lunes, 13 de marzo de 2023

HOMILÍA DE CONVERSIÓN

Esta Cuaresma nos puede servir de alimento espiritual la homilía de San Leandro en el Concilio III de Toledo, donde se nos invita a exultar de alegría por la conversión de los hijos extraviados.


Por el padre Pablo Sierra López



Es también un canto a la esperanza, pues la voluntad de Dios es que todos estén unidos a Cristo. Las abundantes citas de la Biblia que recoge nos estimulan también a que la Palabra de Dios esté siempre en nuestro corazón y en nuestros labios.

No olvidemos nunca que además de la primera conversión, cada día nos tenemos que seguir convirtiendo hasta que lleguemos, como dice San Leandro, a la felicidad interminable del Cielo.


Texto de la homilía de San Leandro:

Cuánta sea la solemnidad de la fiesta que hoy celebramos, su misma novedad lo dice; pues, así como es cosa inaudita la conversión de tantas gentes, así es razón que sea toda singular la alegría de la Iglesia. Porque si en el curso del año tiene muchas solemnidades en que se regocija siempre con el mismo gozo, mas no tiene alguna que se pueda comparar con la presente; pues de una manera se deleita con lo que nunca perdió, y de otra muy distinta con las cuantiosas ganancias que hoy adquiere. ¿Es mucho, pues, que nosotros nos alegremos con desusada alegría, viendo renacer para la Iglesia Católica nuevos pueblos, a los que, si en un tiempo lloramos por su error, hoy felicitamos por haber vuelto a la verdadera fe, trocándose así en materia de júbilo lo que fue antes ocasión de nuestros dolores?

Gemíamos, es verdad, en tanto que éramos oprimidos y vilipendiados: mas hoy recogemos el fruto de nuestro llanto al ver cómo los que un día nos fueron pesada carga por infieles, hoy convertidos, son ya nuestra corona. De esto se congratula por boca del salmista la Iglesia, cuando dice: Ensanchaste, Señor, mi alma en la tribulación… Que, si lleva Sara tras de sí los ojos de los reyes no redunda esto en menoscabo de su honestidad; antes por su causa viene a ser Abrahán enriquecido, colmándole de dones aquellos mismos reyes que codiciaban la hermosura de su esposa.

Así la Iglesia Católica sabe ganar para su celestial esposo Cristo aquellas mismas gentes que ambicionaban para sí la hermosura de su fe, y le enriquece trayéndole rendidos a los pueblos por quienes un tiempo, se sintiera atormentada. Ya desde sus principios, el verse perseguida, el sentir que clava en ella el emponzoñado diente la envidia, el gemir oprimida por sus contrarios, solo sirve para adiestrarla en la lucha: de suerte que mientras más se la acosa, más ella se extiende por doquiera; porque con su invencible paciencia, o confunde a sus enemigos o los gana con la más excelente victoria. Cántele, pues, el oráculo divino: Muchas hijas atesoraron riquezas, pero tú has superado a todas ellas. Ni es de admirar que dé a las herejías el nombre de hijas, pues también las apellida espinas: hijas son porque proceden de germen cristiano; mas, por nacer fuera del paraíso de Dios que es la Iglesia Católica, son espinas. Y no penséis que esta interpretación es propia nuestra, pues por ella aboga la autoridad de la divina Escritura, que dice por Salomón: Como lirio entre espinas, así mi amada entre las hijas. Que no parece si no que para quitarnos la admiración de oír que las llama hijas, se apresura a darles el dictado de espinas. A las herejías, digo, que, reducidas a la estrechez de algún rincón de la tierra, no son profesadas sino de uno u otro pueblo; en tanto que la Iglesia Católica, así como solo tiene por límites los del mundo, así abraza en sí misma y asocia todos los pueblos y las naciones todas. Con razón, pues, se dice que las herejías apañan menguadas riquezas en las cavernas donde se ocultan, mientras la Iglesia Católica, sobre todas enriquecida, se alza sobre todas en la cumbre y atalaya de todo el mundo.

