Por Claudia Peiró
El psiquiatra sueco David Eberhard, autor de “Cómo los niños tomaron el poder”, cree que en su país los chicos son demasiado malcriados, no toleran límites, ni conocen la frustración.
Con el durísimo título “¿Está Suecia creando una generación de pequeños idiotas?”, la edición francesa de la revista Slate daba cuenta hace ya unos años de una incipiente rebeldía en el país nórdico contra lo que ha sido hasta ahora una ley indiscutida: el niño es rey.
Suecia fue un país pionero en el reconocimiento de los derechos de los niños pero también en un estilo de crianza que los coloca en pie de igualdad con sus padres.
Según esta doctrina, la familia no es una aristocracia –donde unos mandan y otros obedecen- sino una democracia en la que cada uno es una individualidad con los mismos derechos que los demás. Los pequeños suecos son mimados y consentidos por sus familias y por el Estado.
Suecia fue el primer país en prohibir por ley los castigos físicos (en 1979), pero la interpretación extensiva de esta prohibición es que toda reprimenda está vedada.
Eberhard es una de las voces críticas que empiezan a surgir en la propia Suecia, sobre este estilo de crianza, que pregona que el niño debe ser "escuchado" y "tenido en cuenta", mientras que la educación tradicional considera que con un niño no se negocia como si fuese un adulto.
Para Eberhard, los chicos suecos están siendo demasiado malcriados; ellos deciden todo: qué hacer, cuándo acostarse, qué ver en la tele y hasta donde veraneará la familia. Interrumpen a los adultos en la mesa. Se niegan a cumplir las consignas de los maestros. En síntesis, son maleducados.
Eberhard se ubica en la misma línea que el psiquiatra francés Didier Pleux, autor de “De l'enfant roi à l'enfant tyran”, que defiende los límites porque dice que preparan para la difícil realidad de la vida profesional y sentimental. Los niños deben aprender lo que es la frustración, lo que les permitirá tolerarla en la adultez. De lo contrario, cuando finalmente deban enfrentar la realidad, caerán en depresión y adicciones.
A esta visión, algunos le contraponen la concepción "británica" de educación: de padres que no son amigos de sus hijos, de hijos que deben obedecer. Firmeza, disciplina y hasta alguna amenaza son válidas.
Aparentemente, el modelo de tolerancia y libertad, que estuvo -¿y está?- muy de moda, empezaría a ser cuestionado, a medida que sus resultados se van haciendo visibles.
En opinión de Sonia Almada, directora de Aralma, escritora e investigadora de temáticas de infancia, "están algo difundidos a través de los vínculos llamados 'de apego', como el colecho, es decir la costumbre de que los niños duerman en la misma cama que sus padres –un hábito del siglo XIX-, una práctica defendida por algunos grupos y asociaciones".
Y que otros critican, dado que, "así como hay padres que permiten esta práctica y no les supone molestia alguna, hay otros que ahora no logran sobrellevar las consecuencias, es decir el daño a la intimidad, al espacio de la pareja, y el niño en un lugar que no le corresponde, entre la pareja de los padres, en vez de estar en su mundo de niño", agrega.
El experto en innovación educativa, Juan María Segura, autor del libro “Yo qué sé (#YQS), la educación argentina en la encrucijada”, pero además padre de cuatro hijos, ve más bien entre nosotros "un enfoque más del desinterés por la tarea educativa, que por abrazar una forma pedagógica particular. Si bien en la práctica las consecuencias son similares, es decir, niños tan déspotas como frágiles, el origen me resulta bien diferente –aclara-. No me cruzo con muchos padres que aleguen ser promotores de la pedagogía sueca, y sí me encuentro con muchos que no ponen límites a sus hijos porque no quieren enfrentar el conflicto que ese límite genera".
Suecia fue el primer país en prohibir por ley los castigos físicos (en 1979), pero la interpretación extensiva de esta prohibición es que toda reprimenda está vedada.
Eberhard es una de las voces críticas que empiezan a surgir en la propia Suecia, sobre este estilo de crianza, que pregona que el niño debe ser "escuchado" y "tenido en cuenta", mientras que la educación tradicional considera que con un niño no se negocia como si fuese un adulto.
