miércoles, 17 de mayo de 2023

LA MADRE IGLESIA NUNCA HA TRANSMITIDO UNA FE SOBRE EL MIEDO

En los últimos años, la predicación en la Iglesia ha sufrido un colapso repentino y lo que más duele es la acusación, de ciertos sacerdotes contra LA IGLESIA del pasado y lo hacen sin inhibiciones, sin vergüenza, sin un ápice de PRUDENCIA…


No temen en absoluto el juicio de Dios, ¡en realidad lo están negando! No temen pisotear el VIII Mandamiento porque ya ni siquiera creen en “La Iglesia” Una y Santa, Católica y Apostólica, es decir “indefectible”, creen sólo en sí mismos y en sus desvaríos.

Que lo que vamos a leer nos ayude a no condenar a alguien, sino a condenar el error, unirnos a la pasión de la Iglesia en estos tiempos de dura persecución, tomar nota de lo que está pasando y actuar con valentía en consecuencia, manteniéndonos firmes en la barca, esperando que llegue el Señor – a través del Triunfo del Inmaculado Corazón de María, para apaciguar esta tempestad… También por eso, al final del texto hemos querido insertar dos Oraciones y también una Profesión de Fe Católica, para que el Señor, por medio de la Santísima Virgen, nos ayude y sostenga en esta batalla que nunca es contra personas o “alguien”, sino contra el espíritu de las tinieblas y de la mentira.

Feliz meditación.


La Madre Iglesia nunca ha transmitido una fe sobre el miedo

Se ha vuelto realmente ridículo y vergonzoso que hoy sigamos predicando una Iglesia madrastra del pasado y ahora también una Iglesia que habría transmitido –siempre en el pasado es obvio– una fe en el miedo. El 7 de marzo de 2016, por ejemplo, en el segundo sermón de los Ejercicios Espirituales de Cuaresma al papa y a la curia, el Padre Ermes Ronchi de los Siervos de María, afirmó que… “la Iglesia ha transmitido una fe mezclada con miedo…”

Una forma de pensar verdaderamente vergonzosa y ridícula, incluso blasfema, si pensamos que todo lo que se desprende de los sermones del pasado está basado en los escritos de los más grandes santos, y que ha engendrado santos. Pero leamos con atención lo que dijo el Padre Ermes:
“Durante mucho tiempo la Iglesia ha transmitido una fe teñida de miedo. Que giraba en torno al paradigma culpa/castigo, más que al de florecimiento y plenitud. El miedo nació en Adán porque no podía siquiera imaginar la misericordia y su fruto que es la alegría (…) El miedo en cambio produce un cristianismo triste, un Dios sin alegría. Liberarse del miedo significa trabajar activamente para levantar este velo de miedo que pesa sobre el corazón de tantas personas: miedo al otro, miedo al extraño. Pasar de la hostilidad, que también puede ser instintiva, a la hospitalidad, de la xenofobia a la filoxenia (…) y liberar a los creyentes del temor de Dios, como lo han hecho sus ángeles a lo largo de la historia sagrada: ser ángeles que liberan del miedo”.
Según el padre Ermes, por lo tanto, se establece que hasta hoy hemos tenido un cristianismo triste. ¿Y dónde y cuándo, por favor? Si leemos a Santa Teresa del Niño Jesús no encontramos tristeza alguna, así mismo si leemos al laico y jurista Beato Bartolo Longo, así mismo si leemos el Epistolario de San Padre Pío, por no hablar de los tres Pastorcitos de Fátima a a quien la Santísima Virgen María incluso mostró el infierno, tanto que, Sor Lucía escribió: “habríamos muerto DE MIEDO si la Virgen María no hubiera estado allí con nosotros…”, pero donde también vemos LA ALEGRÍA transmitida a estos tres niños, consecuencia precisamente de la Verdad que les transmitió la Virgen María.

Leyendo con atención al padre Ermes hay más bien una distorsión del pensamiento respecto a la predicación del pasado, con esa insistencia, exasperada y enloquecedora, respecto al “miedo al otro” (una verdadera obsesión) para llegar a los problemas de hoy relacionados con la inmigración, con la acogida, que nada tienen que ver con ciertas prédicas del pasado ya que el problema, este problema, no se planteó en absoluto.