¡Alégrate, pues, y regocíjate, Iglesia de Dios! ¡Alégrate, y alza tu frente, Cuerpo único de Cristo! Ármate de fortaleza, y engalánate con fiesta y júbilo; pues trocado se han tus penas en alegría, y el luto de tu tristeza en atavíos de gozo. Olvídate ya por fin de tu pasada esterilidad y pobreza, pues hoy de una vez das a la luz para tu Esposo Cristo innumerables pueblos. Tú, de las pérdidas sales gananciosa, y te repones con creces de los daños que experimentas; pues es tan fuerte el brazo de tu Esposo, por que te riges, que no permite seas despojada de bien alguno sino para recobrártelo acrecentado con la conquista de tus propios enemigos; así no tiene por malograda el sembrador su semilla ni el pescador su cebo, puestos los ojos en la venidera ganancia. Cese, pues, tu llanto, cese tu desolación, por los que un tiempo se arrancaron de tu sello; pues hoy lo miras volver a ti para enriquecerte con doblado lucro.

Alégrate ya, con la confianza que solo inspira la fe, fundada en los méritos de tu cabeza, Cristo; tórnese más robusta esa fe, mirando cumplido hoy lo que recuerdas estaba profetizado; pues Dios era el que había dicho: que convenía muriese Cristo por su pueblo, y no solo por su pueblo, mas para congregar en un solo cuerpo los hijos todos de Dios que andaban desparramados. Voz tuya es, en verdad, la que en los salmos pregona paz a los que te aborrecen, diciéndoles: Engrandeced conmigo al Señor y con acorde unión ensalcemos su nombre. Y también: Cuando se junten en un pueblo todos los pueblos y en un reino todos los reinos para servir al Señor. Tú, por eso, adoctrinada en vaticinios de profetas, en oráculos evangélicos y en apostólicas enseñanzas, de cuántas dulzuras encierra la caridad y de cuán soberanas delicias se esconden en la unidad, no aciertas a predicar otra cosa que la unión de todas las gentes en tu seno, ni por otra cosa suspiras sino por la unidad de los pueblos, ni otros bienes saben derramar tus manos que los de la paz y caridad.

Alégrate, sí, en el Señor, viendo cómo no han sido defraudadas tus esperanzas; pues hoy, de improviso, has dado a luz en gozo a los que con incesante llanto y oración no interrumpida concebiste: así como tras los fríos y los hielos, pasado el rigor de las nieves y la crudeza del invierno, los campos se engalanan con plácidos meses, con alegres flores de primavera y risueños sarmientos de vides.

Por lo tanto, hermanos, debemos alegrarnos en el Señor con toda la alegría de nuestro corazón y regocijarnos en Dios, nuestra salud. Sírvannos las promesas cumplidas para creer en la verdad de las que esperan cumplimiento; y si vemos hoy realizado lo que dice el Señor: otras ovejas tengo que andan fuera del redil, y conviene que vengan a mí para que haya una grey sola y un solo pastor, no dudemos de que el mundo todo habrá de creer en Cristo, y allegarse a la única Iglesia verdadera; pues con palabras del mismo Señor aprendimos en el Evangelio que el Evangelio de su Reino será predicado en todo el orbe para dar de él testimonio a todas las gentes, y entonces, añade, vendrá el fin de los tiempos. De suerte que, si hay alguna región del mundo, o queda algún pueblo bárbaro para el cual no haya nacido aún el sol de la fe de Cristo, no hemos de poner en duda que él también habrá de creer, y formar parte de la Iglesia única de Cristo, si tenemos por verdadero lo que el mismo Dios ha dicho.

Ya, pues, hermanos míos, a la malicia sucedió la bondad, y la verdad al error, para que, si la soberbia, valiéndose de la diversidad de lenguas, había apartado los pueblos de la unidad, los estreche a su vez la caridad en el seno de fraternal amor; porque siendo uno solo el Señor que ejerce dominio sobre el mundo todo, fuese una sola el alma, uno solo el corazón de todo el mundo, su posesión y herencia. Pídeme, dícele el Padre, y te daré en herencia las naciones y en posesión los últimos confines de la tierra. Por eso, de un hombre solo se propagó en la tierra todo el linaje humano, para que sientan acordes y busquen y amen la unidad todos cuantos de Él descienden. Porque el orden natural de las cosas exige que un mismo amor y mutua caridad encadene a los que en un Padre común todos tienen principio, y que no vayan errantes fuera de la unidad de la fe los que tan unidos se encuentran en su origen. Mas de los vicios, como de fuentes, brotan las divisiones y herejías que desgarran la unidad: por donde tornar a ella del campo de la herejía, es de lo vicioso volver a lo natural; como quiera que la naturaleza tiende a enlazar entre sí las cosas con vínculo de conformidad y unión, al paso que el vicio rompe los dulces lazos de la fraternidad.