Para Eberhard, los chicos suecos están siendo demasiado malcriados; ellos deciden todo: qué hacer, cuándo acostarse, qué ver en la tele y hasta donde veraneará la familia. Interrumpen a los adultos en la mesa. Se niegan a cumplir las consignas de los maestros. En síntesis, son maleducados.
Eberhard se ubica en la misma línea que el psiquiatra francés Didier Pleux, autor de “De l'enfant roi à l'enfant tyran”, que defiende los límites porque dice que preparan para la difícil realidad de la vida profesional y sentimental. Los niños deben aprender lo que es la frustración, lo que les permitirá tolerarla en la adultez. De lo contrario, cuando finalmente deban enfrentar la realidad, caerán en depresión y adicciones.
A esta visión, algunos le contraponen la concepción "británica" de educación: de padres que no son amigos de sus hijos, de hijos que deben obedecer. Firmeza, disciplina y hasta alguna amenaza son válidas.
Aparentemente, el modelo de tolerancia y libertad, que estuvo -¿y está?- muy de moda, empezaría a ser cuestionado, a medida que sus resultados se van haciendo visibles.
¿Están estos enfoques de crianza difundidos también entre nosotros?
En opinión de Sonia Almada, directora de Aralma, escritora e investigadora de temáticas de infancia, "están algo difundidos a través de los vínculos llamados 'de apego', como el colecho, es decir la costumbre de que los niños duerman en la misma cama que sus padres –un hábito del siglo XIX-, una práctica defendida por algunos grupos y asociaciones".
Y que otros critican, dado que, "así como hay padres que permiten esta práctica y no les supone molestia alguna, hay otros que ahora no logran sobrellevar las consecuencias, es decir el daño a la intimidad, al espacio de la pareja, y el niño en un lugar que no le corresponde, entre la pareja de los padres, en vez de estar en su mundo de niño", agrega.
El experto en innovación educativa, Juan María Segura, autor del libro “Yo qué sé (#YQS), la educación argentina en la encrucijada”, pero además padre de cuatro hijos, ve más bien entre nosotros "un enfoque más del desinterés por la tarea educativa, que por abrazar una forma pedagógica particular. Si bien en la práctica las consecuencias son similares, es decir, niños tan déspotas como frágiles, el origen me resulta bien diferente –aclara-. No me cruzo con muchos padres que aleguen ser promotores de la pedagogía sueca, y sí me encuentro con muchos que no ponen límites a sus hijos porque no quieren enfrentar el conflicto que ese límite genera".
"En nuestro país –sigue diciendo Segura- tenemos dificultades para entender los conceptos de autoridad como diseño institucional y la norma como mecanismo de convivencia. La categoría de padre o madre la otorga la naturaleza, y no hay nada que podamos hacer para modificarla. Sin embargo, la función adulta de educador, dentro o fuera de la escuela, es una adecuación cultural y social que la práctica y la historia reconocen como conveniente. Abdicar a esa tarea y responsabilidad es una equivocación, de la misma manera que lo es ejercerla sin cariño ni capacidad de contención".
Llamativamente, Sonia Almada coincide con el diagnóstico del "desinterés" –usa el mismo término que Segura- por el tema: "En la práctica clínica –dice- tanto en espacios públicos como privados, lo que puede verse es un importante desinterés en la crianza de los niños. Los padres y madres se encuentran decididamente ocupados, con una fuerte tendencia a la búsqueda de espacios de tiempo libre y de disfrute". En su opinión, "cambió, en pocos años, asombrosamente, la cosmovisión de padres sacrificados e incondicionales para su hijo".
El resultado son "niños más solos, con importantes sentimientos de inseguridad, depresión y anedohia, que es la incapacidad para experimentar placer, la pérdida de interés o satisfacción en casi todas las actividades, y, en el otro polo, la hiperactividad y la falta de atención".
Las consultas que recibe son, dice, "por falta de borde, de marco donde el niño o adolescente pueda hacer un camino confiado o seguro, sabiendo que detrás de él hay adultos velando por su bienestar".
"Los chicos están bastante solos -asegura Almada-, tratando de ordenar su mundo como pueden, lidiando muchas veces con situaciones insostenibles, como quedarse solos en casa a la noche, porque los papás salen, enfrentando miedos insoportables y muy dañinos para su salud mental. Los adultos esperan que los niños resuelvan situaciones como prepararse el desayuno a los 2 años".