El término filoxenìa deriva del griego y significa “bienvenido” de “Filo = amar” y “Xenìa = extranjero”, amar, acoger al extranjero, nos preguntamos cuándo la Iglesia del pasado ha sido alguna vez “xenófoba”, es decir, cuándo estuvo en contra tal hospitalidad, cuándo predicó contra la acogida, y cuándo alguna vez predicó el miedo hacia el extranjero o hacia el otro. En todo caso, la Iglesia siempre ha predicado la PRUDENCIA y la expulsión de los PECADORES REPROBADOS.

Sin embargo, siempre fue la Iglesia la que dio origen a los albergues para acoger a los extranjeros, en los hospitales, en los centros de acogida, en los orfanatos, en los hogares de ancianos, en las comunidades de encuentro. Y si recordamos bien, es gracias a cientos de Fundadores y Fundadoras de Órdenes y Congregaciones religiosas que se han creado comunidades acogedoras y océanos de vocaciones dedicadas al cuidado de los demás, de los extranjeros, poniendo en práctica la verdadera parábola del Buen Samaritano.

Y nuevamente, el miedo significa no saber. De hecho, tememos lo que no conocemos porque algo que nos asusta, si lo conocemos, lo podemos combatir, lo enfrentamos, como por ejemplo es el caso de una enfermedad grave, el evento de un drama o un accidente, a menudo incluso improvisando. Pero una Iglesia que es verdaderamente Una, Santa, Católica y Apostólica, como la profesamos por la fe, de repente ahora se nos dice que fue maestra del terror y del miedo; esencialmente una Iglesia que durante siglos habría ocultado la Verdad. ¡No! ¡Es inaceptable! Con mucho gusto le decimos a Hermes que sus ideas sobre la Iglesia están equivocadas.

Sobre el concepto y sobre la cuestión de una “educación católica”, hoy vista de una manera catastrófica, sugerimos aquí la reflexión de la Dra. Cristina Siccardi:

En un Breviario de 1860 que obra en nuestro poder, dedicado a las Pías prácticas para acceder al Paraíso, bajo el epígrafe “Examen de conciencia” para la Confesión, leemos íntegramente estos pasajes:
■ “…examinaos al compás de las horas, examinaos cómo habéis pasado la hora anterior. Así enseñaba San Ignacio de Loyola: y cuando el reloj dé la hora, tomad la santa costumbre de acudir con un Ave María a la Purísima Virgen, y proceded a amar con todo vuestro corazón a Nuestro Jesucristo, ya demasiado ofendido por las profanaciones, por las blasfemias, pero también por nuestra poca fe (...) imaginaos con el pensamiento de tener el Crucifijo en la mano, e instruid vuestra alma preguntándoos “¿qué me gustaría haber hecho que no he podido o no he sabido hacer, por amor de mi Señor, ahora que se acerca la noche?” El sermón de Jesucristo sobre las Bienaventuranzas debe ser el enfrentamiento constante de vuestra alma hacia Dios y hacia el prójimo, que debemos amar después de Dios. (...) El examen será minucioso porque los demonios nos acusarán, pero también los pobres a los que hemos defraudado nos juzgarán, y nuestra única esperanza está en Jesucristo Nuestro Abogado y nuestro Defensor. El Juez será justísimo, como su misericordia será ilimitada a partir del amor que hemos vivido y de cómo lo hemos vivido (cf. 1Pt.4,7-11). (..) ¿Y habéis tomado en serio el destino del extraño? ¿Habéis visitado a los presos? ¿Habéis traído consuelo a algún enfermo? ¿Habéis honrado a vuestros padres y superiores? ¿Habéis logrado llevar la paz a la familia? ¿Habéis aliviado la necesidad de algún pobre? ¿Habéis visitado el Santísimo Sacramento? ¿Os habéis olvidado de orar? ¿Habéis honrado la Sagrada Eucaristía y los demás sacramentos? ¿Habéis mantenido el decoro en el habla y el vestir? ¿Habéis ejercitado las santas virtudes? ¿Habéis amado a Dios por encima de todo y por encima de todos los demás afectos? (…)”
y podemos leer, del mismo Breviario de 1860, este pasaje sobre la Misericordia al final de las consideraciones sobre la Confesión:
■ “Considerad que si la justicia de Dios es infinita contra los pecadores réprobos de modo que mientras ellos viven, Él espera por su conversión, Su misericordia es infinita hacia los pecadores arrepentidos. Dios aborrece el pecado, porque ama a sus criaturas. Si todos los pecadores acudieran ahora con corazón contrito, todos se salvarían porque la bondad de Dios quiere que todos se salven, y nos ha creado para el Cielo, y nunca para el Infierno, como atestiguan las palabras de verdad de Nuestro Jesús en el Santo Evangelio: ‘Et si quis audierit verba mea et non custodiarit, ego non iudico eum; non enim veni, ut iudicem mundum, sed ut salvificem mundum... / Si alguno oye mis palabras y no las guarda, no lo condeno; porque no he venido a condenar al mundo, sino a salvar al mundo…’ (Jn 12,47). No quiero, dice de nuevo Nuestro Señor, la muerte del pecador, sino que se convierta y vuelva a mí; y si hace penitencia, olvidaré todas sus iniquidades, y su alma manchada e inmunda se volverá blanca como la nieve.