Levántese, pues, nuestro corazón henchido de júbilo: pues, dotándola de maravillosa unidad, ha fundado Cristo una Iglesia toda suya, sobre fundamentos de amor, para que en ella se redujesen a concorde unidad los pueblos que andaban desolados por el espíritu de la discordia. De esta Iglesia, en verdad, vaticinaba el profeta, cuando decía: Mi casa será llamada casa de oración para todas las gentes. Y también: Estará —dice— en los últimos tiempos preparado el monte de la casa del Señor en la cumbre de los montes, y se alzará sobre los collados; correrán a él todas las gentes, y muchos pueblos vendrán a él y dirán: Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Pues el monte, ¿cuál es, si no Cristo? y ¿cuál la casa de Jacob, si no su Iglesia una y única, a la cual dice que correrán en tropel la muchedumbre de las gentes y la multitud de los pueblos? Con ella hablaba el profeta cuando decía: Levántate y resplandece, ¡oh Jerusalén!, pues ha llegado tu luz, y sobre ti es nacida la gloria del Señor. Y andarán —prosigue— las gentes a tu luz y los reyes al esplendor de tu nacimiento. Alza en derredor tus ojos y mira: ¿ves cuántos se han congregado y vienen a ti?… Hijos de extraños y peregrinos, edificarán tus muros, y sus reyes te rendirán vasallaje. Y para que no desconociésemos lo que había de acontecer a las naciones que se apartasen de esta única verdadera Iglesia, dice: Perecerá sin remedio la nación y el reino que no se sujetare a ti. Y en otro lugar: Llamarás —dice— al pueblo que desconocías; y las naciones que habían ignorado tu nombre correrán a ti. Pues uno solo es Cristo Señor nuestro, y una sola su posesión y herencia en el mundo, la Santa Iglesia Católica. Él es la Cabeza, ella el cuerpo: y de ambos se dice en el principio del Génesis, como interpreta el apóstol, que serán dos en una sola carne. Si, pues, a Cristo plugo formar una sola Iglesia de todas las gentes, todo aquel que se aparte de la comunión de esta Iglesia única, por más que se apellide y blasone de cristiano, está, cual miembro dislocado, fuera del Cuerpo de Cristo. Esposa de Cristo es la Iglesia; mas la herejía no sabe amar a Cristo con amor de esposa, porque rechazando la unidad de la fe católica, adultera miserablemente en su propio pecho el amor con que quiere tenerle por Esposo. Y, pues, únicamente dos, dice la Escritura, que formarán un cuerpo perfecto, es decir, Cristo y su Iglesia, no pretenda la herejía alzarse con el nombre de esposa, pues no queda para ella lugar alguno. Una sola, dice Cristo, es mi amada, una mi esposa, una la hija de su madre. Y a su vez la Iglesia Católica se regala con su Divino Esposo, diciéndole: Yo toda para mi amado, y mi amado todo para mí. Vayan, pues, las herejías a buscar quien, con el falso nombre de esposa, tome parte en su deshonra, pues lanzadas están del tálamo inmaculado de Cristo.

Y nosotros, ya que hemos entendido cuánto agrada a este Señor la unión por la caridad, tanto mayores alabanzas hemos de tributar a Dios en este día por no haber permitido que pereciese en los dientes del lobo infernal, descarriada fuera del único redil, esta nación redimida con la Sangre de su Hijo Unigénito. Llore enhorabuena el ladrón del abismo viendo que le es arrancada su presa; porque hoy vemos cumplido lo que estaba anunciado por el profeta: En verdad —dice— libertada será la cautividad de manos del fuerte, y de manos del poderoso se arrancará lo usurpado. Derruido yace por el poder de la paz de Cristo el muro de discordia que en mal hora fabricó nuestro enemigo, y la casa que cuarteada iba a hundirse con su propio peso, queda ya reparada y firme, teniendo por fundamento la única piedra angular que es Cristo.

Cantemos, pues, todos: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad! No hay precio que valore dignamente la caridad; no haya tampoco medida al júbilo que ha de causarnos el haber alcanzado hoy esa unión y caridad, que es la reina de las virtudes. Y puesto que ya por la unión de nuestros ánimos constituimos un solo reino, tan solo nos resta que todos a una acudamos al trono de la Divina Misericordia, pidiéndole nos conceda estabilidad en el reino terrenal y felicidad interminable en el celeste, para que esta nación y reino que han glorificado a Cristo en la tierra, reciban de Cristo gloria en la tierra y en el Cielo. Amén.


Santidad en la Hispania Visigotica


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Usted puede opinar pero siempre haciéndolo con respeto, de lo contrario el comentario será eliminado.