Y cita el caso de una madre que le dice: "Tengo mucho trabajo y siempre estoy conectada a la compu, Nahuel (de 2 años y 3 meses) se levanta solito y se sirve la leche y prende la TV y se queda ahí, es muy independiente".
Explica: "Los padres confunden la sobredaptación de un niño, que debe sobrevivir, la prematurez dañina, con independencia y autonomía y esto deja a los niños violentados en los vínculos, forzando su aparato psíquico a un punto imposible, cuando se debería cuidarlos y protegerlos, se los está dejando solos. Muchos padres esperan que sus hijos atraviesen rápidamente la etapa de niño pequeño; por ello vemos cada vez más niños adultizados que hablan como grandes y tienen respuestas sobreadaptadas. Eso es la orfandad".
También el especialista en educación, Mariano Narodowski, cuyo último libro lleva el significativo título de "Un mundo sin adultos", ve una abdicación de los padres de su rol. A la consulta de Infobae, responde: "La idea de 'tiranía de los niños' me parece muy superficial; detrás de la supuesta emancipación de los niños están los adultos que se han liberado de los niños. En cada supuesto niño tirano yo veo más bien un adulto que ha renunciado a su capacidad de cuidar y proteger, un adulto cómodo y narcisista que ya no necesita sacrificarse por los chicos argumentando que de ellos es el mundo. En nuestra sociedad, no está bien visto sacrificarse por hijos o alumnos; al contrario, creemos que ellos van a ser felices si nosotros adultos somos felices antes".
Tanto Segura como Almada coinciden en el error de considerar al niño como un igual.
Tanto Segura como Almada coinciden en el error de considerar al niño como un igual.
"Los niños necesitan cuidado y contención –dice Sonia Almada-. Para que un niño pueda sentirse seguro y confiado, deben existir adultos que sostengan esa función. Si un niño quiere hacer algo peligroso o que atenta contra la salud (tocar el enchufe de la luz, o un adolescente tomar alcohol hasta el coma, la mayoría de los adultos no lo permitiría. ¿Por qué se permitiría entonces que un niño defina o regule la vida familiar: cuándo y qué comer, cuándo y cómo dormir? Su aparato psíquico en formación no puede responder a semejante exigencia; por la propia vulnerabilidad con la que nace, el sujeto humano necesita de otros para alimentarse, aprender a hablar y relacionarse consigo mismo y con otros".
Y aporta al respecto un dato de la biología: el lóbulo frontal del cerebro humano no completa su desarrollo hasta pasados los 21 años. "Esa inmadurez los hace más vulnerables a fallos y a respuestas irrelevantes e inadecuadas".
¿Coincide con este diagnóstico respecto de las consecuencias de la educación a la sueca?
"A diferencia del adulto, el niño es un ser humano fisiológica, neurocognitiva, afectiva y psicológicamente inmaduro e incompleto –dice por su parte Juan María Segura-. Por lo tanto, resulta incorrecto caracterizarlo en un pie de igualdad con un ser adulto, y darle un tratamiento equivalente. El adulto, sea o no maestro o docente, tiene la tarea indelegable de proteger y cuidar la forma en la cual ese niño desarrolla su proceso madurativo mientras interactúa con su entorno social, material y cultural. Por lo tanto, dotarlos de plena libertad cuando aún no están preparados para entender las consecuencias que les acarreará hacer un uso indebido de esas libertades es un error que puede tener consecuencias irreparables".
En cuanto a Narodowski, éste sostiene que "la idea de que el 'no' de los adultos es una transgresión de los derechos de los niños es un fenómeno occidental muy extendido en la actualidad".
"Creemos que los chicos son autónomos, autosuficientes y que no precisan que se los cuide, proteja o limite –dice-. Es un mundo sin adultos, en que el mayor que se hace cargo de los más chicos construyendo una autoridad justa, legítima y confiable basada en el respeto y el cariño constituye una figura cada vez menos legitimada, menos reconocida".