■ Reflexionad, pecador, cuán grande es la misericordia de Dios y cuánto amor tiene para con nosotros, esperad y confiad en Él y llorad vuestras faltas con corazón contrito y afligido, por haberle ofendido tanto. Considerad cuántos pecadores recurrieron a Él, a Su bondad, y a cuantos perdonó, sanó, resucitó a una nueva vida. Acordaos que Él es el Buen Pastor y va en busca de la oveja perdida, por lo tanto, volveos a Él y no persistáis más en el pecado, que por cada obstinación añadida, le veremos sufrir de nuevo en la Cruz. Corred hacia Él diciendo: “¡Ay mi Buen Jesús! Me habéis amado tanto, incluso cuando me escapé de Vos; ¡Cuánto os debo! ¡Cuánto os debo! ¡Oh mi amado Jesús, cuánto os debo!”…. (…) y por una práctica santa, nunca desconfiéis de la misericordia de Dios y de su amor por los pobres pecadores. Nunca desesperéis, aunque hayáis cometido la mayor maldad del mundo, nunca despreciéis este Amor, porque Dios es misericordioso, ya que entonces, a causa de vuestra malicia, le encontraréis justo... et ne dicas: “
Miseratio Domini magna est, multitudinis peccatorum meorum miserebitur/ … . No digáis: “Su misericordia es grande; él me perdonará mis muchos pecados”, porque en él hay misericordia e ira, su indignación se derramará sobre los pecadores” (Eclesiástico 5: 6). (..) y decid con confianza y gozo: Amantísimo Jesús, recíbenos a todos en la llaga santísima de tu dulcísimo Corazón; para que, habiendo puesto nuestra débil fe en este cofre del amor, seamos librados de los asaltos del enemigo de nuestra salvación. Cor Jesum flagrans amore mei. Inflamma cor meum amore tui”.
Esto es lo que la Iglesia enseñó “ayer” sobre la fe en Dios, la verdadera conversión a Jesús, por no hablar de la fe también en María Santísima, toda impregnada de dulzura infinita, de amor maternal, a la que acudimos incluso en situaciones desesperadas.

Más bien, nos preguntamos qué están enseñando hoy estos pastores modernistas… sobre la fe en Dios, sobre la perversa “nueva imagen de la Iglesia”… Sobre qué parámetros, sobre qué Evangelio, sobre qué magisterio, sobre qué patrística, sobre qué santos se están basando para “predicar” así. Ciertamente, los que siguen presentando a esta Novia como una vieja madrastra amargada, a la que en cambio quieren imponer trajes modernos, vestidos escotados, y cuanto más siguen recortando y 
acortando la doctrina, más la obligan a llevar minifalda


Entonces basta con leer el Catecismo de la Iglesia Católica que, quizás, el Padre Ermes ha olvidado:

1849 El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la recta conciencia

1850 El pecado es una ofensa a Dios

1865 El pecado lleva al pecado

1866 Los vicios pueden catalogarse paralelamente a las virtudes a las que se oponen, o vincularse a los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido, siguiendo a San Juan Casiano y San Gregorio Magno.


Jesús dijo al paralítico: He aquí, has sido sanado; no peques más, para que no te ocurra alguna cosa peor(Jn 5: 14)... ¿Predica una fe en el miedo, Jesús, al afirmar una ADVERTENCIA a través de la cual explica, más bien, que hay algo mucho peor: la muerte del alma? ¿Cuál es la MALDICIÓN ETERNA? Él saca a relucir el error (leyendo el episodio con la adúltera en ese vete y en adelante no vuelvas a pecar en Jn. 8: 1-11), señalando el acto erróneo, y este “conocimiento” suyo convence, atrae a la gente, del mismo modo que sigue alejando a quienes, habiendo comprendido el problema, no quieren abandonar su pecaminosidad::
mi palabra no tiene acogida en ustedes, y por eso tratan de matarme (Jn 8: 37).

