuevo mundo, habla de “Dioniso, el Dios loco que rompe las fronteras y libera a los prisioneros” (2). Este triunfo de la locura, afirma, es la única forma de liberarnos definitivamente de Dios. Algunos teólogos posmodernos prevén que, en este punto, la creación sería reabsorbida por el “Cristo cósmico”. En una síntesis final, el “Pleroma” del que hablaba Teilhard de Chardin, se formaría el “Cuerpo Místico del Cristo Dionisíaco” (3). Pero, más allá de este cuerpo místico, ¿qué habrá? Bell dice: “Más allá del cuerpo místico no hay nada”.
Puesto que, según argumentan, la nada es el último horizonte, la única actividad que tiene sentido es fomentar la disolución de todas las cosas. Eso incluye al yo a través de la pansexualidad carnal y el delirio de los sueños. La modernidad se ha guiado hasta ahora por la idea de un Aufheben, una construcción del superhombre racional dentro de la civilización perfecta. Sólo queda sustituir este impulso ascendente por un Niedergang, un descenso hacia la nada.
Habiéndolo conquistado todo, el diablo tendría que suicidarse para borrar la última huella de la obra de Dios en el universo: él mismo.
Notas:
1) Daniel Bell, Beyond Modernism. Beyond Self. The Winding Passage. Essays and Sociological Journeys (Más allá del modernismo. Más allá del yo. El pasaje sinuoso. Ensayos y viajes sociológicos), Cambridge, ABT Books 1967, 295.
2) Cit. en id., 296.
3) Ibidem.
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