Ahora bien, Narodowski no cree que se trate de una "anormalidad pasajera" sino de "una nueva condición de la cultura, condicionada por los brutales cambios sociales y tecnológicos que vivimos desde hace 50 años". "Son cambios muy violentos –explica- que cuestionan cualquier referencia a la experiencia o a la antigüedad como valor positivo dado que atentan contra la innovación. En un mundo en el que los adultos quieren siempre parecer más jóvenes y nadie muestra las marcas corporales del paso del tiempo (canas, arrugas, etc) por temor a parecer obsoletos, es lógica la veneración por la soberanía infantil y juvenil. En otras palabras, no creo que la situación cambie por nuestra simple voluntad racional de querer volver a un mundo con adultos".
¿La falta de disciplina en las escuelas o la dificultad para imponer lo que ya no es más un valor preestablecido tiene también su origen en este desistimiento de los adultos?
"Este tipo de crianza explica las dificultades con la autoridad – responde Sonia Almada-, porque la misma no fue internalizada con los primeros cuidadores que son los padres; muchos niños y adolescentes se encuentran a la par del padre y madre, de padres que quieren ser amigos, que ceden por no entrar en conflicto, por comodidad, y ello tiene grandes consecuencias en el desarrollo de cada niño".
"La escuela es una institución configurada hace 300 años y basada en la autoridad del adulto que sabe: el educador –dice Mariano Narodowski-. En nuestro mundo sin adultos, la legitimidad que tenían tradicionalmente los educadores no ha desaparecido pero debe ser reconstruida todos los días. Es una legitimidad de ejercicio: los maestros deben construir autoridad cada día y en cada momento y demostrar que su rol tiene un valor significativo. Uno de los grandes problemas de esta situación en las escuelas estatales y privadas de Argentina es la concepción de calidad educativa como satisfacción de alumnos, familias y funcionarios. Frente a la existencia de conflictos, los educadores tienden a ceder, a transar, no como efecto de una convicción sino para evitar conflictos mayores que no se sabe cómo se van a resolver".
Para Segura, "las dificultades que los maestros expresan hoy en las escuelas tienen más que ver con el cumplimiento de normas de aplicación general, que con la administración de las libertades individuales; el sistema educativo, así como está definido -cohortes etarias en donde todos deben aprender lo mismo en los mismos tiempos-, requiere normas claras para que los aprendizajes se puedan gestionar de la mejor manera".
Y, tomando claramente posición, agrega: "Me reconozco un padre, educador y profesor estricto, que expresa con claridad las consigas, que no escatima tiempo en fundamentar la naturaleza de los límites y en aplicar consigas reconocibles como justas por parte de los educandos, se trate de hijos o alumnos. Por lo tanto, siento más afinidad con un esquema de administración de límites, que con un sistema de libertades totales. Los niños deben tener una libertad administrada, hasta tanto abandonen esa condición de vulnerabilidad propia de la niñez".
Almada también toma posición: "Mi opinión es que los niños deben ser criados de manera respetuosa. Cuidados, alojados y acompañados en el largo camino de su desarrollo. La palabra de los chicos debe ser escuchada y deben ser respetados todos sus derechos. La educación de un niño debe estar basada en el amor, en la búsqueda de su bienestar y ello impone el trabajo de la familia y la comunidad en ubicar marcos seguros de contención, apoyo y mirada atenta y sostenida, donde puedan caminar sin miedo y su carácter se construya con bases sólidas desde la ternura y el amor".
"Ser adulto hoy supone una tarea contracultural: construir asimetrías, cuidar, proteger, sacrificarse y comprender que el 'no' adulto también es un derecho de los niños", concluye Narodowski.
Y aporta al respecto un dato de la biología: el lóbulo frontal del cerebro humano no completa su desarrollo hasta pasados los 21 años. "Esa inmadurez los hace más vulnerables a fallos y a respuestas irrelevantes e inadecuadas".
¿Coincide con este diagnóstico respecto de las consecuencias de la educación a la sueca?
"A diferencia del adulto, el niño es un ser humano fisiológica, neurocognitiva, afectiva y psicológicamente inmaduro e incompleto –dice por su parte Juan María Segura-. Por lo tanto, resulta incorrecto caracterizarlo en un pie de igualdad con un ser adulto, y darle un tratamiento equivalente. El adulto, sea o no maestro o docente, tiene la tarea indelegable de proteger y cuidar la forma en la cual ese niño desarrolla su proceso madurativo mientras interactúa con su entorno social, material y cultural. Por lo tanto, dotarlos de plena libertad cuando aún no están preparados para entender las consecuencias que les acarreará hacer un uso indebido de esas libertades es un error que puede tener consecuencias irreparables".