Y como el Padre Ermes (que no es el único) acusa vergonzosamente la predicación del pasado, tomemos al gran predicador y Doctor de la Iglesia San Alfonso María de Ligorio y leamos:
■ Dice: “Dios es misericordioso”. He aquí el tercer engaño común de los pecadores, por el que tantos se condenan. Un autor erudito escribe que la misericordia de Dios envía al infierno a más de ellos que la justicia; porque estos desdichados, confiando imprudentemente en la misericordia, no dejan de pecar, y así se pierden. Dios es misericordioso, quién lo niega; pero, sin embargo, ¡cuántos envía Dios al infierno cada día! Es misericordioso, pero sigue siendo justo, y por eso está obligado a castigar a los que le ofenden.

■ Él muestra misericordia, pero ¿a quién? A los que le temen. “Misericordia sua super timentes se… Misertus est Dominus timentibus se” (Sal. 102. 11. 13).

■ Pero con los que lo desprecian y abusan de su misericordia para despreciarlo más, usa la justicia. Y con razón; Dios perdona el pecado, pero no puede perdonar la voluntad de pecar. San Agustín dice que quien peca pensando en arrepentirse después de haber pecado no es un penitente, sino un burlador de Dios: “Irrisor est, non poenitens”. Pero el Apóstol nos hace saber que de Dios no se burla nadie: “Nolite errare, Deus non irridetur” (Gal. 6. 7). Sería una burla a Dios ofenderlo tanto como a uno le plazca, y luego pretender el paraíso (San Alfonso María de Ligorio en “Apparecchio alla morte”)
Y ciertamente entramos en el discurso de LOS CASTIGOS DE DIOS...

Desgraciadamente, el término castigar”, que significa “PURIFICAR, ciertamente vinculado al discurso hecho anteriormente, ha sido sustituido por el más secular “CASTIGAR”, acabando por dar lugar a dos interpretaciones incorrectas y extremas: la primera la de atribuir a Dios Padre un papel de “castigador”, una especie de guardián insensible a la fragilidad humana, dispuesto a castigar, como si no tuviera otra cosa que hacer, y aquí se vislumbra cierta reacción que encontramos en la herejía de Martín Lutero... La segunda -actual- en respuesta a la primera que es errónea ha desencadenado la consiguiente MISERICORDIA sin conversión. Esto sucede cuando los extremos se tocan, es decir, habiendo dado -la herejía de los hombres- un papel “castigador” a Dios, es evidente que al final, rechazando un extremo, pero sin abrazar la simple y pura verdad, acabamos expirando en el otro opuesto: el Dios todopoderoso y misericordioso, independientemente de nuestras malas y perversas acciones. 

Recordemos a Fátima en la Aparición del 13 de julio de 1917, la Santísima Virgen María explicó:
“Has visto el Infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlos, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si se hace lo que os digo, muchas almas se salvarán, habrá paz. La guerra terminará. Pero si no se deja de ofender a Dios, bajo el reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando vean una noche iluminada por una luz desconocida entonces sepan que es la gran señal que Dios les está dando de que Él va a castigar al mundo por sus crímenes a través de la guerra, el hambre y las persecuciones contra la Iglesia y el Santo Padre…”
¿Acaso la Santísima Virgen “enseñó” imponiendo una fe por el miedo? Se supone que el Padre Ermes Ronchi, de los Siervos de María (¡sic!) recuerda Fátima... ¿él cree esto? ¿Y de qué manera lo cree? Es demasiado para llamarse “Siervo de María”...

¿No deberíamos reflexionar acaso, que el Infierno, la guerra, el sufrimiento, la misma muerte son LA REALIDAD de la vida contaminada por el Pecado Original que, aunque erradicado por el Bautismo impuesto por Jesucristo, continúa sus consecuencias hasta el fin del mundo? Claro que debemos temer al PECADO... ¡¡¡debemos tener horror a pecar porque ofende a Dios y le costó a Jesús la Crucifixión para erradicarlo y salvarnos!!! Miedo, pues, SÍ, de no corresponder a la voluntad de Dios que quiere salvarnos... ¿y salvarnos de quién y de qué? En todo caso, el padre Hermes debería explicar ¿para qué sirve el séptimo Don del Espíritu Santo que invocamos en la Confirmación: EL SANTO TEMOR DE DIOS? Que ciertamente, no es ese miedo o xenofobia del que tanto habla, como hemos demostrado.

