Por Eric Sammons
En los últimos cuatro años, seis obispos anglicanos han entrado en la Iglesia Católica. Esto reaviva una tendencia que fue particularmente fuerte durante el pontificado de Benedicto XVI, cuando 13 obispos anglicanos entraron en la Iglesia entre 2007 y 2012. El converso más reciente, Richard Pain, antiguo obispo anglicano de Monmouth, fue recibido en la Iglesia hace apenas unas semanas.
Por supuesto, se trata de una noticia maravillosa, pero si echas un vistazo a las redes sociales verás muchos comentarios -de católicos- preguntándose por qué se convirtieron estos hombres. Su implicación es clara: no merece la pena convertirse al catolicismo debido al estado actual de la Iglesia.
Recuerdo bien el entusiasmo en los círculos católicos que siguió a las oleadas de conversos en la década de 1990 (incluido mi propio entusiasmo cuando fui uno de esos conversos). Parecía que cada año había un nuevo converso de alto perfil -generalmente un pastor protestante- que nadaba en el Tíber. Hoy, sin embargo, esas conversiones suscitan poco entusiasmo y quizá más que un poco de sospecha. ¿A qué se debe?
Por desgracia, los escándalos y la confusión que se han convertido en el pan nuestro de cada día en la Iglesia en este siglo han llevado a muchos católicos a ver sólo los elementos humanos de la Iglesia e ignorar los divinos. Con la cacofonía de problemas que nos rodea, es difícil escuchar la hermosa sinfonía que el Espíritu Santo sigue dirigiendo en la Iglesia.
Como Nuestro Señor, la Iglesia es a la vez humana y divina. Pero hay una gran diferencia entre Cristo y la Iglesia a este respecto. La naturaleza humana de Nuestro Señor era perfecta y sin pecado. Aunque se enfrentó a tentaciones, nunca sucumbió a ellas. La Iglesia, sin embargo, se compone de innumerables miembros humanos que son pecadores y corruptos. Así, mientras que la naturaleza humana de Cristo reflejaba perfectamente su naturaleza divina, la parte humana de la Iglesia a menudo empaña y encubre sus aspectos divinos.
Dos factores en particular contribuyen a ocultar los elementos divinos en la Iglesia de hoy. En primer lugar, la Iglesia atraviesa claramente hoy una de las peores crisis de su historia. Es una tontería debatir si es la peor crisis o la segunda peor o la tercera peor o lo que sea; lo que es incuestionable es que es una época en la que millones de almas han abandonado la Iglesia, eso significa que es uno de los peores momentos de la historia Católica. Los defectos humanos de los católicos se ponen de manifiesto en una época de crisis tan grave.
Un segundo factor que magnifica los elementos humanos caídos de la Iglesia son las redes sociales. Sé que la mayoría de la gente está cansada de quejarse de las redes sociales, pero la realidad es que, por su naturaleza, amplifican las malas noticias y disminuyen las buenas. Cualquiera que tenga unos pocos seguidores en Twitter sabe que los comentarios “negativos” suelen generar mucho más tráfico que los “positivos”. El escándalo es más popular que las buenas noticias. Hay una razón por la que llamamos al desplazamiento por las redes sociales “doomscrolling” (una combinación de los términos ingleses “doom” (desastre, fatalidad) y “scrollen”(desplazarse por).
Así que cuando se combina una crisis terrible con herramientas omnipresentes para magnificar el ruido de esa crisis, se tiene una receta para ver sólo los fallos humanos de la Iglesia y perderse sus elementos divinos.
Los elementos divinos siguen estando ahí, pero como vemos en la “vocecita” del Señor que escuchó Elías, Dios no grita sus buenas obras. Tenemos que estar en silencio para oírlas. ¿Cuáles son algunas de estas obras?
En primer lugar, la conversión de estos obispos anglicanos, a menudo bajo la influencia del Ordinariato, es claramente una obra de Dios. Mientras muchos líderes católicos tratan de emular a la Iglesia anglicana en su aceptación acrítica del modernismo, estos hombres fueron llevados a ver en la Iglesia Católica la roca sobre la que podían basar su fe.
Otra buena obra significativa -y un poco más “ruidosa” que la mayoría- fue el descubrimiento del cuerpo incorruptible de Santa Wilhelmina Lancaster, una monja tradicional afroamericana fallecida hace unos años. Miles de católicos acudieron en masa al corazón de Estados Unidos para venerar a esta futura santa: un hermoso testimonio de que Dios sigue haciendo milagros y sigue suscitando santos.
También encontramos buenas obras en las acciones de algunos obispos. Cuando un obispo como Joseph Strickland o como Athanasius Schneider hablan claramente en contra de la confusión que proviene de los niveles más altos de la Iglesia, es una obra de lo divino que combate los elementos humanos caídos de la Iglesia.
Quizá las obras buenas más importantes sean las que nunca salen en las noticias. Incluyen a los muchos jóvenes invisibles que han abrazado formas más tradicionales de catolicismo y lo viven en sus vidas casándose y criando hijos fieles o entrando en la vida religiosa. Incluyen a los hombres que luchan contra la adicción a la pornografía, pero que encuentran un camino, a través de la gracia de Dios, para superarla. Incluyen a los que luchan con la atracción hacia personas del mismo sexo, pero ofrecen sus inclinaciones desordenadas al Señor y viven vidas castas. Incluyen a las amas de casa que sacrifican en silencio sus vidas para educar a sus hijos en el camino del Señor. Incluyen a los muchos sacerdotes que son fieles a su vocación y llevan los sacramentos, día tras día, a los fieles. Incluyen a los abuelos que rezan cada día por sus hijos y nietos que se han alejado de la Fe Católica.
Cada matrimonio, cada bautismo, cada profesión, cada conversión, cada acto de sacrificio es un acto de Dios en el mundo, el elemento divino de la Iglesia que se vive para que lo oigamos si tenemos oídos para escuchar.
Nuestro Señor nos dice que el Reino de los cielos (es decir, la Iglesia) puede compararse al campo con buenas semillas y malas hierbas (cf. Mt 13, 24-30), con elementos divinos y humanos. Es evidente que la cizaña está creciendo en exceso en este momento, y la mayoría de las noticias se centran en ella. Tenemos que ser conscientes de esas malas hierbas para saber cómo están ahogando la vida de las buenas semillas. Sin embargo, todavía hay muchas semillas buenas creciendo en la Iglesia, incluso hoy.
Cuando oímos buenas noticias en la Iglesia, debemos alegrarnos; hacerlo no significa que estemos minimizando o ignorando las malas noticias. No significa que no podamos enfadarnos por lo que nuestros líderes eclesiásticos están haciendo para mancillar a nuestra hermosa Madre, la Iglesia. Sólo significa que reconocemos las buenas semillas y queremos que crezcan, al tiempo que combatimos el crecimiento de las malas hierbas que nos rodean.
Crisis Magazine
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