En cuanto a Narodowski, éste sostiene que "la idea de que el 'no' de los adultos es una transgresión de los derechos de los niños es un fenómeno occidental muy extendido en la actualidad".
"Creemos que los chicos son autónomos, autosuficientes y que no precisan que se los cuide, proteja o limite –dice-. Es un mundo sin adultos, en que el mayor que se hace cargo de los más chicos construyendo una autoridad justa, legítima y confiable basada en el respeto y el cariño constituye una figura cada vez menos legitimada, menos reconocida".
Ahora bien, Narodowski no cree que se trate de una "anormalidad pasajera" sino de "una nueva condición de la cultura, condicionada por los brutales cambios sociales y tecnológicos que vivimos desde hace 50 años". "Son cambios muy violentos –explica- que cuestionan cualquier referencia a la experiencia o a la antigüedad como valor positivo dado que atentan contra la innovación. En un mundo en el que los adultos quieren siempre parecer más jóvenes y nadie muestra las marcas corporales del paso del tiempo (canas, arrugas, etc) por temor a parecer obsoletos, es lógica la veneración por la soberanía infantil y juvenil. En otras palabras, no creo que la situación cambie por nuestra simple voluntad racional de querer volver a un mundo con adultos".
¿La falta de disciplina en las escuelas o la dificultad para imponer lo que ya no es más un valor preestablecido tiene también su origen en este desistimiento de los adultos?
"Este tipo de crianza explica las dificultades con la autoridad – responde Sonia Almada-, porque la misma no fue internalizada con los primeros cuidadores que son los padres; muchos niños y adolescentes se encuentran a la par del padre y madre, de padres que quieren ser amigos, que ceden por no entrar en conflicto, por comodidad, y ello tiene grandes consecuencias en el desarrollo de cada niño".
"La escuela es una institución configurada hace 300 años y basada en la autoridad del adulto que sabe: el educador –dice Mariano Narodowski-. En nuestro mundo sin adultos, la legitimidad que tenían tradicionalmente los educadores no ha desaparecido pero debe ser reconstruida todos los días. Es una legitimidad de ejercicio: los maestros deben construir autoridad cada día y en cada momento y demostrar que su rol tiene un valor significativo. Uno de los grandes problemas de esta situación en las escuelas estatales y privadas de Argentina es la concepción de calidad educativa como satisfacción de alumnos, familias y funcionarios. Frente a la existencia de conflictos, los educadores tienden a ceder, a transar, no como efecto de una convicción sino para evitar conflictos mayores que no se sabe cómo se van a resolver".
Para Segura, "las dificultades que los maestros expresan hoy en las escuelas tienen más que ver con el cumplimiento de normas de aplicación general, que con la administración de las libertades individuales; el sistema educativo, así como está definido -cohortes etarias en donde todos deben aprender lo mismo en los mismos tiempos-, requiere normas claras para que los aprendizajes se puedan gestionar de la mejor manera".
Y, tomando claramente posición, agrega: "Me reconozco un padre, educador y profesor estricto, que expresa con claridad las consigas, que no escatima tiempo en fundamentar la naturaleza de los límites y en aplicar consigas reconocibles como justas por parte de los educandos, se trate de hijos o alumnos. Por lo tanto, siento más afinidad con un esquema de administración de límites, que con un sistema de libertades totales. Los niños deben tener una libertad administrada, hasta tanto abandonen esa condición de vulnerabilidad propia de la niñez".
Almada también toma posición: "Mi opinión es que los niños deben ser criados de manera respetuosa. Cuidados, alojados y acompañados en el largo camino de su desarrollo. La palabra de los chicos debe ser escuchada y deben ser respetados todos sus derechos. La educación de un niño debe estar basada en el amor, en la búsqueda de su bienestar y ello impone el trabajo de la familia y la comunidad en ubicar marcos seguros de contención, apoyo y mirada atenta y sostenida, donde puedan caminar sin miedo y su carácter se construya con bases sólidas desde la ternura y el amor".
"Ser adulto hoy supone una tarea contracultural: construir asimetrías, cuidar, proteger, sacrificarse y comprender que el 'no' adulto también es un derecho de los niños", concluye Narodowski.
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