Incluso hemos llegado al punto dramático de escuchar a un fraile franciscano diciendo que las apariciones que hablan de los castigos de Dios son absolutamente falsas... y no es un fraile cualquiera quien lo dice, sino nada menos que el padre Stefano Maria Cecchin, O.F.M, Presidente de la Pontificia Academia Mariana 
Internacional...

Pero ¿por qué no volver a los Ejercicios Espirituales tal como se hacían antes a través de las Misiones populares (las de San Montfort, por ejemplo, la predicación de Sales, Liguori, Don Bosco...)? ¿
por qué no volver al examen de conciencia? ¿De qué serviría, después de todo, hacer Ejercicios Espirituales para buscar en otra parte, y en otros (es decir, incluso en la Iglesia), un culpable a la propia incapacidad actual, a la propia falta de fe, a las propias debilidades y a la propia ausencia (o rechazo) de virtud, a los PROPIOS MIEDOS derivados de NO conocer la Verdad, o de rechazarla?

¿Por qué buscar siempre un chivo expiatorio para justificar el pecado (como de hecho lo hizo Lutero), la ignorancia, la incapacidad de predicar la Verdad hoy, el orgullo, la arrogancia (que no por casualidad ha empujado a los Pastores hacia un nuevo rito litúrgico OBSCENO, privado de lo sagrado, dejado a la libre creatividad de los párrocos y fieles?

Responder a estas preguntas sería útil para todos los denigradores y acusadores de la Iglesia de todos los tiempos y útil y edificante también sería para los fieles de hoy que viven en una inmensa confusión, para comprender cómo es, más bien, esta predicación moderna obscena, triste, xenófoba (es decir, tienen miedo de los que dicen la Verdad) con un “dios” (a propósito en minúsculas) despreocupado por el destino de las Almas, un “dios” esquizofrénico que ayer decía una cosa y hoy cambiaría tanto de opinión que, según el obispo de Roma (el infeliz pontífice reinante) llegó a hacer una broma creyéndose ingenioso, en una audiencia en el Palacio Apostólico, para explicar lo que entendía por “unidad en la diferencia”, dijo que “incluso dentro de la Santísima Trinidad todos discuten a puerta cerrada, pero afuera dan la imagen de unidad”... estamos ante la triste realidad de un pontífice que contribuye a la “dislocación de la Monotriada divina”.

Cor Jesum flagrans amore mei. Inflamma cor meum amore tui.

Corazón de Jesús, ardiendo de amor por mí. Enciende mi corazón con tu amor.


PROPONEMOS dos Oraciones para “mantener intacta la verdadera Fe”….

El primero (en orden cronológico) escrito por San Pedro Canisio SJ (1521-1597) y es Oración pero también profesión de la verdadera fe católica, holandés y primer jesuita de la provincia alemana, así como proclamado Doctor de la Iglesia por Pío XI en 1925, y compilador del primer Catecismo, llamado Romano, del Concilio de Trento.

San Pedro Canisio SJ (1521-1597)

Profeso ante Ti mi fe. 

Padre y Señor del Cielo y de la Tierra, Creador y Redentor mío, fuerza y salvación mía, que desde mi más tierna edad no has cesado de alimentarme con el pan sagrado de tu Palabra y de confortar mi corazón, para que no ande errante con las ovejas descarriadas que están sin Pastor.

Tú me reuniste en el seno de tu Iglesia; y reunido, me educaste; y educado, me conservaste, enseñándome con la voz de aquellos Pastores con los que quieres ser escuchado y obedecido, como en persona, por tus fieles.

Confieso en voz alta para mi salvación todo lo que los católicos siempre han creído rectamente en su corazón.

Aborrezco toda forma de herejía, maldigo toda forma de apostasía; no quiero tener nada en común con los herejes, porque ni hablan ni oyen rectamente, y no poseen la única regla de la verdadera Fe que nos propone la Iglesia Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana. 

En cambio, me uno a la comunión, abrazo la fe, sigo la religión y apruebo la doctrina de los que oyen y siguen a Cristo, no sólo cuando enseña en las Escrituras, sino también cuando juzga por boca de los Concilios Ecuménicos y define por la Cátedra de Pedro, atestiguándolo con la autoridad y la Tradición de los Padres.

