Dom Prosper Guéranger dice:
Después del pecado original, se promete el perdón; pero debe hacerse expiación. La justicia divina debe ser satisfecha y se debe enseñar a las generaciones futuras que el pecado nunca puede quedar sin castigo.
Eva es la más culpable de las dos, y su sentencia sigue a la de la serpiente. Destinada por Dios a ayudar al hombre a poblar la tierra con hijos felices y fieles, formada por este Dios de la misma sustancia del hombre, carne de su carne y hueso de sus huesos, la mujer debía estar en igualdad con el hombre.
Pero el pecado ha subvertido este Orden, y la sentencia de Dios es ésta: La unión conyugal, a pesar de la humillación de la concupiscencia que ahora se le impone, ha de ser, como antes, santa y sagrada - pero ha de ser inferior en dignidad, tanto ante Dios como ante los hombres, al estado de virginidad, que desdeña las ambiciones de la carne.
En segundo lugar, la mujer será todavía madre, como lo hubiera sido en estado de inocencia; pero su honor será una carga. Además, dará a luz a sus hijos en medio de crueles dolores, y a veces hasta la muerte debe ser consecuencia de la venida de su infante al mundo. El recuerdo de Eva y su prevaricación se cernirá sobre cada nacimiento, y la naturaleza se sorprenderá de ver llegar a vivir violentamente a quien debe reinar sobre ella.
Por último, la que al principio fue creada para gozar de igualdad de honor con el hombre, ahora debe renunciar a su independencia. El hombre será su superior y ella deberá obedecerle. Durante largos siglos, esta obediencia no será mejor que la esclavitud; y esta degradación continuará hasta que venga esa Virgen, a quien el mundo habrá esperado durante cuatro mil años, y cuya humildad aplastará la cabeza de la serpiente.
La Virgen devolverá a su sexo la posición que le corresponde, y dará a la mujer cristiana esa influencia de suave persuasión, que es compatible con el deber que le impone la Justicia Divina, y que nunca puede ser condonado: el deber de la sumisión.
Tradition in Action
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