También me profeso hijo de esa Iglesia Romana que los impíos blasfemos desprecian, persiguen y abominan como si fuera anticristiana; no me distancio en ningún punto de su autoridad, ni rehúso dar mi vida y derramar mi sangre en su defensa, y creo que los méritos de Cristo sólo pueden procurar mi salvación o la salvación de los demás en la unidad de esta misma Iglesia.

Profeso francamente, con San Jerónimo, estar unido a los que están unidos a la Cátedra de Pedro, y profeso, con San Ambrosio, seguir en todo a esa Iglesia Romana que reconozco respetuosamente, con San Cipriano, como raíz y madre de la Iglesia universal.

Me baso en esta fe en la doctrina que aprendí de niño, que de joven confirmé, que como me la enseñaron los adultos he enseñado y que, hasta ahora, con mis débiles fuerzas defendí. 

Para hacer esta profesión no me mueve otra razón que la gloria y el honor de Dios, la conciencia de la verdad, la autoridad canónica de la Santa Escritura, el consenso de los Padres de la Iglesia, el testimonio de fe que debo dar a mis hermanos y, finalmente, la salvación eterna en el Cielo y la felicidad prometida a los verdaderos creyentes.

Si se da el caso de que debido a mi fe soy despreciado, maltratado y perseguido, lo consideraré una extraordinaria gracia y favor, porque significará que Vos, mi Dios, me concedéis la oportunidad de sufrir por la justicia y no queréis que me sean benévolos aquellos que, como enemigos declarados de la Iglesia y de la Verdad Católica, no pueden ser vuestros amigos. Sin embargo, perdonadlos, Señor, porque instigados por el diablo, y cegados por el brillo de una doctrina falsa, no saben o no quieren saber lo que hacen.

Concededme esta gracia, tanto en la vida y como en la muerte, y que siempre sea testigo fidedigno de la sinceridad y fidelidad que os debo a Vos, a la Iglesia y a la Verdad, que no me aleje de vuestro santo amor y que permanezca en comunión con aquellos que temen y guardan vuestros preceptos en la Santa Iglesia Romana, a cuyo juicio me someto yo y todas mis obras, con ánimo pronto y respetuoso. 

Que todos los santos, triunfantes en el cielo o militantes en la tierra, unidos indisolublemente en el vínculo de la paz con la Iglesia Católica exaltando vuestra inmensa bondad, rueguen por mí. A Vos, que sois el principio y fin de todos mis bienes, sea todo honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Un Pater, Ave y Gloria.


La segunda fue escrita por el gran Santo y Apóstol de las Vocaciones, San Aníbal María de Francia el 31 de octubre de 1902… El Santo dirigió esta Oración con ferviente y confiada esperanza a sus Hijas del Divino Celo, alumnas, que debían recitarla para salvaguardarse de los peligros que habrían encontrado al asistir a escuelas públicas dirigidas por laicos, con maestros que no eran temerosos de Dios o eran reacios a la Religión Católica.


Oh Santísima Virgen María Inmaculada, recurrimos a tu poderoso patrocinio, y con profunda humillación de nuestro corazón, te suplicamos que nos preserves del contagio del error en la escuela laica a la que asistimos con el único fin de hacernos útiles a los huérfanos hospitalizados y procurar la gloria del Señor y el bien de las almas. 

Oh Inmaculada Madre de Dios y Madre nuestra, que el aliento pestilente de las malas doctrinas no entre en nuestro intelecto, ni las malas artes de los maestros infelices manchen nuestro espíritu ni nuestro corazón, ni los libros perversos debiliten nuestra fe.

Guárdanos bajo tu manto maternal, mantén viva en nuestras mentes la luz de la verdad, y haz que como los tres jóvenes hebreos permanecieron ilesos en medio de las llamas porque temían a Dios, así nosotros, fortificados por el temor divino y la santísima gracia, permanezcamos totalmente inmunes a todo error y pasión humana, que no prevalezca sobre nosotros el pragmatismo herético, que no tenga poder sobre nosotros la astucia diabólica, sino que, por el contrario, nos llenemos de la verdadera Sabiduría, de la que tú eres la Sede, y nos fortalezcamos con la prudencia y la fortaleza del Espíritu Santo, cuya Amada Esposa y Templo Virgen eres tú. Que así sea.

3 Ave María…


Cooperatores-Veritatis


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